Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El nuevo libro de Jane Mayer, «The Dark Side», vuelve a centrar su atención en la participación de psicólogos en las torturas y malos tratos a los detenidos por parte de la administración Bush. En uno de los capítulos, Mayer aporta detalles anteriormente desconocidos sobre el papel de los psicólogos James Mitchell y Bruce Jessen en las brutales y «mejoradas técnicas de interrogatorio». Al parecer esas técnicas se apoyan firmemente en la teoría del «indefensión aprendida» desarrollada por el antiguo Presidente de la Asociación Psicológica Americana [USA] Martin Seligman. (El trabajo de Seligman consistió en atormentar perros con choques eléctricos hasta que eran totalmente incapaces o no estaban dispuestos a salir ellos mismos de la dolorosa situación. De ahí la frase «indefensión aprendida»).
Mayer informa, y Seligman lo ha confirmado, que, en 2002, Seligman impartió una clase de tres horas en la escuela de la Marina SERE, en San Diego. SERE es el programa denominado Escape, Resistencia, Evasión y Supervivencia del ejército, que intenta inocular a los pilotos, a las fuerzas especiales y a otros potenciales prisioneros de alto nivel, actitudes contra la tortura en caso de que fueran capturados por un poder que no respeta las Convenciones de Ginebra. Al parecer, por razones que no están claras, no fue la Joint Personnel Recovery Agency (JPRA), que dirige ese programa, quien invitó a Seligman a hacer la presentación sino, directamente, la misma Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Al responder a las informaciones sobre la clase impartida ante los psicólogos del SERE, el Dr. Seligman confirmó la presencia allí tanto de Mitchell como de Jessen. Parece ser que también preguntó a sus anfitriones si se iba a utilizar su clase para diseñar técnicas de interrogatorio. Seligman informa que se negaron a responder a esa pregunta alegando razones de seguridad militar. A pesar de la respuesta, Seligman llegó a la conclusión de que su presentación iba a utilizarse únicamente para ayudar a los psicólogos del SERE a proteger a las tropas estadounidenses. También afirma inequívocamente que él se opone personalmente a la tortura.
La Asociación Psicológica Americana (APA), la organización de la que Seligman fue presidente en 1999, se hizo eco en un comunicado de prensa de la declaración del Dr. Seligman. El comunicado negaba las alegaciones de que el Dr. Seligman había contribuido a sabiendas al diseño de técnicas de tortura. La APA, en recientes declaraciones, ni negó ni afirmó ninguna de las otras informaciones que sugerían que se había utilizado el trabajo de los psicólogos -incluidos los de Seligman, Jessen y Mitchell- para torturar a los detenidos. El único comentario que la APA hizo sobre Jessen y Mitchell fue que, como no pertenecían a la Asociación, no caían dentro del ámbito del comité de ética de la APA.
Lo que nosotros sabemos ahora, a partir de un informe publicado por la Oficina del Inspector General (OIG, en sus siglas en inglés) del Departamento de Defensa y de una serie de documentos publicados durante las recientes vistas celebradas en el Comité de Servicios Armados del Senado (SASC, en sus siglas en inglés), es que esas técnicas del SERE, diseñadas para suavizar los efectos de la tortura, habían sido «manipuladas hasta lograr el efecto contrario», transformadas desde su objetivo de fortalecer la seguridad de nuestros propios soldados a implementar las torturas a los detenidos en Guantánamo, Afganistán e Iraq. Esos documentos revelan, además, que ciertos psicólogos del SERE transformaron sus papeles en la supervisión de programas de protección SERE a la supervisión de interrogatorios, inspirados en el SERE, que incluían malos tratos y torturas. Varios periodistas han citado a Mitchell y Jessen (antiguos psicólogos SERE bajo contrato) como responsables de esa «manipulación para conseguir el efecto contrario» que la CIA utilizó en sus «lugares negros» secretos. El Comité de Servicios Armados del Senado informó que otros psicólogos jugaron también un papel en la «manipulación contraria» de las técnicas SERE para el Departamento de Defensa en la Bahía de Guantánamo y en Iraq. El Senador Carl Levin, en sus comentarios en la introducción a la vista afirmaba:
«Un… alto abogado de la CIA, Jonathan Fredman, que fue consejero-jefe del Centro de Contraterrorismo de la CIA, se desplazó a [Guantánamo] para asistir a una reunión del equipo en GTMO y discutir una propuesta de memorandum sobre el uso de técnicas agresivas de interrogatorio. Un psicólogo y un psiquiátra de [Guantánamo] habían redactado ese memorandum y fueron ellos quienes, un par de semanas después, estuvieron presentes en el entrenamiento ofrecido en Fort Bragg por instructores de la escuela SERE JPRA… Aunque el memorandum sigue siendo secreto, no lo son las actas que recogían las discusiones habidas durante dicho encuentro. Esas actas… muestran claramente que la discusión se centró en la utilización de técnicas agresivas contra los detenidos».
