(Blog Visiones Política Internacional) Según cuentan, los Estados Unidos tienen como destino manifiesto «iluminar» a la humanidad en sus ansias de libertad y emancipación. De ahí el simbolismo de la estatua de Nueva York con el faro de la libertad iluminando el mundo -con una de sus principales réplicas en la Ciudad Luz, en otra […]
(Blog Visiones Política Internacional)
Según cuentan, los Estados Unidos tienen como destino manifiesto «iluminar» a la humanidad en sus ansias de libertad y emancipación.
De ahí el simbolismo de la estatua de Nueva York con el faro de la libertad iluminando el mundo -con una de sus principales réplicas en la Ciudad Luz, en otra pequeña isla parisina en el río Sena-, ícono inequívoco de la pretendida idea sobre la existencia de un «sueño americano», en una nación que se hace juzgar indispensable, emprendedora y pragmática. El 16 de junio de 2017, desde el icónico vecindario de La Pequeña Habana en Miami, Florida, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en un show televisivo, junto a la extrema derecha de origen cubano, que reúne a mafiosos políticos, delincuentes, terroristas y asesinos, predijo que «lograremos una Cuba libre» y anunció el endurecimiento de la política de bloqueo de los Estados Unidos hacia Cuba. El discurso fue una verdadera proclama semejante a otros tiempos que imaginábamos en el pasado. El atronador lenguaje de Trump nos recuerda la «guerra fría». Trump habló de la «opresión comunista» que prevalece en la isla y saludó a los connotados contrarrevolucionarios cubanos, como las Damas de Blanco, Antúnez, entre otros, para denunciar supuestas violaciones a los derechos humanos, que dijo se cometen en la isla. En su posicionamiento anticubano, revirtió parcialmente el legado de su predecesor, Barack Obama:
- Restricciones para hacer negocios con las empresas administradas por los militares cubanos y la imposición de mayores controles a los viajeros estadounidenses que visiten Cuba.
- La política emprendida por el expresidente Obama y el líder cubano Raúl Castro, «no favorece al pueblo cubano, sino que enriquece al régimen».
- Pidió al gobierno cubano que «ponga fin al abuso hacia la disidencia» y dijo que solo en ese contexto -la liberación de los políticos presos, la legalización de todos los partidos políticos y la celebración de elecciones supervisadas y libres- estará dispuesto a sentarse a negociar un mejor acuerdo con el gobierno de la isla.
En concreto, las medidas propuestas por Trump son:
- Reducir las actividades económicas de los Estados Unidos, incluidas las relacionadas con el turismo, con el conglomerado militar cubano Grupo de Administración Empresarial (GAESA).
- Permitir a los ciudadanos y entidades estadounidenses que desarrollen lazos económicos con el sector privado y emergente de Cuba.
- Reforzar las restricciones de viaje para los estadounidenses que quieran visitar la isla.
- Prohibir los viajes individuales de estadounidenses bajo la categoría «people to people» («persona a persona»), que había permitido el gobierno de Barack Obama
- Los cubanos radicados en los Estados Unidos podrán seguir enviando remesas y visitar a sus familiares en la isla
- Continuar el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a la isla hace más de 50 años
Es muy importante tener presente que aunque Trump afirmó a sus seguidores que «cancelará el acuerdo completamente desequilibrado del gobierno anterior con Cuba», lo cierto es que esta «nueva» política no significa una reversión total de la histórica reapertura de las relaciones diplomáticas entre ambos países iniciada en diciembre de 2014 y que Trump, a partir de ahora, recibirá la oposición de muchos sectores sociales, políticos, económicos y empresariales de los Estados Unidos, los cuales están convencidos en que debiera prevalecer la política iniciada por el gobierno de Barack Obama hacia Cuba. En ese sentido, la retórica hostil de Donald Trump parece una misión imposible de poner en práctica al pie de la letra. Ella rememora las políticas fracasadas del pasado y, en su prepotencia neofacista, subestima la capacidad de respuesta y resistencia del pueblo cubano, así como de su liderazgo entrenado en las lides de la defensa de la patria socialista frente al imperio. Estas situaciones de confrontación con los Estados Unidos realzan la conocida estatura moral del pueblo cubano y cohesionan los ideales patrioticos y antiimperialistas de la nación.
