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El Apartheid fue abolido, pero persisten las políticas heredadas del régimen

Sudáfrica, del paradigma a la responsabilidad

Fuentes: El Corresponsal de Medio Oriente y Africa

La ola de ataques surgida contra ciudadanos de Mozambique y Zimbabwe en las ciudades más relevantes de Sudáfrica a nivel turístico y comercial, Johannesburgo y Ciudad del Cabo, no me ha sorprendido, personalmente. Cuando estuve en la conferencia de Durban, fui testigo de la miseria en que viven millones de ciudadanos que buscaban agua en […]

La ola de ataques surgida contra ciudadanos de Mozambique y Zimbabwe en las ciudades más relevantes de Sudáfrica a nivel turístico y comercial, Johannesburgo y Ciudad del Cabo, no me ha sorprendido, personalmente. Cuando estuve en la conferencia de Durban, fui testigo de la miseria en que viven millones de ciudadanos que buscaban agua en los campos de golf donde sobra agua.

Esta ola de ataques ha provocado la muerte de más de 45 personas, sin mencionar los heridos y atropellos, así como los más de 25.000 desplazados.

Aunque el Apartheid fue abolido legislativamente, persisten las políticas socioeconómicas heredadas de dicho régimen, y, por más que los medios se esfuercen por mostrarnos estos hechos como una explosión anárquica, tienen unos precedentes y unos responsables.

Tras los acuerdos que dieron lugar al fin del Apartheid y con el fin de asentar las nuevas políticas económicas que requerían los nuevos tiempos, era necesario llevar a cabo la destrucción, en el imaginario colectivo, de los héroes que todavía simbolizaban las banderas del antiapartheid: ello se tradujo en una reparación económica y en la reforma agraria.

Además, cabía presentar la transición a la española, no como consecuencia de una victoria de la mayoría, sino como producto del entendimiento y acuerdo derivados de la reconciliación. En la práctica, se impedía así la abolición de la propiedad de los latifundios, y consolidó de facto las restricciones ilegales de clasificación residencial.

Además, supuso un aniquilamiento de la disidencia contestataria, coherente y consecuente con el programa del partido y de los verdaderos héroes del Congreso Nacional Africano (CNA), como Hanni, Sisulu, Sobukwe, Tambo, o Biko, quienes gracias a la ayuda de FRELIMO y ZANU habían construido la doctrina del partido.

En el pasado reciente, los que se oponían abiertamente al Apartheid eran considerados comunistas, además de proceder fuera de la legalidad. Las voces que dentro del CNA plantearon la reforma agraria, obviamente no fueron encerradas ni torturadas, pero sí excluidos de las listas, silenciados y presentados ante la CNN como racistas (a la inversa) resentidos, amigos de Mugabe o incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos. Una de éstas es la legendaria Winnie Mandela.

En esta estrategia de silenciar toda oposición, desde las políticas neoliberales se orquestó tanto el humillante divorcio de Mandela y la consecuente boda con Graça Machel (cuyo esposo, Samora Machel, fue asesinado por los servicios secretos sudafricanos), así como la retirada al nuevo ejército de las armas nucleares. Unido al linchamiento mediático de Winnie Mandela por los llamados tribunales de la reconciliación que trasmitieron por televisión auténticos procesos de humillación donde fue acusada de fraude y robo, y condenada a cinco años de cárcel. La obscenidad llegó a los niveles repugnantes de equiparar a las víctimas con ladrones (imaginen al juez Garzón juzgando a Videla al mismo nivel que a Hebe de Bonafini)

Como expresó el periodista Bantusithe Olatundji, no sólo fue una humillación, sino que crearon una gran confusión para un gran sector de la ciudadanía. Winnie se entero en un plató de televisión de su cese como viceministra con una escueta carta firmada por su ex marido: «Querida señora Mandela, he decidido relevarla de sus funciones como viceministra para las Artes, Cultura, Ciencia y Tecnología con efecto inmediato. Gracias por los servicios que hasta ahora ha prestado al Gobierno». Fue obligada a renunciar a su acta de diputada en el Parlamento, a la presidencia de la Liga de Mujeres del CNA y al Comité Ejecutivo Nacional del partido. Años después, el gobierno canadiense le negó la visa cuando fue invitada por una asociación de estudiantes.

Para Mfanelo Skwatsha, secretario Ejecutivo del Congreso Panafricanista, esta nueva elite negra quiere pasar página de la memoria histórica y de los miles de kilómetros de guetos empobrecidos que contrastan con los campos de golf donde tratan asuntos con aquéllos que me torturaron durante el Apartheid, hoy hombres de negocios.

Nkrumah Kgagudi, secretaria General del sindicato de trabajadores del metal y la electricidad (Metal and Electrical Workers Union of South Africa, MEWUSA), va más allá afirmando que las condiciones generales de explotación en las que vive la clase trabajadora africana son la causa de la violencia fratricida contra nuestros hermanos inmigrantes de Mozambique, Zimbabwe y otras áreas de África. Asimismo, llamó a la comunidad internacional a no secundar las palabras del gobierno sudafricano enmarcando la crisis en un problema local, éste es un problema de todos, rechazamos cualquier intento de censura.

Con ocasión de mi reciente nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad Indígena del Tawansinswyo Axlla, tanto doctores universitarios, como la asociación de estudiantes y la propia Agencia Boliviana de Información (ABI), me preguntaron numerosas veces con cierta tristeza y decepción sobre la tragedia sudafricana, lo que demuestra que este problema interesa a la opinión publica y en especial a los de casa y a la diáspora.