El psicólogo al que Levin se refería al principio de sus comentarios era miembro de la APA, el Mayor John Leso, cuyas recomendaciones en aquella reunión incluyeron: «privación del sueño, negación de alimentos, aislamiento, pérdida de la noción del tiempo… [para] fomentar la dependencia y el conformismo». También se informó en las vistas que el psicólogo Coronel Morgan Banks había proporcionado entrenamiento en técnicas SERE para maltrato a los interrogadores de Guantánamo. El Coronel Banks, aunque no era miembro de la APA, fue designado por el grupo de trabajo sobre interrogatorios de la Seguridad Nacional y Étnica Psicológica (PENS, en sus siglas en inglés) del APA. La APA aún no ha hecho comentario alguno sobre las alarmantes revelaciones de complicidad por parte de los psicólogos en esas vistas del comité.
Según Mayer en «The Dark Side», y según otros informadores a lo largo de los últimos tres años, en las semanas que siguieron a la clase de Seligman, Mitchell hizo un uso liberal del paradigma de la «indefensión aprendida» en las duras tácticas que diseñó para interrogar a los prisioneros retenidos por la CIA. Un prisionero fue encerrado en posición fetal en una jaula tan diminuta que no le permitía hacer el menor movimiento, sólo podía yacer en esa posición fetal. La jaula había sido claramente diseñada no sólo para restringir movimientos, sino también para hacer que el detenido respirara con la máxima dificultad posible. En los períodos en los que el detenido estaba fuera de la jaula, el mecanismo de tortura permanecía siempre ante su vista para que fuera constantemente consciente de que estaba pendiente su regreso al dispositivo de tortura.
Otro detenido fue suspendido por los dedos gordos de los pies con las muñecas atadas por encima de su cabeza. Sin embargo ese detenido tenía una prótesis que los agentes le quitaron para que se estuviera balanceando sobre la punta de un pie durante horas o para que colgara de las muñecas.
A la mayoría de los detenidos se les sometió a largos períodos de aislamiento en la más absoluta oscuridad y frecuentemente desnudos. Se minimizó al máximo el contacto humano durante esos períodos. En uno de los casos, el único contacto humano que tuvo un detenido se producía durante una única visita diaria en la que aparecía un hombre enmascarado que afirmaba: «Ya sabes lo que quiero», para desaparecer a continuación.
En base a estos informes de los medios y documentos gubernamentales, parece más que probable que se utilizó el trabajo del Dr. Seligman sobre «indefensión aprendida» para ayudar a desarrollar esas técnicas de tortura tras su presentación en la escuela SERE.
La respuesta de la APA al asunto de Seligman es desconcertante. Si el informe del Dr. Seligman es exacto, y no se le permitió saber cómo iba a utilizar la CIA su material porque no tenía autorización, evidentemente se engañó a Seligman. Como mínimo, uno esperaría que la APA se preocupara lo suficiente por este engaño e hiciera sonar una alarma de cautela contra la implicación de psicólogos inocentes en programas del gobierno que potencialmente pueden utilizarse para diseñar técnicas de tortura en los interrogatorios.
En lugar de eso, la APA ha hecho esfuerzos inauditos para mantener y ampliar las oportunidades para que los psicólogos trabajen para instituciones de seguridad e inteligencia estadounidenses. Como anunció orgullosamente en enero de 2005 el Science Policy Insider News (SPIN) de la APA: «Desde el 11-S, los psicólogos han buscado oportunidades para contribuir a la agenda de contraterrorismo de la nación y de la seguridad interna».
