A los ochenta años de la ejecución en Massachusetts (EEUU) de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, inmigrantes de origen italiano condenados por un robo y dos asesinatos que no cometieron, tras un simulacro de juicio en el que no se aportaron pruebas suficientes y en el que las tensiones políticas y raciales distorsionaron […]
A los ochenta años de la ejecución en Massachusetts (EEUU) de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, inmigrantes de origen italiano condenados por un robo y dos asesinatos que no cometieron, tras un simulacro de juicio en el que no se aportaron pruebas suficientes y en el que las tensiones políticas y raciales distorsionaron de modo irreversible la acción de la Justicia, su caso sigue estando de actualidad, cuando en EEUU se pone en entredicho la ejecución de la pena capital y se pretende correr una espesa cortina sobre algunas recientes aberraciones judiciales como Guantánamo, la actividad secreta de la CIA o la tortura. También en otros países, sin olvidar España, la acción de la Justicia se ve sometida con frecuencia a severas críticas, no carentes de fundamento.
El escritor, historiador, activista y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Boston, Howard Zinn, ha publicado recientemente una colección de ensayos (A Power Governments Cannot Suppress: Un poder que los gobiernos no pueden eliminar). En este libro, el polifacético analista estadounidense, reforzando y completando -quizá sin conocerlo- el concepto unamuniano de la «intrahistoria», muestra cómo la definitiva verdad histórica no está en las actuaciones de los gobiernos o en las «representaciones cinematográficas del poder», sino en la lucha diaria de los ciudadanos ordinarios que se esfuerzan por que todos podamos vivir en un mundo mejor. Son los inmigrantes, los trabajadores, el pueblo común, cuya historia es la historia real de EEUU, según Zinn, y entre los cuales la memoria de Sacco y Vanzetti ocupa un lugar destacado.
Es interesante averiguar por qué un caso tan antiguo como el de los dos anarquistas suscita todavía interés y por qué, también, contemplar hoy el filme que en 1971 lo llevó a las pantallas sigue produciendo sensaciones de viva intensidad.
Zinn no se anda con rodeos: «El caso Sacco y Vanzetti reveló, de la forma más cruda, que las nobles palabras que presiden nuestras salas de justicia -‘Una Justicia equitativa ante la Ley- siempre han sido una mentira». Y prosigue: «Esos dos hombres, el vendedor de pescado y el zapatero, no podían obtener justicia en el sistema americano, porque la justicia no se aplica por igual al pobre y al rico, al nativo y al emigrante, al biempensante y al radical, al blanco y al negro. Y aunque hoy las injusticias se deslizan por caminos más sutiles e intrincados que en la época de Sacco y Vanzetti, su esencia permanece».
Juzgados y condenados por robo y asesinato, su proceso se desplazó enseguida al plano político. Mintieron a la policía, denegando su afiliación anarquista, porque temían ser detenidos por sus ideas políticas e ignoraban que se les atribuían otros delitos, por los que podrían ser condenados a muerte. Sobre esa su mentira inicial se montaron las razones para desechar todos sus argumentos de defensa y se acumularon luego las acusaciones sin pruebas y los testigos falsos. Pero, advierte Zinn, ¿no mentiría un disidente en la Rusia soviética, enfrentado al KGB? ¿Y un judío, ante la Gestapo? ¿O un negro, en la Sudáfrica del apartheid? Todos estos sabían de sobra que la verdadera justicia no les era aplicable a ellos.
Aunque los anarquistas italianos murieron condenados por robo y asesinato, por lo que en verdad se les juzgó fue por su ideología política. Como en 1953 serían enviados a la silla eléctrica Ethel y Julius Rosenberg, no por espiar en EEUU a favor de la URSS, sino por ser comunistas y manifestarlo abiertamente. Por entonces, la histeria anticomunista, que culminó en el fenómeno del Macarthismo, dominaba el país; el comunismo se adueñaba de China, EEUU luchaba en Corea y el matrimonio judío se encontró en situación análoga a la de los anarquistas italianos 33 años antes.
Por lo que el asunto de Sacco y Vanzetti sigue suscitando hoy interés es, sobre todo, porque pone de manifiesto la facilidad con la que se corrompe un sistema judicial que se considera invulnerable. En un clima de sobreexcitación patriótica posbélica y de temores revolucionarios (como ocurría en EEUU en 1920, cuando tuvo lugar el juicio), la Justicia buscó sobre todo un castigo ejemplar, violentando todos los mecanismos teóricos de defensa de las libertades y los derechos civiles de los ciudadanos. Dejó de ser imparcial y justa. Solo supo ser vengativa y torpemente ejemplarizante.
La obsesión antiterrorista se extiende hoy por el mundo y las implicaciones delictivas de ciertos sectores islámicos resultan inocultables. En tales circunstancias reconforta observar la limpieza del proceso que se ha seguido en España contra los implicados en el sangriento «11 de marzo» madrileño. Es de lamentar que algunas recientes derivaciones mediáticas, inexplicablemente inoportunas y que afectan al juez que con energía, paciencia y profesionalidad dirigió el proceso, hayan ensuciado lo que, hasta ahora, se ha mantenido lejos de las vergonzosas distorsiones jurídicas que llevaron a la silla eléctrica a Sacco y Vanzetti, y que han encerrado a numerosos inocentes en la ignominia jurídica de Guantánamo, de Abu Ghraib o las prisiones secretas de la CIA.