Sin embargo, los cubanos somos optimistas. El profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales, Jesús Arboleya dijo a Progreso Semanal de Miami: «Ahora habrá que ver las medidas concretas para separar la realidad de la demagogia. Tengo la impresión que aun queriendo lo peor, no pudieron alterar la esencia del proceso. El exilio histórico no da más, ese no es la comunidad cubanoamericana y, mucho menos, el pueblo de Cuba. A lo mejor lo comprobamos en las elecciones de 2018 y para colmo será un mal acto de campana adelantada. La decadencia fue la tónica del espectáculo que vimos en Miami y estoy seguro que muchos cubanos, allá y aquí, hemos tenido que soportar lo que algunos llaman «vergüenza ajena».»
Por otra parte, ¿está en condiciones los Estados Unidos de sostener en la coyuntura internacional actual sus ínfulas paradigmáticas? Las escenas diarias contradicen cualquier propaganda sobre el «modo de vida americano» (american way of life). Es una paradoja que la gran prensa transnacional silencie la realidad de ese simulado reino de la libertad que cuenta con la mayor población encarcelada del planeta: 2,2 millones de reos. Es una singularidad que Estados Unidos tenga menos del cinco por ciento de la población del orbe, pero casi un 25 por ciento de la penitenciaria mundial.
Esta situación resulta anormal, cuando nos percatamos que casi uno de cada cien adultos está tras las rejas, tasa entre cinco y diez veces más alta que las de Europa y otras sociedades del dominador eje norte-oeste en las relaciones internacionales. El racismo sigue muy presente, pues, de los encarcelados, el 60 por ciento pertenece al sector afroestadounidense o a latinos.
La situación de la juventud se encuentra condicionada por las coordenadas determinantes del sistema capitalista en los órdenes socioeconómico y político: el neoliberalismo y el neoconservadurismo han pautado el desarrollo de esa sociedad, a partir del último decenio del siglo XX. Es conocido cómo ese sistema ha generado una polarización en grado extremo de la sociedad, al concentrar la riqueza en manos de unos pocos mientras reparte la pobreza entre los sectores mayoritarios de trabajadores. Por su esencia, es un modelo inhumano, en crisis sistémica, entre cuyas víctimas figura la juventud, a la que excluye sin contemplaciones de ninguna índole. En el país considerado un «modelo de democracia» -o sea, de un Gobierno electo y que gobierna en nombre del pueblo-, la población tiene escasa influencia sobre sus representantes. Aunque la opinión pública está abrumadoramente a favor de un incremento del salario mínimo -más del 75 por ciento lo apoya-, el Senado, del que más de la mitad de sus integrantes son millonarios, impidió esa medida.
El panorama político y económico concebido por la plutocracia, a la cual pertenece el grosero Donald Trump – está validada en profundas investigaciones sobre los procesos de toma de decisiones políticas en los últimos 30 años-, los intereses de los más ricos, de los magnates, siempre prevalecen sobre la voluntad e influencia de las mayorías, creando agudas desigualdades de riqueza y desequilibrios sociales. Así se explica que Donald Trump no se haya preocupado en recordar o reconocer que Hillary Clinton ganó en los condados del sur de la Florida de mayor presencia cubana.
El libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, comprueba que Estados Unidos está en camino hacia algo muy parecido a lo que se vivió en esa nación a finales del siglo XIX, pues la desigualdad económica está llegando a índices que imperaban hace más de un siglo.
Estados Unidos está en evidente decadencia civilizatoria y negado a un diálogo entre civilizaciones. Su política exterior agresiva e imprevisible es un síntoma de la erosión en el centro hegemónico mundial, en un escenario internacional que se vislumbra de anarquía multipolar y de fluctuaciones económicas desordenadas, de revoluciones, contrarrevoluciones y guerras hacia el 2025.
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