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Inmigrante clandestina

Travesía desierto Sonora-Arizona (VIII)

Fuentes: Rebelión

Logramos subir el barranco y nos alejamos del lugar pensamos que atrás se había quedado el tormento de las emboscadas. La frontera no es como la cuentan es por esa razón que se pierden tantas vidas en el intento de llegar a Estados Unidos. No se escucha de policías que disparan a indocumentados cuando ésa […]

Logramos subir el barranco y nos alejamos del lugar pensamos que atrás se había quedado el tormento de las emboscadas. La frontera no es como la cuentan es por esa razón que se pierden tantas vidas en el intento de llegar a Estados Unidos. No se escucha de policías que disparan a indocumentados cuando ésa es una realidad de todos los días. Pero, ¿quién los acusa? Y peor aun, ¿quién cree en la palabra de un indocumentado? Nadie. Los indocumentados no valemos como seres humanos dentro de esta nación, seremos si acaso la mano de obra barata con la que se benefician millones de anglosajones pero nada más.

Conseguimos avanzar algunos kilómetros y nos encontramos nuevamente con otros grupos que habían logrado escapar de las redadas, estábamos cerca del cerro que habíamos visto y la idea de subirlo me daba vueltas en la cabeza pero el estado físico del grupo lo impedía. Yo había subido volcanes en Guatemala y entrenado en montañas debido a mi profesión de árbitra de fútbol, ese cerro imponente me llamaba. Fue instintivo, desde que lo vi la primera vez supe que sería nuestra puerta de escape.

También la forma de caer en el vacío para amortiguar los golpes la aprendí en la infancia cuando íbamos con mis amigos de expedición a las aldeas vecinas, eran caídas tras caídas entre filos de barrancas; lo importante en una descenso de esa magnitud es tomar inmediatamente la posición fetal y con esto cubrirse las costillas para proteger los órganos internos y con las manos tapar el rostro. También puede ser la otra; la de correr siguiendo las faldas de la ladera aprovechando la velocidad y el impulso pero esto no ayuda cuando el terreno está lleno de obstáculos como lo eran los cactus en la barranca.

Caminábamos lentamente porque ya no había ímpetu por acelerar la retirada, el ánimo del grupo estaba por los suelos y debido a esa lentitud no pudimos salvar la emboscada de la policía montada, motoristas y perreras, esperan el momento preciso para encender las luces; enormes focos que impiden la visibilidad segundos perdidos para nosotros y ganados para ellos, pero como no era la primera vez nuevamente en estampida corrimos, otra vez las balas, los insultos, los golpes con bates, los perros encadenados, los hombres vestidos de particular y las violaciones.
La joven lesionada ya no podía continuar la caída le había lastimado aún más el tobillo y la inflamación y el dolor no se lo permitía entonces nos turnamos con el hombre que cargaba la biblia, por ratos se subía en mi espalda y yo la cargaba y en otros lo hacía él. Nadie más quiso colaborar decían que estaban acabados como para ayudar a otros.

El coyote se detuvo y dijo que mejor nos entregáramos antes de que nos mataran, su palabra desmoronó la moral del grupo y una cólera venida de mi carácter del demonio me hizo hervir la sangre.
Comenzó a caminar hacia donde estaba la policía y corrí a detenerlo le pegué del regresón, lo tiré al suelo, lo volví a levantar y lo tomé por el cuello de la camisa y lo topé a mi pecho de modo que a escasos centímetros quedó su rostro del mío; mi reacción lo inmovilizó no se esperaba algo así de una mujer, me quité el gorro pasamontañas y lo vi directamente a los ojos y le dije: «¡muy machito para ser coyote pues demuestra que eres hombrecito!¡Te vas con nosotros o seré yo la que te reviente la nariz a trompadas! ¡No nos vas a dejar tirados!» Para mí agarrarlo a puñetazos era lo más fácil del mundo crecí rodeada de hombres y trompeándome en peleas callejeras con cuanto crío se me puso el brinco, esa reacción en mí era parte de mi hábitat natural. Comenzó a salir lentamente la Ilka de arrabal.

