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Sobre la supremacía nuclear de EE. UU.

Fuentes: foreignaffairs.org

Traducido por Sebastian Risau para Rebelión

El presente de la destrucción

Por más de medio siglo, los más poderosos estados nucleares han estado trabados en un punto muerto conocido como «destrucción mutua asegurada» (DMA). Hacia el comienzo de los años 60 los arsenales nucleares de los Estados Unidos y la Unión Soviética habían crecido tanto en tamaño y sofisticación que ninguno de los dos podía destruir la capacidad de represalia del otro atacando primero, ni siquiera con un ataque sorpresa. En consecuencia, iniciar una guerra nuclear equivalía a suicidarse.

Durante la Guerra Fría, muchos expertos y analistas políticos creían que la DMA hacía que el mundo fuera relativamente estable y pacífico, ya que obligaba a la cautela en las relaciones internacionales, desalentaba el uso de amenazas nucleares como medio de resolver disputas, y en general moderaba la conducta de las superpotencias. (Es revelador que la última pulseada nuclear, la crisis de los misiles de Cuba en 1962, haya ocurrido en los albores de la era DMA.) Los optimistas argumentaban que, a causa del punto muerto nuclear, había acabado la era de las guerras intencionales entre las grandes potencias. Los críticos de la DMA, sin embargo, argumentaban que lo que se evitaba no era la guerra entre las superpotencias sino el repliegue del poder y la influencia de una Unión Soviética peligrosamente expansionista y totalitaria. Desde esa perspectiva, la DMA prolongaba la vida de un imperio malvado.

Este debate puede parecer ahora historia antigua, pero en realidad es más relevante que nunca, dado que la era de la DMA está acercándose a su fin. Hoy, por primera vez en 50 años, Estados Unidos está al borde de alcanzar la supremacía nuclear. Es probable que pronto Estados Unidos tenga la capacidad de destruir los arsenales de largo alcance de Rusia o China en un primer ataque. Este dramático cambio en el balance nuclear tiene su origen en el perfeccionamiento de los sistemas nucleares de Estados Unidos, en el acelerado declive de los arsenales rusos, y en el glacial paso de modernización de los sistemas nucleares chinos. A menos que las políticas de Washington cambien o que Moscú y Beijing tomen medidas para incrementar el tamaño y la disponibilidad de sus fuerzas, Rusia y China, así como el resto del mundo, vivirán a la sombra de la supremacía nuclear de Estados Unidos por muchos años.

Las diferentes opiniones sobre las implicancias de este cambio dependerán de sus correspondientes perspectivas teóricas. Los halcones, que creen que EE.UU. es una fuerza benevolente en el mundo, darán la bienvenida a la nueva era nuclear porque confían en que la superioridad estadounidense, tanto en armas convencionales como nucleares, ayudará a impedir agresiones de otros países. Por ejemplo, el crecimiento de la supremacía nuclear de EE. UU. puede llevar a los líderes chinos a actuar con más cautela ante situaciones como la de Taiwan, al darse cuenta de que por su vulnerabilidad, sus fuerzas nucleares no podrían impedir una intervención estadounidense, y que las amenazas nucleares chinas podrían llevar a un ataque estadounidense al arsenal de Beijing. Pero las palomas, que se oponen al uso de amenazas nucleares para coercer a otros estados y temen un Estados Unidos envalentonado y sin control, se preocuparán. Ellos argumentan que la supremacía nuclear, especialmente al estar combinada con el dominio estadounidense en tantas otras áreas de poder, podría tentar a Washington a comportarse más agresivamente. Finalmente, a las lechuzas, un tercer grupo preocupado por la posibilidad de conflictos accidentales, les inquieta que la supremacía nuclear estadounidense pueda inducir a otras potencias nucleares a adoptar posturas estratégicas, como el dar control sobre armas nucleares a oficiales de bajo rango, lo que aumentaría la probabilidad de un ataque nuclear no autorizado, creando lo que los teóricos de la estrategia llaman «crisis de inestabilidad.»

