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La potencia petrolera del África succionada noche a noche

Repensando los principios de Nigeria

Fuentes: The Punch

Hoy pocos dudan que Nigeria esté en un cruce de caminos respecto de nuestra ética para el trato de los unos con los otros y en nuestra política para el desarrollo nacional. De hecho, nadie exagera al decir que los adultos hoy confrontan un verdadero dilema sobre cómo y qué enseñar a los jóvenes -si […]

Hoy pocos dudan que Nigeria esté en un cruce de caminos respecto de nuestra ética para el trato de los unos con los otros y en nuestra política para el desarrollo nacional. De hecho, nadie exagera al decir que los adultos hoy confrontan un verdadero dilema sobre cómo y qué enseñar a los jóvenes -si deben estar siempre calladamente en la fila esperando por cualquier cosa que les den o si deben saltar la línea y agarrar cualquier cosa que esté a la mano, ¡no olvidando que quienes esperan con paciencia su turno en la Nigeria actual están muy probablemente condenados a no conseguir nada!

Este dilema general captura -de manera más bien dramática- el colapso de las tradiciones en la Nigeria contemporánea y la decadencia moral de la casta dirigente del país que no parpadea a la hora de perseguir sin descanso su sucio lucro y auto-engrandecimiento. Que nosotros estemos siendo gobernados por una oligarquía venal, egoísta, vanidosa y eterna es un hecho que la cuestiona ante los ojos de la sociedad cuando se trata de realizar eficazmente su tarea y deber como promotora de las ideas íntegras necesarias para la paz, el orden, el buen gobierno.

Muy a menudo, el problema de Nigeria es puesto sobre los hombros de la gente pobre e ignorante que está cada día lista y voluntariosa para aplaudir a los poderes de turno. Sin embargo, ya que el pescado se va generalmente pudriendo por la cabeza, el tipo de liderazgo existente en nuestra sociedad invariablemente determina y moldea la naturaleza y la consciencia del cuerpo social. Por lo que la responsabilidad primera de la actual decadencia generalizada debe ser puesta completamente en los cuarteles del actual liderazgo del país.

En la medida en que el desarrollo social es una red ininterrumpida a lo largo de su fábrica, en esa medida sería necesario echar una mirada a lo que se cosía ya en días pasados. La situación actual está totalmente influida por la historia, así como lo que experimentemos ahora va, inevitablemenete, a formar el telón de fondo de los eventos futuros.

La gente joven es a menudo escéptica, si no despiadadamente cínica ante cualquier referencia a la vida en el pasado. Sin embargo, no podemos engañar a la historia. Por lo tanto, un sentido de historia es un necesario concomitante para toda empresa que busque mapear un nuevo curso del crecimiento nacional y del desarrollo socio-económico. Como lo señaló una vez George Santayana, aquellos que fallan en aprender de la historia están condenados a repetirla. Aparte de la profecía auto-realizatoria en la afirmación de que las palabras de nuestros mayores son palabras de sabiduría, las referencias a nuestros antecedentes tienen una utilidad tanto heurística como educativa.

Aunque todos en África (además de muchos en América) llevamos las cicatrices de 300 años de comercio esclavista transatlántico, de casi un siglo de colonización y de cinco décadas de neo-colonización, puede afirmarse con alguna certeza que la vida antes de la independencia era relativamente tranquila, predecible, bien-ordenada y plena. Nuestras calles eran en general seguras y la hambruna en general se desconocía. El respeto por la autoridad constituida, la sobriedad en las relaciones inter-personales y la esperanza en un destino del país hacían parte del lema de la sociedad.

Más significativo, la gente estaba muy a menudo contenta con lo poco que su sangre y sudor les permitía mientras transpiraba inmensas cantidades de entusiasmo en relación a su futuro y al de la patria. Además, los casos de corrupción eran pocos y alejados los unos de los otros. Los funcionarios públicos encontrados culpables de corrupción eran censurados públicamente. En perspectiva, resulta casi cómico que nuestros primeros tiranos, como parte de su justificación para lanzarse sobre nosotros, condenaran a aquellos funcionarios por ser lo que llamaban «10 porcenteros» en comparación con los increíblemente codiciosos funcionarios públicos ahora.

En aquel entonces, la sociedad nunca conoció, por ejemplo, electricidad inestable en las áreas urbanas, gamberrismo juvenil, abuso de drogas o tráfico ilegal de mujeres jóvenes para el comercio sexual en Europa y el denominado-por-él-mismo Primer Mundo. Los profesores gozaban de tremenda consideración social, el respeto por la ley reinaba supremo entre nuestra gente mientras que cualquiera al torcer el rumbo del bien general era visitado por el oprobio. Una reputación honesta valía mucho más que el oro y la plata, con los vecinos ayudando en la crianza moral de los niños ajenos. En últimas, se puede decir que Mammon no había reemplazado a Dios en el corazón de las personas.

A muchos en el mundo actual, el cuadro del pasado aquí pintado podría parecer abiertamente romántico, idílico, paradisial. Sin embargo, quien haya vivido la vida en este país unos 50 años atrás estaría de acuerdo en que tal caracterización del estado de cosas de ese tiempo no es una exageración sino algo que está cerca de la realidad del periodo. ¡La diferencia entre entonces y ahora está próxima a aquella entre el sueño y la muerte!

Lo que se está sugiriendo es que en algún momento del camino, Nigeria perdió su inocencia y acabó sucumbiendo a la existencia Darwinista del perro-come-perro, la cual nos ha robado nuestra noción de la unidad y nos lleva a convertirnos en el guardián del de al lado. El ethos individualista aplicado a nosotros como consecuencia del brutal encuentro con el coloniaje y el imperio nos ha dejado dañados en la lucha por producir y sostener un existencia digna. De hecho, ¡está tan sórdida la cosa que algunos incluso anhelan un regreso de los antiguos amos coloniales!

Entre las prioridades en nuestra circunstancia está la necesidad de asegurar que el pueblo elija a los mejores y más meritorios de nuestros líderes. En otras palabras, Nigeria debe desistir del entronamiento del mediocre -desistir de lo que Chinua Achebe(1) llamaba «nuestro tercer once» [expresión tomada del cricket, en el mundo de la Commonwealth da a entender que alguien está muy lejos del máximo nivel (en contraste con el ‘primer’ y el ‘segundo once’)]. Las sórdidas historias saliendo de la Asamblea Nacional en tiempos recientes confirman la necesidad de que, a la manera del Herácles de la Quinta Labor, nosotros hagamos una limpieza completa de nuestros establos Augeanos.

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