La isla griega de Lesbos convertida en prisión, millón y medio de refugiados atascados en distintos países, cerrazón comunitaria a buscar soluciones al problema y, por último, premio a Turquía de 3.000 millones de euros -duplicables- por colaborar en un problema que no existiría o, cuando menos, no tendría tal magnitud, si Turquía no fuera […]
La isla griega de Lesbos convertida en prisión, millón y medio de refugiados atascados en distintos países, cerrazón comunitaria a buscar soluciones al problema y, por último, premio a Turquía de 3.000 millones de euros -duplicables- por colaborar en un problema que no existiría o, cuando menos, no tendría tal magnitud, si Turquía no fuera el corazón y santuario del extremismo islamista, origen inmediato tanto de las oleadas de refugiados, como de los últimos atentados terroristas en Europa. Los responsables de ambos desastres tienen nombres y apellidos -EEUU, Turquía, Arabia Saudita, Qatar, la OTAN-, con pruebas que llevan años apiladas en despachos ministeriales, agencias de espionaje y medios de comunicación, pero que se callan, unos porque son cómplices en un grado mayor o menor; otros porque no quieren destapar tramas y conspiraciones.
Turquía es el corazón del problema. Este país comparte 911 kilómetros de frontera con Siria, posee el octavo ejército del mundo (700.000 efectivos, 3.667 tanques y unos mil aviones) y el segundo de la OTAN por número de soldados. Casi toda la frontera turco-siria es parte del Kurdistán turco, área de acción del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), con el que Ankara tiene treinta años en guerra. Quiere esto decir que, desde los años 70, toda la frontera entre Siria y Turquía está militarizada, una militarización que se multiplicó con el conflicto sirio. Como declarara a la BBC el teniente coronel del ejército turco Umit Durmaz, en septiembre de 2014, «es imposible cruzar esta frontera sin nuestro consentimiento. Quiero que Europa y Turquía confíen en nosotros». No obstante esa realidad, la CIA ha declarado que tiene «contabilizados» a 15.000 combatientes extranjeros apoyando al Estado Islámico (EI), que han ingresado a Iraq y, sobre todo, a Siria desde Turquía. Podría entenderse que 100 o 200 radicales islámicos hubieran podido cruzar la frontera turca clandestinamente, pero ¿15.000? ¿A través de una de las fronteras más vigiladas del mundo? ¿A quién pretenden engañar?
15.000 combatientes «contabilizados» son un ejército en cualquier parte. Las fuerzas armadas danesas tienen 11.000 efectivos, las checas 22.000 y las húngaras 19.000. Por demás, la acotación «contabilizados» implica que pueden existir miles de yihadistas más «no contabilizados», como muy seguramente será. Puede colegirse de esta cifra que Siria e Iraq sufrieron, desde Turquía, una invasión en toda regla, lo que explica de forma meridiana la rapidez con que el Estado Islámico avanzó en esos dos países. Organizar como ejército a 30.000 yihadistas requiere de fondos, infraestructura, campamentos y personal cualificado para entrenarlos. Nada de eso podía hacer ninguno de los grupos irregulares que existían en Iraq y Siria. Por tanto, es forzoso pensar que el EI ha surgido gracias a petrodólares árabes, santuarios turcos e instructores militares extranjeros, más tomando en cuentas las enormes similitudes de origen entre talibanes y EI. Si Paquistán fue la base donde la CIA y demás crearon a los talibanes, la base del EI ha sido Turquía.
La flamante coalición occidental que dice combatir al EI lo hace fundamentalmente en Iraq, donde las fuerzas del gobierno, mayoritariamente chiitas y apoyadas por Irán, han reconquistado plazas importantes como Ramadi o Tikrit. Curiosamente, nada similar había ocurrido en Siria, donde las fuerzas gubernamentales resistían malamente, hasta la contundente intervención de Rusia que, en seis meses, ha hecho más que toda la coalición en dos años. La intervención rusa ha marcado un antes y un después en la guerra siria, forzando una tregua con los grupos rebeldes (que siguen siendo un misterio, pues EEUU y sus aliados dicen que existen, pero nadie los ve) abriendo, por ver primera, la posibilidad de un proceso de paz en Siria y permitiendo al Ejército Árabe Sirio concentrarse en combatir al EI y al Frente Al Nusra. De septiembre al presente, el EI ha sido expulsado de varias ciudades importantes y de centenares de poblados, siendo la liberación de Palmira el éxito más notable. La expulsión del EI está haciendo posible que decenas de miles de sirios puedan retornar a lo que queda de sus hogares, según ha recogido el ACNUR. Ayudarles a reconstruir sus vidas aceleraría el retorno.
