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Sacco y Vanzetti

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por Jesica Safa

Cincuenta años después de las ejecuciones de los inmigrantes italianos Sacco y Vanzetti, el gobernador de Massachusetts, Dukakis, estableció una comisión para juzgar la imparcialidad del juicio y la conclusión fue que los dos hombres no habían tenido un juicio justo. Esto desató una pequeña tormenta en Boston.

Una carta firmada por John M. Cabot, embajador retirado de EEUU, declaró su “gran indignación” y señaló que la ratificación de la pena de muerte por parte del Gobernador Fuller se había hecho después de una revisión especial realizada por “tres ciudadanos muy distinguidos y respetados de Massachusetts: el presidente Lowell de Harvard, el presidente Stratton de MIT y el juez retirado Grant”.

Heywood Broun tenía una idea muy diferente de estos tres “distinguidos y respetados ciudadanos”. Escribió lo siguiente en su columna del New York World, inmediatamente después de que la comisión del gobernador redactara su informe: “No todo preso tiene a un presidente de la Universidad de Harvard que pulse el interruptor por él . […] Si esto es un linchamiento, al menos el vendedor de pescado y su amigo el obrero de la fábrica podrán sentir la tranquilidad de saber que morirán a manos de hombres ataviados de trajes de cena o de togas académicas”.

Heywood Broun, uno de los periodistas más distinguidos del siglo XX, no duró mucho más como columnista del New York World.

En ese 50 aniversario de la ejecución el New York Times informó que «los planes del alcalde Beame para proclamar el martes siguiente el «Día de Sacco y Vanzetti» se han cancelado para evitar controversias, afirmó ayer un portavoz del Ayuntamiento».

Debe haber una buena razón para que un caso de hace 50 años, ahora más de 75, despierte tantas emociones. Sugiero que es porque hablar de Sacco y Vanzetti inevitablemente trae a la luz asuntos que nos preocupan hoy: nuestro sistema de justicia, la relación entre la fiebre de la guerra y las libertades civiles y, lo más preocupante de todo, las ideas del anarquismo: la destrucción de las fronteras nacionales y, por tanto, de la guerra; la eliminación de la pobreza y la construcción de una democracia plena.

El caso de Sacco y Vanzetti reveló con toda crudeza que las nobles palabras inscritas sobre nuestros tribunales, «todos somos iguales ante la ley», siempre han sido una mentira. Esos dos hombres, el vendedor de pescado y el zapatero, no pudieron obtener justicia en el sistema estadounidense, porque la justicia no es la misma para los pobres que para los ricos, para los nativos que para los extranjeros, para los ortodoxos que para los radicales, para los blancos que para los de color. Y aunque la injusticia se pueda manifestar hoy en día de manera más sutil y compleja que en las crudas circunstancias del caso Sacco y Vanzetti, su esencia sigue siendo la misma.

En su caso hubo una flagrante injusticia. Estaban siendo juzgados por robo y asesinato, pero en la mentalidad y en el comportamiento del fiscal, el juez y el jurado lo importante (como dijo Upton Sinclair en su notable novela Boston) era su condición de «wops»: extranjeros, pobres trabajadores, radicales.

Veamos una muestra del interrogatorio policial:

Policía: ¿Es usted ciudadano?

Sacco: No.

Policía: ¿Es usted comunista?

Sacco: No.

Policía: ¿Anarquista?

Sacco: No.

Policía: ¿Cree usted en nuestro gobierno?

Sacco: Si; algunas cosas me gusta [que sean] diferentes.

¿Qué tenían que ver estas preguntas con el robo de la fábrica de zapatos en South Braintree, Massachusetts, y el asesinato a tiros de un tesorero y un guardia?

Sacco mentía, por supuesto. No, no soy comunista. No, no soy anarquista. ¿Por qué iba a mentir a la policía? ¿Por qué un judío iba a mentir a la Gestapo? ¿Por qué un negro en Sudáfrica iba a mentir a sus interrogadores? ¿Por qué un disidente en la Rusia soviética iba a mentir a la policía secreta? Porque todos ellos saben que no hay justicia para ellos.

¿Ha existido alguna vez justicia en el sistema estadounidense para las personas pobres, las de color, las radicales? Cuando los ocho anarquistas de Chicago fueron condenados a muerte después del motín de Haymarket (es decir, un motín policial) de 1886, no fue porque hubiera alguna prueba de una relación entre ellos y la bomba lanzada en medio de la policía; no había ni un ápice de pruebas. Fue porque eran líderes del movimiento anarquista en Chicago.

