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El matrimonio entre un judío y una palestina desvela el racismo de la mayoría de los partidos políticos judíos israelíes

Un matrimonio impuro

Fuentes: Mentiras Sionistas (Blog)

Suponed que un actor puntero del cine español, blanco y cristiano, se casa con una actriz española gitana como Alba Flores (La casa de papel, serie de Antena 3) o de origen árabe como Mina El Hammani (Élite, serie española de Netflix). Imaginad, simplemente, que ese actor se casa con una mujer judía. Suponed ahora […]

Suponed que un actor puntero del cine español, blanco y cristiano, se casa con una actriz española gitana como Alba Flores (La casa de papel, serie de Antena 3) o de origen árabe como Mina El Hammani (Élite, serie española de Netflix). Imaginad, simplemente, que ese actor se casa con una mujer judía.

Suponed ahora que varios destacados dirigentes políticos españoles se enzarzan en una discusión pública sobre si ese matrimonio es o no conveniente. Suponed que varios diputados definen despectivamente esa boda como «matrimonio mixto», o declaran en los medios de comunicación que el actor ha sido «asimilado» por parte de una raza, una cultura o una religión «ajena».

Creo que coincidiréis en que, incluso en una democracia tan imperfecta como la española, esos políticos serían acusados de racismo y apartados de sus cargos de forma inmediata por sus partidos, aunque solo fuese por salvar los muebles de la tormenta política que se formaría. No es muy aventurado pensar que incluso se sentarían ante un tribunal por delito de odio.

Esas cosas no pasan en Israel. Ningún político israelí tiene que dimitir ni sentarse ante un tribunal por decir públicamente que un judío no debe casarse con una mujer no judía. Llamadle pureza.

El pasado 10 de octubre el actor Tzahi Halevy y la presentadora de televisión Lucy Ararish, ambos de nacionalidad israelí, celebraron una ceremonia nupcial en la playa de Hadera, en Israel. Halevy es judío y Ararish es palestina. O, como dicen en Israel, Ararish es «árabe israelí», eufemismo que usan para no tener que usar la palabra tabú «palestino».

En realidad no podemos decir que se casasen, porque la legislación israelí no admite los matrimonios civiles salvo que se lleven a cabo en territorio extranjero, y en los matrimonios religiosos, supervisados por el Gran rabinato de Israel, no se permite que un judío se case con alguien de otra religión.

La unión, vamos a llamarla así, provocó una ola de declaraciones desde la práctica totalidad del espectro político israelí, de modo que un asunto que en cualquier país más o menos democrático se hubiese quedado en las portadas de la prensa del corazón, saltó rápidamente a las páginas de todos los medios generalistas.

La primera figura política en lanzarse a la arena fue Oren Hazan, diputado del Likud, el partido mayoritario en el gobierno israelí:

«No culpo a Lucy Aharish, qu e sedujo a un alma judía para dañar a nuestro país impidiendo que más descendientes judíos continúen con la dinastía judía. Por el contrario, la invito a convertirse [al judaísmo]. Acuso a Tzahi ‘El Levi musulmán’ que asumió su papel en ‘Fauda’ demasiado literalmente. Sé auténtico… ¡ya basta de asimilación!»,   declaró.

Le siguió el propio ministro del Interior, Arye Dery, miembro del Shas, un partido ultraortodoxo judío que forma parte de la actual coalición de gobierno:

«Estoy en contra de este tipo de cosas. No debemos alentarlas en nombre del amor. El dolor de la asimilación en todo el mundo está consumiendo al pueblo judío. El estado de Nueva York tiene ahora menos judíos que antes del Holocausto».

Vamos con Naftali Bennet, el ministro de Educación. Sí, de educación. Se cuidó mucho de opinar sobre el matrimonio Aharish-Halevy, pero su partido, Hogar Judío, aprovechó el río revuelto para llenar la ciudad israelí de Ramlah de vallas publicitarias sobre el peligro de las «uniones mixtas». Parece que en Ramlah todavía viven demasiados árabes (palestinos a los que no pudieron expulsar en 1948) para el gusto del ministro. En el cartel, una mujer palestina con hijab y un fondo típico de la celebración del sabath, la festividad semanal judía, con velas y copa de vino que suponemos kosher. El texto del cartel, muy claro:

«Cientos de matrimonios mixtos en Ramlah, y ya a nadie le importa. Mañana podría ser tu hija. Solo un hogar judío fuerte mantendrá un Ramlah judío».

