Recomiendo:
0

Recordando a Edward Said cinco años después

Fuentes: StephenLendmanBlog

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández


Edward Said nació en Jerusalén Oeste en 1935. En 1947, tuvo que exiliarse de Palestina. En 1991, se le diagnosticó una leucemia linfocítica crónica, un cáncer maligno en la médula ósea y en la sangre. Sucumbió a las 6,45 horas del 25 de septiembre de 2003 (a la edad de 67 años), tras doce penosos años de lucha esforzada contra la enfermedad. Los homenajes se repitieron por doquier, reanudándose un año después. El profesor Mustafa Bayumi quiso dar testimonio de su maestro definiéndole como «infatigable, incorruptible, humanista y de un encanto arrasador… que dejaba detrás legiones de partidarios y admiradores por todos los rincones del mundo. Me siento perdido sin él… Le echo tanto de menos».

Chomsky declaró que su muerte era «una pérdida incalculable». Un año después, Ilan Pappe manifestaba: «Sigo sin poder asimilar su ausencia. ¿Qué hubiera sucedido si hubiéramos tenido a Edward aún con nosotros este último año…? Un año terrible para los valores que representaba y las causas que defendía».

Tariq Ali se refirió al «indomable espíritu de combatiente, al deseo de vivir de mi siempre buen amigo y camarada», y describió así su terrible experiencia:

» En los últimos once años, uno había llegado a acostumbrarse a su enfermedad -las estancias regulares en el hospital, su buena disposición para someterse a tratamientos con las últimas medicinas, su resistencia a aceptar la derrota-, de modo que pensábamos que era indestructible». Pero la leucemia mata y, en respuesta a las preguntas de Ali, el doctor que le trataba dijo que no «había explicación médica que explicara su supervivencia». No hay duda de que el Dr. Kanti Rai quiso resaltar la diferencia. Said hablaba del doctor reverentemente, de su «formidable experiencia médica y de la notable humanidad» que le hizo mantenerse a su lado durante las épocas más duras, y de esas hubo muchas… Después describió los meses entrando y saliendo del hospital con «penosos tratamientos, transfusiones sanguíneas, pruebas inacabables, horas y horas de tiempo improductivo que transcurría mirando al techo, drenando fatiga e infección, imposibilitado para hacer el trabajo más sencillo, siempre pensando, pensando, pensando…»

Así, al final, como recordaba Ali, el «monstruo pudo dominarle, devorando su interior, pero cuando el cáncer maldito acabó llevándoselo, la conmoción fue tremenda». Los palestinos habían perdido «su voz, la mejor articulada y poderosa… Es irremplazable».

El veterano periodista palestino-estadounidense Ramzy Baroud se mostró totalmente de acuerdo. Describió el año 2003 como un momento funesto para los palestinos al perder a su mejor icono, y le describió como tantos otros: «Era en todo un hombre virtuoso. Su estatura moral era incluso más poderosa que sus ensayos, sus libros y su música (como crítico, erudito y artista consumado)… Era un intelectual extraordinario, considerado… inimitable y nunca dejaba de comprometerse en función de sus creencias o virtudes. No hay duda de que su pueblo le adoraba y que era detestado por las fuerzas a las que se enfrentaba».

Phyllis Bennis le llamó «uno de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo… un héroe del pueblo palestino y del movimiento global por la paz y la justicia, así como… Mi gran mentor, un colaborador exigente, un amigo excepcional… echaremos espantosamente de menos su pasión, su visión y su furia contra la injusticia».

Daniel Baremboim le llamó «un luchador y un defensor compasivo. Un hombre de lógica y pasión. Un artista y un crítico… Un visionario que luchó por los derechos del pueblo palestino aunque comprendía el sufrimiento israelí». En 1999, fundaron conjuntamente la orquesta West-East Divan, una orquesta compuesta por jóvenes judíos y árabes que en colaboración «entendían que ante Beethoven, todos somos iguales… Los palestinos han perdido a un defensor formidable, los israelíes a un adversario no menos formidable, y yo, a un compañero del alma».

