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Entrevista a Ferran Iniesta Vernet, profesor en la Universitat de Barcelona e impulsor del Centre d’Etudis Africans (CEA)

«Se pueden aprovechar cosas puntuales que ofrece el sistema moderno, pero no los pilares de sustentación del edificio»

Fuentes: Revista Pueblos

El exilio en París llevó a Ferran Iniesta Vernet a devorar libros sobre África en un hogar de jóvenes trabajadores y guiado por un amigo, Isa Traoré. Los primeros libros, eruditos y dedicados a la historia del continente, escritos por europeos. Los siguientes, metodológicamente más flojos pero mucho mejores en contenido, apasionantes y llenos de […]

El exilio en París llevó a Ferran Iniesta Vernet a devorar libros sobre África en un hogar de jóvenes trabajadores y guiado por un amigo, Isa Traoré. Los primeros libros, eruditos y dedicados a la historia del continente, escritos por europeos. Los siguientes, metodológicamente más flojos pero mucho mejores en contenido, apasionantes y llenos de fuerza, por africanos, sobre todo de Senegal y Malí. Actualmente profesor de Historia de África en la Universitat de Barcelona e impulsor del Centre d’Estudis Africans, este «trotskista contestatario» en la heterodoxia de la heterodoxia, decidió en 1977 irse a África para conocer a uno de estos autores, Cheikh Anta Diop, «el físico nuclear senegalés que decía que el Antiguo Egipto era negro».

¿Coincidió la idea que llevabas de África con el África que te encontraste?

Para mí África no era el continente maltratado por la colonización, para mí era el África clásica de los siglos VIII al XIV, con grandes Estados. Yo estaba buscando a los descendientes de esa África clásica y me encontré con una gente genial pero desconcertante. Me pasé un año totalmente descolocado, porque lo que encontré no concordaba con mi percepción bucólica. Eran tramposos, mentían y no siempre cumplían lo que decían: eran perfectamente de esta especie. Funcionaban a otro ritmo, de otro modo, y eso a nosotros, occidentales modernos, nos pone muy nerviosos. Tardé un año en adaptarme y al cabo de ese tiempo creo que comencé a africanizarme. Empecé a hacer las cosas con más calma y, para mi sorpresa, el tiempo cundía. Este primer periodo en Dakar, donde estuve con mi compañera y madre de mi hijo, fue muy interesante. Desde Dakar comencé a hacer incursiones al África del Oeste, hasta Chad y el lago Chad, metiéndonos en Camerún y conociendo toda la costa del Golfo de Guinea.

-¿Ha cambiado África en este tiempo?

En líneas generales, en términos sociales está peor. Las universidades funcionaban y ahora la mayoría de ellas no funcionan o lo hacen muy mal. Hay alguna excepción, como la de Cheikh Anta Diop (Dakar), pero no es lo más frecuente. El hacinamiento en las ciudades ha aumentado y hay también menos actividad enérgica por parte de los gobiernos para tratar de hacer cosas útiles. Pero lo que sí ha ido bien, y de manera bastante ostensible, es que ahora no respetan tabúes desde el punto de vista teórico y político. Cuando llegué a África estaba terminantemente prohibido hablar de etnias y tribus: la ciencia decía que no existían, que eran manipulaciones coloniales. Había algunas obras tradicionales de referencia, pero muy pocas. Ahora se dan debates políticos de primer nivel en cualquier ámbito sobre etnias, tribus o religiosidad, política internacional, etc.

-¿A qué crees que se debe este cambio, esta «pérdida de respeto»?

Simplemente, todas las verdades predicadas, primero por la colonización y luego por los científicos occidentales, se fueron al cuerno. Aquello del desarrollo de base socialista, el desarrollo de base liberal, el oscurantismo de las religiones… Todo se ha caído por su propio peso. Mis colegas de Dakar, que eran prácticamente ateos, perseguidores casi marxistas de cualquier interpretación religiosa, hacen ahora el Ramadán. El freno era el propio modelo que se les estaba vendiendo, con lo cual hay una reubicación indispensable de la gente. Esto lo he visto en todas las zonas de África que he visitado.

-¿Qué hacemos entonces con ese modelo que se les vendía?

