La evidencia ha erosionado el consenso neoliberal, y hoy una mayoría de estadounidenses repudia el que empresas y ricos no paguen su parte en impuestos.
Durante las últimas semanas crecieron las dudas sobre una recuperación virtuosa de la economía global: importantes economistas hablan de una amenaza de estanflación y advierten que la combinación actual de políticas monetarias, crediticias y fiscales persistentemente laxas estimulará en exceso la demanda agregada y conducirá a un recalentamiento inflacionario.
El experto en crisis Nouriel Roubini advirtió que la amenaza de la estanflación es real y auguró el fin del “justo medio” en los mercados, producto del enorme endeudamiento; mientras el veterano economista londinense Michael Roberts denunció la trampa contenida en los instrumentos financieros contemporáneos. Ambos coinciden en un punto crucial: la creciente desigualdad es la principal causa de las turbulencias que vendrán.
La FED (el banco central estadounidense) redujo su pronóstico de crecimiento del PIB real para este año a 5.9% desde el 7% de su proyección de junio, pero elevó su pronóstico para el 2022 a 3.8%, desde 3.3% ). Más preocupante para los mercados de inversión y para los asalariados, es que se espera que la inflación en EEUU promedie un 4,2% este año antes de volver a caer al 2,2% el próximo año; y la tasa de desempleo se mantendrá por encima de los niveles prepandémicos este año y el próximo.
La gran pregunta para la Fed es si debería dejar de inyectar enormes cantidades de efectivo en el sistema bancario supuestamente para respaldar a las empresas durante la crisis del COVID. La aceleración de la inflación puede ser un problema en este momento en EEUU y otras economías capitalistas en recuperación, y ciertamente afecta cualquier recuperación de los ingresos laborales.
Pero para el capitalismo la rentabilidad es el punto de referencia real y puede verse seriamente afectada por aumentos salariales por un lado y aumentos de intereses por el otro. Si es así, esa es la base para una nueva recesión, recuerda Roberts.
Mientras tanto, la noticia que puso en vilo al mundo fue Evergrande, el gigante inmobiliario chino que amagó quebrar y llevarse puestas las bolsas de Occidente.
Pero los principales economistas del Fondo Monetario Internacional, hacen oídos sordos a la realidad y a los augurios de los expertos y señalan que los agentes de la salvación son los mismos de siempre: los fondos de inversión, a quienes sugieren ser más “resilientes”, mientras el inglés The Guardian denuncia el oscuro papel de las consultorías privadas que desde la era de Margaret Thatcher maniatan cualquier intento del poder público por regular en función del bien común.
Hay datos incontrastables: la deuda mundial volvió a dispararse este año y alcanzó un record de 296 billones de dólares. La cifra supera en 36 billones los niveles de deuda prepandemia y equivale a un 353 por ciento del PIB de la economía global, según el Instituto Internacional de Finanzas.
Sólo en el segundo trimestre de este año el incremento de los pasivos globales fue de casi cinco billones de dólares. El informe ratifica uno de los principales problemas que deberán resolver tanto las economías desarrolladas como emergentes en los próximos años. Para muchos analistas el resultado terminará siendo una gran crisis de deuda.
El corazón del debate se encuentra en el crecimiento exponencial de la desigualdad que ha acompañado a la implementación de un modelo fiscal basado en el dogma neoliberal según el cual, al disminuir los impuestos a los dueños de grandes capitales, éstos invertirán su riqueza y detonarán el crecimiento económico y la creación de empleos.
Ahora que Ángela Merkel se jubila, no hay que olvidar que en medio de la tempestad provocada por la pandemia, junto al presidente francés Emmanuel Macron, presentó un plan de reactivación económica por un monto de 500 mil millones de euros para “ayudar a los sectores y a las regiones más afectadas”.
Muy lindo título, pero allí estaba la semilla de la mutualización de la deuda. Aunque Merkel dijo que dicho principio debe ser una herramienta “excepcional”, con ese plan se rompió uno de los pilares de la filosofía alemana ante la deuda, al aceptar que se pusiera de lado su sacrosanta disciplina presupuestaria y que, por consiguiente, las ayudas fueran financiadas por deuda emitida por la Comisión Europea.
Los rankings
El ranking Doing Business, fue parido por el Banco Mundial (2003) para medir “objetivamente” la facilidad para hacer negocios en cada país. Un buen lugar en ese ranking podía ser esgrimido para atraer inversión extranjera, junto a otro ranking aun más subjetivo, el tristemente célebre ‘índice de riesgo país’ inventado por la OCDE en 1997.
El Banco Mundial, de un lado, y la OCDE del otro, alegan que sus rankings son la objetividad misma, la rectitud y la honestidad traducida en cifras, pero Edward Prescott –premio Nobel de Economía 2004– señaló que “Tal vez sería mejor, simplemente, acabar de una vez con el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones”.
No hace mucho, la páginas web del Banco Mundial señaló que después de que fuesen conocidas internamente irregularidades en los datos del Doing Business 2018 y 2020, la dirección del BM detuvo la publicación del siguiente informe e inició una serie de verificaciones y auditorías relativas al ranking y su metodología.
Para más, The Economist indicó que la actual Directora-Gerente del FMI debiese renunciar a su cargo, porque cuando estuvo en el Banco Mundial (2003) manipuló las cifras para favorecer a China en el ranking Doing Business. En 2017, Li Keqiang, primer ministro chino, se quejó de que su país aparecía detrás de sus pares. Luego, funcionarios del Banco Mundial modificaron criterios, simplificaron procedimientos y se las arreglaron para que China obtuviese un mejor lugar en el ranking.