Rashid Jalidi fue profesor de Estudios Árabes de Edward Said en la Universidad de Columbia, donde Said estuvo también enseñando durante casi cuarenta años como Profesor de Inglés y Literatura Comparada. Rashid dijo de él que era un «hombre de inmensa erudición y sabiduría, de extraordinaria versatilidad e inmensa experiencia multidisciplinar. Hemos perdido a uno de los más profundos, originales e influyentes pensadores de los últimos cincuenta años, una voz intrépida e independiente que manifestaba la verdad ante los apalancados poderes que dominan el Oriente Medio».

El 30 de septiembre de 2003, la Universidad de Columbia le preparó también un homenaje y lloró el deceso de su «estimado y querido profesor universitario». Se le definió como uno de los sabios más influyentes del mundo, y así se expresó: «El mundo ha perdido una mente brillante y privilegiada, un gran corazón, un valiente luchador».

Cuando supo de su enfermedad y de la gravedad de la misma, Said decidió escribir de memoria un relato biográfico de su infancia, de su educación y de sus primeros años transcurridos en Palestina, Líbano y Egipto. Titulado «Fuera de lugar«, lo definió como «un archivo de un mundo esencialmente perdido u olvidado… un relato subjetivo de su vida en el mundo árabe, de su nacimiento y de sus años de formación. Posteriormente, de su vida en EEUU, donde asistió al instituto, a la Universidad de Princetown, donde se licenció y cursó varios master, y de sus años en Harvard hasta conseguir el doctorado.

Empezó a escribir «Fuera de lugar» en 1994, mientras se recuperaba de las tres primeras sesiones de quimioterapia, y continuó hasta completarlo con la ayuda «paciencia y generosa amabilidad» de las «maravillosas enfermeras» que pasaron meses cuidándole, junto con el apoyo de su familia y amigos, que le ayudaron a terminarlo.

En ese libro nos narra cómo un joven alcanza su mayoría de edad y cómo acepta el hecho de convertirse en un ser desplazado. Un estadounidense. Un cristiano. Un palestino. Un ser diferente. En última instancia, de la génesis de un gigante intelectual. Un adversario irreductible del imperialismo y la opresión, defensor de la lucha de su pueblo por la justicia y la autodeterminación. Nadie presentó los hechos con tanta fuerza o con tan gran claridad como él lo hizo: en sus libros, artículos de opinión y donde quiera que hablara en cualquier lugar del mundo. Intervino en cientos de ocasiones y se convirtió en un objetivo de los extremistas pro-Israel. Le amenazaron a él y a su familia. Una vez quemaron su despacho en la Universidad de Columbia, pero nadie pudo silenciarle nunca. Ni el FBI, a pesar de los 30 años que pasó vigilándole, al igual que hace con todos los activistas e intelectuales prominentes y sinceros y con otros muchos de menor nivel.

Las grandes obras de Said incluyen «Orientalismo» (1978), en la que explica un modelo de interpretación equivocada de Occidente sobre Oriente, especialmente sobre Oriente Medio. En «Cultura e Imperialismo» (1993), amplió el núcleo argumental de «Orientalismo» para mostrar las complejas relaciones entre el Oriente y Occidente. Colonizadores y colonizados; lo familiar (Europa, Occidente, nosotros) y lo extraño (Oriente, el Este, ellos)».

Sus escritos mostraban el aliento de su sabiduría, intereses y activismo -en literatura comparada, crítica literaria, cultura, música y sus muchas obras sobre la historia y el conflicto israelo-palestino-, combinando erudición, pasión y el inquebrantable apoyo a su pueblo, a diferencia de la parcial visión que Occidente tiene sobre los árabes y el Islam. Defendió la equidad y la justicia. Denunció el imperialismo y creyó que Israel tiene derecho a existir, pero no exclusivamente para los judíos y no a costa de los palestinos indígenas.

