En septiembre de este año escribí mi primer artículo [i] sobre el significado del ascenso populista de Trump a la vista de que sus opciones de victoria empezaban a ser reales, como desafortunadamente se terminaron confirmando. Aquel artículo estaba centrado fundamentalmente en el análisis histórico del populismo norteamericano con el objeto de evidenciar, primero que […]
En septiembre de este año escribí mi primer artículo [i] sobre el significado del ascenso populista de Trump a la vista de que sus opciones de victoria empezaban a ser reales, como desafortunadamente se terminaron confirmando. Aquel artículo estaba centrado fundamentalmente en el análisis histórico del populismo norteamericano con el objeto de evidenciar, primero que esta tradición política tenía una larga trayectoria en EE.UU. y, segundo, que a partir de la década de 1960 el populismo terminó vinculándose de manera definitiva al conservadurismo en aquel país.
Evidentemente quedaron sin analizar muchas aristas, que ahora después de la victoria presidencial de Trump cobran más interés y urgencia. Si en el artículo anterior el énfasis estaba puesto en las tendencias políticas internas de EE.UU. que podían explicar el auge del populismo xenófobo, en el actual queremos centrarnos en analizar este ascenso y victoria populista en la potencia dominante mundial como parte de unas tendencias mundiales más amplias a las que va a reforzar.
Así, el artículo se centrará en dos aristas diferentes pero relacionadas. La primera es la trayectoria de la globalización neoliberal y su relación con la victoria de Trump, La segunda es la coyuntura histórica de repliegue de los movimientos y fuerzas progresistas y de izquierda, que ha facilitado que los populismos de derechas terminen encauzando el malestar y las protestas de los amplios sectores sociales damnificados por la globalización.
La situación del proceso de globalización
La globalización neoliberal desplegada a partir los últimos decenios del siglo XX se ha basado en un proceso de desregulación de la economía que ha permitido una mayor libertad de circulación a nivel internacional de los principales actores económicos privados, como las empresas multinacionales que han extendido y articulado su producción en cadenas de carácter regional o mundial, y las corporaciones financieras que actúan en un mercado financiero global integrado.
Uno de los efectos más importante originados por la globalización ha sido el desplazamiento del centro económico mundial. A pesar del estancamiento persistente de Japón y de la ralentización reciente del crecimiento chino, no cabe duda de que el centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado definitivamente a la región de Asia-Pacífico. China e India son los principales beneficiarios, pero EE.UU. se encuentra en la posición geográfica privilegiada de aprovechar este nuevo centro sin tener que renunciar al comercio trasatlántico en declive. Si la economía china se endereza después de la crisis sufrida en 2015, los enormes mercados que representan el conjunto de China e India atraerán el grueso del crecimiento y el comercio mundial.
También es cierto que la globalización neoliberal ha sufrido con la gran recesión iniciada en 2008 un importante correctivo, la actividad comercial internacional se desplomó inicialmente y ha tardado tiempo en ir recuperándose.
En los últimos años se asiste un nuevo ensayo por reactivar la globalización neoliberal a través de la negociación de una nueva ronda de acuerdos comerciales por todo el mundo. Los principales de estos acuerdos comerciales en curso de negociación o aplicación son el TTIP, TPP, y TISA. Se trata de una nueva reactivación de los tratados de libre comercio (TLC) impulsados hace más de una década y que en América se saldaron con el fracaso del ALCA que promovió EE.UU. Sus objetivos son afianzar la hegemonía norteamericana frente a su principal competidor, China – pero también frente al resto de los BRIC (India, Rusia y Brasil), que no participan en los mismos – , y continuar las políticas neoliberales en dos sentidos, de un lado, profundizando en la mercantilización de un amplio sector de actividades económicas y sociales aún no comercializadas mediante un aumento de la desregulación y, de otro lado, reforzando el poder de las grandes corporaciones transnacionales frente a los Estados que verían mermada su autoridad al someter sus decisiones soberanas a tribunales internacionales que suponen una privatización de la justicia.