Quizá estamos siendo un poco injustos: hasta ahora solo hemos reproducido declaraciones de la derecha, la extrema derecha y la derecha de la extrema derecha israelíes.

Movámonos un poco hacia la izquierda: Yair Lapid, líder del gran partido de centro laico Yesh Atid (Hay futuro), dejó pasar cuatro días tras el matrimonio para expresar su opinión. No sabemos por qué esperó tanto, ya que se limitó a repetir el argumento de la extrema derecha, incluida la cita del Holocausto:

[Hay] un problema con el matrimonio mixto. Prefiero que el pueblo judío crezca en lugar de decrecer. Ahora hay menos judíos de los que había antes del Holocausto y estamos tratando de crecer».

Un paso más a la izquierda. El líder del antiguo partido socialista (ahora se llama Unión Sionista), Avy Gabbay, prefirió no pronunciarse. Sí lo hicieron algunos de sus diputados, como Yoel Hasson, que criticó las declaraciones de Oren Hazan como la «cara más oscura, racista y vergonzosa» del partido Likud. Parece que, por fin, un político se atreve a llamar «racismo» al racismo en Israel, aunque su alegato queda bastante oscurecido por la postura de varios de sus líderes en el pasado y en el presente. Isaac Herzog, dirigente del partido hasta julio del 2017, declaró este mismo año que los matrimonios entre judíos y no judíos son una plaga. Se apresuró a aclarar, eso sí, que no estaba usando la palabra»plaga» en tono despectivo.

El propio líder, Gabbay, afirmó hace un año, tras derrotar a Herzog en la primarias, que la izquierda israelí había olvidado lo que significa ser judío:

La gente siente que estoy más cerca de los valores judíos. Nosotros somos judíos. Vivimos en un estado judío. También creo que uno de los problemas de los miembros del Partido Laborista es que se han distanciado de ese concepto». […] Algunos afirman que la izquierda solo puede ser liberal. Esta opinión es errónea. Somos judíos y debemos hablar sobre nuestros valores judíos. Todo comenzó con nuestra Torá, nuestra halakha (leyes religiosas judías) y nuestra herencia compartida. Todo comenzó así».

Una de las leyes religiosas judías a las que se refiere es, precisamente, la que impide que en Israel los palestinos puedan casarse con los judíos. Quizá las palabras de Gabbay explican su silencio sobre el matrimonio Halevy-Ararish.

Y sí, hay izquierda judía antirracista en Israel. Poca, pero la hay. El partido Meretz, con 5 de 120 escaños en el parlamento, envió una petición al Tribunal Superior de Justicia de Israel pidiendo la retirada de publicidad contra los matrimonios mixtos. La petición fue rechazada.

Por su parte, el partido Lista Conjunta, coalición que aglutina a la mayoría de votantes palestinos de Israel (obtuvo 13 diputados en las últimas elecciones), envió una carta al Fiscal General pidiendo que se procese penalmente a quienes difundan propaganda racista contra los matrimonios mixtos. Aún siguen sentados en sus escaños, esperando la respuesta.

La expresión de una idea tan racista como la de afirmar públicamente que los judíos solo deben casarse entre sí nos recuerda bastante a la ideología que inspiró las leyes alemanas de Nüremberg de 1935 referentes al matrimonio. En el Israel actual, esta idea no solo no es reprobable; produce réditos electorales entre la mayoría del electorado judío.

La pequeña anécdota que os hemos contado es solamente una gota en el mar del supremacismo judío israelí. El racismo, de hecho, es la base del sionismo pasado, presente, y, si nada cambia, futuro: la concepción de Israel como estado judío que excluye al Pueblo Palestino, el grupo étnico-cultural al que desplazó, y al que sigue desplazando hoy en día, para constituirse como país.

Fuente: mentirassionistas.wordpress.com/2018/11/27/un-matrimonio-impuro/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.