La guerra de 1967 y la ilegal ocupación hicieron que todo cambiara para él. Se radicalizó. Estableció el curso de su carrera intelectual y de su activismo y se convirtió en el principal portavoz de los palestinos durante los siguientes treinta y siete años, hasta su muerte. Defendía la solución de un estado único y así escribió en 1999: «Para empezar, hay que desarrollar algo que en estos momentos está completamente ausente de las realidades palestina e israelí: la idea y la práctica de la ciudadanía, no de una comunidad racial o étnica, como principal vehículo para la coexistencia».

En un largo artículo de opinión publicado en enero de 1999 en el New York Times, razonaba: «La autodeterminación palestina en un estado separado es impracticable (tras años anteriores creyendo otra cosa). La cuestión ahora no es la separación sino ver si es posible que judíos y palestinos vivan juntos en la misma tierra, tan pacíficamente y con tanta justicia como sea posible. Lo que ahora existe es descorazonador… un impasse sangriento. Israel no puede deshacerse de los palestinos ni los palestinos pueden pretender que los israelíes se vayan… No veo otro camino que empezar a hablar ya sobre cómo compartir la tierra que nos ha juntado, pero compartirla de una forma verdaderamente democrática, con igualdad de derechos para todos sus ciudadanos».

» Esto no infravalora la vida y aspiraciones de cada una de las partes. Afirma y reconoce la autodeterminación para ambos, juntos en la misma tierra donde una vez vivieron en paz. Pero eso no puede significar jamás ‘un estatuto especial para uno de los pueblos a expensas del otro’. Durante milenios, antes de que llegaran los otomanos y los romanos, Palestina fue el hogar de muchos pueblos. Es un lugar ‘multicultural, multiétnico y multireligioso’. No hay ‘justificación histórica para la homogeneidad’ o para las ‘nociones de pureza religiosa, étnica o nacional’… Las alternativas que hoy se nos ofrecen son muy sencillas: o la guerra continúa (con sus costes inaceptables) o se encuentra una vía equitativa, a pesar de los obstáculos existentes».

Oslo no era la respuesta y Said lo denunció en sus preliminares y en las semanas que siguieron en un artículo publicado en la London Review of Books titulado «La mañana después«. Con un lenguaje incisivo, se refirió a «la exhibición de vulgaridades de la ceremonia de la Casa Blanca, al degradante espectáculo de Yasser Arafat dando las gracias a todos por la suspensión de la mayoría de los derechos de su pueblo, y a la fatua solemnidad de la actuación de Bill Clinton ejerciendo de emperador romano del siglo XX pastoreando a dos reyes vasallos mediante rituales de reconciliación y obediencia, obviando las proporciones realmente asombrosas de la capitulación palestina».

Para él, Oslo fue sencilla y simplemente «un instrumento para la rendición de Palestina, un Versalles palestino», y lo peor de todo es que se podía haber logrado un acuerdo mejor sin tantas «concesiones unilaterales a Israel». Lo mismo ocurrió con los Acuerdos de Camp David de 1978 y con todas y cada una de las negociaciones de «paz» hasta el presente, excepto la «generosa» y «sin precedentes» oferta de Camp David 2000 sobre el «estatuto permanente» que Arafat rechazó y fue injustamente puesta en la picota en favor de una paz desdeñosa y conflictiva.

Said estuvo por encima de todo hasta el final, como reflejó en «La Última Entrevista«, un documental filmado un año antes de su muerte. Tras una década de enfermedad, estuvo de acuerdo en realizar una entrevista final que se filmó en un momento en que estaba muy debilitado, drenado y agonizando, aunque «le resultaba muy difícil apagarse». Fue una conversación informal entre él y el periodista Charles Glass en la que se reflejó su infancia, su educación, su erudición, su implicación con Yasser Arafat y sus firmes opiniones y activismo en las cuestiones palestinas.

