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Somalia y otras desgracias

Fuentes: Argenpress

Si fuera cierto que el sufrimiento purifica, Somalia sería sede de la Corte Celestial. Árabe por su origen e islámica desde el siglo XIII, por su tierra, su lengua y su cultura, pudiera ser una gema de la civilización humana y no el escenario de una ilimitada tragedia. Formada al unir con débiles zurcidos los […]

Si fuera cierto que el sufrimiento purifica, Somalia sería sede de la Corte Celestial. Árabe por su origen e islámica desde el siglo XIII, por su tierra, su lengua y su cultura, pudiera ser una gema de la civilización humana y no el escenario de una ilimitada tragedia.

Formada al unir con débiles zurcidos los retazos británico, francés e italiano de la Abisinia histórica que el canibalismo colonial despedazó, Somalia surgió como Estado en 1960, época en que fue atrapada por las letales tenazas de la oligarquía tribal nativa, el neocolonialismo y la contradicción Este-Oeste.

Además de las hambrunas, la sequía, y los tsunamis, las intervenciones extranjeras, los diálogos infructuosos, los acuerdos incumplidos, la guerra civil es lo más frecuente en Somalia. Desde que en 1991, cuando fue derrocado el presidente Mohamed Siad Barre, nunca más contó con un gobierno. La Nación retrocedió a la etapa feudal y sus comarcas pasaron a ser regidas por «Señores de la Guerra», que constituyeron una llamada Alianza para la Paz y Contra el Terrorismo, cercana a Estados Unidos.

Según se afirma, tanto el gobierno provisional como los «señores de la guerra» han sido derrotados por las milicias del Consejo de Cortes Islámicas, que proyectan proclamar un Estado Islámico. Como era de esperar, Estados Unidos ha descartado otorgar ninguna vigencia con las fuerzas de la entidad islámica al afirmar que su líder Sheikh Sharif Sheikh Ahmed, figura en su lista de terroristas.

Un nuevo escenario

Los países europeos, los organismos y la prensa internacional, que abandonaron a Somalia junto con las tropas interventoras norteamericanas en 1992 y que en los últimos 15 años apenas la recordaron, sospechosamente han comenzado a magnificar los recientes acontecimientos.

En el peor de los escenarios asistiríamos a la apertura de un nuevo frente de la guerra de Bush contra el terrorismo, aventura a la que Estados Unidos pudiera empujar a algunos de sus aliados para controlar casi 2 000 kilómetros de costa al océano Indico y privilegiados accesos al golfo Pérsico e Irán.

Es cierto que el Islam es la religión dominante en Somalia, no obstante, podemos estar seguros que la tragedia, no radica en la fe, sino en el colonialismo y el imperialismo y en los explotadores de siempre, que se aprovechan de cualquier creencia para mantener la ignorancia ,la pobreza, la corrupción, el primitivismo y el tribalismo.

No hay que culpar al Islam ni al cristianismo, como tampoco absolverlos. Ningún imperio y ninguna jerarquía religiosa han logrado nunca resolver los problemas de la explotación y la injusticia en la tierra. Todas tienen un pecado original: no son auténticamente nacionales, no son realmente populares ni remotamente revolucionarias. La fe puede asistir a una u otra fuerza política, no suplantarla.

Uno de los peores indicadores de desarrollo humano

Somalia debía avergonzarnos. Con sus 637 657 Km2, es mayor que cualquier país de Europa, excepto Rusia, con 2000 kilómetros de costas y enormes recursos pesqueros, apenas cultiva el 2 % de su territorio y sus cerca de ocho millones de habitantes, forman una de las comunidades con peores indicadores de desarrollo humano.

Maravillados por la delicada fragancia del incienso, que los europeos conocieron allí, los romanos llamaron a Somalia el «País de los Aromas». Lamentablemente de allí no llega ahora fragancia alguna, sino el anuncio de nuevas tragedias.