La responsabilidad del CNA

La burguesía negra es responsable de los actuales y lamentables acontecimientos, al no superar las condiciones económicas impuestas durante el Apartheid: no realizando la reforma agraria ni las políticas de reparación debilitó al pequeño empresariado. Ha surgido una nueva clase media negra que cotiza en bolsa y se frota las manos con los negocios del próximo mundial de fútbol. Una clase dirigente negra sin cultura, ingrata, que una vez enriquecida se muestra indiferente ante no sólo las condiciones de miseria de los guetos sino ante cualquier crítica.

Buenos ejemplos de ello son el NEPAD y su correspondiente latinoamericano, el ALCA, en cuyos epicentros de contradicción han caído la Unión Africana, los países del ACP (África, Caribe y Pacífico) y todos ellos en el circo del New Negro con trajes de Armani de mil euros, como los denominó el fallecido Dr. Tcham Bissa. Una nueva elite negra cuya participación en la liberación nacional no sólo es dudosa sino que además, dicen, aprovecharon las condiciones de injusticia social impuesta por el boerismo para triunfar y amasar grande fortunas. Como expresó la cantante sudafricana Miriam Makeba durante su último concierto en Madrid, víctimas trágicas de la subasta del Estado.

Durante estos dieciséis años, bajo la perversa alianza entre política, capital y trabajo y con el objetivo de desmantelar al Estado surgió la argumentación neodiscursiva dominante sustentada en tres pilares, el primero de los cuales pasaba por la reconciliación entre blancos y negros. ¿Qué pasa entonces con la reconciliación entre los bantúes?

El segundo pilar del discurso estuvo siempre basado en las imposiciones socioeconómicas, más liberales pero no por ello igualitarias, con una justicia social militarizada. En tercer lugar, la importación del negocio privado carcelario norteamericano, donde aislar a las clases bajas.

Fanon avanzó en Los Condenados de la Tierra que no hay capitalismo sin explotación racista y no hay racismo sin capitalismo. Sudáfrica necesita reconsiderar el Estado desde abajo. No existe otra opción que la reparación y la reforma agraria como ejercicio de reconsideración del Estado desde abajo.

En el pasado, por su lucha por la dignidad y los derechos humanos, Sudáfrica ganó mucho crédito entre la opinión pública africana, especialmente refugiados, inmigrantes y diáspora. Por entonces muchos de nosotros fuimos encarcelados o agredidos por la policía en Universidades de Madrid, Barcelona o Bilbao, en una época en que en el que gobierno español y algunas macro ONGs hoy muy de moda afirmaban que Mandela era un terrorista contra un gobierno legitimo.

No podemos ser indiferentes ante los saqueos, incendios y asaltos a la propiedad de trabajadores inmigrantes que trabajan en sectores como la minería, la construcción, el servicio doméstico, la economía informal, las grandes haciendas rurales propiedad de terratenientes y las labores agrícolas en Durban, Johannesburgo, North West y Kwazulu-Natal, y que son sólo la punta del iceberg.

Para quienes Sudáfrica continúa siendo un referente y que hemos vinculado nuestras vidas a las ideas panafricanistas, lo que hemos visto por la televisión no sólo constituye nuestra peor pesadilla, sino que requiere de una mayor autocrítica para afirmar o desmentir que el milagro sudafricano fue sólo un traspaso de poderes que, sin embargo, se resiste a la reformas necesarias cuyas consecuencias, de haberse implementado tales reformas, hubieran afectado positivamente a todo la región.

Las cifras hablan por sí solas: la minoría blanca no sólo ha comprado las propiedades de los guetos para hacer lujosos apartamentos y restaurantes, sino que continúa siendo propietaria del 87 por ciento de la tierra, del 76 por ciento de las rentas en propiedad, y el sueldo de un obrero negro sigue siendo 20 por ciento inferior al de su hermano blanco.

Sin embargo, a pesar de las cifras, es injusto e irresponsable seguir culpando a los blancos de todo. Sobre todo ante la mayoría absoluta del CNA y los altísimos índices de popularidad, responsabilidad, legitimidad y medios para gobernar e implementar los cambios estructurales para los que fueron elegidos.

El resultado ha sido que no sólo una terrible opresión de la clase trabajadora africana, sino un consecuente aumento exponencial del desempleo, de la pobreza, de la hiperinflación y de numerosos sudafricanos que duermen en la calle al abrigo de cajas de cartón.

Es, por tanto, la elite negra (y no los blancos) quienes han traicionado los postulados fundacionales de la democracia sudafricana, mediante políticas cobardes que no han querido encarar la necesidad de la reforma agraria. El hecho de que apenas haya habido una crisis de gobierno traducida en dimisiones o ceses causa preocupación y dice que el CNA ha de ponerse a luchar de nuevo por su identidad paradigmática, ya que nunca fue un partido nacionalista sudafricano, sino un partido nacional-continental-africano.

Todos los intentos de hacerlo una mera maquinaria de gestión derivaron en divisiones de la propia nación. Es hora de que los sectores más consecuentes del CNA sean agentes activos de su modelo, es imprescindible que el CNA, como el mayor agente social del país, defienda al Estado y desde abajo convenza a sus líderes elitistas (aquí sí, incluidos los blancos) de que sin reforma agraria no existen alternativas posibles.

Abuy Nfubea es periodista especializado en temáticas africanas. Preside la Federación Panafricana de Comunidades Negras de España y colabora con decenas de medios de comunicación. Su artículo se publica por gentileza de Safe Democracy Forum (Foro para un Mundo en Democracia).