Si en los años 90 el neoliberalismo fue impulsado decisivamente a través de las políticas contenidas en el conocido como Consenso de Washington, puede que un papel similar se intente conseguir ahora a través de esta ofensiva para implantar estos ambiciosos TLC. Sin embargo las consecuencias del dominio neoliberal durante estas décadas pasadas no son desconocidas por nadie: un crecimiento económico más lento y desequilibrado, con unos mercados financieros mucho más inestables y generando crisis financieras continuas, y una agudización de la desigualdad y la pobreza. [ii]
Otro dato que expresa el nuevo impulso de la globalización neoliberal es el de los procesos de fusiones y adquisiciones internacionales entre las grandes corporaciones que las lleva a un crecimiento en su ya gigantesco tamaño en algunas de ellas. Ralentizados en 2008, rápidamente recuperaron el ritmo y alcanzaron la cifra actual de 30.000 operaciones por año, el triple que en 1990. En este proceso, y después de que las grandes corporaciones asiáticas o europeas amenazarán la hegemonía de las estadounidenses, éstas se recuperaron durante la gran recesión y vuelven a ser las dominantes en este terreno, de las 25 principales corporaciones mundiales, 16 son norteamericanas.
Evidentemente, la globalización ha tenido unos claros beneficiarios. En primer lugar, y de manera destacada, las grandes corporaciones que se han extendido por todo el planeta y han aprovechado las condiciones de los nuevos países para incrementar sus beneficios, igualmente las grandes instituciones privadas financieras como la banca, fondos de inversión, compañías de seguros, etc. En segundo lugar, amplios sectores de los países desarrollados que han mantenido o incrementado su poder adquisitivo en rentas o salarios y se han beneficiado de productos más económicos originados por la globalización, no se trata solamente de la gran burguesía, también se incluyen profesiones liberales, empresarios medios, funcionarios o trabajadores cualificados. En tercer lugar, países que han conocido un proceso de industrialización originado en inversiones de capitales extranjeros y que les han sacado en diversos grados de su situación de atraso secular, se trata de los países emergentes, entre los cuales el caso de China ha sido el más espectacular. Evidentemente, el beneficio en estos países no se ha repartido igualmente por toda la población y se ha producido en ellos un crecimiento acompañado de fuertes desigualdades sociales.
Los países emergentes, especialmente los BRIC, se constituyeron en el motor del crecimiento mundial en los años inmediatamente anteriores a la gran recesión (2001-2007) con un 9% de crecimiento medio y hasta de 11% en China, y fueron los responsables de evitar que la gran recesión iniciada en 2008 alcanzase niveles de mayor gravedad. Mediante lo que algunos expertos denominaron como desacople de sus economías respecto al conjunto mundial consiguieron mantenerse hasta prácticamente el año pasado en la senda del crecimiento, tirando, así, del crecimiento del precio de las materias primas, de las inversiones y el comercio mundial. Entre esas economías emergentes no cabe duda que el principal motor lo representó China, seguida a distancia por la India, Rusia o Brasil.
Pero en el 2015 esta tendencia se rompió. China que había venido creciendo un promedio del 10,5% entre 2000 y 2007, y que la han llevado a ser una de las principales economías del mundo (13% del PIB mundial en 2014), ha pasado a cifras de crecimiento más bajas, el 6,8% en 2015 y el 6,3% previsto para 2016.
Los países emergentes se encuentran actualmente en una situación de reducción de su crecimiento e incluso de retroceso económico general, con la excepción de la India, que se ve agravado en el caso de los países volcados en la exportación de materias primas. Al hecho de la caída de su precio y su demanda en el mercado mundial hay que añadir el impacto por evaluar de la subida de los tipos de interés en EE.UU., de la retirada de los flujos de inversión extranjera del período anterior, o las presiones sobre sus monedas como consecuencia de la situación descrita.
