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Si gana Bush… Si gana Kerry…

Fuentes: Editorial Cádiz Rebelde

A los demócratas del modelo, en todo el mundo, seguramente les resultará fascinante el acto supremo de reafirmación soberana que realizan los ciudadanos de los Estados Unidos. Esos ciudadanos votan, si pueden -algunas veces, principalmente cuando son negros o exconvictos o sospechosos, desaparecen de las listas electorales-, a un multimillonario contra otro multimillonario, en una […]

A los demócratas del modelo, en todo el mundo, seguramente les resultará fascinante el acto supremo de reafirmación soberana que realizan los ciudadanos de los Estados Unidos.

Esos ciudadanos votan, si pueden -algunas veces, principalmente cuando son negros o exconvictos o sospechosos, desaparecen de las listas electorales-, a un multimillonario contra otro multimillonario, en una elección en la que, como mínimo, hay que ser «rey del cacahuete», gran barón del petróleo, o rey consorte del ketchup para tener alguna posibilidad de resultar postulado por los partidos y votado, que no elegido, por una enorme masa amorfa de consumidores.

Los electores son sacados de la apatía de no sentirse identificados con nada del circo electoral con unas gigantescas campañas publicitarias que usan técnicas muy depuradas de propaganda para el consumo. Votarán, cuando lo hagan, a dos productos diseñados por una superélite económica que controla todos los mecanismos para la formación de la opinión pública. Los movilizará también hacia las urnas de la legitimación un enorme miedo que alimentarán ambos candidatos. Ante el terror fabricado, Bush asume el rol de la respuesta agresiva, Kerry el de la réplica serena. Con alardes de ferocidad o ecuanimidad ambos continuarán las guerras de Afganistán y de Iraq. La segunda ha producido ya, según un reciente estudio publicado en estos días, cien mil muertos iraquíes. Asesinados de la periferia humana, víctimas de un supuesto error que no preocupan lo más mínimo a electores y elegidos. El escándalo es dirigido por Falsimedia, y no sólo en Estados Unidos, hacia otros escenarios.

En una disputa en la que los gastos de campaña son esenciales, los candidatos recogen centenares de millones de dólares de las grandes empresas multinacionales que de este modo garantizan la favorable consideración de sus intereses por el próximo presidente de los Estados Unidos. La mayoría de esas grandes empresas contribuyen a las campañas de ambos candidatos con lo que financian la elección de cualquiera de los presidentes que razonablemente consideran suyos. En un país que ejerce la «libertad de comercio» como único «principio moral» ellos compran literalmente al presidente de los Estados Unidos. Parecería que la democracia modelo, a la que todo el mundo está obligado por mandato y represalia violenta de Dios, se manifiesta en la compraventa de candidatos. No es así exactamente; la ética democrática es mucho más fundamentalista: es la fabricación por los grandes grupos empresariales de dos elegibles únicos que son ofrecidos en el mercado.

Por unas elecciones modelo como éstas: candidatos millonarios, políticos marionetas, grandes empresas financiando el festejo electoral para alistar su lobby, votantes muñecos que cuando cobran alguna vida están sujetos a la desaparición de los censos electorales, los Estados Unidos y sus aliados «occidentales» están dispuestos a bombardear países, hambrear pueblos, asesinar decenas de miles de civiles desarmados y decenas de miles de militares mal armados. Farsa escandalosa hacia dentro y violencia ilimitada hacia fuera son la sustancia y la promesa de las elecciones en Estados Unidos.

Narciso Bush, farsante, cobarde, inculto y fanfarrón, ha proclamado ante todo el orbe que los EEUU tienen el derecho de amenazar, chantajear, bloquear, bombardear y ocupar países. Fuera de Estados Unidos, Bush provoca pánico o desasosiego. No en vano ha proclamado ante la ONU que el año 2005 será, con él, el «año de la Libertad». Esa celebración u objetivo imperial puede costar a la humanidad centenares de miles de muertos.

Enterrador Kerry, farsante también, ha proclamado el mismo derecho de su país a dominar el mundo. En Kerry, fea sombra con un aspecto ambiguo entre patibulario y predicador de chistera, no va a haber resistencia a la barbarie.

Bush y Kerry compiten en un patriotismo con el que la élite mundial que representan encubre que el mundo es para ellos un negocio fabuloso. Bush repite insistentemente que la «única opción es la victoria» y Kerry dice lo mismo con distintas palabras: «tenemos que cambiar el rumbo y vencer».

Así pues, amigos, alegraros si pierde Bush, pero no os alegréis por el triunfo de Kerry.