El arsenal de una democracia

Durante 50 años, los planificadores bélicos del Pentágono han estructurado el arsenal nuclear estadounidense para la disuasión de ataques nucleares a los EE.UU., y también para ganar una guerra nuclear lanzando un ataque anticipatorio que destruya las fuerzas nucleares de un enemigo. Para estos fines, Estados Unidos se basa en una tríada que comprende bombarderos estratégicos, misiles balísticos intercontinentales (ICBM) y submarinos lanzadores de misiles balísticos (conocidos como SSBN-ballistic missiles launching submarines). Esta tríada reduce las chances de que un enemigo pueda destruir todas las fuerzas nucleares en un solo ataque, incluso con un ataque sorpresa, asegurando que Estados Unidos tenga la capacidad de lanzar una respuesta devastadora. Esta represalia sólo debería ser capaz de destruir una fracción suficiente de ciudades e industria del atacante como para impedir un ataque. Sin embargo, esta misma tríada nuclear podría ser usada en una ofensiva contra las fuerzas nucleares de un adversario. Los bombarderos stealth podrían esquivar los radares enemigos, los submarinos podrían disparar sus misiles cerca de la costa enemiga para que los líderes enemigos no tengan tiempo de responder, y los misiles basados en tierra, de alta precisión, podrían destruir incluso silos que han sido reforzados, y otros blancos que precisen ser alcanzados directamente. La capacidad de destruir todas las fuerzas nucleares de un adversario, eliminando así la posibilidad de una represalia, se conoce como capacidad de «primer ataque» o supremacía nuclear.

Estados Unidos obtuvo inmensos beneficios estratégicos de su supremacía nuclear durante los primeros años de la Guerra Fría, tanto en términos de negociación de crisis respecto de la Unión Soviética (por ejemplo, en el caso de Berlín a fines de los 50 y principios de los 60) como de planificación de una guerra contra el Ejército Rojo en Europa. En caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental, Estados Unidos pensaba ganar la Tercera Guerra Mundial lanzando inmediatamente un masivo ataque nuclear sobre la Unión Soviética, sus clientes de Europa Oriental, y sus aliados chinos. Y esto no eran invenciones de oscuros burócratas del Pentágono: estaba aprobado por los más altos niveles del gobierno de EE.UU.

La supremacía nuclear estadounidense fue declinando a comienzos de los 60, a medida que los soviéticos desarrollaban la capacidad de lanzar un ataque de represalia. Esto dio lugar al comienzo de la DMA. Washington abandonó su estrategia de ataque anticipatorio, pero durante el resto de la Guerra Fría se esforzó por escapar a la DMA y restablecer su dominio nuclear. Para ello amplió su arsenal nuclear, mejorando continuamente la precisión y letalidad de las armas apuntadas hacia objetivos soviéticos, puso en la mira los sistemas soviéticos de mando y control, invirtió en escudos de defensa misilística, envió submarinos de ataque a rastrear los SSBN rusos, y construyó misiles balísticos multiojiva (tanto ubicados en tierra como lanzables desde submarinos) así como bombarderos stealth y misiles nucleares de crucero dificiles de detectar. La Unión Soviética, que tampoco estaba feliz con la DMA, montó un arsenal masivo con la esperanza de obtener la superioridad nuclear. Ninguno de los lados estuvo siquiera cerca de obtener la capacidad de «primer ataque», pero sería un error considerar la carrera armamentista como enteramente irracional: ambas superpotencias eran muy conscientes de los beneficios de la supremacía nuclear, y ninguna estaba dispuesta a correr el riesgo de quedarse atrás.