Inicialmente China aprovechó sus reformas de carácter capitalista y su apertura a la economía mundial para alcanzar un gran crecimiento, partiendo de un nivel de desarrollo muy bajo, pero conforme alcanzaba un cierto nivel de desarrollo – desapareciendo con ello algunas de sus principales ventajas competitivas – y se ha sumergido más intensamente en el mercado mundial, ha sido penetrada extensamente por las relaciones capitalistas y se ha vuelto más vulnerable a las crisis del sistema, que se han terminado por trasmitir a su interior
El populismo
Los movimientos populistas son un fenómeno antiguo que, por ejemplo, conocieron un importante protagonismo en América Latina en diferentes momentos y que por ello han sido objeto de múltiples estudios, siendo uno de los más influyentes el de Ernesto Laclau. [iii]
El populismo es para Laclau «un modo de construir lo político», una «lógica política», y también «una de las formas de constituir la propia unidad del grupo», que puede contener elementos opuestos, de derechas o de izquierdas, lo que hace que la tierra de nadie que existe entre uno de derechas y otro de izquierdas haya sido cruzada muchas veces, y que «según las condiciones sociales y culturales» harán que prevalezcan unos u otros. Pero esta ambigüedad del populismo y su lenguaje proviene de la propia naturaleza de lo social, según Laclau, «El lenguaje de un discurso populista -ya sea de izquierda o de derecha- siempre va a ser impreciso y fluctuante: no por alguna falla cognitiva, sino porque intenta operar performativamente dentro de una realidad social que es en gran medida heterogénea y fluctuante.»
Tanto por la propia concepción que Laclau atribuye al populismo,» una lógica política», como por los numerosos y contradictorios ejemplos históricos que emplea en su libro para intentar demostrar como su teoría populista es válida como herramienta de análisis para explicar la realidad, la sensación es que se está en presencia de una herramienta de ingeniería política, útil para ser empleada por actores muy diferentes y con objetivos incluso opuestos, tal como él mismo reconoce al señalar que tanto puede ser empleado por la izquierda como por la derecha, e incluso transformarse de una en otra en un momento dado. El propio Laclau lo expresa perfectamente, el populismo «es menos una familia política que una dimensión del registro discursivo y normativo adoptado por los actores políticos. Es, por lo tanto, una reserva al alcance de la mano disponible para una pluralidad de actores, de una manera más o menos sistemática».
Otros autores [iv] han preferido emplear el término de neopopulismo para referirse a un tipo de fenómeno político aparecido en la década de 1990 en América Latina y cuyos mejores exponentes fueron Fujimori y Menem. Las características que le diferenciarían del populismo anterior, y que le hacen más pertinente para analizar la victoria de Trump, son las siguientes: 1) Llegaron al poder con el apoyo electoral de amplios sectores sociales situados entre los más pobres para llevar a cabo programas de tipo neoliberal 2) Frente a la actitud desconfiada respecto a los viejos populismos entre las clases medias y altas, el neopopulismo recibe un fuerte apoyo de éstas alcanzando una alianza electoral de facto entre los sectores más empobrecidos y los mejor situados de la sociedad 3) Ausencia de mediación institucional (sindicatos, organizaciones campesinas, etc.) que en el populismo mediaban entre el líder y la masa. 4) Finalmente, estos neopopulismos actuaron para promocionar el neoliberalismo (Fujimori, Menem, Salinas de Gortari).
Es importante tener en cuenta estas últimas experiencias porque el populismo (o neopopulismo) de Trump tiene muchas posibilidades de terminar pareciéndose a ellas y representar un nuevo impulso al neoliberalismo.
