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Sobre la derecha española y la identidad nacional

Fuentes: Rebelión

Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar: es una manera de ser. José Antonio Primo de Rivera. Teatro de la Comedia de Madrid, 29 de octubre de 1933 Los curas ya no llevan pistola a las concentraciones. […]

Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es

una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar: es una manera de ser.

José Antonio Primo de Rivera.
Teatro de la Comedia de Madrid, 29 de octubre de 1933

Los curas ya no llevan pistola a las concentraciones. Lanzados a la modernidad, han sustituido el gallardo correaje y la sotana por un cleryman con abanico. Los jerarcas eclesiásticos, pese a los calores, caminan con paso firme y negro, entre marcial e hipócrita, rodeados por familias católicas, nacional-católicas, venidas hasta la capital del reino (reniegan en privado de la monarquía juancarlista a la que siempre han considerado traidora con el legado moral y político del invicto caudillo) para expresar su malestar -o su adhesión inquebrantable- ante el ataque a los principios fundamentales de su identidad. Los católicos españoles, en permanente campaña (castrense) desde el último fracaso electoral, andan agitados por los excesos sociales de Rodríguez Z. y sus ministros. Botín anuncia que el BSCH ganará 5000 millones de euros en 2005 y alaba la moderación y el rigor presupuestario del gobierno del PSOE. La derecha española es insaciable. Está visto que no se conforma con dominar la economía. Como si hubiera algo más.

Ahora sostienen, revisionismo ágrafo, que la guerra civil empezó en 1934 y que el golpe de estado africanista de julio 36 fue la valiente y necesaria respuesta de España -la suya, la de José Antonio el ausente y Franquito militar- contra las fuerzas revolucionarias asturianas y el descontrol republicano que se instauró tras las elecciones de febrero de 36. Les hacía falta una justificación teórica y la han encontrado. La tropa, alimentada con ira por los bufones periodísticos, vocifera la consigna. A la derecha ultramontana española, cuya base social es profundamente reaccionaria, no le gusta estar fuera del poder político. En su delirio histórico buscan antecedentes (Pelayo o «por el Imperio hacia Dios») que justifiquen su proceder. El «caos actual de España» (una posible negociación con ETA o la deriva soberanista del tripartito catalán) les parece una recreación de la algarabía roja contra la que se alzaron -sus llorados parientes, caballeros mutilados, viudas con estanco- en santa cruzada. Ignoran a Marx. Esto, corriendo 2005, es sólo una farsa. Lanzados a la calle desde que su jefe polaco emprendió el camino del santo sepulcro, la derecha tradicional y de las jons (la heredera espiritual de Falange y la CEDA, fogueada hoy en las escuelas de los neocons y las corbatas naranjas) le ha cogido el aire a las manifestaciones como si viajaran a Fátima o camino de Damasco. Es como si fueran de montería, bien desayunados en Embassy, antes de hacerse unos hoyos en Sotogrande o donde sea. Algunos pobres (nada más estúpido que un pobre de derechas, se decía) también protestan contra el gobierno impulsados por el vigor macho ibérico de los centuriones de hierro Zaplana y Acebes. Mitad monjes, mitad soldados, tan pulcros, tan bien peinados, tan españolazos, andan dispuestos a cualquier sacrificio: una manera de ser. Algunos, con su habitual ignorancia, son todavía falangistas sin saberlo.

Faltaban camisas azules, camisas viejas -muerto el campechano murciano Capmany y la mayoría de sus lectores de Arriba– el hueco lo llenaron los dirigentes nacionales del PP y algunos obispos desmadejados con sus secretarios de finos modales, Legionarios de Cristo (rey), defensores de la fe católica, la esperanza y la caridad, Comunión y Liberación, las huestes Opus Dei. Las buenas y abnegadas familias (numerosas) de España lucían sus pancartas con la misma pasión que, a la hora del té, enseñan las gracias de sus niños rubios, Borja, Jaime, Juan Luis, Jacobo, estaban todos y sus guitarras: la juventud del Papa. Los mismos que, indignados (como les importara algo, más allá del acoso al gobierno) reclaman la unidad del archivo de Salamanca o cualquier unidad: la matrimonial (con amante en un discreto apartamento de alquiler). La España de siempre, la portadora del mensaje incorrupto de la patria y de los valores autárquicos, una forma de entender tradición y la familia, está agitada y en formación de combate. La neoeterna derecha, agitada por sus voceros del odio, quisiera -emulando a sus diferentes héroes- invadir la isla de Granada, Panamá, Iraq, Polonia, Francia, Reus u Hondarribia. Menos mal que, años atrás, Felipe González, el astuto diseñador de joyas, compró la lealtad y la sumisión del ejército victorioso con juguetes mecánicos y buenos salarios. Menos mal.