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Túnez, campo de batalla de los países del Golfo

Fuentes: Orient XXI

La crisis del mundo árabe está relacionada en parte con las políticas de ciertos emiratos del Golfo, incluido Emiratos Árabes Unidos, cuyo papel sigue siendo en gran parte desconocido. De las regiones donde estos países mantienen una política exterior intervencionista, el escenario tunecino parece el más ignorado. Sin embargo, desde 2011, los dirigentes de la […]

La crisis del mundo árabe está relacionada en parte con las políticas de ciertos emiratos del Golfo, incluido Emiratos Árabes Unidos, cuyo papel sigue siendo en gran parte desconocido. De las regiones donde estos países mantienen una política exterior intervencionista, el escenario tunecino parece el más ignorado. Sin embargo, desde 2011, los dirigentes de la federación monárquica libran una intensa lucha contra Qatar, contra el islam político y, por extensión, contra la democracia.

Arabia Saudí lleva desde 1995 intentando derrocar al clan gobernante de Doha al que considera demasiado independiente de la hegemonía de Riad y a veces incluso hostil a sus políticas. El lanzamiento de la cadena Al Jazeera, la apertura de sus fronteras y sus ondas a muchos revolucionarios árabes, y particularmente el apoyo económico a Irán y Hezbolá han convertido a Qatar en un rival potencial de Arabia Saudí.

Emiratos Árabes Unidos también es muy crítico con Qatar. Los dos países son pequeños en comparación con las potencias regionales de Irán y Arabia Saudí. Sus ambiciosos y autoritarios dirigentes están enfrentados entre sí por razones personales, políticas e históricas.

El argumento democrático

Cuando estalló la Primavera árabe a principios de 2011, Estados Unidos, bajo la presidencia de Obama, se puso de inmediato de parte de las fuerzas del cambio. Qatar y Turquía, dos de los principales aliados de Estados Unidos y cercanos ambos a la Hermandad Musulmana, así como muchos movimientos revolucionarios árabes, adoptaron esa misma posición, mientras Arabia Saudí y EAU eligieron el rumbo opuesto (a excepción de en Siria y Libia, por diferentes razones). Tanto Riyad como Abu Dhabi prefieren el orden y la estabilidad a la democracia. Y sin embargo, los gobernantes de estos países no intentan promover la crítica ideológica a este sistema político. Por el contrario, afirman que favorecen la democracia al tiempo que insinuan que sus pueblos simplemente no están preparados para ella. Este argumento, usado sistemáticamente en cada país y en cada período, se asocia a una razón concreta pero mucho menos expresada: los clanes en el poder podrían perder sus privilegios si se estableciera la democracia y sus oponentes tomaran el poder por medio de las urnas.

Tampoco los turcos y los qataríes son mucho más democráticos que los saudíes o los emiratíes sino que entienden que la democracia es la mejor manera para que sus aliados tomen el poder y, por lo tanto, la consideran una herramienta al servicio de sus propios intereses. Así que pretenden favorecer el establecimiento del estado de derecho en los países árabes porque es una oportunidad de complacer a sus aliados occidentales. Esa es la razón de que la alianza turco-qatarí favoreciese indirectamente la introducción de la democracia en 2011.

Sin embargo, las múltiples guerras que estallaron en el mundo árabe, sus dificultades económicas, la metástasis del terrorismo y las migraciones masivas hacia Europa han llevado a muchas capitales occidentales a reconsiderar sus prioridades: la seguridad de Europa es ahora más importante que la democratización de los países árabes. El voto del Brexit, el aumento general del populismo de derechas y el acceso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2017 no han hecho más que acelerar el proceso.

En consecuencia, los turcos y los qataríes, antes vanguardia de una política occidental que promovía la democracia en el mundo árabe se vieron de repente empujados a un segundo plano. Y los saudíes y los emiratíes, anteriormente marginados, pasaron a ser el escenario central, prácticamente poderes en la sombra en Washington y muy cortejados por París y Londres. Hoy, las fuerzas de la estabilidad autoritaria parecen superar por mucho a las que están a favor de la democracia.

El precedente libio

Si Arabia Saudí concentró la mayor parte de sus esfuerzos en su entorno geográfico inmediato (Siria e ISIS al norte, Irán al este, Yemen al sur y Egipto al oeste), los emiratíes fueron más allá. La Primavera árabe les dio la oportunidad de desarrollar una nueva política exterior proactiva, ambiciosa y que en cierto modo recordaba a la adoptada por Qatar hace solo dos décadas.

