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Siria, tres años después de Rusia

Fuentes: Público

El 29 de septiembre de 2015, el régimen de Bashar el Asad agonizaba, con las fuerzas del Estado Islámico y otras controlando dos tercios de Siria y el Ejército Árabe Sirio desmoronándose, incapaz de resistir la ofensiva de los extremistas apoyados, armados y financiados por EEUU, Arabia Saudita, Qatar, Turquía e Israel. Al día siguiente, […]

El 29 de septiembre de 2015, el régimen de Bashar el Asad agonizaba, con las fuerzas del Estado Islámico y otras controlando dos tercios de Siria y el Ejército Árabe Sirio desmoronándose, incapaz de resistir la ofensiva de los extremistas apoyados, armados y financiados por EEUU, Arabia Saudita, Qatar, Turquía e Israel. Al día siguiente, para perplejidad del mundo (sobre todo de Occidente), Rusia irrumpía en la guerra, dándole un vuelco tal a la situación que dejó paralizados a los promotores del conflicto. Bajo la égida de Moscú, Irán, Iraq y Hezbolá ayudaron a una reorganización profunda de las fuerzas armadas sirias y enviaron a miles de combatientes para apuntalar a un ejército moribundo. Tres años después, el Estado Islámico es un despojo, la práctica totalidad de grupos y organizaciones extremistas han sido aniquiladas y, tras la defección de Turquía y su incorporación al ‘club de Moscú’, los islamistas y similares están reducidos a la provincia de Idlib, convertida en zona de refugio y retirada de los grupos derrotados. El éxito ha sido tal que, hoy, sólo resta un acuerdo político para finiquitar el conflicto.

Nada que ver con las operaciones de la OTAN en Afganistán e Iraq, encabezadas por EEUU, que, además de fracasar estrepitosamente y terminar con la retirada casi total de tropas, no han terminado todavía. La invasión de Afganistán, en 2001, pudo derrocar al gobierno de los talibanes, pero no derrotarlos. En 2014, convencidos de que estaban metidos en una guerra interminable, la OTAN y EEUU retiraron el grueso de sus tropas, no todas, y dejaron el peso de la guerra al ejército afgano. Decisión que imitaba la de Washington, en 1969, que llevó a la retirada de tropas y a un rearme masivo del ejército sudvietnamita, para ‘vietnamizar’ la guerra, que sabemos cómo terminó. En Afganistán, EEUU no quiso repetir error y dejó tropas de combate para sostener al ejército afgano. El resultado ha sido una guerra interminable, fuera de foco, pero viva y con los talibanes controlando la mitad del país. Cada año, desde 2014, EEUU pierde dos docenas de soldados y varios centenares más regresan heridos, a cobrar sus pensiones.

En Iraq no les fue mejor. La retirada en 2011, después de casi nueve años de guerra, fue una victoria para los chiitas y para Irán, que se convertía en protagonista indiscutible e indiscutido de la política iraquí, lo que será seguido, años después, por una creciente y deseada presencia rusa, materializada en la adquisición de armas rusas, la última un lote de 74 tanques T90S para sustituir los Abrams estadounidenses. Está en el tapete la compra de sistemas antiaéreos S-400, a lo que EEUU se opone histéricamente, amenazando a Iraq con sanciones si decide adquirir esos sistemas. En Iraq muere una media de doce soldados estadounidenses al año desde 2015 (14 en lo que va de 2018), en otro conflicto interminable que drena las arcas del presupuesto estadounidense.

Con todo, la acción más infame y criminal de la OTAN fue la atroz destrucción de Libia, que pasó de ser el país árabe más laico e igualitario a lo que es hoy, un no-país, desgarrado en guerras tribales y con todos los fundamentos del Estado barridos sin piedad. Razón tienen los países atlantistas de huir de la Corte Penal Internacional.

Nada similar ocurrió en Siria. La acción rusa en este país -solicitada por el gobierno sirio, es preciso apuntar, pues tal solicitud hizo legal la intervención- sorprende, en primer lugar, por su altísimo nivel de efectividad. Rusia necesitó tres años, tres, para liquidar la mayor operación encubierta del siglo XXI, contra un ejército irregular que podía superar los 50.000 efectivos y que estaba alimentado desde Turquía. Lo hizo, además, con recursos mínimos aéreos y navales (un promedio de 25 aviones de combate) y sin implicar tropas rusas en la guerra, salvo operaciones especiales. Aunque el número de bajas de soldados rusos se desconoce, la suma de acciones reportadas hace suponer que esas bajas rondarían el centenar de efectivos, cifra insignificante en términos militares para una operación que abarcó un país entero durante tres años. Téngase en cuenta que, en Afganistán, en los tres primeros años de guerra, la OTAN perdió 140 efectivos, que se elevaron a 1.798 en el periodo 2009-2011. Los tres primeros años de guerra en Iraq se cobraron 2.382 bajas mortales de la coalición.