Desde el final de la Guerra Fría el arsenal nuclear de Estados Unidos ha sido mejorado significativamente. Los misiles balísticos en submarinos fueron reemplazados por los sensiblemente más precisos misiles Trident II D-5, muchos de los cuales incorporan nuevas ojivas de mejor rendimiento. La marina estadounidense ha desplazado una mayor proporción de sus SSBN hacia el Pacifico, para que puedan patrullar cerca de la costa china, o en el punto ciego de la red de radares de alerta temprana de Rusia. La fuerza Aérea de Estados Unidos ha terminado de equipar a sus bombarderos B-52 con misiles de crucero nucleares, que probablemente sean invisibles para los radares de la defensa aérea de Rusia y China. Y la fuerza aérea también ha mejorado la aeroelectrónica de sus bombarderos B-2 stealth para permitirles volar a muy bajas altitudes, con el objeto de evitar hasta los radares más sofisticados. Por último, aunque la fuerza aérea ya terminó en 2005 de desmantelar sus altamente letales misiles MX para cumplir con los acuerdos de control de armamento, está mejorando significativamente los ICBM restantes instalándoles las ojivas de alto rendimiento de los MX, y avanzados vehículos de reentrada en los ICBM Minuteman, y ha modernizado los sistemas de guía de los Minuteman para alcanzar la precisión de los MX.

Desequilibrio del terror

Desde el final de la Guerra Fría, el arsenal estratégico ruso se ha deteriorado marcadamente, aun cuando las fuerzas nucleares de Estados Unidos se han reforzado. Rusia tiene 39 por ciento menos de bombarderos de largo alcance, 50 menos ICBM y 80 por ciento menos SSBN que los que la Unión Soviética tuvo durante sus últimos días. Sin embargo, el verdadero nivel de degradación del arsenal ruso es mucho mayor que lo que estos recortes sugieren. Las pocas fuerzas nucleares que Rusia conserva están lejos de estar listas para ser usadas. Los bombarderos estratégicos rusos, que ahora están ubicados en sólo dos bases y son por lo tanto vulnerables a un ataque sorpresa, casi no realizan ejercicios de entrenamiento y sus ojivas están almacenadas fuera de las bases. Más del 80 por ciento de los ICBM rusos ubicados en silos han excedido sus vidas útiles, y los planes para reemplazarlos con nuevos misiles han sido pospuestos a causa de pruebas fallidas y bajos índices de producción. Los ICBM rusos móviles casi no patrullan y, si bien podrían disparar sus misiles desde sus bases si se los advirtiera con suficiente anticipación, parece improbable que tuvieran tiempo de hacerlo.

La tercera pata de la tríada nuclear rusa es la que más se ha debilitado. Desde 2000, los SSBN de Rusia realizan aproximadamente dos patrullas por año, lo que debe compararse con las 60 de 1990. (En contraste los SSBN estadounidenses hacen aproximadamente 40 patrullas por año.) Durante la mayor parte del tiempo los nueve submarinos rusos que llevan misiles balísticos descansan en puerto, donde resultan blancos fáciles. Además, los submarinos necesitan tripulaciones bien entrenadas para ser efectivos. Operar un submarino que cuenta con misiles balísticos, y coordinar silenciosamente sus operaciones con barcos en la superficie y con submarinos de ataque para eludir fuerzas enemigas, no es una tarea simple. Sin patrullas frecuentes, las habilidades de los submarinistas rusos, así como los submarinos mismos, se están degradando. Es revelador el hecho de que una prueba del 2004 de varios misiles balísticos lanzados desde submarinos (a la que asistió Vladimir Putin) fue un fiasco total: todos ellos o bien fallaron o bien se desviaron de su curso. El hecho de que fallas similares ocurrieran durante el verano y el otoño de 2005 completa esta poco halagadora imagen de las fuerzas nucleares rusas.

Estos problemas son amplificados por el estado desastroso de los sistemas rusos de alerta temprana. Los satélites soviéticos y rusos nunca han sido capaces de detectar misiles lanzados desde submarinos estadounidenses. (En una declaración pública reciente un importante general ruso describió la constelación de satélites de alerta temprana de su país como «desesperadamente anticuada.») En su lugar, los comandantes rusos dependen de sistemas de radar ubicados en tierra para detectar ojivas entrantes de misiles lanzados por submarinos. Pero la red de radares tiene un enorme agujero en su cobertura que se encuentra en el este del país, hacia el océano Pacífico. Si los submarinos estadounidenses lanzaran misiles desde ciertas áreas en el Pacífico, los líderes rusos probablemente no se enterarían hasta que las ojivas hubieran detonado. La cobertura de los radares rusos de algunas áreas del Atlántico Norte también es irregular, dando apenas algunos minutos de alerta antes del impacto de ojivas lanzadas desde submarinos.