Así que desde 2011, Emiratos Árabes Unidos ha puesto la diana en Qatar y en sus principales aliados, Turquía y los partidos políticos islamistas. Sin embargo, Turquía es una gran potencia regional y Abu Dhabi ha evitado enfrentarse con ella directamente. Es el islam político, el eslabón más débil de la alianza, el que soporta la peor parte de esa guerra no declarada, especialmente en el norte de África.

Pero la víctima colateral de esta batalla es la democracia. En Marruecos y Argelia el sistema ha permanecido hasta ahora lo suficientemente sólido como para evitar cualquier interferencia de EAU y Qatar. Su duelo, por otra parte, ha derivado en la instauración de una dictadura en Egipto y en la desintegración de Libia. Solo queda Túnez.

En Libia, tanto los emiratíes como los qataríes se implicaron intensamente en la guerra de 2011 contra la Yamahiriya y cooperaron con la OTAN para derrocar al régimen. Túnez era el paso obligado hacia Trípoli y ambos países lo usaban para enviar armas y municiones. Pero la creciente influencia de la Hermandad Musulmana en Egipto, la victoria electoral de Ennahda en Túnez en octubre de 2011, la muerte de Muamar Gadafi ese mismo mes y el triunfo del Partido Justicia y Desarrollo (PJD) en Marruecos un mes después significaron dos cosas: Qatar avanzaba en el norte de África y Muamar Gadafi, el enemigo común que había obligado a Abu Dhabi y Doha a unir sus fuerzas, quedó fuera de juego. A finales de 2011, la rivalidad entre los dos países estaba en pleno apogeo. Egipto y Libia fueron dos recompensas importantes: ganar uno significaba perder el otro. Y ganar Túnez tenía un valor simbólico porque la Primavera árabe había arrancado allí y porque era un elemento clave en la cuestión libia.

Túnez rehén de EAU

La estrategia de Emiratos Árabes Unidos en Túnez se puede resumir en tres puntos principales: primero, bloquear el progreso de Qatar allí y, por extensión, el de Ennahda, el partido del islam político. La cuestión libia constituye el tercer punto: Emiratos Árabes Unidos está tremendamente implicado allí económica, política y militarmente contra Doha, Ankara y el islam político.

Así, desde principios de 2011, los imperios mediáticos de emiratíes -y saudíes- apuntaron contra Ennahda y contra la influencia de Qatar y Turquía en Túnez. Esta campaña dirigida al público tunecino se asemejó a una campaña similar desarrollada por los rusos -y los emiratíes- dirigida a los votantes estadounidenses en las elecciones presidenciales de 2016 y que ha llegado a conocerse como fake news [noticias falsas]. Los medios tradicionales y sociales han lanzado un contraataque contra Qatar. Pero como ese pequeño emirato pretendía evitar, al menos hasta 2017, la ira de Riad, su respuesta fue débil y escasamente llegó a audiencias ajenas a la esfera de influencia de Doha.

Estos ataques y contraataques no solo afectan a Túnez. Llegan a todos los rincones del mundo árabe y también a las redes de think tanks y medios influyentes de Washington y Londres, y en menor medida de Europa. En menos de una década, los emiratíes, los saudíes y los qataríes han logrado crear sólidas redes de apoyo muy eficaces. El resultado ha sido la creación de una dicotomía global. Para quienes simpatizan con Doha, criticar a Qatar equivale a embestir contra la democracia y promover la dictadura. Para quienes simpatizan con Abu Dhabi, los que denigran a los emiratos son partidarios de Qatar y están en contra de la estabilidad. Para Doha, defender el papel del islam político es sinónimo de defender la democracia, mientras que para los emiratíes equivale a alentar el terrorismo. Este enfoque, similar al utilizado por Israel para acusar a todos sus críticos de antisemitismo, ha sido muy eficaz para desacreditar a ambas partes. Y en Túnez ha contribuido a deslegitimar a muchos actores políticos.

Además, se dice que Qatar ha proporcionado apoyo financiero a Ennahda y al Congrès pour la République (CPR) del ex presidente Moncef Marzuki desde 2011. Y según diversas fuentes locales e internacionales, EAU financió a Nidaa Tounès entre 2013 y 2014. Se dice que esta ayuda emiratí tenía como objetivo expulsar a Ennahda del gobierno. Si lo hubiera logrado, habría representado una nueva victoria para Emiratos. Ennahda quedó segundo en las elecciones generales de 2014 y su expulsión del gobierno habría paralizado el proceso político y hubiera significado el fracaso total de la transición democrática y del modelo tunecino.