La victoria de Trump debe leerse en el contexto de una tendencia mundial de ascenso de movimientos populistas con caracteres derechistas y xenófobos que se viene expresando en Europa, EE.UU. y partes de América Latina o Asia, siendo en el viejo continente dónde tienen una trayectoria más antigua. Lo más importante a retener es que se trata de una tendencia en crecimiento que en pocos meses ha conseguido dos triunfos importantes, como han sido la victoria del brexit y la actual de Trump. Otras anteriores han sido objeto de menos atención internacional porque bien se trataban de países periféricos como Viktor Orban en Hungría, Rodrigo Duterte en Filipinas, Alberto Fujimori en Perú, Carlos Menem en Argentina o Berlusconi en Italia, bien eran victorias parciales que impedía a los populismos derechistas alcanzar posiciones de poder decisivas como el PVV de Geert Wilders en Holanda, el M5E en Italia, el FPÖ en Austria, etc. Igualmente, en otras ocasiones han fracasado en sus objetivos de alcanzar el poder, pero han mostrado su potencia y continúan siendo un peligro en espera de su oportunidad como fue el caso de Keiko Fujimori en Perú, o el Frente Nacional en Francia, que busca su oportunidad en las elecciones presidenciales francesas de mayo de 2017 alentado por las victorias tanto del brexit como de Trump.
A pesar de las diferencias existentes entre estos movimientos, existen algunos puntos en común entre ellos que les hace formar parte de una tendencia. En principio, la mayoría de ellos exhiben una fuerte demagogia xenófoba orientada contra la inmigración extrajera. En segundo lugar rechazan los procesos y consecuencias que se han derivado de la globalización neoliberal impulsada desde la década de 1970, apelando a un regreso al proteccionismo y al reforzamiento de lo nacional, que en Europa se traduce en un rechazo a la UE en los países miembros más antiguos (Gran Bretaña, Holanda, Francia) aunque no en los más recientes (Hungría), y en EE.UU. en las declaraciones de Trump contra los acuerdos comerciales internacionales y los procesos de deslocalización industrial.
En definitiva, lo que estos movimientos populistas derechistas están consiguiendo es encauzar el profundo malestar existente entre amplias capas populares contra los efectos de la globalización a través de discursos demagógicos que señalan las soluciones en el impedimento de entrada o expulsión de los inmigrantes y en el reforzamiento de los sentimientos nacionalistas. La fortaleza exhibida de estos populismos derechistas actualmente en Europa y EE.UU. frente a su menor potencia en otras regiones del mundo está relacionada claramente con los efectos de la globalización. Ambas regiones comparten una fuerte presión migratoria de sus áreas geográficas adyacentes mucho más pobres y, además asoladas por guerras, como en el caso de Europa, que es percibida por los estratos de trabajadores nacionales menos cualificados como una competencia por empleos cada vez más escasos y peor remunerados, y por unos recursos sociales públicos en retroceso, especialmente desde el desencadenamiento de la crisis económica actual y el recorte de los Estados de Bienestar.
Igualmente, ambas regiones han sufrido profundos procesos de deslocalización industrial mediante los cuales, industrias que antes proveían gran cantidad de empleos se han trasladado a países dónde una tributación, unos costes laborales y una protección laboral muy inferior han permitido un aumento de los beneficios de las compañías. Paralelamente, la propia industria nacional se ha resentido frente a una competencia muy fuerte proveniente de los productos manufacturados en esos países con menores costes laborales, originando bien el cierre de industrias, bien una presión por la reducción de costes laborales. Estos procesos han sido facilitados por la política de desregulaciones impulsadas por la globalización neoliberal.
Así los populismos (o neopopulismos) derechistas en EE.UU. y Europa están logrando sus éxitos políticos como consecuencia de unos discursos que han logrado la confluencia electoral de las capas beneficiadas por la globalización, que mayoritariamente votan a la derecha, con las perjudicadas, que se sienten atraídas por sus promesas demagógicas y xenófobas.