La Unión Europea busca desesperadamente una solución a la tragedia humanitaria de los refugiados sin tener que quedarse con ellos. Esa solución no puede ser la ilegal e inmoral de devolverlos, simplemente, a territorio turco, pues tal medida condena a los refugiados a una vida miserable en campamentos inmundos. La solución pasa, sin género de dudas, por tres vías. Una, cooperar en la pacificación de Siria (origen de la inmensa mayoría de refugiados); dos, comprometerse en la reconstrucción del país, para que los refugiados puedan volver -como querrá una mayoría- a sus lugares de origen. El nivel de destrucción de Siria requiere apoyo internacional para su reconstrucción. Sin ese apoyo, poco hay para que los refugiados deseen retornar. Y tres, acabar con el EI.
La pacificación de Siria es más fácil de lo que parece a primera vista. Hay combatiendo realmente tres fuerzas: el Ejército Árabe Sirio y sus aliados, el EI y el Frente Al Nusra. Los rebeldes -sean quienes sean- participan del proceso de paz, por tanto, han aceptado ser parte de la solución. El mayor reto es el EI y acabar con el EI está a mano. Basta con que Turquía ponga fin al apoyo ilimitado que le está brindando, desde las rutas abiertas para que lleguen yihadistas extranjeros (y salgan terroristas y extremistas hacia Europa, entre 2.000 y 3.000 individuos, según fuentes) hasta los descarados negocios de venta ilegal de petróleo sirio e iraquí. Hace pocos días, el gobierno sirio entregó al Consejo de Seguridad de NNUU un informe con la lista de implicados en el tráfico de petróleo en Turquía, entre los que está un hijo del presidente Tayip Erdogán. Rusia posee abundante información al respecto, como la posee también EEUU, como recoge el diario The Guardian. Según este diario, EEUU «encontró documentos que evidencian que el régimen turco mantenía relaciones con el EI y compraba petróleo a esta organización».
Exigir a Turquía el fin del apoyo al EI sería mucho más efectivo, legal y moral que deportar a los refugiados que huyen del EI. En vez de premiar la obscena política turca con 3.000 millones de euros, lo honesto sería imponer sanciones económicas y políticas a Turquía para terminar con el martirio de Siria. La economía turca es vulnerable, a pesar de su volumen. El PIB ha bajado de 788.000 millones de dólares en 2012 a 722.000 millones en 2015. El turismo es la principal fuente de divisas, con ingresos de 22.000 millones de dólares, la mayor parte europeos. Malamente soportaría el país un sistema de sanciones como el impuesto a Rusia, ya no digamos a Irán. Siendo el EI la mayor amenaza terrorista mundial, lo sorprendente no sería imponer sanciones a Turquía, sino que, sabiendo lo que se sabe, no se le haya impuesto ningún tipo de sanción. Y aún así, puede que sea un poco tarde y que el EI -como antes los talibanes- haya alcanzado una proyección tan fuerte que ya no necesite de padrinos como Turquía. Con todo, incidir sobre Turquía es conditio sine qua non para alcanzar la paz en Siria.
La otra fuente del extremismo islámico es Arabia Saudita, único país del mundo que pertenece a una familia. Los Saud han utilizado su inmensa riqueza petrolera para difundir cuanto han podido el wahabismo, interpretación ortodoxa y literal del Islam, difundida en el siglo XVIII por Abd al Wahhab de donde han bebido todos los radicalismos suníes. Desde la década de los 90, Arabia Saudita ha financiado la construcción de 1.200 mezquitas y 2.200 madrazas y ha educado a más de 4.000 imames en una versión primaria y violenta del Islam de hace 250 años. De esa fuente beben decenas de millones de musulmanes y, de esa fuente, salen los yihadistas que van combatiendo y matando ‘infieles’ en Asia, África y Europa. Exigir a Arabia Saudita que ponga fin al proselitismo radical es otro paso esencial en la lucha contra el terrorismo.
Como se ha comprobado sobradamente, el sólo uso de fuerza militar no resuelve los problemas, más bien los agrava. Tampoco las intervenciones armadas favorecen la lucha contra el radicalismo islamista: lo multiplica. Esa lucha la deben desarrollar los propios pueblos, como están haciendo hoy sirios, iraquíes y kurdos. El papel de Occidente -responsable del descalabro de Oriente Próximo tras sus guerras de agresión y sus políticas intervencionistas fallidas-, es apoyar los procesos de paz, respaldar a las fuerzas que luchan contra el EI y Al Qaeda y proporcionar fondos para reconstruir Siria. Quienes pongan reparos al régimen de Bashar el Asad que vean cómo ha quedado Libia sin Gadafi y que digan cuántos millones de refugiados van a acoger. Pero buena parte de la solución está a mano. Actuar sobre Turquía y Arabia Saudita, apoyar a quienes combaten al EI y reconstruir Siria. No hay ni se vislumbra otra vía mejor. Europa, hasta ahora, sólo ha llevado destrucción. Ya es hora de que asuma sus obligaciones. Por demás, combatir al terrorismo es combatir sus causas y a sus promotores, no hacer del dolor de las víctimas reyertas políticas y teatro para lucir aviones de combate.
Augusto Zamora R., Profesor de Relaciones Internacionales y autor de Política y Geopolítica para escépticos, insumisos e irreverentes, de próxima aparición.
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