En todos sus escritos era así, franco, poderoso, apasionado, virtuoso, dando siempre testimonio de sus inquebrantables principios. Describió el «mal sharoniano«. Su ciega destructividad. Su terrorismo al ordenar la masacre de niños, felicitando después, por su gran éxito, al piloto que la perpetró. La patente deshonestidad de los medios. Su parcial apoyo a Israel. La supresión de otros puntos de vista. El cerrar los ojos, un días tras otro, ante los crímenes más graves contra la humanidad. La reducción del discurso público a propaganda oficial repetitiva. La subversión de la verdad en apoyo del poder y de los privilegios.

Denunció la conversión de Palestina en una prisión aislada. La asfixia de la existencia de un pueblo entero. Les acusó de empobrecerles, de matarles de hambre y de asesinarles. De atacar a indefensos civiles con tanques y F-16. De culpar a las víctimas de su propio terrorismo. De crear una inmensa tierra yerma de destrucción y miseria humana. De aprobar la tortura y los asesinatos selectivos como política oficial. De cometer todas las indignidades y degradaciones humanas imaginables contra un pueblo cuyo único crimen es su fe, su etnia y su presencia. Un pueblo cuya única defensa es su voluntad y su espíritu irreductible. De alistarse el apoyo del mundo para la más indescriptible e implacable campaña de terror y genocidio.

De perseguir un «ciclo de violencia» sin fin y enviar a los palestinos a una «muerte lenta» en defensa de intereses imperiales y de la seguridad nacional de un estado. De buscar la paz como si fuera un esquema para la «pacificación». De poner de lleno la responsabilidad de la misma «sobre los hombros palestinos». De «dar finiquito al problema palestino». De colocar inmensas demandas ante los palestinos sin hacer concesión alguna a cambio. De llamar «terrorismo» a la resistencia mientras se ignora que el problema fundamental es la ocupación opresora. De contemplar indiferentes cómo los palestinos aguantan y sobreviven a pesar de todos los ataques, afrentas e indignidades inimaginables. De incrementarlos todo lo posible y más y de encontrar en ellos una mayor voluntad aún de sobrevivir y prevalecer.

Said era apasionado en todo eso y más. Era inflexiblemente antibelicista y denunció la «guerra contra el Terror» estadounidense; que el país estaba «secuestrado por una pequeña camarilla pequeña de individuos…; que no habían sido elegidos, que eran indiferentes ante la presión pública»; que los demócratas les apoyaban «en una exhibición cobarde de falso patriotismo»; que toda la estructura de poder caracterizaba a los musulmanes como enemigos; que se aprobaban leyes represivas; que se implantase la obscenidad de Guantánamo y otras tantas prisiones de ese estilo.

Denunció también su pretensión de superioridad moral y sofistería acerca de supuestas «guerras justas» y de la maldad del Islam. La cercana omnipotencia del Lobby sionista, de los fascistas cristianos y del complejo industrial militar. Su hostilidad hacia los árabes y su pretensión de «estar del lado de los ángeles». Su inexorable búsqueda del poder y la guerra. Denunció la actitud de los medios en apoyo de las «mentiras hipócritas» disfrazadas de «verdad absoluta». El silencio de los disidentes. Su burla y traición de la democracia. El hacer de la decencia, la humanidad y la justicia una farsa. El permitir que unos pocos extremistas creen su propio «mundo de fantasías» para gobernar el país en su propio y corrupto interés.

Said habló de todo eso y acabó un artículo de opinión de esta manera: «Jonathan Swift, deberías estar vivo en estos momentos».

Y aunque Said hubiera palidecido de incredulidad al considerar el estado actual y el potencial horror de sus consecuencias, Said comprendería… Le echamos profundamente de menos, nos es más necesario que nunca.

Enlace texto original:

http://sjlendman.blogspot.com/