Es la tormenta perfecta. Y no estoy hablando de los peligros inminentes que enfrentan los demócratas. Estoy hablando de los peligros que enfrenta nuestra democracia. En primer lugar, los ingresos en Estados Unidos están hoy más concentrados en menos manos de lo que han estado en 80 años. Casi una cuarta parte del ingreso total […]
Es la tormenta perfecta. Y no estoy hablando de los peligros inminentes que enfrentan los demócratas. Estoy hablando de los peligros que enfrenta nuestra democracia.
En primer lugar, los ingresos en Estados Unidos están hoy más concentrados en menos manos de lo que han estado en 80 años. Casi una cuarta parte del ingreso total generado en los Estados Unidos va al primer uno por ciento de los estadounidenses.
Los individuos al tope de la décima parte del uno por ciento de la población estadounidense ganan tanto como los últimos 120 millones de nosotros.
¿Quiénes son estas personas? Con la excepción de unos pocos empresarios como Bill Gates, son los altos ejecutivos de grandes corporaciones y de Wall Street, gerentes de fondos de cobertura, y administradores de capital privado. Entre ellos están los hermanos Koch, cuya riqueza aumentó en miles de millones de dólares el año pasado y que en la actualidad financian a los candidatos del Tea Party en todo el país.
Lo que nos lleva a la segunda parte de la tormenta perfecta. Relativamente pocos estadounidenses están comprando nuestra democracia como nunca antes. Y lo hacen totalmente en secreto.
Cientos de millones de dólares son invertidos en publicidad a favor y en contra de candidatos – sin haber huellas de dónde vienen los dólares. El dinero es lavado mediante un puñado de grupos. Fred Maleck, a quien ustedes recordarán como director adjunto en la administración Nixon del famoso Comité para Reelegir al Presidente (llamado CREEP en el escándalo Watergate), encabeza uno de esos grupos. El operativo republicano Karl Rove dirige otro. La Cámara de Comercio de EE.UU., un tercer grupo.
El juicio Ciudadanos de la Corte Suprema Unidos vs. la Comisión Federal de Elecciones lo hizo posible. La Comisión Federal de Elecciones dice que sólo el 32 por ciento de los grupos que pagan los anuncios electorales divulgan los nombres de sus donantes. En comparación, en la elección intermedia del 2006, el 97 por ciento los divulgaron; en 2008, casi la mitad lo hicieron.
Hemos vuelto a fines del Siglo XIX, cuando los lacayos de los barones ladrones literalmente depositaban sacos de dinero en efectivo sobre los escritorios de los legisladores amigos. El público nunca supo quién sobornaba a quién.
Justo antes de entrar en receso, la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley que requeriría que los nombres de todos los donantes fueran divulgados públicamente. Pero no pudo pasar por el Senado. Todos los republicanos votaron en contra. (Para ver hasta qué punto el Partido Republicano ha llegado, casi diez años atrás la divulgación de fondos de campaña fue apoyada por 48 de los 54 senadores republicanos.)
Y aquí está la tercera parte de la tormenta perfecta. La mayoría de los estadounidenses están en apuros. Sus puestos de trabajo, ingresos, ahorros y hasta sus hogares están en peligro. Ellos necesitan un gobierno que trabaje para ellos, no para los privilegiados y los poderosos.
Sin embargo, sus impuestos estatales y locales están aumentando. Y sus servicios son reducidos. Los maestros y los bomberos son despedidos. Las carreteras y puentes que necesitamos se están desmoronando, las tuberías se quiebran, las escuelas están en mal estado, y las bibliotecas públicas son clausuradas.
Prácticamente no hay ley de empleos. No hay WPA [Work Projects Administration] que contrate a aquellos que no pueden encontrar trabajo en el sector privado. El seguro de desempleo no cubre a la mitad de los desempleados.
Washington dice que nada se puede hacer. No queda dinero.
¿No queda dinero? La tasa de impuesto sobre la renta marginal entre los más ricos es la más baja que ha existido en más de 80 años. Durante la presidencia de Dwight Eisenhower (a quien nadie hubiera acusado de ser un radical) la tasa fue del 91 por ciento. Ahora es de 36 por ciento. El Congreso sigue luchando por poner fin al recorte temporal de impuestos decretado por Bush para los ricos y por devolverlos a la tasa Clinton del 39 por ciento.
En todo caso, gran parte de los ingresos de los mayores ganadores son tratados como ganancias de capital – sujetas a un impuesto del 15 por ciento. El típico gerente de fondos de cobertura y de capital privado pagó sólo el 17 por ciento el año pasado. Sus ingresos no eran precisamente modestos. Los 15 principales administradores de fondos de inversión ganaron un promedio de mil millones de dólares.
El Congreso ni siquiera quiere volver al impuesto sobre el patrimonio que existía durante el gobierno de Clinton – que se aplica sólo a aquellos en el primer 2 por ciento de los ingresos.
No va a limitar las deducciones fiscales de los más ricos, que incluyen pagos de intereses sobre hipotecas de varios millones de dólares. (Sin embargo, Wall Street se niega a permitir que los propietarios de viviendas que no pueden cumplir con los pagos hipotecarios incluyan su residencia principal en solicitudes de bancarrota personal.)
Hay un montón de dinero para ayudar a los estadounidenses varados, pero no existe la voluntad política para hacerlo disponible. Y en la forma en que el dinero secreto está inundando nuestro sistema político, habrá aún menos voluntad política en el futuro.
La tormenta perfecta: una concentración sin precedentes de ingresos y riqueza al nivel superior, una cantidad récord de dinero secreto que inunda nuestra democracia, y un público cada vez más airado y cínico ante un gobierno que está aumentando sus impuestos, reduciendo sus servicios, e incapaz de darle trabajo.
Estamos perdiendo nuestra democracia a un sistema diferente. Se llama plutocracia.