Recomiendo:
0

Entrevista a François Burgat

Túnez, la transición democrática a la búsqueda de un segundo impulso

Fuentes: Destimed

Traducido para Rebelión por Susana Merino

Acaba de regresar de Túnez, un país en el que, en la década de los 80, analizó la génesis de la corriente islámica. ¿Cómo se encuentra ahora el proceso de transición democrática?

En una fase decisiva. En los próximos días, la clase política tunecina deberá superar una etapa esencial: la de la renovación del gobierno de transición. Túnez deberá elegir un jefe de gobierno sin poder apoyarse «mecánicamente» en los resultados de una votación. El escrutinio, que desde la creación de la asamblea constituyente, acordó una casi-mayoría de representantes a Ennahda, que lo condujo a aliarse con dos pequeños partidos – el CPR de Moncef Marzouki y el Takkatol de Mustafá Ben Jaafar – es considerado obsoleto, debido a que la puesta a punto de la constitución tardó más que el plazo de un año inicialmente previsto por el decreto de convocatoria de elecciones. De modo que la voluntad colectiva de asegurar una transición serena debe encontrar nuevos aires. Una coyuntura efectivamente propicia a todos los bloqueos y a todos los traspiés.

Desde que asumiera su investidura, el gobierno de Ennahda debió enfrentar una protesta procedente de varios sectores de la sociedad tunecina ¿Qué significa exactamente esa oposición y en qué se apoya?

La oposición tunecina muy heteróclita, comenzó a actuar luego de la caída de Ben Alí pues, en tiempos del dictador, no existía. Aunque la oposición diga y haya intentado fugazmente a instancias de militares egipcios, desarrollar una tesis groseramente falsa, acerca de que el poder manipula los medios, dispone, por el contrario, de absoluta libertad de expresión y hasta se diría de un quasi-monopolio: la liberalización de los medios públicos ha terminado en su gran mayoría en manos de los adictos al antiguo régimen. Una libertad que ha llegado hasta permitir insultar al presidente de la república y a los otros dos miembros de la troika que detenta el poder con un encarnizamiento sorprendente por provenir de redactores que durante años permanecieron doblegados ante sus predecesores. El tono dominante no es el de la lucha política «racional» sino el de un discurso de descrédito del islamismo que recuerda los peores aspectos del antiguo régimen. Como lo comprueba nuestro colega Vincent Geisser «una parte de la izquierda, incapaz de proponer reformas económicas y sociales valederas ha caído desgraciadamente en un anti-islamismo primario, restableciendo la estéril y controlada ideología anti-islamista de los años de Ben Alí» En el otro extremo del espectro político y a partir del 27 de agosto de 2013, el gobierno cruzó -tardíamente critican sus adversarios – el Rubicón del comienzo de la represión prohibiendo la asociación salafista «Ansar al – Chari’a». Lo que ciertamente no ha servido para reducir la escalada radical de este componente de la oposición ni para impedir por lo tanto que la corriente yihadista conmemore en las redes sociales el «martirio» de sus miembros abatidos por las fuerzas de orden.

Desde hace un año la seguridad se ha visto fuertemente degradada en Túnez, grupos radicales que reivindican su carácter de Islam político han perpetrado asesinatos políticos y atentados. ¿De qué es lo que realmente se trata?

Con una intrigante regularidad cada uno de los momentos más importantes de la transición se ha visto «marcado» por asesinatos o tentativas de asesinatos políticos. Aunque los ejecutores sean identificados como pertenecientes al movimiento salafista, nada se sabe de los patrocinadores sobre los que sobrevuela el mayor misterio.

En la izquierda, es decir en el Frente de Salvación Nacional comandado por H. Hammami o en las filas de Nida Tunis – una formación que, alrededor de la envejecida personalidad de Baji Caid Essebsi, se basa en una radical oposición a los islamistas – se repite «ad nauseam» la tesis de la directa o indirecta responsabilidad de Ennahda en esos desbordes, por los que el partido en el poder solo puede absolutamente perder. Y se trata de ampliar la brecha entre este gobierno y las fuerzas de seguridad, entre las que se multiplican las víctimas, a las que se culpa de los costos de su supuesto «laxismo» Cerca del gobierno y hasta en su propio seno se mantiene el interrogante. Nadie niega la existencia de un movimiento yihadista nacional, que interactua con sus homólogos y se beneficia con la proximidad de Libia, santuario y proveedora del acceso a los arsenales de la era Kadafi.

Por lo tanto en un Túnez en el que la exacerbación de las relaciones entre los islamistas y el poder, no es su principal característica – y en el que Aiman al Dhawahiri (el sucesor de Ben Laden) habría declarado lógicamente qye no lo consideraba «tierra del Yihad» – no se podría descartar la hipótesis de la vieja técnica de la manipulación a que tantas oficinas árabes se dedican hoy en día. Una empresa de este tipo beneficiaría financiaciones -relevadas o no por el componente revanchista del RCD – procedentes de los territorios en los que se prefiere expresamente a Sisi y no a Morsi y en donde la ejemplaridad de la experiencia tunecina continua provocando miedo.

A la Constitución tunecina le cuesta salir a la luz. Si la crisis institucional subsiste sobre un fondo de crisis económica agravada y de terrorismo ¿no existe el riesgo de que se produzca una escenario tipo egipcio, es decir una toma del poder por quienes propician una restauración del viejo régimen?

Desde luego, el espectro de un deslizamiento hacia una «Democracia-Sissi» a la egipcia no puede ser totalmente descartado. Sobre el telón de fondo de la multiplicación de tantas pérdidas en las filas de las fuerzas del orden, el espectro egipcio de una iniciativa contrarrevolucionaria de una parte de ellas ha adquirido ceirta actualidad dado que al grito de «váyanse»» lanzado a la cara de los tres primeros miembros del Estado, los sindicatos de policía organizaron el 18 de octubre en su cuartel de Al-Aouina, una revuelta poco constitucional y menos aún democrática. Sin embargo otros anunciados, mediante insistentes rumores, movimientos de este tipo no han tenido lugar. La complacencia con que, aunque con matices, han aceptado la deposición del primer presidente democráticamente electo en Egipto, las cancilleías occidentales no ha sido realmente recompensada. Se podría esperar por lo tanto que la espiral represiva y autoritaria en que ha caído Egipto, se ve en el entorno regional e internacional como una incitación que nadie alentaría reproducir en Túnez.

Como el equipo en el poder debe enfrentar un muy exigente desafío, le es preciso como lo ha señalado Moncef Marzouki, el actual presidente de la República en un encuentro del 25 de octubre último en Cartago «combatir en los dos extremos de la arena política a los actores claramente anti-democráticos… asumiendo el deber de no usar sus mismos medios»

Ahora bien, prosigue Marzouki no sin razón: «si deja de existir este centro moderado que encarna la troika en el poder, solo quedarán frente a frente los dos extremos, una izquierda intolerante y los nostálgicos del antiguo régimen por un lado y los islamistas radicales del otro, conduciendo al país al enfrentamiento»

Francois Burgat es director de investigaciones del CNRS-IREMAM en Aix-en-Provence. dirige el programa WAFAW (When the authoritarianism mails in Arab World) del Consejo Europeo de Investigaciones.

Fuente: http://destimed.fr/Tunisie-la-transition-democratique