Las encuestas son desconcertantes. El último survey de Gallup señala que Bush mantiene un 51% de preferencias contra un 47% de Kerry. Pese a las evidencias crecientes de que la Casa Blanca está ocupada por un desquiciado mental, pese al innegable rechazo mundial contra Bush, el crédulo y cándido elector norteamericano aún manifiesta una preferencia […]
Las encuestas son desconcertantes. El último survey de Gallup señala que Bush mantiene un 51% de preferencias contra un 47% de Kerry. Pese a las evidencias crecientes de que la Casa Blanca está ocupada por un desquiciado mental, pese al innegable rechazo mundial contra Bush, el crédulo y cándido elector norteamericano aún manifiesta una preferencia mayoritaria por ese grotesco mandatario.
Es un precedente establecido que las convenciones partidistas logran elevar la superioridad numérica del contendiente en un 10% o un 15%. Esta vez no ha sucedido con Kerry, lo cual es un mal síntoma. La campaña de Bush está basada en un optimismo ilimitado. El alcohólico candidato no cesa de afirmar que las finanzas marchan de manera óptima, tras una breve recesión, pero las cifras no le están dando la razón.
La economía creció a un ritmo de un 7.4% en el último trimestre del año pasado, a un 4.5% en el primer trimestre de este año y a un 3% en el segundo trimestre. El viernes pasado fue anunciado que en el mes de julio se crearon 32 mil nuevos empleos, pero el ritmo necesario para la recuperación demanda la generación de 230 mil empleos mensuales.
Desde que Bush tomó posesión se han cerrado 1.1 millón de puestos de trabajo, aunque algunos analistas elevan esa cifra a dos millones. Como resultado de ello se ha producido una contracción del mercado interno: el consumidor está gastando mucho menos que antes. Una de las causas de este fenómeno se debe a la política de Bush de proteger a las grandes corporaciones y resguardar al gran capital, el cual pese a que ha visto aumentar sus ganancias en un 9% no ha elevado los niveles salariales. Muchos reprochan a esas grandes empresas su búsqueda de bajos sueldos, abriendo nuevas plantas industriales en el sudeste asiático y en China.
El exagerado encarecimiento de las tarifas del petróleo también repercutirá negativamente en la economía, aumentando los precios de los productos industriales y elevando el costo de la energía. Los Bonos del Tesoro, cuyo precio es un indicador de la certidumbre del inversionista en la confiabilidad de las reservas del Estado, han bajado dieciséis puntos en el mercado de valores. La deuda pública se ha elevado a cifras estratosféricas debido al alto costo de la guerra de expoliación en Irak.
Como el presupuesto doméstico se encuentra en débito las familias están acudiendo al préstamo para sobrevivir. La carga en las tarjetas de crédito y en hipotecas crece extraordinariamente. Esos adeudos crecieron en un 10% en el primer trimestre de este año. En la actualidad el 115% de los ingresos familiares tiene como fuente esos compromisos usureros. Es probable que los intereses suban en breve plazo con lo cual la deuda familiar aumentará mucho más.
Las encuestas demuestran que el estadounidense promedio confía más en Bush como comandante en jefe, –como líder para preservar la seguridad interna–, que en Kerry; sin embargo, no confían para nada en su capacidad para reflotar la economía. De ahí la bravuconería constante de Bush, su lenguaje de matón perdonavidas: quiere fortalecer esa impresión de cabecilla enérgico que tienen los electores. De ahí esas constantes alertas ficticias de seguridad, esa política de «¡ahí viene el lobo!» con la que Bush pretende ganar.
Pero en materia económica los discursos de Bush tienen que reconocer el descalabro en que se encuentra sumida la economía. «Hemos tenido una recesión, hemos tenido escándalos en las corporaciones financieras -dijo recientemente-, pero hemos salido de todo ello porque nuestros trabajadores son grandiosos y nuestros campesinos son realmente buenos en lo que hacen. Hemos vencido los obstáculos porque el espíritu de empresa es muy fuerte». Y añadió que se había dado la vuelta a la esquina, indicando que un cambio drástico estaba próximo. A lo cual Kerry respondió que la vuelta no era a la esquina sino en U porque habían retrocedido mucho más.
Sin embargo, es probable que esta batalla la gane, al final, el General Economía. Muchos analistas comienzan a comparar el gobierno de Bush, al de Herbert Hoover, que condujo a la economía norteamericana al desastre del colapso de Wall Street, a la más honda recesión en la historia de aquél país y a tres períodos consecutivos de los demócratas en el poder.