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Un triunfo de los de abajo: el indulto de deudas universitarias en Estados Unidos

Fuentes: Ctxt [Foto: La activista y cineasta Astra Taylor en una imagen cedida por su editorial (Haymarket Books)]

La activista y cineasta Astra Taylor reflexiona sobre la medida anunciada a finales de agosto por Biden, que beneficiará a 43 millones de personas, un 13% de la población del país.

Veinte mil dólares: esa es la cantidad que, de un día para otro, dejarán de pagar cada uno de los 27 millones de estadounidenses que había contraído una deuda universitaria con el Estado federal. Unos 16 millones de personas más recibirán indultos de menor cuantía, siempre y cuando ganen menos de 125.000 dólares brutos al año (solo un 5% de la pirámide ingresa más). Se estima que la medida anunciada a finales de agosto por el Gobierno del presidente Biden beneficiará a 43 millones de personas: un 13% de la población del país. Es la mayor cancelación de deuda educativa en la historia de Estados Unidos. 

La medida es muy llamativa porque la carrera política de Biden no se ha caracterizado, precisamente, por una simpatía hacia los deudores. Todo lo contrario: al viejo Joe se le ha conocido siempre como amigo de banqueros. Que el presidente, a sus casi 80 años, se dejara convencer para perdonar miles de millones de deuda se debe, en gran parte, a una campaña de presión política desde abajo que empezó hace una década en el parque Zuccotti de Nueva York, donde, durante dos meses, acamparon las y los indignados de Occupy Wall Street, lo más cercano al 15M que Estados Unidos haya conocido. Y si hay una protagonista en esta historia, es Astra Taylor, cineasta, escritora, música y activista. Taylor es cofundadora del Colectivo de la Deuda (The Debt Collective), un sindicato de deudores que lleva diez años trabajando para aligerar el sufrimiento causado por las deudas excesivas e injustas, cambiar la percepción social de lo que significa estar endeudado, y forjar una solución colectivista y política a un problema que suele plantearse en términos exclusivamente individuales y morales. 

Inspirado por el trabajo del antropólogo anarquista David Graeber (1961-2020), otra figura central en Occupy, en 2012 el Colectivo publicó un Debt Resisters’ Operations Manual (Manual de operaciones para la resistencia contra la deuda) y desde entonces ha recaudado dinero para comprar deudas en los mercados secundarios –donde un dólar de deuda morosa puede costar céntimos– con el único fin de perdonarlas. De esta forma, el Colectivo ha hecho desaparecer más de 32 millones de deuda (no solo universitaria sino también, por ejemplo, médica). Fue la presión del Colectivo la que convenció a Bernie Sanders y a Elizabeth Warren de incluir la cancelación de deudas universitarias en la agenda de las primarias presidenciales del Partido Demócrata, de forma que Biden no tuviera otro remedio que incluir el tema en su programa electoral. Desde entonces, las y los activistas del movimiento han mantenido una presión constante, que ahora ha dado sus primeros resultados concretos.

El problema de la deuda universitaria no es baladí. Colectivamente, los norteamericanos deben 1,73 billones de dólares, un 8% del PIB, de los que casi un 93% representa préstamos del Estado federal. Hay dos causas principales que explican el fenómeno. Primero, la subida de las matrículas, que entre 1963 y 2020 se multiplicaron por siete y medio (en centros públicos –es decir, sin contar universidades privadas como Yale, Harvard o Stanford– y ajustando con la inflación); segundo, el estancamiento relativo de las becas estatales disponibles para familias incapaces de pagar las matrículas. El resultado es que un número cada vez mayor de estudiantes universitarios se ha visto obligado a pedir préstamos cada vez más cuantiosos para costear una educación, considerada cada vez más indispensable en el mercado laboral –un mercado donde, por otra parte, los salarios también se han ido estancando–. En otras palabras, en lugar de concebir la educación superior como un bien y un servicio público, el gobierno norteamericano lleva medio siglo privatizando su financiación. Es una política similar a la sanitaria (unos 100 millones de norteamericanos deben unos 195.0000 millones de dólares en deuda médica) y la de infraestructuras (el total de la deuda automovilística asciende a unos 1,5 billones de dólares), lo que sin embargo no ha impedido que el propio gobierno federal haya acumulado una deuda pública astronómica que ronda el 135% del PIB. 

