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Turbulencias en Túnez, ¿qué ocurrirá ahora?

Fuentes: Washington Report on Middle East Affairs

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La chispa que encendió la Primera Árabe hace más de dos años salió de Sidi Busid en Túnez. Durante veintiocho días, el pueblo se levantó por todo el país contra la represión y corrupción del régimen autoritario de Zine El Abidine Ben Ali, que duraba ya veintitrés años. Finalmente, el 14 de enero de 2011, los tunecinos celebraron su victoria y resistencia sobre la tiranía y la opresión cuando Ben Ali huyó del país. Pero si librarse del dictador fue algo relativamente rápido y fácil, el desmantelamiento de su régimen y sus corrosivos efectos sobre la sociedad ha demostrado ser, en efecto, una tarea mucho más ardua.

Túnez tenía varias ventajas frente a otros países árabes que experimentaron el cambio revolucionario a partir de 2011. Comparado con Egipto, es un país relativamente pequeño de once millones de habitantes, con una población homogénea y alto nivel de alfabetización. En el medio siglo transcurrido desde su independencia de Francia en 1956, la sociedad tunecina ha podido recobrarse de su pasado colonial, que duró tres cuartos de siglo, recuperando su patrimonio islámico y árabe a través del establecimiento de partidos políticos fuertes y movimientos sociales populares basados en el nacionalismo árabe y la ideología islámica.

Pero aunque el laicismo y el liberalismo mantienen una marcada presencia en la sociedad tunecina, arraigados sobre todo entre las elites y las áreas urbanas, las tradiciones y prácticas religiosas están firmemente incrustadas en todo el país y en todas las clases sociales, especialmente entre los pobres y las clases medias. Además, el movimiento islámico dirigido por el Partido Ennahda (Renacimiento) representa una de las tendencias religiosas más moderadas y políticamente modernas del islamismo en el mundo árabe e islámico. Su visión sobre la modernidad y las relaciones entre Estado y sociedad es similar a la del Partido de la Justicia y el Desarrollo en Turquía. El líder de Ennahda, el Sheij Rachid al-Ghannouchi, es también considerado uno de los pensadores islámicos más moderados y acepta sin problemas el concepto del moderno estado democrático con todos sus matices y limitaciones.

Ennahda, al ser el partido político que más sufrió las represivas medidas de las fuerzas de seguridad del anterior régimen durante más de dos décadas, consiguió sin sorpresas una mayoría en las elecciones de octubre de 2011, el 42% de los votos, convirtiéndose en el partido mayoritario del país al lograr 89 de los 217 escaños de la Asamblea Constituyente. Pocas semanas después de las elecciones, Ennahda formó una coalición con otros dos partidos laicos y de izquierdas, a saber, el Congreso para la República, dirigido por el activista de los derechos humanos Monsef Marsuki, y el Bloque por el Trabajo y las Libertades, dirigido por el legendario izquierdista Mustafa Bin Yafar. Aunque Ennahda retuvo el puesto de Primer Ministro, que ocupó su secretario general, Hamadi Yebali, apoyó a Marsuki como presidente y a Bin Yafar como portavoz parlamentario. El principal perdedor en las elecciones fue una coalición de once partidos laicos rígidamente antiislamistas y ex comunistas bajo el nombre de Polo Democrático Progresista, que sólo consiguió cinco escaños en la Asamblea.

De esa forma, al final del primer año tras el derrocamiento de Ben Ali, Ennahda y sus socios de coalición tenían el firme control de la escena política tunecina, con un mandato de un año para dirigir el período transitorio en el que se redactaría una nueva constitución, se estabilizaría la economía, se limpiaría la burocracia estatal de los elementos corruptos del régimen anterior y se prepararían nuevas elecciones parlamentarias tras la aprobación de una nueva constitución.

Pero, a pesar de las grandes esperanzas y de la calma relativa del primer año, el segundo año se vio enturbiado por amargas divisiones políticas, estancamiento político y deterioro de la seguridad. En el frente islámico se fundaron varios partidos conservadores salafíes que desafiaron a Ennahda y presionaron a favor de una agenda más conservadora, pidiendo la inclusión de la Sharia como fuente de legislación en la nueva constitución.

Esos llamamientos provocaron un amargo debate entre islamistas, por un lado, y acérrimos laicista, liberales e izquierdistas, por otro. El marco de la discusión cambió de lucha política entre «revolucionarios versus contrarrevolucionarios» a batalla ideológica entre «islamistas versus laicistas».

Como los miembros conservadores de Ennahda se vieron arrastrados por los salafíes a esa lucha, el debate estuvo consumiendo y agotando al país durante varios meses hasta que Ghannouchi y el liderazgo de Ennahda le pusieron sabiamente fin alineándose con los partidos liberales y manifestando que no iban a incluir la palabra Sharia en la constitución. Ghannouchi razonó que el hecho de recoger la frase de la vieja constitución de que el «Islam es la religión del Estado» era ya suficiente para preservar la identidad islámica de la sociedad tunecina. Sostuvo que cualquier mención a la Sharia dividiría sin necesidad a la sociedad, y que la ley islámica no puede imponerse desde arriba.