Moscú podría tratar de reducir su vulnerabilidad consiguiendo dinero para mantener dispersos sus submarinos y misiles móviles. Pero esa sería sólo una solución temporaria. Rusia ya ha extendido la vida útil de sus envejecidos misiles móviles, lo que no puede hacer indefinidamente, y sus esfuerzos para desplegar nuevas armas estratégicas continúan fracasando. El plan de la marina rusa de lanzar una nueva clase de submarino lanzador de misiles balísticos se ha retrasado mucho. Es muy probable que ni un solo submarino esté operacional antes de 2008, y que se tarde aún más en desplegarlos.

Mientras las fuerzas nucleares rusas se van deteriorando, Estados Unidos está mejorando su capacidad de rastrear submarinos y misiles móviles, erosionando aún más la confianza de los líderes rusos en su capacidad de disuasión nuclear. (Ya en 1998 estos mismos líderes expresaron sus dudas acerca de la habilidad de los submarinos rusos de no ser detectados por los estadounidenses.) Además, Moscú ha anunciado que planea reducir el número de ICBM ubicados en tierra en otro 35 por ciento para 2010; expertos extranjeros predicen que los recortes serán en realidad del 50 al 75 por ciento de la fuerza actual, posiblemente dejando a Rusia con apenas 150 ICBM para el fin de esta década, lo que debe ser comparado con los 1300 misiles que poseía en 1990. Mientras más se reduzca el arsenal nuclear ruso, más fácil será para Estados Unidos llevar a cabo un primer ataque.

Para determinar cuanto ha cambiado el balance nuclear desde la Guerra Fría, hemos realizado una simulación computacional de un hipotético ataque de Estados Unidos al arsenal nuclear ruso usando las formulas estándar desclasificadas que los analistas de defensa han usado por décadas. Asignamos ojivas nucleares estadounidenses a blancos rusos usando dos criterios: las armas de mayor precisión se apuntaron a los blancos más difíciles, y las armas de llegada más rápida a las fuerzas rusas capaces de reaccionar más rápidamente. Dado que Rusia es esencialmente ciega a ataques lanzados desde submarinos en el Pacífico, y que tendría grandes dificultades en detectar el acercamiento de misiles nucleares de crucero volando bajo, apuntamos al menos un misil ubicado en submarinos o de crucero a cada sistema de armas ruso. De un ataque organizado de esta manera los líderes rusos no recibirían virtualmente ninguna alerta.

Se puede suponer que este simple plan sería menos efectivo que la estrategia real de Washington, que el gobierno estadounidense ha estado perfeccionando por décadas. Es posible que el verdadero plan de los Estados Unidos requiera atacar primero los sistemas rusos de control y mando, saboteando las estaciones de radar, o tomar otras medidas anticipatorias, las cuales harían a las fuerzas estadounidenses mucho más letales que lo que asume nuestro modelo.

De acuerdo a nuestro modelo, un ataque tan simple como éste tendría buenas chances de destruir cada uno de los submarinos, ICBM y bases de bombarderos.(ver Nota 1). Y nuestros resultados no están basados en un escenario ideal o en hipótesis no realistas, como que los misiles estadounidenses funcionen perfectamente o que las ojivas nunca fallen en alcanzar su blanco. Más bien usamos suposiciones estándar para estimar la posible imprecisión y falta de confiabilidad de los sistemas de armas de EE. UU. Además, nuestro modelo muestra que todo el arsenal estratégico nuclear de Rusia sería destruido, incluso en el caso de que el armamento estadounidense fuese 20 por ciento menos preciso que lo que asumimos, o si su confiabilidad fuese sólo del 70 por ciento, o si los silos rusos de ICBM fueran un 50 por ciento más resistentes (o sea, más reforzados) que lo que esperábamos. (Por supuesto, es posible que las estimaciones desclasificadas que usamos subestimen las capacidades de las fuerzas estadounidenses, lo que haría que un ataque real tenga aún más probabilidades de éxito.)

