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Un bello sueño o una pesadilla

Fuentes: Rebelión

Parecería que va a cumplirse la ley de la infamia: La mejor manera de destruir un país es dejarlo escoger a sus gobernantes. Esto podría pasar con EE.UU. si en noviembre les toca elegir entre un magnate misógino, Trump, o la dama de la sonrisa diabólica, Clinton. El primero intentaría demostrar que con dinero se […]

Parecería que va a cumplirse la ley de la infamia: La mejor manera de destruir un país es dejarlo escoger a sus gobernantes. Esto podría pasar con EE.UU. si en noviembre les toca elegir entre un magnate misógino, Trump, o la dama de la sonrisa diabólica, Clinton. El primero intentaría demostrar que con dinero se puede comprar todo, incluso la presidencia del imperio más poderoso de la historia; la segunda, que ella está coronada de antemano por ser la representante de los intereses de la gran banca, del complejo militar industrial, de la gran prensa, de los órganos de seguridad y por estar respaldada por la enorme estupidez de una masa sin consciencia, que puede ser engatusada con falsas promesas.

De darse esta variante, los pueblos del orbe van a pagar con creces la derrota del pueblo americano, que también va a ser la de ellos, porque los van a masacrar cuando protesten, porque van a servir de carne de cañón en las intervenciones militares del futuro, en fin, porque van a sufrir mucho cuando despierten a la dura realidad.

Sanders es el candidato que evitaría esta catástrofe por no representar los intereses de Wall Street ni del complejo militar ni de los grupos de presión israelí sino los del pueblo estadounidense y, por cierto, los del mundo entero.

Con su candidatura están los obreros desilusionados de tener que trabajar más cada día por salarios cada vez más bajos, de desamparados que han perdido sus hogares como consecuencia de la crisis, de estudiantes cuyos gastos en educación son cada vez más alto y no encuentran trabajo al concluir sus estudios, de desempleados que día a día deben mendigar su sustento, de afroamericanos que son masacrados como si fuesen perros con rabia, de mujeres que sufren la falta de equidad en sus labores, de soldados que no son atendidos debidamente pese a haber sido mutilados por defender en el extranjero intereses espurios de las multinacionales, de migrantes sin garantías de ningún tipo, en fin, de todos los explotados, pobres y desposeídos que están descontentos de que el 99% de los ingresos generados en ese país vayan a parar a los bolsillos del 1% más rico. Esta enorme desproporción les enerva y les lastima su sensibilidad espiritual. Según Sanders, «No podemos seguir teniendo un país que tenga al mismo tiempo la tasa más alta de pobreza infantil de todos los grandes países del planeta, y una proliferación de millonarios y multimillonarios», pues «Este tipo de economía no sólo es inmoral y malo sino que es insostenible». Por lo que «Es imperativo que el liderazgo demócrata, tanto nacional como en los estados, entienda que el mundo político está cambiando y que millones de estadounidenses están indignados ante el politiqueo y las políticas económicas del establishment».

Sanders debería ganar la elección presidencial no sólo por ser el mejor candidato y no formar parte, según sus palabras, de ese «Capitalismo de casino por el cual tan pocos tienen mucho y la inmensa mayoría tiene tan poco» sino por ser el único que puede dar a EE.UU. la última oportunidad de cambiar políticamente tanto en lo interno como en lo externo, y evitar así que ese país se convierta en una democracia fallida, en la que las grandes contradicciones existentes en su seno conduzcan a su sociedad por el sendero de la desintegración como Estado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.