En una tribuna en el New York Times, el 6 de septiembre, Astra Taylor celebró la medida de Biden como una primera victoria importante en una lucha que solo acaba de empezar, y cuyos efectos prometen ser catalizadores. “La cancelación masiva de deuda educativa federal no solo les quitará un aplastante peso económico a decenas de millones de personas”, escribió, “sino que también les quitará un peso significativo de carácter emocional”. Este impacto psicológico, presagiaba, “puede tener implicaciones políticas en la medida en que animará a todas y todos los que se sientan abrumados por sus obligaciones financieras a movilizarse colectivamente”. Hablo con Taylor (Winnipeg, Canadá, 1979) una semana después.

Explica usted en el New York Times que Biden nunca antes se esforzó por aliviar el sufrimiento de los deudores, más bien al contrario. ¿Cómo interpreta este viraje? ¿De verdad ha “evolucionado” en su visión del tema, o simplemente ha cedido a la presión política en un momento donde veía erosionar sus apoyos a dos meses de unas elecciones cruciales?

Desde luego, yo no soy quién para saber qué ocurre en la mente del presidente. Pero soy escéptica. Digamos que no creo que haya tomado esta medida por su comprensión profunda de la crisis de la deuda. Los indicios en este sentido son bastante obvios. A las y los activistas que hemos estado en contacto constante con la administración, nos consta que esta estuvo dudando hasta el último minuto. Esto también explica la implementación francamente chapucera de la medida. Por ejemplo, nos dicen que los formularios oficiales para pedir el indulto no estarán disponibles hasta octubre, cuando se trata de algo sencillo que, con la pericia que tienen, podrían haber preparado ya. 

Además, se nota en Biden cierta falta de entusiasmo. Como sabemos, durante las primarias y la campaña, gracias a la presión de Sanders y Warren, se vio más o menos obligado a hacer promesas –prometió más, por cierto, de lo que acaba de anunciar– pero tan pronto como entró a la Casa Blanca se notó un cambio en su discurso. Por eso ha sido crucial la presión pública que le hemos seguido aplicando desde fuera, incluida la huelga de deudores que lanzamos desde el primer día. Poco a poco, nuestra coalición se fue ensanchando. También hubo presión interna: tenemos aliados en el Departamento de Educación. 

Al final, Biden comprendió que no tenía otra; perdía al electorado joven y sabía que tenía que hacer algún gesto para aplacar al ala progresista de su partido. Pero ¿sabes qué? Voy a ser optimista. No excluyo la posibilidad de que el presidente acabe aprendiendo algo, aunque sea a posteriori. Al ver cómo esta medida está impulsando su popularidad, sobre todo entre los jóvenes, puede que al final sí se produzca esa evolución ideológica que mencionabas.

No sería la primera vez. A veces es necesario que primero modifiquemos nuestra conducta para que después cambien nuestras ideas. 

Exacto. Como diría Slavoj Žižek, la ideología reside en lo que hacemos más que en lo que creemos. 

Hablando de ideología, desde el Colectivo, ustedes han intentado cambiar cómo se percibe el problema de la deuda, trabajando para que se deje de ver como un tema primordialmente individual y moral y, por tanto, como un motivo de vergüenza. 

De hecho, uno de nuestros mantras es “los deudores no tienen por qué disculparse”. La gente no está endeudada porque haya vivido por encima de sus posibilidades. Lo está porque se le ha negado lo necesario para vivir. Subrayamos la dimensión estructural del problema. La mayoría de las familias en este país están endeudadas. La mayoría de los norteamericanos mueren endeudados. Son deudas que se adquieren para financiar necesidades básicas: sanidad, educación, vivienda, transporte. Estas deudas, además, representan un rasgo estructural de nuestra economía. Que la gente esté endeudada no es ninguna señal de su fracaso personal ni mucho menos es una responsabilidad individual. Al contrario, representa un fracaso político que sigue sin resolverse porque se trata de un fracaso muy lucrativo para algunos. No es ningún fallo del sistema económico actual sino una parte integral de su diseño. Al mismo tiempo, sin embargo, la ideología de la deuda sigue siendo una ideología de la vergüenza. Y funciona: la gente asume sus deudas como una responsabilidad individual o, peor, como consecuencia de errores personales que pudo no haber cometido. Como si hubieran podido evitar endeudarse si hubieran sido más sensatos o responsables. Esto es una gran estafa basada en una moralidad falsa. Sin embargo, es una ideología omnipresente. No es casual que en muchos idiomas se use la misma palabra para denotar deuda y culpa. 

¿Cómo se puede convertir esta vergüenza en energía política?