Debe quedar claro que esto no significa que un primer ataque de los Estados Unidos vaya a funcionar en la realidad; un ataque así implica muchas incertezas. Por supuesto, tampoco significa que un primer ataque sea probable. Pero lo que nuestro análisis sugiere es profundo: los líderes rusos ya no pueden contar con una capacidad de disuasión a la que puedan sobrevivir. Y, a menos que cambien el curso rápidamente, la vulnerabilidad de Rusia no hará más que incrementarse con el tiempo.

El arsenal nuclear de China es aún más vulnerable a un ataque estadounidense. Un primer ataque de Estados Unidos tendría éxito ya sea que fuese sorpresivo o lanzado en el medio de una crisis y durante una alerta china. El arsenal estratégico nuclear chino es limitado. El Ejército de Liberación del Pueblo no posee actualmente SSBN modernos o bombarderos de largo alcance. Su brazo naval solía tener dos submarinos que contaban con misiles balísticos, pero uno se hundió y el otro, cuyas capacidades eran tan pobres que nunca salió de aguas chinas, ya no está operacional. La flota de bombarderos de mediano alcance tampoco impresiona: los bombarderos ya son obsoletos y vulnerables a un ataque. De acuerdo a estimaciones desclasificadas del gobierno de Estados Unidos, todo el arsenal nuclear intercontinental de China consiste en 18 ICBM estacionarios de una ojiva. Y estos no están listos para ser lanzados durante una alerta: sus ojivas se encuentran almacenadas y los misiles mismos están sin combustible. (Los ICBM chinos usan combustible líquido, que corroe los misiles después de 24 horas. Cargarles el combustible lleva aproximadamente dos horas.) La falta de un sistema sofisticado de alerta temprana incrementa la vulnerabilidad de los ICBM. Es probable que China no llegue a tener ninguna alerta de un ataque misilístico realizado desde submarinos o de un ataque usando cientos de misiles nucleares de crucero stealth.

Muchas fuentes afirman que China está tratando de reducir la vulnerabilidad de sus ICBM construyendo silos-señuelo. Pero los señuelos no pueden servir de base firme para la disuasión. Tendría que haber cerca de un millar de silos falsos para que un primer ataque estadounidense a China fuera tan difícil como un ataque a Rusia, y no hay información disponible sobre la fuerza nuclear china que sugiera la existencia de semejante cantidad de señuelos. E incluso si China los construyera, sus comandantes siempre se preguntarían si los sensores estadounidenses realmente no pueden distinguir los silos falsos de los reales.

A pesar de todo lo que se dice acerca de la modernización militar de China, son escasas las chances de que durante la próxima década China adquiera una capacidad de disuasión nuclear a la que pueda sobrevivir. Los esfuerzos de modernización en China se han enfocado en las fuerzas convencionales, y por ello la modernización de su arsenal nuclear ha sido lenta. Desde mediados de los 80 China ha estado tratando de desarrollar un nuevo misil balístico para su futuro submarino así como ICBM móviles (el DF-31, y el DF-31A, de mayor alcance) para reemplazar su actual fuerza de ICBM. El Departamento de Defensa de EE.UU. predice que China desplegará DF31s en unos pocos años, aunque este pronóstico debería ser recibido con escepticismo: la inteligencia estadounidense ha estado anunciando el inminente despliegue de este misil desde hace décadas.