La victoria de Trump
Centrándonos en el caso de EE.UU. se puede constatar que, sobre el fondo de una tendencia internacional y con los antecedentes del populismo en dicho país, se terminaron enfrentando, tras la derrota de Bernie Sanders en las primarias demócratas, dos opciones que expresaban muy bien el dilema de la globalización neoliberal. Hillary Clinton expresaba la continuación de la globalización y el nuevo impulso en marcha con la firma o negociación de los nuevos tratados comerciales internacionales como el TTIP, el TTP o TISA, su imagen estaba claramente vinculada al stablishment estadounidense, a Wall Street. Una vez que derrotó a Bernie Sanders en las primarias, y confiada en una victoria fácil por los pronósticos de las encuestas y los apoyos de los grandes medios de comunicación, rechazó la posibilidad de hacer concesiones a la izquierda que había apoyado a Sanders para evitar el triunfo de Trump. Es posible que incluso si hubiesen percibido el peligro de la derrota, Hillary y el stablishment que la apoyaba hubiesen preferido la victoria de Trump, con el objeto de encauzarle después, antes que hacer concesiones a la izquierda pro Sanders.
Derrotado este último en las primarias demócratas, el discurso antiglobalización pasó a estar representado por la demagogia de Trump, que al fusionarle con el discurso xenófobo anti-inmigración adquiría un nuevo sentido y una nueva potencia. Ésta se expresó claramente en la victoria del magnate en las primarias republicanas, obtenida contra la oposición de la mayoría del aparato del partido republicano. Esa ya fue una clara señal de que el coctel discursivo demagógico de Trump tenía un peligroso tirón.
La victoria de Trump abre un escenario insólito dónde se pondrá a prueba las cuatro grandes líneas maestras de sus promesas electorales, la mejora de las condiciones de vida de sus apoyos electorales provenientes de la clase obrera blanca golpeada por los efectos de la globalización; las amenazas xenófobas relacionadas con la inmigración; los objetivos proteccionistas que pondrían en causa la trayectoria de la globalización neoliberal impulsada inicialmente por otra gran revolución conservadora en EE.UU., la de Ronald Reagan; y una nueva arquitectura de las relaciones internacionales con tendencia a un mayor aislacionismo y un nuevo enfoque sobre los aliados norteamericanos.
El primer tipo de promesas electorales puede ser llevado a cabo empleando tres líneas de actuación: un programa de inversiones en infraestructuras como el que ha prometido Trump, y que beneficiaría a sus negocios de construcción; una serie de políticas de promoción social orientadas a ese electorado en situación precaria que le ha apoyado – se pueden encontrar ejemplos en otras experiencias anteriores con programas redistributivos o clientelistas – y; especialmente, aplicando su política xenófoba anti-inmigración, al precio de exacerbar el conflicto intra-racial en EE.UU. que podría reforzar las posiciones más ultra conservadoras expresadas por Trump y garantizarle una base de masas para mantenerse en el poder.
Garantizado ese apoyo interior, Trump podría, como en los casos de los neopopulismos neoliberales citados de América Latina, proseguir las políticas neoliberales con modificaciones en la arquitectura de la globalización para intentar hacerla más favorable a los intereses de las corporaciones norteamericanas – por ejemplo, sustituyendo algunos de los grandes tratados comerciales existentes o en curso de negociación por acuerdos bilaterales dónde se impongan más nítidamente los intereses estadounidenses -, y proseguir una política exterior de mayor dureza siguiendo los ejemplos de otras dos administraciones republicanas anteriores, la de Reagan y la de Bush, con la diferencia de que si la primera se orientó contra la Unión Soviética y los movimientos revolucionarios de Centroamérica, y la segunda se centró sobretodo en Oriente Medio, ahora la de Trump se orientaría sobre China.
Polarización social, ofensiva conservadora y populismos derechistas
En las elecciones presidencial de EE.UU. se ha vuelto a repetir una situación que empieza a ser común en bastantes procesos electorales o consultas en las que se plantean decisiones trascendentales y los resultados arrojan una clara polarización de la sociedad en dos mitades con la victoria de una de las opciones por un mínimo de votos.
En mayo de 2016 en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Austria fueron ganadas por el candidato ecologista, apoyado por la mayoría de los partidos austriacos, frente al candidato ultraderechista del FPÖ, por una diferencia del 0,6%, la posterior impugnación de los resultados por este último partido debido a irregularidades en la votación han llevado a una repetición de las elecciones aplazadas hasta diciembre.
En el brexit los partidarios del abandono de la UE vencieron en el referéndum por el 51,9%.
En Perú en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas en junio de 2016 el candidato derechista Pedro Pablo Kuczynski apoyado por la mayoría de los partidos políticos derroto a la candidata populista derechista Keiko Fujumori por un 0,248% de diferencia.
En el referéndum celebrado en octubre de este año en Colombia sobre los acuerdo de paz alcanzados por el gobierno con las FARC, éste fue rechazado por 50,2% de los votos, obligando a una nueva ronda de negociaciones de resultados inciertos.
En febrero de 2016, Evo Morales convocó un referéndum para cambiar la constitución boliviana y permitirle una cuarta postulación a la presidencia, el resultado fue un rechazo a modificar la constitución por un 51,3% de votos.
En noviembre de 2015 en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas el candidato conservador Mauricio Macri ganó al peronista Scioli con el 51,4% de los votos.
Finalmente, y en relación con el tema de este artículo, Donald Trump fue derrotado en número de votos obtenidos, 47,3% frente al 47,8% de Hillary Clinton, aunque en el colegio electoral este resultado se tradujese en 306 votos para el magnate y 232 para la candidata demócrata.
Estos resultados ilustran la situación de sociedades claramente polarizadas en dos mitades frente a opciones antagónicas y afecta a las tres áreas mundiales, Europa, América Latina y EE.UU., en las que se están expresando más abiertamente un conflicto político-social de múltiples características. Otras manifestaciones del antagonismo y la polarización social y política han desbordado el nivel electoral propiamente dicho y, sin llegar a romper el marco constitucional, han llegado a burlar la democracia para conseguir sus objetivos, como es el caso del impeachment a Dilma Russeff, la actitud de Viktor Orban aplicando su política anti-inmigrantes a pesar de fracasar en el referéndum que convocó, la actitud de Trump poniendo en cuestión los resultados antes de las elecciones con objeto de desconocerles si hubiese resultado derrotado, o el caso de Venezuela dónde la impaciencia de la oposición por desalojar a Maduro la ha llevado a fraudes para conseguir el referéndum revocatorio.
Estas tensiones socio-políticas mundiales han tenido dos fases, la primera originada con el despliegue de la globalización neoliberal en la parte final del siglo XX dio lugar a las movilizaciones anti-neoliberales en América Latina que consiguieron llevar al poder a varios movimientos progresistas o de izquierdas. La segunda fase arrancó con la gran recesión iniciada en 2008 y sus consecuencias se han traducido en una fase de derrotas y repliegue para la izquierda, como ya he analizado en otros artículos [v] . En América Latina ha supuesto derrotas de varios gobiernos progresistas o de izquierdas como Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, con el avance de una derecha clásica aunque muy agresiva. En Europa los esfuerzos de la izquierda han sido derrotados (Syriza) o contenidos (Podemos) en tanto los populismos de extrema derecha han seguido avanzando. Y ahora, el populismo ultraconservador y xenófobo se ha instalado en el poder en EE.UU.
Notas:
[i] Jesús Sánchez Rodríguez, Trump, el nuevo intento de asalto al poder del populismo (xenófobo) en Estados Unidos, http://miradacrtica.blogspot.com.es/
[ii] Ver el informe de 2016 de Oxfam, Una economía al servicio del 1%, https://oxfamintermon.s3.amazonaws.com/sites/default/files/documentos/files/economia-para-minoria-informe.pdf
[iii] Ernesto Laclau, La razón populista
[iv] Ver el artículo de Carlos M. Vilas, ¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? El mito del «neopopulismo» latinoamericano, Rev. Venez. de Econ. y Ciencias Sociales, 2003, vol. 9, nº 3 (mayo-agosto), pp.13-36
[v] Jesús Sánchez Rodríguez, La derrota bolivariana en el contexto mundial y Europa: cambio de etapa, http://miradacrtica.blogspot.com.es/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.