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Ser muchos y sufrir poco (o confesiones de un abstencionista que ha avalado la candidatura Podemos)

Fuentes: Rebelión

Recuerdo una conferencia de Agustín García Calvo en el Ateneo de Madrid. Durante el turno de preguntas un hombre le recriminó la oscuridad de su argumentación. «No he entendido nada…», empezó a decir. García Calvo no le dejó seguir. «¡Me ha entendido perfectamente!», le gritó. Me gustó mucho porque creo que algo así deberíamos decir […]

Recuerdo una conferencia de Agustín García Calvo en el Ateneo de Madrid. Durante el turno de preguntas un hombre le recriminó la oscuridad de su argumentación. «No he entendido nada…», empezó a decir. García Calvo no le dejó seguir. «¡Me ha entendido perfectamente!», le gritó. Me gustó mucho porque creo que algo así deberíamos decir la gente de izquierda. Pero no a los demás sino a nosotros mismos: ¡Nos entienden perfectamente!

La izquierda se ha convertido en una tradición política para héroes morales e intelectuales. Pensamos que lo que necesita esa gente ilusionada con el partido del domingo o con un concierto de David Bisbal es un buen par de hostias o un seminario intensivo sobre Toni Negri. Tenemos que romper con esa herencia envenenada. Porque es exactamente al revés. Rosa Díez dijo que millones de españoles son de UPyD y no lo saben. Tiene razón. Pero también hay millones de anticapitalistas que aún no saben que lo son. De hecho, son las mismas personas. Vivimos un momento extraño en el que se puede estar a punto de ser anticapitalista o de UPyD. De nosotros depende hacia donde se incline la balanza. Porque hoy las aspiraciones del común de las personas son profundamente subversivas. Fundar un hogar, cuidar de nuestra familia y de nuestros amigos, adquirir un oficio, ser respetados por nuestros iguales, aprender y crecer como ciudadanos libres… Todo ello obliga a transformar de arriba abajo el mundo que conocemos. El mero sentido común nos enfrenta a los dementes trajeados que desde los parlamentos y los consejos de administración tratan de arrasar nuestras vidas.

Hace unos días, mi dentista me explicaba que me iba a poner un tipo de empaste que ya no se usa mucho pero que ella consideraba preferible en mi caso. Me contó que las empresas farmacéuticas constantemente sacan productos nuevos de eficacia discutible. La mayoría ofrecen mejoras estéticas, aunque suelen ser peores desde el punto de vista médico. La industria se aprovecha de nuestra necesidad de parecer inmunes al paso del tiempo, del rechazo de nuestra propia fragilidad, me dijo en tono reflexivo. Somos gallinas ponedoras, concluyó, lo único que importa es que sigamos produciendo un día más, como si nada pasara. Allí tumbado, atontado por el sonido del torno y la anestesia, pensé que si la izquierda no es capaz de convencer a alguien como mi dentista de que nuestro proyecto político es también el suyo, entonces no nos merecemos la oportunidad de cambiar las cosas.

Rafael Barrett, un escritor anarquista de principios del siglo XX, recordaba así al monarca que reinó mientras se desarrollaba la Revolución Francesa: «Luis XVI acostumbró desde adolescente a consignar en un cuadernito los acontecimientos diarios. Nada tan sugestivo como la ausencia mental de este desgraciado, que nunca se enteró de lo que pasaba en su país. La ocupación favorita del Rey era la caza. Según las estadísticas que él mismo preparaba, Luis XVI mató en trece años 189.251 piezas y acostó 1.274 ciervos; el 28 de junio de 1784 mató 200 golondrinas. Anota en su diario los 43 baños que le recetan en 26 años, dos indigestiones, varios resfríos y ataques de hemorroides. Cuando no hay caza, audiencia ni indisposición, se contenta con escribir: Nada. Las convulsiones de Francia no llegan hasta él. En todas las fechas famosas de 1789 y de 1791 se encuentra en el cuadernito la sempiterna palabra: Nada».

Llevamos tres décadas dejando que políticos, empresarios y medios de comunicación anoten en nuestros diarios «nada». En cada debate, en cada editorial, en cada telediario siempre lo mismo: «nada». Al final nos lo hemos llegado a creer y nosotros mismos nos lo decimos: nada, nada, nada… Pero, ¿y si ya hubiese pasado? ¿Y si la Bastilla ya hubiese sido tomada y sencillamente necesitáramos creérnoslo? Casi siempre nos olvidamos de cómo estaban las cosas hace apenas cuatro años. Hoy hablamos y pensamos de una manera distinta. Mi panadera sabe lo que es un escrache, mis vecinos jubilados odian a los banqueros, en el parque infantil se habla de huelgas…

Necesitamos que esa energía anegue las instituciones. Nos encontramos en una situación inempeorable para ello, es verdad. El poeta Antonio Gamoneda me habló una vez, en tono muy irónico, de su participación en un grupúsculo antifranquista en el León de los años cincuenta: «Éramos pocos, pero sufríamos mucho», me dijo riendo. Es un excelente resumen de la historia reciente de la izquierda.

Dice mucho del estado de la democracia que nuestra mejor opción sea la candidatura de un tertuliano con coleta. No hace falta que nadie me lo recuerde. Soy abstencionista, nunca he votado excepto en contra de la Constitución Europea. Así que tengo todo un cargamento de argumentos cínicos en contra de Podemos. En realidad, sólo tengo un motivo a favor, aunque increíblemente poderoso: está funcionando.

Sí, está funcionando. De una forma desordenada, abrupta, contradictoria, fea, como todos los procesos políticos importantes. A mí me basta. El entusiasmo, no sólo el miedo, debe cambiar de bando. Necesitamos ser muchos y sufrir poco.

Blog del autor: http://espejismosdigitales.wordpress.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.