No es banal que la primera visita oficial del ministro de Asuntos Exteriores de Emiratos a Túnez desde 2011 tuviera lugar pocos meses después del comienzo como presidente de Beji Caïd Essebsi, el fundador de Nidaa Tounès. Él, sin embargo, prefirió aliarse con Rached Ghanouchi, presidente de Ennahda, para formar un gobierno «de consenso», lo que no agradó de los emiratíes, y las presiones pronto se dejaron notar: a los tunecinos no se les concedieron visados de viaje, los trabajadores expatriados en EAU no pudieron renovar sus permisos de residencia, se cancelaron proyectos de inversión, se lanzó una campaña mediática desfavorable, etc. La última medida de presión, de diciembre de 2017, fue prohibir a las mujeres tunecinas utilizar en tránsito el aeropuerto de Dubai.

Influir en los electores tunecinos

A medida que se aproximan las elecciones locales de mayo de 2018 vuelven a correr rumores sobre el respaldo emiratí a ciertos partidos políticos tunecinos, especialmente a Machrouu Tounes (una relevante escisión de Nidaa Tounes) y a Afek Tounes, un partido liberal que ya tiene escaños en el parlamento. No hay pruebas concretas de estas acusaciones pero ambos partidos suelen hacer campaña contra Ennahda, Qatar y Turquía. Han intentado más de una vez que se pospongan las elecciones y sus dirigentes afirman estar a favor de un régimen presidencial fuerte.

A estos rumores se agregan varias «filtraciones» de documentos de origen supuestamente emiratí pero cuya autenticidad no siempre es cierta. Se «divulgan» en medios electrónicos respaldados por Qatar y las difunden medios tunecinos próximos a Ennahda. Los emiratíes parecen estar a la defensiva, sin embargo, puede que sean el origen de unas cuantas acusaciones recientes contra Ennahda y el CPR. En otras palabras, la crisis del Golfo que estalló en junio de 2017 ha repercutido en Túnez.

Tomemos como ejemplo este documento publicado en webs de Qatar durante el verano de 2017 y firmado por el Centro de Política de Emiratos (CPE), un think tank estrechamente vinculado con la estructura de poder de Abu Dhabi y que defiende una estrategia de Emiratos para Túnez basada en una campaña mediática, en la desestabilización social y en el apoyo a ciertos partidos políticos. El documento no ha aparecido en el sitio web del Centro pero tampoco se ha denegado oficialmente su existencia, a pesar de que la persona a cargo del CPE afirma que es falso. Pero los partidarios de Ennahda y de CPR han aprovechado la ocasión para clamar conspiración y acusar a sus oponentes -citados en el documento- de estar a sueldo de los Emiratos.

Unas semanas más tarde, el portavoz del ejército de Jalifa Haftar en Libia, estrechamente aliado con Emiratos, dio una conferencia de prensa en la que acusó a Qatar de financiar grupos terroristas en Libia a través de un banco tunecino y presentó para avalar su denuncia varios documentos. El campo anti-qatarí rápidamente aprovechó la acusación para señalar con el dedo a Ennhada y al CPR, porque esa supuesta actividad tuvo lugar durante el periodo de la coalición denominada la Troika (2011-2014), cuando los dos partidos tenían el control de diversas estructuras de la maquinaria del Estado.

Hasta ahora Túnez se ha salvado del destino de otros países en los que se libra la guerra de poder entre Qatar y Emiratos Árabes Unidos. La democracia emergente allí todavía no tiene paralelo en la región y se han realizado enormes progresos en esa dirección. Sin embargo, el país se ha visto sacudido por la crisis económica, y las acusaciones mutuas de ilegitimidad entre los políticos, o de estar financiados por potencias extranjeras, lo han debilitado aún más. Aunque el conflicto entre Qatar y Emiratos Árabes Unidos no sea responsable directo de esta situación, lo cierto es que ha empeorado las cosas.

Además, en un contexto internacional poco favorable a la democracia, Túnez se ve obligada a lidiar sola con las intromisiones de esos dos países cuyas campañas mediáticas están envenenando la atmósfera general. A solo unas semanas de las elecciones de mayo, lo que se percibe en Túnez es que el final de una era está cerca.

Fuente: https://orientxxi.info/magazine/tunisia-battlefield-of-the-gulf-countries,2394