Pero incluso cuando sean desplegados, es improbable que los DF-31 vayan a reducir significativamente la vulnerabilidad de China. El limitado alcance de los misiles, estimado en apenas 8000 km. (4970 millas) impone grandes restricciones al área donde podrían ser escondidos, reduciendo la dificultad de buscarlos. Los DF31 sólo podrían llegar a Estados Unidos si fueran desplegados muy al noreste en China, principalmente en la provincia de Heilongjiang, cerca de la frontera entre Rusia y Corea del Norte. Pero Heilongjiang es muy montañosa, con lo cual los misiles sólo podrían desplegarse a lo largo de unos pocos cientos de kilómetros de buenos caminos, o en una pequeña llanura en el centro de la provincia. Tales restricciones incrementan la vulnerabilidad de los misiles, y llevan incluso a preguntarse si sus blancos estarán en EE. UU. o si más bien serán apuntados a blancos en Rusia y Asia.

Dado el lento paso de la modernización nuclear de China, es dudoso que una capacidad de segundo ataque pueda materializarse en un futuro cercano. Estados Unidos tiene hoy una capacidad de «primer ataque» respecto a China, y debería ser capaz de mantenerla por una década o más.

¿Diseño inteligente?

¿Están los Estados Unidos buscando intencionalmente la supremacía nuclear ? ¿O esta supremacía es más bien un subproducto involuntario de la competición dentro del Pentágono por mayores tajadas del presupuesto, o de programas ideados para contrarrestar nuevas amenazas de los terroristas o de los así llamados «estados canallas»?

Las verdaderas motivaciones son siempre difíciles de precisar, pero el peso de la evidencia sugiere que Washington está de hecho deliberadamente buscando la supremacía nuclear. De hecho, los líderes de EE. UU. siempre han aspirado a ella. Y la naturaleza de los cambios realizados al arsenal actual y tanto la política como la retórica oficiales apoyan esta conclusión.

Las mejoras realizadas a su arsenal nuclear son evidencia de que los Estados Unidos están activamente buscando la supremacía en este campo. La Marina, por ejemplo, está actualizando el detonador de su ojiva nuclear W-76, con la que cuenta la mayor parte de los misiles lanzados desde submarinos. Actualmente las ojivas sólo pueden ser detonadas en explosiones aéreas bastante lejos del suelo, pero el nuevo detonador les permitirá también ser detonadas a nivel del suelo o apenas por encima, lo que las hace ideales para atacar blancos muy duros, como los silos de ICBM. Otro programa de investigación de la Marina busca mejorar sustancialmente la precisión de sus misiles lanzados desde submarinos (que ya están entre los más precisos del mundo.) Pero incluso si estos esfuerzos no llegan a alcanzar sus objetivos, cualquier mejora en la precisión, combinada con los detonadores que explotan a nivel del suelo, multiplicará la letalidad de estos misiles. Semejantes mejoras sólo tienen sentido si lo que se pretende de los misiles es que sean capaces de destruir un gran número de objetivos difíciles. Y dado que los B-2 ya son muy complicados de detectar, es difícil ver cómo la Fuerza Aérea podría justificar el aumento del riesgo de estrellarlos contra el suelo al hacerlos volar a muy bajas altitudes para evitar ser detectados por los radares, a menos que su misión sea penetrar una red de defensa antiaérea altamente sofisticada como la de Rusia o, quizás en el futuro, la de China.

Durante la Guerra Fría, una explicación para la evolución de la carrera armamentista nuclear era que la competencia entre servicios militares rivales por mayores tajadas del presupuesto los llevaba a construir cada vez más armas nucleares. Pero los Estados Unidos no están alcanzando la supremacía nuclear por medio de grandes proyectos como podrían serlo nuevos SSBN, bombarderos o ICBM. Los programas actuales de modernización involucran mejoras graduales a sistemas ya existentes. El reciclado de ojivas y vehículos de reentrada de misiles MX discontinuados por la Fuerza Aérea (incluso hay informes de que ojivas MX adicionales pueden ser colocadas en misiles lanzados de submarinos) es la clase de utilización eficiente de recursos que no encaja en una teoría basada en competencia interna por más presupuesto. Antes que reflejar batallas por los recursos institucionales, estas acciones lucen más bien como un conjunto coordinado de programas para mejorar las capacidades de «primer ataque» de los Estados Unidos.