Esos esfuerzos incluyeron copatrocinar una conferencia con la CIA para investigar la eficacia de las técnicas mejoradas de interrogatorio que incluían el uso de drogas y de bombardeo sensorial. Entre las personas, según se informó, que habían organizado esa conferencia estaba el miembro de la APA Kirk Hubbard, Jefe de la Rama de Análisis e Investigación de la División de Asesoramiento Operativo de la CIA. Hubbard reclutó a «los expertos de operaciones» para esa conferencia. Entre los asistentes a esa conferencia «sólo para invitados» estaban Mitchell y Jessen. (Hubbard también ayudó a organizar el evento en el que habló Seligman y en el que se invitó también a Mitchell y Jessen).
Además, la APA copatrocinó una conferencia con el FBI durante la cual se sugirió que los terapeutas informasen a los funcionarios encargados del reforzamiento de la ley de la información obtenida durante las sesiones de terapia que pudiera suponer un «riesgo para la seguridad nacional». Y justo este pasado mes de junio, los esfuerzos de la APA incluyeron tareas de lobby para el mantenimiento de «inapreciables programas de ciencia conductiva dentro de la Actividad de Campo de la Contrainteligencia del Departamento de Defensa (CIFA, en sus siglas en inglés) sobre cómo se reestructura y se pierde la fortaleza personal». Para quienes no están familiarizados con esta cuestión, el programa de la CIFA se clausuró debido a numerosos escándalos, entre ellos: mal uso de cartas sobre cuestiones de seguridad nacional para conseguir acceder, sin garantías legales, a información financiera privada de determinados ciudadanos, la dimisión de un congresista acusado de aceptar sobornos a cambio de contratos de la CIFA y, según el New York Times, la recogida de «una amplia base de datos internos que incluía información sobre protestas antibelicistas organizadas en iglesias, colegios y lugares de reunión cuáqueros». Aunque se trató de una operación muy secreta, el directorio de psicólogos de la CIFA era famoso por sus arriesgados asesoramientos sobre los detenidos en Guantánamo, que incluían la remisión de preguntas para uso de los interrogadores.
El asunto de la implicación de los psicólogos en los esfuerzos de la «seguridad nacional» es algo muy delicado. Aunque a nivel ético pueda haber vías apropiadas y aceptables para que los psicólogos participen en esas actividades, incluso una conciencia histórica superficial adivierte que tal implicación es con frecuencia éticamente problemática. Para bien o para mal, la CIA tiene un largo registro de científicos académicos que han intervenido ilegalmente como asesores e investigadores voluntarios o involuntarios y que han proporcionado determinada protección en historias secretas. Por ejemplo, la investigación del Senado de 1977 sobre el Proyecto para la Modificación de la Conducta de la CIA (denominado MKULTRA) reveló que la CIA había contratado a investigadores en unas ochenta universidades, hospitales y otras instituciones dedicadas a la investigación a través de la fachada de una agencia de financiación. En la vista celebrada en el Senado, el Director de la CIA afirmó: «Creo que todos nosotros tenemos, ante todos esos investigadores e instituciones, la obligación moral de protegerles de cualquier molestia o daño injustificado que la revelación de sus identidades pudiera acarrear a sus reputaciones». Pero éstas no sólo fueron tretas del pasado. Recientemente, la Dra. Belinda Canton, desde hace mucho tiempo administradora de inteligencia de la CIA y miembro de la Comisión Presidencial de 2005 sobre las Capacidades de Inteligencia de los Estados Unidos en Armas de Destrucción Masiva, recomendaba el uso oportunista de científicos como forma de acercamiento al control de la incertidumbre: «Identificar académicos y científicos que puedan tener perspicacia» y observar donde «hay oportunidades para explotar a los cuadros científicos».