Puedes aprovechar un sistema electoral como una ayuda a un funcionamiento social, o un sistema médico que en determinadas cosas te puede proteger. Hay cantidad de cuestiones que pueden aprovecharse, pero se podría discutir por ejemplo sobre los beneficios del sistema escolar. ¿Qué es lo que constituye la mayoría de edad de un individuo en un contexto africano? ¿Qué se aprende? Si lo que se aprende lo único que te da es arrogancia respecto a tus padres, abuelos o gente mayor, y la negativa a trabajar en lo que la gente realmente trabaja… Quizás para ese viaje no se necesitaban alforjas. Se pueden aprovechar cosas puntuales que ofrece el sistema moderno, pero no los pilares de sustentación del edificio: el individualismo, que sólo lleva a la angustia o al suicidio si tienes coraje, o el progresismo, que sólo lleva a la destrucción sistemática de las relaciones entre el individuo y el grupo con el medio. Desde este punto de vista África está mejor ahora, porque sabe que aquellas recetas de desarrollo y de felicidad eran mentira. Han hecho más balance las poblaciones que los gobiernos occidentalizados. Se necesita un giro y esto se está comenzando a discutir en las universidades, en gobiernos y oposición, etc. Es aún incipiente, minoritario, pero lo vivo en la realidad de la universidad y fuera de ella.

-Desde España, ¿se siguen planteando las mismas recetas, ahora con el Plan África?

Lo que me parece bueno del Plan África es que por primera vez el Estado español ha diseñado una política para África. Está movido por una razón básica: recuperar el dinero que coloca como Unión Europea. Se han aprendido algunas casas, como que medianas y pequeñas empresas españolas pueden ser competitivas en África, porque allí desembarcan por lo general grandes empresas de países como Inglaterra o Francia. Por primera vez han puesto el acento en cuestiones culturales, porque se han dado cuenta de que los africanos están de uñas y dientes contra la arrogancia y la prepotencia cultural de ingleses y franceses, principalmente de franceses. Pueden penetrar en cotos ajenos gracias a las torpezas de estos. El discurso del Plan África es mucho más amable y mucho más soportable para los gobiernos africanos que el que tiene la cooperación francesa, que es impresentable. ¿Es malo para África este Plan? No, yo diría que forma parte de la gangrena y la intoxicación general. Diversifica los virus y los interlocutores, y no hay nada mejor para un colonizado que tener varios amos colonizadores… porque en general pierden más el tiempo discutiendo entre ellos que machacando al colonizado. En resumen y para entendernos: aceptemos el Plan África como un nuevo virus que evita que todo el espacio esté cubierto por los virus habituales.

-¿Cómo ves el conocimiento que tiene sobre África la población española?

En los años 70 era nulo, la mayoría de la gente no tenia idea ni de que había existido Guinea Ecuatorial. Puestos a no tener, casi no teníamos ni tópicos. Las personas no eran nada conscientes de la realidad africana. Tenemos el prejuicio del negro, que deriva de una larga historia europea, pero no teníamos ni los estereotipos racistas. Ahora hay más conocimiento, pero de africanos inmigrados. Es lo que se enseña en las portadas de los periódicos, en los informativos, donde están abrigados con mantas al llegar, lo que incrementa la sensación de que ahí solo hay hambre, guerra. Se nos crea la idea de que vienen todos huyendo, pero es mentira. En general no huyen ni del hambre ni de la guerra: vienen persiguiendo un sueño.

-¿Podemos decir entonces que es mejor no estar informados que estar mal informados?

(Silencio, risas). Casi. Las personas africanas tienen el beneficio perverso de que como nuestro enemigo y odio histórico es «el moro», basta con que haya unos cuantos magrebíes para que la inquina y la mala leche se desvíe hacia ellos. Incluso las personas muchas veces pueden ignorar que el africano que tienen a su lado es musulmán. Estoy convencido de que hay mucha gente que no lo piensa: «es negro y por lo tanto no es musulmán.» Hemos estado trabajando veinte años en universidades y hemos ido formando gente, ahora ya hay profesorado joven en el País Vasco, en Madrid y en otras universidades. Nos esforzamos por dar explicaciones de tipo científico de todo lo que ocurre, sea económico o histórico, pero la idea que tiene la gran parte de la población sobre África es la de unas sociedades atrasadas de tipo primitivo.

-¿El mundo de la cooperación tiene algo que ver con todo esto?

Claro, lo fomenta. El movimiento existe porque hay una necesidad de ayudar a gente en situación precaria, parte de una idea amable de socorrer. Esto está ahí y es una invitación a reflexionar filosóficamente sobre los valores básicos europeos: cómo entendemos el mundo, qué creemos que vale la pena, qué es lo no soportable (por ejemplo, que alguien pase hambre). En la práctica, esa necesidad que hoy es la de ayudar a los desvalidos, hace 200 años llevó al Parlamento inglés a suprimir el comercio de esclavos. Ese movimiento existía a lo largo del siglo XVIII pero, ¿cuándo se impuso? En el momento en el que el Estado británico pudo prescindir de las plantaciones americanas y desarrollar una activa política industrial. Se hicieron antiesclavistas 50 años antes que los franceses. Con esto no estoy diciendo que los movimientos de ideas sean subsidiarios, pero muchas veces su irrupción masiva en el panorama social sólo se realiza cuando hay una fractura política grave, o económica. Lo que está pasando hoy con la cooperación es que en los años 90 los Estados europeos y occidentales en general dejaron de cooperar con África. Se acabaron los acuerdos bilaterales, se acabaron las ayudas. El Estado portugués bajó de 10 a 3 en su ayuda a África, pero las ONGD subieronen Portugal de 0 a 1. Portugal, como Estado, hacía una generosa concesión a las ONGD y a la sociedad civil de dinero y de ayudas, y camuflaba de ese modo que había bajado la ayuda a África de 10 a 4. Utilizaba a las ONGD como escudo protector.