Algunos pueden preguntarse si los esfuerzos realizados por EE. UU. para modernizar su arsenal nuclear no están en realidad pensados teniendo en mente terroristas o estados canallas. Dada la guerra contra el terrorismo llevada a cabo actualmente por EE. UU y su continuo interés en destruir búnkers situados a gran profundidad (reflejado en los esfuerzos de la administración Bush para desarrollar nuevas armas nucleares para destruir blancos subterráneos), uno podría asumir que las actualizaciones de la ojiva W-76 están diseñadas para ser usadas contra blancos tales como arsenales de armas de destrucción masiva de estados canallas o terroristas escondidos en cuevas. Pero esta explicación no se sostiene. Estados Unidos ya tiene más de un millar de ojivas nucleares capaces de atacar búnkers o cuevas. Si la modernización nuclear de EE. UU. apuntara realmente a terroristas o estados canallas, la fuerza nuclear del país no necesitaría el millar adicional de ojivas capaces de explotar en tierra que resultarán del programa de modernización de las W-76. En otras palabras, la fuerza nuclear actual y futura de EE. UU. parece pensada para llevar a cabo un ataque anticipatorio que pueda desarmar a Rusia o China.

Además, la búsqueda deliberada de la supremacía nuclear es totalmente consistente con la explícitamente declarada política de los Estados Unidos de expandir su dominación global. En la Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Bush, de 2002, se dice explícitamente que Estados Unidos apunta a establecer su supremacía militar: «Nuestras fuerzas serán lo suficientemente poderosas como para disuadir a potenciales adversarios de embarcarse en una escalada militar con el objeto de superar o igualar el poder de los Estados Unidos.» Con este fin Estados Unidos está buscando abiertamente la supremacía en cada aspecto de la moderna tecnología militar, tanto para su arsenal convencional como para el nuclear.

La búsqueda de Washington de la supremacía nuclear ayuda a entender, por ejemplo, su estrategia de defensa misilística. Críticos de la defensa misilística argumentan que un escudo nacional de defensa contra misiles, como el prototipo que Estados Unidos ha desplegado en Alaska y California, sería fácilmente abrumado por una nube de ojivas y señuelos lanzados desde Rusia o China. Y tienen razón: es altamente improbable que incluso un sistema de varios niveles, con elementos basados en tierra, aire, agua y espacio, pueda proteger a los EE. UU. de un ataque nuclear a gran escala. Pero se equivocan al concluir que eso implica que el sistema de defensa misilística es inútil, como también se equivocan los partidarios de la defensa misilística que argumentan que, por razones parecidas, un sistema así solo podría preocupar a los estados canallas y a los terroristas, y no a las grandes potencias nucleares.

Lo que ambos bandos pasan por alto es que el tipo de defensa misilística que los Estados Unidos podrían plausiblemente desplegar tendría valor principalmente en un contexto ofensivo, no en uno defensivo, es decir como un agregado de la capacidad de primer ataque de EE. UU. y no como un escudo independiente. Si Estados Unidos lanzara un ataque nuclear contra Rusia o China, en el mejor de los casos sólo una minúscula parte del arsenal del país atacado podría sobrevivir. En ese caso, incluso un sistema de defensa misilística modesto o ineficiciente bastaría como protección contra cualquier represalia, dado que al enemigo, devastado, le quedarían muy pocas ojivas o señuelos.