Rusia no jugó sólo a la guerra. En una combinación que dio loables resultados, combinó el palo y el puente de plata al enemigo que huye, facilitando que miles de combatientes que no querían rendirse ni combatir fueran evacuados de sus posiciones y trasladados, con sus familias, a zonas seguras en Idlib. Esta estrategia aceleró el fin de la guerra en buena parte de Siria, ahorrando miles de vidas y evitando la destrucción de los barrios, pueblos y ciudades que ocupaban. El acuerdo ruso-turco, firmado en Sochi, el pasado 7 de septiembre, facilitará la solución a la presencia islamista en Idlib, pues las fuerzas opositoras deben retirarse a una zona desmilitarizada controlada por Rusia y Turquía, evitándose así la catástrofe humanitaria que hubiera provocado una ofensiva militar sirio-rusa. Los grupos que no se retiren pasarán a ser considerados objetivos a batir.

No quedó ahí la estrategia rusa. Consciente de que el conflicto sirio era, de muchas formas, un conflicto internacional, creó, en diciembre de 2016, el formato de Astaná, al que convocó a Turquía, Irán, el gobierno sirio y la oposición. El formato desatascó el nudo de intereses entre esos países -sobre todo Turquía- y ha resultado mucho más efectivo que el de la NNUU, apoyado por EEUU. Resuelto el tema de Idlib, quedará sólo el tema kurdo y la presencia ilegal de EEUU en Siria para poner fin a la guerra.

El cuarto frente era el geopolítico. Siria es un país estratégico donde los haya, pues constituye la salida natural al mar Mediterráneo de la vasta zona que se extiende de Iraq a China, pasando por Irán, el país-puente entre el mundo árabe y Asia Central. Es el punto desde el que Rusia proyecta su poder en el Mediterráneo y la vía más corta para exportar hidrocarburos de Irán e Iraq a Europa (y también de Arabia Saudita y Qatar). Esas eran las causas de fondo de la guerra promovida externamente desde 2011. La derrota del régimen bassista y la caída de Bashar el Asad habría puesto a Siria bajo dominio atlantista, con el resultado de la expulsión de Rusia del Mediterráneo y la imposición de un cerrojo a Irán, lo que habría significado el ahogamiento de Hezbolá y del chiismo. Rusia lo entendió así y fue a fondo en la guerra, sumando sus intereses a los de Irán y Hezbolá y logrando la incorporación una Turquía nerviosa por el apoyo de EEUU a los kurdos sirios e iraquíes. La suma de fuerzas determinó el éxito de Rusia y el fracaso de EEUU. Este país podrá retrasar su salida de Siria, pero no quedarse, no, al menos, sin riesgo de provocar un choque con Rusia e Irán, que son palabras mayores.

Hay, también, en la acción de Rusia, el anuncio de un nuevo modelo de relaciones internacionales. Frente al modelo clásico imperialista, de invasión ilegal, masiva, con derroche de recursos y exhibición de superioridad tecnológica, Rusia presenta un modelo de acción limitada y coordinada con el soberano territorial -en este caso, Siria-, manteniéndola dentro del orden jurídico mundial. Un modelo que no busca arrasar a todos los adversarios, sino dejar puertas abiertas a las fuerzas menos extremistas, para hacer posible el diálogo y la paz. Aplicar este modelo flexible en Afganistán facilitaría su pacificación, obstaculizada hoy por el empeño estadounidense de controlar el país, para usarlo como avanzadilla en Asia Central contra Rusia y China. Los talibanes, con sobradas razones, exigen la retirada de EEUU, para firmar la paz.

Si EEUU no frustra la dinámica en marcha en Siria, como único país con capacidad -limitada- de boicotearla, 2019 será, con mucha seguridad, el año de la paz en Siria, paz negociada, hablada y acordada con las fuerzas internas y externas. Rusia mantendrá sus bases en Siria, Irán se quedará para rabia de Israel y EEUU tendrá que arriar banderas. Con todo, el auténtico, el principal ganador es el pueblo sirio, que está recobrando su país y, gracias a ello, viendo el retorno paulatino, pero creciente, de refugiados. ¿Cuándo verá algo así Libia? ¿Cuándo, Afganistán?

Augusto Zamora R., autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos (2016, 3ª edición, 2018), y de Réquiem polifónico por Occidente, en librerías a mediados de octubre de 2018

Fuente: https://blogs.publico.es/dominiopublico/26661/siria-tres-anos-despues-de-rusia/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.