El tono de mi voz y mi enojo lo hicieron reaccionar y desde ese instante las cosas cambiaron, señalé el cerro y les dije que nuestra única ruta de escape era subirlo aunque con esto nos perdiéramos completamente en el desierto o nos muriéramos intentándolo, era demasiado empinado pero teníamos que hacerlo pronto iba a amanecer y quedaríamos visibles para la migra. El grupo de mujeres inmediatamente se pegó atrás mío, eran los varones los indecisos de seguir a una mujer pero el hombre de la biblia en la mano los convenció cuando se unió al grupo y comenzamos a avanzar. Esto fue cuestión de segundos mientras la migra hacía de deshacía con los migrantes de otros grupos que ya tenía en su poder.

Antes de subir el cerro buscamos ramas secas que nos sirvieran de bordones, encontramos una en forma de horqueta que le sirvió de muleta a la muchacha del tobillo golpeado. Nos volvimos a abrazar todos porque la subida no sería fácil al menor resbalón la muerte era segura, no había camino qué seguir nosotros lo hicimos.

El coyote estaba molesto conmigo pero era un niño y pronto entendió el por qué de mi reacción, se convirtió en un migrante más, el hombre de la biblia hizo una oración porque era nuestra despedida realmente nuestro último intento por salvarnos de las balas y los golpes, las lágrimas no tardaron en aparecer, -menos las mías-. Tres hombres de otro grupo se habían unido al nuestro en la última redada porque en el que iban habían agarrado a todos menos a ellos que lograron escapar. Fueron bienvenidos y rápidamente formaron parte del equipo.

Agarrándonos de ramas de cactus y de piedras comenzamos el ascenso, allende se veían las luces de las motocicletas y de las perreras que se movían circularmente, los lamentos eran parte del eco de la madrugada; la alborada comenzó a emerger con sus colores flor de fuego hasta que el sol de anaranjado vivo nos dio los buenos días, íbamos a la mitad del cerro. La deslumbrante hermosura de aquel amanecer visto desde la vertiente de un cerro de desierto ha sido una de las experiencias más gratas en mi vida. Recordarlo ahora llena mis ojos de lágrimas, lágrimas de gratitud. Soy una persona que vive intensamente los instantes así las circunstancias aticen para volverlos lóbregos, no es una premisa que también en lo siniestro hay encanto si se sabe ver con los ojos del corazón. Aquel amanecer fue el resurgir, respirar y comprobar que habíamos sobrevivido a la fatal oscurana.

Llegamos a la cúspide y vimos desde la altura la lindeza de aquel desierto generoso que nos había permitido librar la muerte, decidimos quedarnos ahí hasta el medio día para descansar, el frío de la mañana dio paso al bochorno de brisa rala y caliente que quemaba la nariz cuando se respiraba. Nos quitamos los zapatos y nos acostamos sobre el suelo frío que entibiaba lentamente yo había perdido el gorro y los guantes en el ascenso, todos pudieron ver mi rostro moreno; xinca y garífuna, que ahí tomaba la forma de un auténtico veracruzano.

Cada tanto pasaban helicópteros y avionetas sobrevolando en el área tan cerca de nosotros que el viento y el polvo formaban pequeños remolinos que nos llenaban de brisa caliente. A las dos de la tarde comenzamos a bajar pero de otro lado para no regresar a donde la migra había abatido a tanto indocumentado. Es ese momento la rodilla comenzó a inflamarse y el dolor me hizo llorar, cuando salí del barranco a donde habíamos caído me puse ungüento y eso ayudó a no sentir el dolor pero habían pasado horas y el golpe comenzó a manifestarse fuertemente.