-Entonces, ¿qué hacer con la cooperación?

¿Hay que cortar la cooperación? No lo tengo claro. Si hablamos en términos filosóficos, sí. Retirada inmediata de todo lo moderno occidental, ni armas ni medicamentos. Las generaciones venideras tendrán que batallar para conseguirlo, pero en términos inmediatos no es del todo realista. Hay que seguir debatiendo con los expertos en cooperación, que son normalmente sus peores críticos. Ese debate es saludable y necesario, tanto en la cooperación estatal como en la privada, así como que haya un sector duro, intransigente, que en un debate abogue por la retirada total de la cooperación. Hay un tipo de cooperación que ayuda a la gente en barrios, a que los profesores se puedan reciclar correctamente, a mejorar el sistema universitario o a reorganizar el sistema agrario. Todo eso abre un abanico de posibilidades que permite una cooperación menos espectacular, menos gubernamental, de resultados más discretos pero probablemente más sólidos. Pero exige muchos cambios, como dejar de operar con mentalidad de gran ONGD multinacional y de poner el grito en el cielo si al desarrollar un proyecto de once millones de euros éste se queda sin cuatro, que pasan al gobierno central, al regional, a las autoridades étnicas locales y a las autoridades religiosas. Algunas ONGD no han aprendido nada en veinte o treinta años en una cuestión elemental, la concepción africana de reconocimiento de poder y de articulación: «Tú que eres un extranjero, por más que vengas a ayudar, se te da permiso de acceso y de contacto. Estás protegido por la autoridad central y no debieras insultarla como ladrones ni estafadores, estás en un país independiente».

-¿Qué nos puedes contar sobre la llamada piratería en la costa africana?

Como historiador puedo decir algo «divertido». El primer documento escrito sobre la costa oriental africana, a mediados del siglo primero de la era cristiana, «Periplo del Mar Eritreo», dice lo siguiente: en la costa al Sur del Cabo Elefante, los habitantes tienen una ocupación profesional reconocida, a excepción de la pesca o algún rebaño que otro en la costa: la piratería. Hablamos de un texto que tiene 2.000 años. Son los mismos, tienen un aire de familia. Son poblaciones nómadas porque están abocadas a una zona desértica, los recursos son escasos, pescan, pero de vez en cuando echan mano a otros recursos: la gente que pasa por ahí. Y no hay necesariamente una voluntad perversa de hacer mucho daño… Pero hermanitas de la caridad no son. Si me pillan, muy tranquilo no estaría. No soy experto en el tema, pero estamos hablando de una zona de alta concentración de pesca, por las corrientes. Si pescas en las costas de Kenia o en las de Tanzania, no es que el Estado sea muy musculoso pero existe, esta ahí, y no tiene mucha cosa, pero sí alguna patrullera que otra. Los somalíes no tienen nada, absolutamente nada. Por no haber no hay ni Estado. Se lo cepillaron los americanos en el año 91 con Bush padre. Cuando decidió que iba a dar una lección ejemplar al mundo, un nuevo orden mundial después del derrumbamiento del bloque socialista, se metió enun avispero y tuvo que salir luego Clinton con el rabo entre las patas. Pero no quiero banalizar con el tema. Entiendo que la gente se puede asustar mucho y lo puede pasar muy mal pero, dicho en términos africanos, que a los somalíes es probable que no se les haya ocurrido: «El 70 por ciento de la riqueza petrolera mundial ensucia nuestras costas. Si no nos estamos quejando, pero dejen algún barril que otro de paso, o algún petrodólar» Hay que preguntar a esas ONGD si es que creen que los Estados africanos no son independientes y, por lo tanto, siguen siendo colonias y el blanco no tiene que reconocer a nadie.

Urbano de la Cruz Benito es colaborador de Paz con Dignidad.  

Andrea Gago Menor forma parte del consejo de redacción de Pueblos.

Este artículo ha sido publicado en el nº 40 de la Revista Pueblos, diciembre de 2009.

Fuente: http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1793