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Las contradicciones internas del programa de Bush pueden comprometer las posibilidades de la nueva Administración para alcanzar sus objetivos

Si Estados Unidos pierde el Mundo gana

Fuentes: Al-Ahram Weekly

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

George W. Bush ha sido reelegido presidente de Estados Unidos, y ha aumentado el margen de apoyo de ambas cámaras del Congreso. ¿Qué va a ocurrir ahora en Estados Unidos y en el resto del mundo?

Para llevar a cabo cualquier análisis de la situación debemos partir de la evaluación del propio Bush que es, con mucho, el presidente más derechista de Estados Unidos desde la Gran Depresión. Y el más reaccionario y agresivo presidente de la historia estadounidense. Utilizo el término «reaccionario» en el clásico significado político de la palabra, es decir: alguien que quiere políticamente dar marcha atrás en el tiempo.

Bush ya ha demostrado en su primer mandato que no intenta condescender o moderarse en la ejecución de su programa. Todo lo contrario, busca utilizar el bulldozer para alcanzar sus objetivos, ignorando a las fuerzas de oposición e incluso a los miembros más débiles entre sus propios partidarios. Ya ha declarado que su reelección le ha proporcionado un capital político que espera prodigar.

En el interior del Partido Republicano, Bush tiene tres electorados diferentes: la derecha cristiana, las grandes corporaciones y los belicistas. Y todos creen que ha llegado su momento, por lo que presionan a Bush para conseguir lo que les interesa. Sus prioridades, no obstante, son bastante diferentes, y ninguno de los tres se preocupa- salvo de forma nominal- por las de los otros dos.

La derecha cristiana se preocupa fundamentalmente por los asuntos internos, y han concentrado su tiro en dos cuestiones candentes: el matrimonio gay y el aborto. Lo que desean es prohibir el matrimonio homosexual para lo que precisan, incuestionablemente, introducir una enmienda constitucional. También quieren ilegalizar el aborto, lo que requiere que el Tribunal Supremo anule la sentencia del caso Roe vs Wade[2]. Para conseguirlo es necesario proceder a nuevos nombramientos en el Tribunal Supremo con el fin de lograr una votación de 5 a 4 para que se produzca la revocación de la sentencia. Por el momento, sólo tres jueces están dispuestos a votar en ese sentido y uno de ellos está a punto de jubilarse, por lo que Bush necesita nombrar a tres jueces decididos a invalidar la sentencia Roe vs Wade.

Pero eso es sólo el principio de la agenda de la derecha cristiana, que quiere acabar con la completa liberalización de las costumbres que ha constituido uno de los símbolos del siglo XX, no sólo en Estados Unidos sino en Europa y en la mayor parte del mundo. En Estados Unidos, donde van a conseguirlo con el matrimonio gay y el aborto, seguirían con la prohibición del uso de métodos anticonceptivos y la ilegalización de la homosexualidad; restringiendo, o incluso prohibiendo, el divorcio y- algunos de ellos- obligando a las mujeres a abandonar el trabajo fuera de casa, y puede que incluso negándoles el derecho al voto. Otra parte de su programa se refiere a la vuelta atrás en el racismo y en el restablecimiento de Estados Unidos como un país social y políticamente dominado por los protestantes blancos. Empezarían por acabar con la discriminación positiva y, a partir de ahí, con los asuntos relacionados con la inmigración, e incluso con el derecho al voto, lo que anularía por completo la evolución social de Estados Unidos desde principios del siglo XX.

Por supuesto que todo esto responde a las intenciones de los grupos más extremistas, pero hay que tener en cuenta que, por ahora, son esos grupos quienes controlan las estructuras políticas de la derecha cristiana, y desempeñan un papel fundamental en el Partido Republicano. Su estrategia política es conseguir tribunales que permitan a los legisladores llevar a cabo ese programa, nombrando personas suficientemente jóvenes para garantizar la institucionalización de esas decisiones, y con ese obejtivo elegir a legisladores de esas características

¿Pueden hacerlo? La derecha cristiana jamás se ha encontrado en mejor situación para realizar los nombramientos judiciales que desea e incluso podrían presentar una enmienda constitucional, aunque para ello se precisa del voto de 3/5 del Senado además de la ratificación por tres de cada cuatro Estados, lo que no parece fácil pero en ningún caso imposible, especialmente si Bush pone todo su empeño en ello.

No es preciso decir que semejantes intentos deberán ser combatidos políticamente, y movilizarán a la todavía importante minoría de los supuestos republicanos moderados. Bush apoyará a la derecha cristiana, con tal de que ello no ponga en peligro lo que quiere hacer en el terreno económico- que personalmente es más importante para él y, desde luego, para sus votantes de las grandes corporaciones. ¿Qué quieren los conservadores económicos? Quieren también echar marcha atrás, en impuestos, regulación ambiental, procesos legales contra ellos, y en el coste sanitario. En lo relativo a los impuestos, es sencillo: quieren pasar la carga impositiva de los ricos a los pobres. Llevan persiguiendo ese objetivo de muchas maneras: bajando los impuestos a los contribuyentes con más ingresos, reduciéndolos para los dividendos del capital, y las denominadas reformas de la seguridad social y del seguro médico. El objetivo inmediato es convertir en permanentes las reducciones de impuestos de la primera administración Bush y que se pueda elegir entre el programa de pensiones de la seguridad social y las pensiones privadas. Siguiendo por ese camino, podría llegarse a la supresión de la seguridad social (un logro de la administración Roosevelt en 1935) y después suprimir el impuesto sobre las renta (establecido en 1923 mediante una enmienda constitucional). Los ingresos del Estado se asegurarían bien mediante un impuesto igual para todos bien por impuestos sobre el consumo, ambos extremadamente regresivos.