Con todo y la lesión estaba en mejores condiciones que la mujer del tobillo golpeado, no tenía ninguna duda que se lo había quebrado pero no quise decírselo ahí para no angustiarla, le era imposible siquiera topar la punta del pie en el suelo, la seguimos ayudando el hombre de la biblia y yo, el resto ya mucho tenía con sus ampollas en los pies y sus estados de salud que tenían que ver con sobrepeso, artritis, diabetes, todos hervíamos en fiebre y creo que fue debido a las tantas púas de nopal que se metieron en nuestro cuerpo, por si fuera poco da una comezón en la piel que da ganas de arrancársela.

Cuando el dolor fue imposible de soportar comencé a quedarme rezagada del grupo, realmente no quería hablar con nadie estaba muy irritada por lo del golpe en mi rodilla y el dolor insoportable que me hizo morderme los labios en más de una ocasión. Desde que mi profesor de cuarto primaria se dio cuenta que no podía expresarme si no a golpes, me dijo que cantara cuando me sintiera sola y con esto conocería mi voz que era la expresión de mi ser interno, he cantado toda mi vida y en ese desierto no hubo excepción; teníamos que guardar silencio y avanzar lo más que pudiéramos pero yo cantaba mentalmente y eso permitía que no pensara en el dolor que me estaba devorando.

A los 19 años tuve una lesión de ligamentos cruzados y menisco tan fuerte que si me operaban era muy probable que no pudiera volver a trotar, con los exámenes el doctor se dio cuenta que mis rodillas por así decirlo tenían más edad que yo, estaban muy desgastadas y a los 19 parecían de una mujer de 40. Tengo 34 y parecen de una mujer de 60 van deteriorándose día a día pero no me importa, nada ni nadie me alejará de la pasión de mi vida.

Él me había prohibido escalar y trotar a velocidad para no desgastarlas más, pero yo no iba a renunciar a mi sueño de ser árbitra internacional y recién empezaba en esa profesión y renunciar al reporte era como suicidarme. La primera de las consecuencias vino en ese desierto y fue una prueba de fuego para mí.

Mi venda la tenía la muchacha y no se la iba a pedir, lo único que tenía era ungüento que ya no hacía efecto con el nivel de inflamación en mi rodilla, busqué una rama más rolliza para sostenerme y utilizarla de apoyo porque la otra pierna ya comenzaba a fatigarse porque sostenía todo mi peso. Descansábamos veinte minutos cada dos horas, el ocaso con sus colores morados, rojos y anaranjados cayó lentamente en aquel descampado y la noche pronto nos iluminó con su fulgor de luna y sus estrellas bajas que se sentaban a descansar en las ramas de los cactus.

A la media noche dejamos de caminar y de dos en dos nos acomodamos en los zarzales buscando los cactus más rollizos, alejados unos cincuenta metros unos de los otros para no ser sorprendidos todos en caso nos sorprendiera la migra, por lo menos unos se salvarían. Cuatro mujeres nos acostamos juntas porque encontramos una cuneta no pudimos dormir por el frío y yo por el dolor en la rodilla. Cada hora nos cambiábamos de lugar, dos en medio y dos a las orillas para tener un poco de calor y nos abrazamos y nos empiernamos a más no poder.

El amanecer fue un espectáculo sin precedentes una sensación difícil de explicar, la magnitud del esplendor de la naturaleza es sorprendente, nos hizo llorar aquel embeleso en medio de la nada. Solo nos quedaba un litro de suero que era el mío y lo racionamos, un trago en la tapadera de la botella por cada dos horas de camino así alcanzaba para todos y repartimos la manzana y la galleta.

Era el segundo día en el desierto y los cuerpos sin vida de migrantes que perecieron en el intento estaban expuestos, algunos solamente los huesos y la ropa, otros con días de descomposición; hombres, mujeres y niños. Ninguno tenía pertenencias, muchos tenían perforaciones de balas, lo que indicaba que había sido la migra, grupos delictivos o los famosos -e invisibles para la justicia estadounidense- hombres vestidos de particular. ¿En qué averno estábamos metidos?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes