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Trump y la falsa democracia imperial

Fuentes: Rebelión

Algunos datos de la elección en EEUU que han quedado ocultos por los medios masivos de comunicación

 

 

El mundo «políticamente correcto» no sale de su asombro ante el triunfo de Donald Trump, la bestia burguesa tan parecida a un fascista que ha sido electo como presidente de EEUU. Y es que la globalización imperialista parece tan instalada para los beneficiarios y sus adulones genuflexos, que no pueden concebir semejante sacudón nada menos que de parte del pueblo del centro imperial. La globalización también ha creado una «cultura», a la que el mundo debió adaptarse. Esa de que las fuentes de trabajo van y vienen por una cuestión de costos y tasas de ganancias, y entonces los puestos laborales nunca son permanentes y seguros, sino volátiles y precarizados en su mayoría. Y como toda cultura, trata de mostrar la realidad según la óptica de los intereses de quienes la imponen, y genera sus adeptos y sus detractores, tanto por cuestiones subjetivas como objetivas. Estas últimas tuvieron mucho que ver en las elecciones yanquis del último 8 de noviembre. Mostraron una realidad que esa cultura quiso ocultar.

 

 

En primer lugar, habría que mencionar que muchos parecen haberse desayunado de una verdad ya incontrastable: en «el gran país del norte» hay pobres. Y millones de pobres. Hay un USA profundo, marginado de los centros de poder, con angustias, precariedades, necesidades insatisfechas, desocupación y miseria, que le dio marco al acto eleccionario. Otro hecho significativo es que la democracia yanqui, otra vez expuesta, se parece mucho más a una parodia que a una virtud social. La participación de la población habilitada para votar en EEUU fue del 57%. De los 231 556 622 votantes posibles, ejercieron su derecho sólo 131 741 500. De ellos, 60.981.118 votaron a Clinton, mientras que 60.350.241, un 26% del total, lo hicieron por el electo presidente. Es decir, Trump ganó las elecciones, pero sacó menos votos que su oponente ¿Cómo puede ser semejante cosa? Pues, porque el sistema electoral del país del Norte, considerada la «primer democracia del mundo», lo hace posible, lo cual constituye toda una farsa monumental. En EEUU el presidente no es elegido por el pueblo directamente, sino por electores votados mediante el sufragio no obligatorio. El asunto es que hay una determinada cantidad de electores por cada Estado, y el ganador de cada Estado se los lleva todos, gane por un millón o por un voto. Así, por ejemplo, si hubiese 100 votantes en Florida y 51 votaran a Trump y 49 a Clinton, Trump se llevaría los 23 electores de ese Estado. Suponiendo otros 100 votantes en Ohio donde se eligieran 15 electores, si 90 votaran a Clinton y 10 a Trump, Clinton se llevaría los 15 electores. Pero en la sumatoria, Trump tendría 61 votos (51 de Florida y 10 de Ohio) y 23 electores, mientras q Clinton sumaría 139 votos (49 de Florida y 90 de Ohio) y sólo 15 electores. Trump gana, a pesar de tener menos votos. Así funciona la «mayor democracia» del planeta.

 

 

No es la única contradicción que genera la elección del magnate xenófobo y misógino: este monigote que es parte de la burguesía yanqui, se manifestó contrario a la globalización que hizo emigrar las fábricas a Asia y dejó sin trabajo a millones de norteamericanos, y con ello consiguió el apoyo del pobrerío blanco del país del norte. Este hombre, que aparece como un retroceso ante la evolución histórica del sistema capitalista, pues proclama estar en contra del sistema financiero que es el que controla y modela el mundo actual, para volver a levantar las fuentes de trabajo en su país, ha expuesto y capitalizado las angustias de los marginados por la globalización en el propio centro del imperio. Vaya contradicción, los pobres votando por un rico, y más a la derecha que la derecha que ya gobernaba el mundo.

 

El problema es que allí no hay posibilidades de una construcción anticapitalista y antimperialista que pueda captar la atención de esa porción de la población. En aquella «democracia», eso no está permitido, aunque sea de manera implícita: se necesitan miles de millones de dólares para crear un candidato. Por eso, parte de la población más empobrecida cree encontrar la salida por derecha. Mucho más grave es que las expresiones fascistas, xenófobas y misóginas representan culturalmente a gran parte de esa población. Baste con citar que de los votos obtenidos por Trump, el 53% corresponde al voto femenino.

 

 

La alienación extrema de la población en la potencia imperial capitalista no debiera sorprender a nadie. Porque si el pobrerío con bajos niveles de educación vota a un explotador directo como Trump, mucho más extraño es que los teóricamente más informados y formados, defensores de los derechos democráticos sociales e individuales, se conviertan en un proceso eleccionario en socios de Wall Street, la Reserva Federal y el establishment de los medios de comunicación, aunque sea incoscientemente. Es que ése era el arco que apoyó la candidatura demócrata. Habría que explicarlo basándose en uno de los axiomas fundamentales del capitalismo: si hay algo que no socave su tasa de ganancia, lo deja ser. Entonces, la inmigración ilegal es tolerada (pues significa más consumo), la integración racial, las libertades sexuales y hasta el aborto pueden ser mirados con simpatía. Y por el lado de la pequeña burguesía, esa libertad aparente la hace sentir cómoda, además del acceso al crédito que le hace un poco más placentera la vida. No ven que tienen la libertad que les permite la clase dominante y que ello se puede acabar en cualquier momento, tal como le ocurrió a muchos durante y después de la crisis iniciada en 2008.

 

 

Trump dice que irá contra los inmigrantes, y probablemente será la única promesa de campaña que podrá cumplir (con el Muro de la vergüenza incluído), siempre y cuando la burguesía imperialista financiera no necesite de esa inmigración para servir café y limpiar los pisos de sus propiedades. Es que el presidente electo dijo que iba a ir contra la globalización, contra Wall Street, contra los tratados de libre comercio, es decir, contra la flor y la nata del sistema que concentra la riqueza del mundo en la clase a la cual él pertenece. También que iba a acordar con Putin para bajar la tensión entre ambos países, y abandonar la OTAN. Es difícil pensar que lo van a dejar. La Reserva Federal es autárquica y le presta divisas al Estado norteamericano, que es su mayor deudor, y está manejada por el verdadero poder que modela a EEUU y el mundo: la burguesía financiera de los Rothschild, Rockefeller, Warbhur, Morgan, Golman Sach, Lethman, Lazard, Loeb, Moses, a los que se ha agregado Soros. Burguesía que es dueña de las empresas que saquean a los pueblos del mundo y de los medios de comunicación que forman opinión a nivel planetario, y manejan el Pentágono, la CIA y demás letrinas por el estilo. No es posible que la bestia Trump pueda ir contra ellos. Como a todo presidente que llegó con promesas a la Casa Blanca, le mostrarán claramente lo que puede y lo que no podrá hacer. Como Obama y su retiro de tropas de Medio Oriente o de Guantánamo.

 

 

 

Sin embargo, hay cuestiones objetivas que ninguna subjetividad puede soterrar eternamente por más enmascaramiento que se intente. El hartazgo del pobrerío respecto de las políticas neoliberales que no paran de marginarlos, se tenía que manifestar en algún momento. La particularidad esta vez fue que la bestia neofascista separó y le dio sustancia a la queja blanca en detrimento del resto. El hecho de que en EEUU el 1% de la población se enriqueciera desde hace décadas de manera astronómica, en menoscabo del otro 99%, no podía mantenerse incólume por siempre.

 

La clase dominante creyó seguro su acto de ilusionismo en el centro del imperio, pero las condiciones objetivas que ella misma creó le jugaron en contra en el acto eleccionario, aunque eso no se traducirá en política contra sus intereses. Para ello, la alternativa de las masas debe estar en las antípodas de lo que se ungió -y aún de lo que se derrotó- el pasado martes 8-11: una surgida de las propias masas trabajadoras, en su propio beneficio y en contra de los de sus explotadores. En EEUU eso es impensable por ahora, aunque algunos datos pueden ir mostrando un germen de lo que puede y debe venir: cien millones de yanquis no fueron a votar; Trump con un 26% a favor, tiene un 74% que al menos no lo apoya; y las convocatorias multitudinarias a rechazar el resultado de las elecciones en varias ciudades, como continuidad del movimiento Occupy nacido al calor de la crisis financiera del 2008.

 

 

Los medios de comunicación masiva de Argentina, los mismos que apoyan al macrismo neoliberal, están horrorizados con Trump. Ellos querían a Clinton. Temen ahora ser considerados igual que los chicanos, al tiempo que bajan línea contra los inmigrantes de los países hermanos de Latinoamérica. El gobierno está aterrorizado por la posibilidad de que los acuerdos comerciales a los que se llegó con Obama, se caigan con el electo presidente republicano. Las políticas presupuestadas están ceñidas a ellos, con el incremento de las exportaciones de comodities al país del Tío Sam, la adhesión a la Alianza del Pacífico y al TPP. Es que la política de los lacayos es la dependencia con el imperio, para recibir los beneficios de «ser parte» de la corte imperial. La pequeña burguesía cipaya teme a la vez que ya no le sea tan fácil viajar a Orlando o New York. Mientras, la mayoría de los asalariados lleva el peso del ajuste requerido por las instituciones globales, para que aquellos gocen de sus vidas.

 

Mienten entonces con complicidad los que desde cualquier país dependiente ponen a los demócratas por encima de Trump: para los pueblos sometidos por el imperialismo pocas cosas cambiarán. Continuarán el saqueo por vía económica o por las bombas. Mienten los que siembran temor por las consecuencias globales de las políticas de la bestia que ocupará desde 2017 la Casa Blanca, como si fueran peor de las que ya existen: no podrá hacer lo que el verdadero poder no le deje, y lo que le dejen será malo de por sí. En el mundo, lamentablemente, las cosas seguirán más o menos como hasta ahora, globalización mediante. Sólo los pobres inmigrantes en suelo yanqui verán un cambio en sus vidas. Miente Trump al pueblo yanqui al prometerle soluciones que nunca tendrá. Lo que pone de manifiesto la interminable crisis del capitalismo y su profundización, en el mismo centro de la metrópoli. El cambio necesario para los explotados del mundo no vendrá de ningún engendro de la derecha, por más «transgresor» que parezca. Los pueblos lucharon, luchan y lucharán por su bienestar, a través de los siglos, con las herramientas y el conocimiento que tienen, en un aprendizaje que es el derrotero mismo de la Humanidad en el tiempo. Los que buscan respuestas hoy en sus explotadores y verdugos, en el futuro las buscarán en otro lado ante los engaños a los que son y serán sometidos.

 

 

Es responsabilidad del movimiento revolucionario hoy constituido, hacer los aportes necesarios para generar la alternativa creíble donde canalizar los sueños de los millones de explotados del mundo en ese tiempo que vendrá.