Recomiendo:
0

Revuelta catalana: ¿inyección de EPO o inyección letal?

Fuentes: El Salto

La movilización catalana en esta fase reciente tiene más de canalización del malestar a través de los mecanismos políticos designados por este modelo que de desafío a ellos

Es una simple cuestión de principios, hay que estar contra la prisión provisional por motivos políticos siempre, y hay que estar contra la mera existencia de la Audiencia Nacional, un tribunal de excepción, siempre. A pesar del aspecto innegable que tienen las encarcelaciones del lunes 16 de octubre de movimientos pactados de piezas en un tablero reservado a los intereses de los actores institucionales de España y Catalunya, es inaceptable la prisión incondicional sin juicio de dos organizadores de manifestaciones pacíficas.

La lástima es que una negociación entre administraciones no va a devolvernos los montes gallegos y asturianos quemados. Galicia y el medio rural, el ciclo inmobiliario, el cambio climático y la ecología política vuelven al tercer plano que les corresponde en la jerarquía de temas políticos patrios. El comienzo de una movilización por el territorio en Galicia -esta sí, sin partidos encabezando ni instituciones tutelando- quedará confinada a lo estrictamente local. Cosa que, quizá, como ha sucedido en otros momentos históricos recientes en Galicia, dé como resultado unas expresiones políticas altamente originales, pero que no deja de ser sintomática de nuestra pasión por lo ya conocido, por lo trillado, por los temas españoles clásicos.En su día se le dieron muchas vueltas al concepto de Cultura de la Transición (CT). Lo interesante siempre me pareció plantearlo como una «cultura nacional» y no tanto como unos contenidos, ni siquiera como una estructura de discurso. Una cultura nacional es una manera pautada de encajar los acontecimientos, de leer la historia, de manera que no haya discontinuidades ni sorpresas en las atribuciones de los poderes, ni en el juego de las escalas geográficas superpuestas, ni en la definición de los sujetos políticos legítimos. Esto, desde luego, no quiere decir que la cultura nacional suprima totalmente el conflicto sino que lo canaliza de forma productiva para los intereses del ordenamiento político a través de estos encajes.

En el caso de la cultura nacional surgida del 78: el Estado español es el lugar central de la política, el que incluye en su interior a la derecha y a la izquierda y, a través de ellas, interioriza también luchas de clases de la transición que son progresivamente arrinconadas y desactivadas. Y este lugar central esta flanqueado por dos sujetos políticos satélite, Euskadi y Catalunya, que se definen frente al Estado español tanto como el Estado español se define frente a ellos. Ambos ejes están organizados mediante la mediación de partidos-régimen, el eje izquierda-derecha mediado por el bipartidismo y el eje territorial mediado por los partidos propios de los dos sujetos satélites, surgidos de la matriz nacionalista burguesa del siglo XIX.

Quizá aquí convenga aclarar, antes de entrar en las habituales discusiones absurdas sobre el carácter burgués o no burgués del procés y su actual fase, que una cosa es la burguesía y otra la clase capitalista, una cosa es el crudo dominio del capital y otra un proyecto de dominación por una vía civilizatoria que vertebre la sociedad. En el Estado español solo ha existido burguesía en sentido estricto, el segundo, en Euskadi y en Catalunya. En el resto ha existido el crudo dominio del capital terrateniente y financiero. Así, para tener un cuadro general, es importante ver cómo en otros territorios los verdaderamente excluidos de este reparto de funciones, como la Asturias del desastre posindustrial, simplemente se les niega la condición de sujetos políticos centrales al no tener unos partidos propios capaces de mediar y recuperar en términos nacionales su tradición de luchas de clases.

Se podría entrar en una cronología mucho más detallada y analizar, por ejemplo, los motivos por los que Euskadi y Catalunya cambian roles a partir de la primera década de este siglo, motivos que van bastante más allá del dato evidente de la existencia de la lucha armada. En Euskadi el cierre muy tardío de la Transición genera una situación abierta hasta mediados de los 80 y una evolución propia de la lucha de clases, que se desarrolla en sus propios términos por debajo del progresivo cierre en clave de tensión territorial, y que termina por generar un contexto económico ganador en la globalización.

Mientras, casi en paralelo, Catalunya va perdiendo posiciones en la jerarquía de regiones globales y desarrollando una fuerte crisis de representación, que anticipa la del resto del Estado hasta que, a principios de esta década, el procés y la oposición al procés generan un nuevo sistema de representación encajado en los moldes ideológicos del 78 que no revierte la crisis larga de la economía catalana sino que la remite al consabido modelo inmobiliario-turístico de las economías litorales españolas.