En cuanto al medioambiente, la mayor parte del programa de Bush se llevaría a cabo por medio de decretos del ejecutivo, aunque todavía traten de conseguir el oleoducto de Alaska a través del Congreso. Para ello cuentan con que los nuevos tribunales no se lo impidan. Lo mismo ocurre con sus intentos de impedir las acciones populares contra las grandes empresas para exigirles responsabilidades por sus fechorías. En este asunto, Bush intentará promulgar una reforma sobre indemnizaciones que limite el máximo que los tribunales pueden imponer como multa económica. Y, por supuesto, Bush se ha comprometido a no hacer nada para limitar los indecentes beneficios de las compañías farmacéuticas, incluso en el caso de que intente llevar a cabo las supuestas reformas de la asistencia médica que de hecho reducirían los beneficios reales.

También esto deberá ser combatido políticamente. La mayor oposición a la administración Bush no vendrá de los demócratas sino de los más sofisticados medios capitalistas que temen un posible desplome del dólar y un monstruoso déficit del Gobierno que crece a pasos agigantados y que podrían provocar un desastre en la Bolsa. Hay quienes empiezan a afirmar que si se van a producir esos cambios el gobierno estadounidense debe reducir sus costes. Y el único capítulo en el que puede reducir a corto plazo gastos es en el presupuesto militar, lo que nos lleva al tercer segmento de su electorado, los belicistas (entre los que se encuentran los neoconservadores).

Los militaristas quieren volver a la época más reciente, cuando Estados Unidos era la potencia mundial hegemónica indiscutible, cuando podía decidir lo que ocurría en todas partes, o casi en todas partes. Este electorado ha ocupado los puestos más importantes en la primera administración Bush y lo que está por ver es si se podrán mantener en la segunda. La guerra de Irak, es evidente, no se ha desarrollado según deseaban y predijeron los belicistas y los neoconservadores y tienen dificultades en casa, no sólo con el movimiento contra la guerra, sino con fuerzas conservadoras y centristas que se quejan de la locura y de los costes de la invasión. También es evidente que las propias fuerzas armadas, aunque siempre se sienten felices al disponer de más dinero para armamento, están bastante molestas ante la idea de verse envueltas, una vez más, en un conflicto militar que no tienen seguridad de ganar. Temen el daño que una retirada podría causar a sus propias fuerzas armadas. Los mandos superiores del ejército recuerda Vietnam, ya que entonces eran jóvenes oficiales.

Los civiles militaristas parece que quieren ir más allá: invadir Irán, invadir Cuba… Sin embargo este es el escenario en el que el programa de Bush parece menos probable que vaya desarrollarse o tan siquiera intentar. Además de la creciente hostilidad del mundo hacia los Estados Unidos como «estado canalla» (Hungría eligió el día siguiente al de las elecciones para anunciar que iba a retirar sus tropas de Irak), la desmoralización de los mandos superiores del ejército encontrará apoyo importante entre el electorado de las grandes empresas que está horrorizado ante el desagüe financiero que producen las guerras y que recorta sus posibilidades de llevar a cabo los cambios que desean.

Lo que se puede esperar de Bush es que vaya a toda marcha adelante con sus planes pero se arriesga a provocar disensiones entre sus partidarios y mayores dificultades en el escenario internacional que obliguen a la retirada de Irak. El resultado final de todo ello puede ser un movimiento muy intenso contra la guerra en Estados Unidos- que podría revitalizar a la izquierda-, acompañado de un resurgir del aislacionismo apoyado históricamente por ambas, la izquierda y la derecha.

Así que, a largo plazo, la agenda de Bush ofrece unas perspectivas empobrecedoras para el sistema mundial. Pero por el momento, en el interior de Estados Unidos, se le presentan buenas perspectivas en cuestiones internas. En efecto, podemos encontrarnos con un sistema judicial que obligará a un retroceso en las costumbres de la sociedad. Y si ello se produce, la polarización de la vida política, de la todo el mundo habla, puede llevar a una escalada de graves conflictos internos. Estados Unidos es el gran perdedor de las elecciones de 2004; quizás el verdadero ganador sea el resto del mundo.



[1] Immanuel Wallerstein es autor es director del Centro Fernand Braudel en la Universidad de Binghamton (SUNY), de Nueva York, e investigador emérito en la Universidad de Yale. Su último libro es Alternativas: Estados Unidos des enfrenta al Mundo (Paradigm Press, 2004).

[2] Caso de una mujer embarazada, Roe, que ganó ante el Tribunal Supremo su demanda.