Esta historia, junto con la actual, de autorizaciones bien documentadas para torturar a los detenidos, debería haber representado una seria advertencia para los dirigentes y psicólogos individuales de la APA sobre los riesgos morales de ayudar al aparato de la seguridad nacional, especialmente bajo la actual administración estadounidense. Pero la APA no se ha preocupado de ayudar a los psicólogos a enfrentar esas situaciones éticamente peligrosas. Muy al contrario, la APA se ha mostrado insensible ante el uso de técnicas psicológicas de tortura y ante el papel como ayudantes de los psicólogos en esas torturas. Esa misma insensibilidad ha alarmado a muchos psicólogos de dentro y de fuera del país.
En 2006, la revista Time publicó los registros diarios de los interrogatorios del detenido número 063 de Guantánamo, Mohammed al-Qahtani. Esos registros demostraban que al-Qahtani había sido sistemáticamente torturado durante seis semanas a finales de 2002 y comienzos de 2003. El registro también alegaba que el psicólogo y miembro de la APA, el Mayor John Leso, estuvo presente al menos en varias ocasiones durante esos episodios. La APA no dijo nada sobre esta supuesta participación de un miembro de la APA en un caso documentado de torturas. Hace ya al menos 23 meses desde que se presentaron quejas a nivel ético contra el Dr. Leso y todavía la APA sigue permaneciendo en silencio.
En mayor de 2007, el Departamento redefensa desclasificó el informe de la Oficina del Inspector General, que documentaba el papel de psicólogos SERE en el entrenamiento de personal del ejército y de la CIA en técnicas de malos tratos que «violaban las Convenciones de Ginebra». La APA respondió con el silencio. Cuando preguntamos por la reacción de la APA, se nos dijo que la organización necesitaba tiempo para «estudiar cuidadosamente» el informe. Han pasado catorce meses, y hasta la fecha ningún dirigente de la APA ha hecho comentario alguno sobre ese Informe.
Los dirigentes de la APA han fallado a los psicólogos y han fallado a la profesión de la psicología. También le han fallado al país. Cuando se le pidió una guía ética, la APA puso su autoridad ética en manos de los implicados en las cuestionables prácticas que requerían investigación. Cuando hubo pruebas abrumadoras de que varios psicólogos habían ayudado a diseñar, poner en marcha y normalizar un régimen estadounidense de torturas, la APA permaneció en silencio. Cuando se informó de la utilización de paradigmas psicológicos tales como «indefensión aprendida», que han servido para guiar la manipulación, por parte de los psicólogos, de las condiciones de los detenidos, la APA continuó ignorando o minimizando esos informes. En lugar de preocuparse, se han dedicado a afirmar que la presencia de psicólogos en los sitios negros de la CIA y en campos de detención «fortalece la seguridad». Cuando quedó claro que la APA debería ofrecer una voz firme y una política clara prohibiendo la participación de psicólogos en operaciones que violan sistemáticamente las Convenciones de Ginebra y el Derecho Internacional, los dirigentes de la APA manifestaron su preocupación por que pudiera implementarse contra ellos un juicio «que limitara sus actividades». Desde luego, estos argumentos no ayudan a salvar la cara en ningún foro serio de opinión mundial.
Esos no son nuestros valores. Los dirigentes de la APA nos han hecho sentirnos avergonzados a nosotros y a nuestra profesión con su indefensión estratégica. Ya es hora de que la APA clarifique que los psicólogos no pueden éticamente apoyar de ningún modo ni en ningún momento tácticas de tortura o coercitivas en los interrogatorios. Ya es hora también de identificar y responsabilizar públicamente a los psicólogos individuales que han convertido a la APA en lo que es en estos momentos. Ya es hora de pedir cuentas a esos psicólogos por el desarrollo de extendidos fallos morales sistemáticos en la actual infraestructura de la organización. En efecto, si así no lo hacemos, también nosotros seremos cómplices de las torturas.
Los autores son miembros de la Coalición por una Psicología Ética. Puede contactarse con ellos en: [email protected]
Referencias:
· U.S. Senate, Select Committee on Intelligence and Subcomité on Health and Scientific REsearch of the Committee on Human Resources (1977). «Project MKULTRA: the CIA’s program of research in behavioral modifiation». U.s. Government Printing Office, Washington, DC. Pp. 7, 12-13, 123&148-149.
· [Canton, Belinda (2008). The active management of uncertainty. International Journal of Intelligence and Counterinteligence, 21 (3): 487-518].