Cuando Eugene Debs y otras mil personas fueron enviadas a prisión durante la Primera Guerra Mundial en virtud de la Ley de Espionaje, ¿fue porque eran culpables de espionaje? En absoluto. Eran socialistas que se habían pronunciado contra la guerra. Al confirmar la sentencia de diez años de Debs, el juez de la Corte Suprema Oliver Wendell Holmes dejó en claro por qué Debs debía ir a prisión. Citó estas palabras del discurso de Debs: «La clase dominante siempre ha declarado las guerras, la clase sometida siempre ha librado las batallas».

Holmes, muy admirado por ser uno de nuestros grandes juristas liberales, dejó en claro los límites del liberalismo, límites fijados por un nacionalismo vengativo. Después de que se agotaran todas las apelaciones de Sacco y Vanzetti, se llevó el caso ante Holmes, que desempeñaba su cargo en la Corte Suprema. Se negó a revisar el caso, lo que permitió que se mantuviera el veredicto.

En nuestra época Ethel y Julius Rosenberg fueron enviados a la silla eléctrica. ¿Fue porque eran culpables más allá de una duda razonable de pasar secretos atómicos a la Unión Soviética? ¿O fue porque eran comunistas, como el fiscal dejó claro, con la aprobación del juez? ¿Fue también porque el país estaba en medio de la histeria anticomunista, los comunistas acababan de tomar el poder en China, había una guerra en Corea y el peso de todo eso lo podían soportar dos comunistas estadounidenses?

¿Por qué George Jackson fue sentenciado en California a diez años de prisión por un robo de $70 y luego fusilado por los guardias? ¿Fue porque era pobre, negro y radical?

¿Puede un musulmán hoy en día, en la atmósfera de la «guerra contra el terrorismo», recibir la misma justicia ante la ley? ¿Por qué mi vecino de arriba, un brasileño de piel oscura que podría parecer un musulmán de Oriente Medio, fue sacado de su auto por la policía, aunque no había violado ninguna ley, y fue interrogado y humillado?

¿Por qué los dos millones de personas que hay en las cárceles y prisiones estadounidenses, y los seis millones de personas en libertad condicional, en libertad vigilada, son en su inmensa mayoría, de manera desproporcionada, personas de color, en su inmensa mayoría pobres? Un estudio demostró que el 70% de las personas encarceladas en el estado de Nueva York provenían de siete barrios de la ciudad de Nueva York, barrios de pobreza y desesperación.

La injusticia de clase atraviesa cada década, cada siglo de nuestra historia. En pleno caso de Sacco Vanzetti un hombre rico en la ciudad de Milton, al sur de Boston, disparó y mató a un hombre que estaba recogiendo leña en su propiedad. Pasó ocho días en la cárcel, luego fue liberado bajo fianza y no fue procesado. El fiscal de distrito lo calificó de «homicidio justificable». Una ley para los ricos, una ley para los pobres: una característica persistente de nuestro sistema de justicia.

Pero ser pobre no era el crimen principal de Sacco y Vanzetti. Eran italianos, inmigrantes, anarquistas. Habían transcurrido menos de dos años desde el final de la Primera Guerra Mundial. Habían protestado contra la guerra. Se habían negado a ser reclutados. Vieron la histeria contra los radicales y extranjeros, observaron las redadas llevadas a cabo por los agentes del Fiscal General Palmer en el Departamento de Justicia, que irrumpían en los hogares en medio de la noche sin orden judicial, mantenían incomunicadas a las personas, y las golpeaban con porras y cachiporras.

En Boston fueron detenidas 500 personas, encadenadas y arrastradas por las calles. Luigi Galleani, editor del periódico anarquista Cronaca Sovversiva, al que estaban suscritos Sacco y Vanzetti, fue detenido en Boston y deportado inmediatamente.

Había sucedido algo aún más aterrador. Un compañero anarquista de Sacco y Vanzetti, un tipógrafo llamado Andrea Salsedo, que vivía en Nueva York, fue secuestrado por miembros del Federal Bureau of Investigation (uso la palabra «secuestrado» para describir la captura ilegal de una persona) y recluido en las oficinas del FBI en el piso 14 del edificio Park Row. No se le permitió llamar a su familia, amigos o abogado. Según un compañero de prisión, fue interrogado y golpeado. En la octava semana de su encarcelamiento, el 3 de mayo de 1920, el cuerpo destrozado de Salsedo fue encontrado en la acera cerca del edificio Park Row y el FBI anunció que se había suicidado saltando desde la ventana del piso 14 de la habitación en la que lo habían retenido. Ocurrió solo dos días antes de la detención de Sacco y Vanzetti.