Biden y los superricos
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, llamó al Congreso a aprobar un alza de impuestos para los más ricos: es hora de que las grandes corporaciones y las personas más acaudaladas paguen su justa parte, dijo, al anunciar una medida que busca revertir los radicales recortes fiscales impulsados por Donald Trump.
De aprobarse, pondría fin a cuatro décadas de profundización de un sistema impositivo regresivo y sumamente favorable para el uno por ciento más rico: en la década de 1950, este sector pagaba hasta 92 por ciento de impuestos sobre ingresos personales, pero hoy apenas desembolsa 23 por ciento, una tasa menor a la vigente para el 50 por ciento más pobre de la población.
Lo que ocurre en la superpotencia se refleja a escala internacional en el avance de iniciativas como el acuerdo histórico alcanzado por el G-20 en julio pasado para crear un impuesto global mínimo a las empresas multinacionales, el cual permitirá recaudar 150 mil millones de dólares anuales de las 10 mil grandes compañías cuya facturación supera 890 millones de dólares. Paños tibios.
La realidad es incontrastable, pese a que académicos e instituciones financiados por las élites lo niegan o disfrazan. La evidencia, la realidad, ha erosionado el consenso neoliberal, y hoy una mayoría de estadounidenses repudia el que empresas y ricos no paguen su parte en impuestos.
Lo cierto es que el país vive las consecuencias del desastre social y humano que ha dejado tras de sí el neoliberalismo, que se vio acelerado por la pandemia. A causa de la dupla crisis-pandemia, millones de personas perdieron sus empleos y experimentaron una pérdida sustancial en su calidad de vida, pero los 719 estadounidenses con fortunas superiores a mil millones de dólares vieron su riqueza incrementarse en 55 por ciento.
Lo más grave es que el sistema fiscal, creado por y para los más ricos, está diseñado para permitir a los millonarios evadir legalmente ese gravamen. El 55 por ciento de las grandes empresas pagó cero impuestos federales el año pasado, y las 25 personas más ricas de Estados Unidos abonaron una tasa efectiva de impuestos de 3.4 por ciento sobre sus ganancias entre 2014 y 2018.
Muchos de estos ultrarricos no pagaron ni un centavo al fisco durante varios de los últimos 15 años, y algunas de las 500 empresas estadounidnses más grandes no sólo no pagaron, sino que obtuvieron rembolsos por miles de millones de dólares del gobierno federal.
La propuesta, que está detenida en el Congreso por la minoría republicana en ambas cámaras, señala que quienes ganen más de 400 mil dólares al año deben pagar una tasa impositiva de 39.6 por ciento, la misma que se cobraba durante la presidencia del republicano George W. Bush (2001-2009).
Si bien hasta ahora no se han anunciado aumentos de impuestos para los más ricos en México, esta misma tendencia se encuentra presente en el fin de las condonaciones de impuestos aplicadas en los sexenios anteriores, así como en la reforma legal que hizo de la evasión fiscal un delito grave para acabar con la deplorable normalización de esta práctica.
Cabe esperar que prosperen éstas y otras propuestas para terminar con un modelo económico y fiscal consistente en la concentración de riqueza en muy pocas manos a expensas del bienestar de las mayorías, pues ya resulta indefendible que los Estados sostengan el modo de vida de los ultra ricos a través de recortes masivos a la inversión pública y a derechos humanos elementales como salud, educación, vivienda y seguridad social.
La deuda mundial
La deuda mundial volvió a dispararse este año y alcanzó un record de 296 billones de dólares. La cifra supera en 36 billones los niveles de deuda prepandemia y equivale a un 353 por ciento del PIB de la economía global. Los datos fueron publicados en uno de los últimos informes del Instituto Internacional de Finanzas y ratifican uno de los principales problemas que deberán resolver tanto las economías desarrolladas como emergentes en los próximos años. Algunos analistas ya pronostican una gran crisis de deuda.
En el documento se advierte que sólo considerando el segundo trimestre de este año el incremento de los pasivos globales fue de casi 5 billones de dólares. Es decir una cifra que representa más de diez veces el tamaño de la economía de la Argentina.
En países como Alemania y Francia se concentró la mayor cantidad de nuevas colocaciones. La Zona Euro alcanzó a registrar un stock de deuda de más de 56 billones de dólares. No hay que olvidar que la región ya tuvo en la última década un problema de sobreendeudamiento que provocó serios problemas en España, Portugal y Grecia tras las crisis del 2008.
En los mercados emergentes la deuda también continuó en aumento y se elevó a casi 36 billones de dólares. Desde el inicio de la pandemia aumentó en más de tres billones. Entre los países que enmarcaron esta suba sobresalieron Brasil y Rusia. En contraste, la India fue una de países en que bajó el stock de endeudamiento.
Para los países no desarrollados se observaron dos tendencias. Por un lado, continuó subiendo la composición de la deuda en moneda extranjera dentro de la deuda total. Por otro lado, en 2021 se moderaron los incumplimientos en el pago de los bonos soberanos. Se registraron únicamente tres eventos: el primero fue el de Zambia que no pagó sus eurobonos, mientras que los otros fueron de Belice y Surinam que difirieron el pago de sus compromisos financieros.
En el informe del Instituto Internacional de Finanzas se mencionó además que el endeudamiento mundial de los hogares es otro de los principales problemas. Por el incremento en el precio de las viviendas, los pasivos de este segmento de la población aumentaron en más de 1,5 billones de dólares en 2021 y se ubicaron en 55 billones. EEUU lideró el avance de este segmento de deuda.
*Economista y docente argentino, investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)