Sin embargo, utilizando una retórica altamente volátil, la oposición laica siguió acusando a Ennahda de tener una agenda islamista secreta y de intentar infiltrarse en el Estado y nombrar a miles de sus miembros para los puestos más delicados en el gobierno. Además, los tunecinos de a pie sintieron que su bienestar económico no sólo no había mejorado sino que, de hecho, había empeorado, mientras las huelgas laborales, las manifestaciones y la desobediencia civil eran cada vez más frecuentes. En realidad, la mayoría de los tunecinos se había revelado contra el régimen de Ben Ali no sólo para poner fin a la represión política sino para que se combatiera la corrupción económica, los malos resultados, el alto desempleo y la falta de justicia social. Pero los elementos corruptos del anterior régimen, que ahora ocupaban puestos sensibles en los medios de comunicación, en los servicios de inteligencia, en las fuerzas de seguridad y en la burocracia estatal, habían estado socavando aún más al gobierno de coalición al atacar incesantemente a Ennahda y a sus dirigentes.

En medio de las tensiones creadas por las acusaciones y contraacusaciones entre islamistas y laicos, avivadas por los leales al antiguo régimen, el torbellino político en el país se intensificó cuando Chukri Belaid, un destacado y popular dirigente político fue asesinado. Belaid era abogado laboralista, activista por los derechos humanos y un político que había dirigido el movimiento laico y de izquierdas llamado Movimiento de los Patriotas Demócratas. Se había manifestado con total franqueza contra el Islam político y se mostró muy crítico con Ennahda y sus dirigentes. El 6 de febrero, unos desconocidos le asesinaron frente a su casa.

Hasta ese momento, los asesinatos eran un hecho desconocido en el contexto político de la sociedad tunecina. Los grupos laicos acusaron rápidamente a los islamistas de haber perpetrado el impactante crimen. Todos los partidos políticos lo condenaron, mientras cientos de miles de personas participaban en el masivo funeral de Belaid y protestaban por el horrible asesinato. Además, cuatro partidos laicos y de izquierdas se retiraron de la Asamblea y se convocaron huelgas generales. El Primer Ministro Yebali declaró que había sido «un asesinato político y el asesinato de la revolución tunecina», mientras Ennahda emitía un comunicado tildándolo de «crimen atroz contra la seguridad y estabilidad de Túnez».

La inmediata consecuencia política de este incidente fue una declaración de Yebali en la televisión estatal para formar un nuevo gobierno interino compuesto de tecnócratas y profesionales. La nación necesitaba rebajar tensiones políticas y centrarse en los graves problemas políticos y económicos a que se enfrentaba el país, afirmó. Aunque muchos partidos de la oposición recibieron positivamente este anuncio, Ennahda lo rechazó. Ghannouchi advirtió que un gobierno compuesto de partidos políticos con una agenda compartida y un programa común garantizaría mucho mejor la legitimidad y la estabilidad. Aunque ambos sufrían divisiones dentro de sus propias filas, lo que provocó escisiones entre partidos, los dos socios de la coalición de Ennahda apoyaron inicialmente la idea de Yebali, pero después le retiraron su apoyo a favor de un gobierno político. Sus críticos lanzaron la acusación de que la coalición estaba tratando de aferrarse desesperadamente al poder tras no haber cumplido ninguno de sus mandatos electorales, desde redactar una nueva constitución a supervisar la recuperación y el crecimiento económicos.

Por otra parte, los dirigentes de Ennahda sostienen que ya se ha redactado una nueva constitución que consagra muchos derechos, libertades y principios de gobernanza democrática. Se quejan, amarga y discretamente, de la injerencia extranjera que trata de socavar la revolución y desestabilizar el gobierno de los islamistas. Como Yebali dimitió y se negó a formar el siguiente gobierno a partir de coaliciones políticas, Ennahda eligió al Ministro del Interior Ali Al-Aridh para que formase el nuevo gobierno con la misma coalición de socios. Al-Aridh prometió formar un gobierno que estuviera compuesto por todas las tendencias políticas y por tecnócratas competentes.

Una razón por la que las revoluciones son tan raras en la historia es porque representan expresiones populares masivas de descontento e indignación frente al orden político existente, orden que ha ido levantándose a lo largo de muchas décadas. Una vez alcanzado el punto de inflexión, se produce el derrocamiento del orden existente y el establecimiento de uno nuevo. Pero el principio más importante durante el período de transición no es establecer o preservar las normas democráticas basadas en agudas diferencias políticas e ideológicas, sino preservar la armonía política y social en el país hasta que el viejo régimen esté completamente erradicado y se haya establecido un orden nuevo en su lugar. Cuanto antes reconozcan este hecho los dirigentes tunecinos de todas las tendencias y se centren en los principales objetivos de la revolución, a saber, en la libertad, la justicia económica y social y la dignidad humana, y aplacen sus batallas ideológicas hasta que se establezca un nuevo orden, será tanto más probable que su excepcional revolución pueda tener éxito y perdurar.

Esam Al-Amin es un escritor y periodista independiente experto en temas de Oriente Medio y de política exterior estadounidense que colabora en diversas pá ginas de Internet. Puede contactarse con él en [email protected] . Acaba de publicar el libro The Arab Awakening Unveiled: Und erstanding Transformations and Revolutions in the Middle East.

Fuente: http://www.wrmea.org/wrmea-archives/545 -washington-report-archives-2011-2015/april-2013/11848-tunisia-in-turmoil-what-next.html