Gracias a los informes del Congreso en 1975 sobre el programa COINTELPRO del FBI, hoy sabemos que sus agentes irrumpieron en casas y oficinas, realizaron escuchas telefónicas ilegales, participaron en actos violentos que llegaron al asesinato y colaboraron en 1969 con la policía de Chicago en el asesinato de dos líderes de las Panteras Negras. El FBI y la CIA han violado la ley una y otra vez. No han recibido castigo.

Ha habido pocas razones para creer que se iban a proteger las libertades civiles de las personas en este país en el ambiente de histeria luego del 11 de septiembre [de 2001] y que continúa hasta hoy. En el país ha habido redadas de inmigrantes, detenciones indefinidas, deportaciones y espionaje nacional no autorizado. En el extranjero ha habido asesinatos extrajudiciales, torturas, bombardeos, guerras y ocupaciones militares.

De igual manera, el juicio de Sacco y Vanzetti comenzó inmediatamente después del Memorial Day, un año y medio después del bacanal de muerte y patriotismo que fue la Primera Guerra Mundial, cuando los periódicos todavía vibraban al redoble de tambores y de la retórica patriotera.

Doce días después del juicio la prensa informó que se habían trasladado los cuerpos de tres soldados desde los campos de batalla de Francia a la ciudad de Brockton y que toda la ciudad había acudido a una ceremonia patriótica. Todo esto estaba en los periódicos que los miembros del jurado podían leer.

Sacco durante el interrogatorio por el fiscal Katzmann:

Pregunta: ¿Amaba usted este país en la última semana de mayo de 1917?

Sacco: Es muy difícil de decir en una sola palabra, Sr. Katzmann.

Pregunta: Hay dos palabras que puede utilizar, Sr. Sacco, sí o no. ¿Cuál es?

Sacco: Sí

Pregunta: ¿Y para demostrar su amor por los Estados Unidos de América, cuando estaba a punto de llamarle a filas, huyó a México?

Al comienzo del juicio el juez Thayer (quien, hablando con un conocido del golf se había referido a los acusados durante el juicio como «esos bastardos anarquistas») dijo al jurado: «Caballeros, les pido que presten aquí este servicio que han sido llamados a realizar con el mismo espíritu de patriotismo, valor y devoción al deber que demostraron nuestros soldados al otro lado del mar”.

Las emociones provocadas por una bomba que explotó en la casa del Fiscal General Palmer durante la guerra, lo mismo que las emociones desencadenadas por la violencia del 11 de septiembre [de 2001], crearon un contexto de ansiedad en el que las libertades civiles se vieron comprometidas.

Sacco y Vanzetti entendieron que cualquier argumento legal que sus abogados pudieran presentar no prevalecería contra la realidad de la injusticia de clase. Sacco dijo al tribunal sobre la sentencia: «Sé que la sentencia será entre dos clases, la clase oprimida y la clase rica […]. Esa es la razón por la que estoy en el banquillo, por haber pertenecido a la clase oprimida.»

Ese punto de vista parece dogmático, simplista. No todas las decisiones judiciales se explican de esta manera. Pero, a falta de una teoría que se ajuste a todos los casos, el punto de visa simple y firme de Sacco seguramente es la mejor guía para entender el sistema legal que uno asume como una disputa entre iguales basada en una búsqueda objetiva de la verdad.

Vanzetti sabía que los argumentos legales no los salvarían. A menos que un millón de estadounidenses se organizaran, él y su amigo Sacco morirían. No con palabras, sino con lucha. No con apelaciones, sino con demandas. No con peticiones al gobernador, sino con tomas de fábricas. No engrasando la maquinaria de un sistema supuestamente justo para que funcione mejor, sino con una huelga general para detener la maquinaria.

Eso nunca sucedió. Miles de personas se manifestaron, marcharon, protestaron, no solo en la ciudad de Nueva York, en Boston, Chicago, San Francisco, sino en Londres, París, Buenos Aires, Sudáfrica. No fue suficiente. La noche de su ejecución miles de personas se manifestaron en Charlestown, pero fueron retenidas lejos de la prisión por gran cantidad de policías. Los manifestantes fueron detenidos. Había ametralladoras en los tejados y grandes reflectores barrían la escena.

Una gran multitud se reunió en Union Square el 23 de agosto de 1927. Unos minutos después de la medianoche las luces de la prisión se apagaron cuando los dos hombres fueron electrocutados. El New York World describió la escena: «La multitud respondió con un llanto gigante. Varias mujeres se desmayaron en quince o veinte lugares. Otras, demasiado abrumadas, se dejaron caer al bordillo y enterraron la cabeza entre las manos. Los hombres se apoyaban en los hombros de los demás y lloraban».

