Banqueros observan a manifestantes del movimiento Robin Hood Tax que marchan por Nueva York el 17 de septiembre de 2013. Crédito: Samuel Oakford/IPS. Los impuestos a las transacciones financieras ya funcionan en más de 30 países. Varios de ellos, como Corea del Sur y Brasil, exhiben además un crecimiento económico envidiable. Pero en Estados […]
Banqueros observan a manifestantes del movimiento Robin Hood Tax que marchan por Nueva York el 17 de septiembre de 2013. Crédito: Samuel Oakford/IPS.
Los impuestos a las transacciones financieras ya funcionan en más de 30 países. Varios de ellos, como Corea del Sur y Brasil, exhiben además un crecimiento económico envidiable. Pero en Estados Unidos, el movimiento en favor del Robin Hood Tax (impuesto Robin Hood) todavía no despega del reducido círculo de activistas de Ocupa Wall Street.
«Las preguntas que planteó Ocupa son las correctas, y nos corresponde a todos dar algunas respuestas», dijo el economista Robert Pollin, de la Universidad de Massachusetts Amherst, quien se especializa en tributos financieros.
La idea de James Tobin, ganador del premio Nobel de Economía en 1981, fue crear un mecanismo para desalentar la fiebre de la compra de divisas. En su versión actual, sería un pequeño gravamen a las operaciones con acciones, bonos y derivados.
Aunque durante mucho tiempo el debate se centró en reducir operaciones riesgosas e innecesarias y en «corregir el mercado», el movimiento del impuesto Robin Hood intenta redirigirlo hacia los derechos humanos, las necesidades básicas y una pequeña devolución a los contribuyentes por todos los rescates financieros que han aportado.
«La gente no se da cuenta de cuán diminuto es el impuesto del que estamos hablando», dijo Nicole Woo, directora de políticas internas en el Centro de Investigación en Economía y Política.
«Abundan evidencias de que si las ganancias se destinaran a infraestructura, educación y otros bienes públicos, podría crecer el producto interno bruto y ayudar al crecimiento del empleo», dijo Woo a IPS.
La coalición Robin Hood Tax promueve el proyecto de Ley de Prosperidad Inclusiva, presentado en la cámara baja por el representante Keith Ellison, para gravar con 0,5 por ciento la venta de acciones, 0,1 por ciento la de bonos y con 0,005 por ciento las operaciones con derivados.
El texto propone que estos ingresos fiscales se destinen a vivienda, atención de salud, protección del sector público y del ambiente.
Se pretende «gravar igualmente a los diferentes mercados», dificultando a los operadores escapar de un tipo de activo a otro, dijo Pollin a IPS.
Un impuesto de este tipo se aseguraría aplicación automática del mercado, por una cuestión de seguridad jurídica.
Los promotores del impuesto Robin Hood también celebran la decisión de Larry Summers, exasesor económico de la Casa Blanca, de marginarse de la carrera para presidir la Reserva Federal (Banco Central), pues lo culpan de la crisis financiera de 2008, por haber impulsado la desregulación financiera y haberse opuesto a la transparencia del mercado de derivados mientras fue secretario del Tesoro del gobierno de Bill Clinton (1993-2001).
Pero una propuesta de 11 países de la Unión Europea (UE) sufrió un revés este mes, cuando juristas del bloque opinaron que un impuesto a las transacciones financieras en el bloque constituiría un uso ilícito de las jurisdicciones nacionales.
Para las enfermeras que el 17 de este mes participaron en un evento de la coalición Robin Hood en Nueva York, los acontecimientos europeos fueron puro ruido.
«Las enfermeras tenemos los mismos problemas en todas partes. Las medidas de austeridad nos están matando», dijo Jean Ross, una de las fundadoras de Robin Hood Tax y copresidenta de National Nurses United (NNU), sindicato de 180.000 profesionales.
NNU estima que el dinero recaudado con este impuesto podría cubrir muchos servicios médicos que se eliminaron cuando comenzó la crisis económica.
Un enemigo debilitado
Durante años, la negociación de alta frecuencia fue un «cuco» muy citado para impulsar un impuesto Robin Hood, pues distorsiona el mercado financiero y agrava la volatilidad.
La negociación de alta frecuencia hace uso intensivo de tecnologías sofisticadas para obtener información e intercambiar valores. Emplea algoritmos informáticos y se caracteriza porque cada posición de inversión puede durar apenas fracciones de segundo. Al cabo del día puede haber millones de operaciones.
Los temores se volvieron realidad el 6 de mayo de 2010, cuando el índice Dow Jones cayó más de nueve por ciento, solo para recuperar esas pérdidas en cuestión de minutos. Entonces se culpó a los algoritmos, que agravaron la caída inicial en el mercado de futuros.
Para 2012 se estimaba que la negociación de alta frecuencia era responsable de 84 por ciento de todas las operaciones bursátiles de Estados Unidos.
Pero, a medida que más actores ingresan a este negocio, se reducen los retornos que consisten en recortar fracciones de centavos en cada operación.
Empresas grandes como KCG perdieron tres cuartas partes de sus ganancias desde el momento culminante de la negociación de alta frecuencia, que coincidió con las primeras rachas de volatilidad de la crisis de 2008. Muchas cerraron.
De hecho, KCG nació de la fusión de Getco y la casi arruinada Knight Capital, que perdió más de 400 millones de dólares en un día por culpa de un algoritmo enloquecido.
KCG no aceptó hacer declaraciones para este artículo, y tampoco el líder del sector, Citadel Group.
El hecho de que la negociación de alta frecuencia pueda devorarse a sí misma pone de relieve su inutilidad social, dijo Woo. Sus defensores hablan del volumen y la liquidez que crea.
«Pero estos operadores de bolsa brindan una suerte de liquidez fantasma, porque apenas el mercado empieza a caer los algoritmos informáticos retiran todo el dinero, y la liquidez desaparece por completo», explicó.
Incluso en su momento pico, las ganancias de la negociación de alta frecuencia son pequeñas comparadas con las de todo el sector financiero.
Pollin, que usa paramétros similares a los del proyecto de ley de Ellison, prevé una caída de al menos 50 por ciento en estas operaciones, lo que, guardando las proporciones, pondría el mercado estadounidense a la par del de Gran Bretaña, donde las acciones ya están gravadas con un impuesto de 0,5 por ciento.
«El intercambio financiero está subgravado en nuestra economía», sostuvo Woo.
Incluso en Wall Street hay muchos que coinciden con este punto de vista, especialmente aquellos cuyas ganancias dependen de tendencias de largo plazo.
De hecho, la falta de impuestos a la especulación con materias primas puede ser una carga para el consumidor. La ley proyectada ayudará a los consumidores al desalentar que se especule en los mercados de productos básicos, dijo Kenneth Zinn, director político de NNU.
«La gasolina tiene un recargo», ejemplificó, «y es la especulación de Wall Street».
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