El tercer y último debate presidencial constituyó un claro triunfo de Kerry, que se convirtió así en el ganador de los tres encuentros. La encuesta de la CNN lo mostró ganador con un 52 sobre 39. Falta por ver de qué manera se reflejan esas rivalidades en las preferencias de los votantes. Por lo menos […]
El tercer y último debate presidencial constituyó un claro triunfo de Kerry, que se convirtió así en el ganador de los tres encuentros. La encuesta de la CNN lo mostró ganador con un 52 sobre 39. Falta por ver de qué manera se reflejan esas rivalidades en las preferencias de los votantes. Por lo menos los dos primeros ya impulsaron a Kerry en las encuestas, situándolo al mismo nivel de Bush y en algunas consultas con algunos puntos de más.
Sin embargo, en este último choque Kerry no estuvo a la altura de los dos anteriores. El lenguaje corporal lo mostró menos entusiasta, menos resuelto, se perdió a veces en la retórica, su voz no tuvo la resonancia inicial. A Bush se le vio más confiado y efusivo y en ocasiones hasta hizo uso del humor, pero una risita nerviosa y episódica traicionó la extrema tensión en que se hallaba. Su pestañeo incesante, que delata su estado de cólera, fue incontrolable. Es evidente que sus asesores de imagen trabajaron duro con él, tratando de eliminar las insuficiencias de su pobre intelecto y de sus dificultades con el pensamiento abstracto. Lo que contó en esa disputa fue la argumentación y Bush se hallaba en franca desventaja al hablar de la desfalleciente economía interna.
Los temas del régimen nacional de salud, el desempleo creciente, el aborto y el matrimonio gay fueron objeto de controversia. Durante el período de Bush ha mermado el número de los que tienen derecho al seguro médico y 45 millones de ciudadanos han ingresado en el incierto umbral de los desamparados en su salud.
Kerry acusó a Bush de disminuir los impuestos a los muy ricos y de mermar los ingresos de la clase media, que ha sido uno de los leit motiv de su campaña. Bush contraatacó acusando a Kerry de haber votado en 98 ocasiones a favor de elevar impuestos en el Congreso, desde su escaño de legislador. Kerry enarboló el vertiginoso aumento de la deuda pública de Estados Unidos, durante los últimos cuatro años, volatilizando el superávit de 5.6 trillones de dólares acumulado por Clinton.
Kerry reprochó a Bush que durante su mandato se han perdido 1.6 millones de empleos, el primer mandatario en 72 años que ha incurrido en ese nivel de paro laboral, y le culpó de tolerar el aumento del precio de los medicamentos. El nombramiento de jueces en el Poder Judicial fue otro motivo de encontronazo.
Al ser interrogado sobre la campaña que los arzobispos católicos están animando en su contra, Kerry se confesó católico y dijo respetar a la jerarquía pero mantuvo que las críticas que le hacen los prelados no son artículo de fe. Bush habló de la oración como uno de sus sustentos y confesó recibir por medios metafísicos y celestiales el resultado del respaldo espiritual que supuestamente recibe del pueblo estadounidense.
Estos debates televisados demuestran, una vez más, el poder de la televisión en nuestro tiempo. La revolución mediática permite comprar detergentes o elegir un jefe de estado. La imagen está prevaleciendo por sobre la comprensión inteligente. Las ideas se baten en retirada y como ha dicho Giovanni Sartori «el acto de ver suplanta al acto de discurrir… la imagen es enemiga de la abstracción». La lectura de un periódico implica un acto de conocimiento complejo que requiere la alfabetización previa. La televisión puede ser abordada por cualquiera, sin importar su nivel cultural. Hoy en día lo que no se muestra en la televisión no existe. La información ofrecida en la pequeña pantalla descontextualiza los eventos y tiende a un entendimiento superficial.
Muchos recuerdan que Kennedy ganó los debates televisivos presidenciales por su aspecto juvenil y atlético contra el aspecto sombrío de la barba cerrada de Nixon. O sea, que un acto de importancia capital, como es la elección de un Primer Mandatario, puede decidirse por el tipo de cuchillas de afeitar que use el candidato. Por ello, los debates presidenciales se están convirtiendo cada vez más en un episodio decisivo en la era de la dictadura de la imagen.