El territorio en este contexto siempre es una variable administrativa, una escala de gobierno y una dependencia del Estado. Nunca es un territorio material, con límites y no reproducible, que nutre a (y que se nutre de) unos procesos sociales propios. Siempre bajo la forma de externalidades generadas por los dos sujetos políticos satélite del modelo, Euskadi y Catalunya, el territorio del 78 es un espacio liso que hay que llenar con parlamentos regionales, redes clientelares propias y competencia por la atracción de flujos de capital. Y, en lo que estos llegan, de recursos que reparte el Estado, árbitro en primera instancia del reparto.

Esta concepción de partida fue fundamental para que los territorios del 78 se convirtieran, a partir de los años noventa, en una red de promotores inmobiliarios y agentes de crédito hipotecario a grandísima escala. Algunos además de promoción inmobiliaria y concesión de créditos hipotecarios hicieron promoción turística, caso de Catalunya, pero todos mercantilizaron hasta el extremo tanto el territorio material como los procesos sociales a los que nutre y de los que se nutre. Este modelo fue un elefante en la sala que pasó desapercibido hasta que se desplomó, por sorpresa para muchos analistas, no pocos de izquierda, que estaban demasiado ocupados discutiendo con la mayor gravedad sobre la reforma del Estatut y el ‘plan Ibarretxe’ como para darse cuenta de que estaban subidos a una masa de crédito impagable y a un bloque gigantesco de cemento.

No es casualidad que el único amago de reordenación por arriba de los roles asignados en el 78 fueran las ahora olvidadas guerras del agua, que enfrentaron a los territorios turísticos litorales (Murcia y Valencia) con, fundamentalmente, Aragón por el control del agua, entendida como simple mercancía para producir mercancías. En su momento se acuñó el afortunado término «nacionalismo hidraúlico» para definir el bloque histórico hegemónico del PP en Murcia articulado sobre la demanda de agua al Estado.

Europa existe en este modelo como contenido aspiracional hasta el 86 como el validador último de este modelo de organización, y a partir de ahí como la esfera neutra de la economía o de una política, a lo sumo, de «valores». Ambas cosas son excluidas intencionalmente de la discusión política al ser sacadas de la órbita del Estado para poder cumplir el papel de mitos fundadores, el mismo que les quiere atribuir hoy la inmensa mayoría del independentismo catalán que quiere un estado «normal» dentro de la UE. ¿Quién querría no ser próspero como un danés, libre como un holandés, rubio y alto como un sueco?

Tan solo en el periodo 2010-2015 cayó este velo de la CT y se vio a Europa como un actor político central plagado de intereses de clase, como el sostenedor último del resto de ficciones nacionales y como el sostenedor de las élites que representan a todos los ungidos con la condición de sujetos políticos en el 78. Cuando se cerró esta brecha, no sin esfuerzo, comenzó la restauración de la cultura nacional y del régimen del 78. Esa rápida transición de dos años en la que se pasó de hablar del pago de la deuda a hablar de corrupción, y de fijarnos en Grecia y Alemania a hacerlo en Catalunya y en España, marcan ese cierre de fase.

La movilización catalana en esta fase reciente tiene más de canalización del malestar a través de los mecanismos políticos designados por este modelo que de desafío a ellos. Estamos ante una normalidad hipertrofiada, una cultura nacional con esteroides, a la manera del doping, que se ha cambiado la sangre enferma por la sana de la revuelta de 2009-2015 para que siga haciendo funcionar un organismo enfermo. Si a esto le añadimos la respiración artificial que le proporciona el Banco Central Europeo tenemos algo así como un enfermo en estado de hiperexcitación ante tanta transfusión. Por supuesto, todos sabemos que, por mucho que se cambie la sangre, un organismo enfermo termina muriendo. Si nos quedamos sin David Bowie nos quedaremos sin régimen del 78 y sin CT. Pero, dado que el uno usaba su tiempo extra en hacernos la vida más llevadera y el otro en jodérnosla un poco más, sería bueno pensar en cómo se le administra cianuro en lugar de sangre fresca.

Fuente: http://www.elsaltodiario.com/independencia-de-catalunya/revuelta-catalana-inyeccion-de-epo-o-inyeccion-letal