Su crimen definitivo fue el anarquismo, una idea que todavía hoy nos impacta como un rayo por su verdad esencial: todos somos uno, las fronteras y los odios nacionales deben desaparecer, la guerra es intolerable, se deben compartir los frutos de la tierra, y solo a través de la lucha organizada contra la autoridad puede surgir un mundo así.

Lo que nos llega hoy del caso de Sacco y Vanzetti no es solo tragedia, sino inspiración. Su inglés no era perfecto, pero cuando hablaban había cierta poesía. Vanzetti dijo de su amigo Sacco: “Sacco es un corazón, una fe, un carácter, un hombre; un amante de la naturaleza y de la humanidad. Un hombre que dio todo, que sacrificó todo por la causa de la libertad y por su amor a la humanidad: dinero, descanso, ambición mundana, su propia esposa, sus hijos, él mismo y su propia vida. […] Oh sí, puede que yo sea más ingenioso, como algunos han dicho, soy mas charlatán que él, pero muchas, muchas veces, al escuchar su voz desde el corazón, suena una fe sublime, al considerar su sacrificio supremo, recordando su heroísmo, me sentí pequeño, pequeño en presencia de su grandeza, y me vi obligado a luchar contra las lágrimas que acudían a mis ojos, a calmar mi corazón que me latía en la garganta para no llorar ante él, este hombre llamado jefe y asesino, y condenado”.

Lo peor de todo es que eran anarquistas, lo que significa que tenían una idea descabellada de una democracia plena donde no existiera ni el extranjero ni la pobreza, y pensaron que sin estas provocaciones, la guerra entre las naciones terminaría para siempre. Pero para que esto sucediera, habría que luchar contra los ricos y confiscar sus riquezas. Esa idea anarquista es un crimen mucho peor que robar una nómina, y por eso hasta el día de hoy no se puede recordar la historia de Sacco y Vanzetti sin gran ansiedad.

Sacco escribió a su hijo Dante: «Así que, hijo, en vez de llorar, sé fuerte, para poder consolar a tu madre, [… ] llévala a dar un largo paseo por el tranquilo campo, recogiendo flores silvestres aquí y allá, descansando a la sombra de los árboles. […] Pero recuerda siempre, Dante, no uses todo solo para ti en este juego de la felicidad, […] ayuda a los perseguidos y a las víctimas, porque ellos son tus mejores amigos. […] En esta lucha de la vida encontrarás más amor y serás amado»

Sí, fue su anarquismo, su amor a la humanidad, lo que los condenó. Cuando Vanzetti fue detenido, tenía un panfleto en el bolsillo en el que se anunciaba una reunión que se iba a celebrar en cinco días. Se trata de un folleto que podría distribuirse hoy en todo el mundo, tan apropiado ahora como lo fue el día de su detención. Decía: “Has luchado en todas las guerras. Has trabajado para todos los capitalistas. Has vagado por todos los países. ¿Has cosechado los frutos de tu trabajo, el precio de tu victorias? ¿Te consuela el pasado? ¿Te sonríe el presente? ¿Te promete algo el futuro? ¿Has encontrado un pedazo de tierra donde puedas vivir como un ser humano y morir como un ser humano? Sobre estas preguntas, sobre este argumento y sobre este tema, la lucha por la existencia, hablará Bartolomeo Vanzetti”.

Esa reunión no tuvo lugar. Pero su espíritu existe todavía hoy en las personas que creen, aman y luchan en todo el mundo.

Este artículo es un extracto del libro de Howard Zinn, A Power Governments Cannot Suppress, publicado por City Lights. Se publicó por primera vez el 14 de abril de 2007.

El dramaturgo e historiador estadounidense Howard Zinn nació en 1922 y murió en 2010. Fue profesor en el Spelman College de Atlanta (Georgia) y después en la Universidad de Boston. Participó activamente en el movimiento por los derechos civiles y en el movimiento contra la guerra de Vietnam. El más conocido de sus libro es La otra historia de Estados Unidos [editado originalmente por la editorial Hiru y reeditado por la editorial Pepitas de Calabaza]. Otros de sus libros son Nadie es neutral en un tren en marcha (Hiru), Marx en Soho (Hiru), La Bomba (Hiru), The Zinn Reader, The Future of History.

Texto original: https://znetwork.org/znetarticle/sacco-and-vanzetti-by-howard-zinn/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.