Durante la Guerra Fría Washington confiaba en su arsenal nuclear no sólo para impedir ataques nucleares de sus enemigos sino también para disuadir al Pacto de Varsovia de explotar su superioridad en armas convencionales para atacar Europa occidental. Era principalmente esto último lo que hizo que Washington evitara hacer promesas acerca de «no ser el primero en usar» armas nucleares. Ahora que este objetivo se ha vuelto «obsoleto», y los EE. UU. están empezando a recuperar su supremacía nuclear, la continua negativa de Washington a renunciar a un primer ataque, así como el desarrollo de una limitada capacidad de defensa misilística, adquieren un significado nuevo y posiblemente más amenazador. Las conclusiones más lógicas que pueden sacarse de esto son que la capacidad de librar una guerra nuclear sigue siendo un componente clave en la doctrina militar de los Estados Unidos, y que la supremacía nuclear sigue siendo un objetivo de los Estados Unidos.

¿Dejar de preocuparse y amar la bomba?

Durante la Guerra Fría, la DMA hizo que el debate acerca de lo acertado de la supremacía nuclear fuera poco más que un ejercicio teórico. Ahora que el delicado equilibrio impuesto por la DMA está por romperse, esa discusión se ha vuelto mortalmente seria. Que EE. UU. alcance la supremacía nuclear es visto por los halcones como un evento positivo. Antes se lamentaban de que la DMA hacía a los Estados Unidos vulnerables a un ataque nuclear. Ellos argumentan que, con la desaparición de la DMA, Washington tendrá lo que los estrategas llaman «dominación de escalada», que es la habilidad de ganar una guerra de cualquier nivel de violencia, y por eso estará mejor preparado para frenar las ambiciones de estados peligrosos, como China, Corea del Norte e Irán. Las palomas, por otro lado, temen un mundo en el que EE. UU. tenga la libertad de amenazar, e incluso usar la fuerza, para alcanzar sus objetivos de política exterior. Según su punto de vista, las armas nucleares sólo pueden producir paz y estabilidad si todas las potencias nucleares son igualmente vulnerables. A las lechuzas les preocupa que la supremacía nuclear pueda causar reacciones desestabilizadoras en otros gobiernos, independientemente de las intenciones de los Estados Unidos. Ellos asumen que Rusia y China trabajarán furiosamente para reducir su vulnerabilidad construyendo más misiles, submarinos y bombarderos; poniendo más ojivas en cada arma, manteniendo sus fuerzas nucleares en niveles mayores de alerta en tiempos de paz, y adoptar políticas de represalia del tipo «hair-trigger» (en las que el menor estímulo lleva a una reacción. N. del T.). Las lechuzas argumentan que, si Rusia y China siguen estos pasos, los riesgos de una guerra accidental, no autorizada, o incluso intencional (especialmente durante momentos de crisis) pueden trepar a niveles no vistos por décadas.

En última instancia, es sólo en el contexto de los objetivos de la política exterior de EE. UU. que puede evaluarse lo acertado o no de su búsqueda de la supremacía nuclear. Estados Unidos está ahora tratando de mantener su preeminencia global, que la administración Bush define como la habilidad de impedir que surjan competidores y evitar que los países más débiles sean capaces de desafiar a EE. UU. en regiones críticas como el Golfo Pérsico. Si Washington continúa creyendo que esa preeminencia es necesaria para su seguridad, entonces los beneficios de la supremacía nuclear pueden superar a sus riesgos. Pero si Estados Unidos adopta una política exterior más contenida (por ejemplo usando como premisas un mayor escepticismo sobre los beneficios de exportar la democracia por la fuerza, de lanzar ataques para prevenir la proliferación de armas de destrucción masiva y de frenar agresivamente el ascenso de posibles competidores), entonces los beneficios de la supremacía nuclear serán superados por sus peligros.

Nota 1: Ampliamos este argumento en «The end of MAD? The nuclear dimension of U.S. primacy», International Security 30, 4 (primavera de 2006).

Keir A. Lieber, autor de «War and Engineers: the primacy of Politics Over Techonology», es profesor asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Notre Dame. Daryl G. Press, autor de «Calculating Credibility: How Leaders Asess Military Threats», es profesor asociado de Ciencias Políticas en la Universidad de Pennsilvania.

Link al artículo original: http://www.foreignaffairs.org/20060301faessay85204/keir-a-lieber-daryl-g-press/the-rise-of-u-s-nuclear-primacy.html