Creo que el mismo peso de esa vergüenza hace que la gente esté deseando librarse de ella. Lo hemos visto muchas veces durante los últimos diez años: es enorme el alivio que siente la gente cuando le comunicamos desde el Colectivo que hemos sido capaces de cancelar sus deudas. Les ayudamos a comprender que la culpa no es suya. No cometieron ningún error al elegir una carrera sobre otra. No fueron una mala madre o un mal padre porque tuvieran que pedir prestado un adelanto de sueldo para dar de comer a sus hijos. Les ayudamos a comprender que el problema radica en una economía profundamente injusta: todavía hoy, una mujer afroamericana gana la mitad de lo que gana un hombre blanco. En un sistema así, ¿cómo diablos se espera que la gente llegue a fin de mes sin endeudarse? 

En otras palabras, ustedes invierten el relato moral.

Exacto. ¿Por qué son rescatados los bancos y no las familias hipotecadas? ¿Por qué son castigados los estudiantes, que solo hicieron lo que se les dijo que hicieran? 

Y van ganando terreno.

Ya lo creo. Para mí, una de las victorias más sonadas de esta última semana no solo ha sido el volumen de deuda cancelado, sino el número de personas que viene diciendo que con esto no basta. Que perdonar diez o veinte mil dólares no va a ser suficiente. 

Un cambio de perspectiva crucial.

Mucha gente creía que una medida como esta era simplemente imposible que se produjera. Que no la merecían. Ahora que se ha producido, han empezado a creer que merecen más. 

Los políticos del Partido Republicano, mientras tanto, están incrédulos, indignados.

Dicen: “Bueno, si las deudas universitarias se pueden cancelar sin más, ¿dónde vamos a parar? ¿También vamos a cancelar las deudas médicas? ¿No sería una medida más justa que esta, que privilegia a los estudiantes universitarios?” A lo que nosotros respondimos: “Tienen razón. ¡Normalicemos esa idea! ¿Por qué dejamos que la gente pierda sus casas por una deuda médica?” Poco a poco, estamos logrando agujerear la pared de la moralidad postiza que rodea el discurso sobre la deuda. Pero aún tenemos un largo camino por delante. En última instancia, buscamos un cambio aún más profundo: que la gente, en lugar de sentirse culpable por estar endeudada, comprenda que tiene derecho a una vida digna.

En sus reacciones a la medida, la derecha va revelando sus cartas. A los pocos días de anunciarse, el diputado republicano Jim Banks advertía de que “mina una de las herramientas más efectivas para el reclutamiento militar, justo cuando los niveles de alistamiento están peligrosamente bajos”, refiriéndose al hecho de que, hasta ahora, una de las pocas formas de hacer que el gobierno te financie la carrera es servir en las Fuerzas Armadas. Otros han denunciado la medida como un regalo para estudiantes universitarios privilegiados, perezosos y egoístas que prefieren perder el tiempo en una carrera inútil a buscar un trabajo decente. Choca ver hasta qué punto el Partido Republicano está dispuesto a demonizar toda la educación superior, cuando la carrera universitaria se veía hasta hace poco como una parte importante del sueño americano. 

Están profundizando la polarización y su enemistad hacia el mundo educativo. Supongo que pretenden apuntalar una base electoral de votantes sin diploma universitario, o quizá convencer a los diplomados más ricos, los que no son elegibles para el perdón. Pero tienes razón: no deja de ser raro. 

Durante mucho tiempo, la derecha presentó la carrera universitaria como fundamento del sueño americano, precisamente para justificar la falta de igualdad económica en el país. Les permitía argumentar que los que ganaban menos deberían haberse esforzado más por educarse y mejorar su posición en el mercado laboral. Que la derecha haya abandonado esta argumentación y haya empezado a cuestionar el valor económico de una educación universitaria solo demuestra hasta qué punto está roto el sistema. Al mismo tiempo, están profundizando la guerra cultural antiintelectual y anti-woke

Para la izquierda, es un momento muy interesante para redefinir el debate y plantear cuál es el valor de una educación. ¿Es justo que las personas sin diploma universitario ganen menos que los que sí lo tienen? Nuestra posición es que todos tienen derecho a un salario digno –un living wage– y que todos deberían tener la oportunidad de recibir una educación. De ahí que la fase siguiente de esta parte de la lucha sea por una educación superior universal y gratuita. 

El argumento de que esta medida solo beneficia a un segmento determinado de la población, y no necesariamente al más desamparado, también podría ser una objeción desde la izquierda. ¿Ha habido críticas en ese sentido?

Mínimas, y ante todo de personas no activistas. Es que los datos son claros. El grupo más endeudado es el de las mujeres afroamericanas. En general, la crisis de la deuda universitaria afecta de forma particular a las poblaciones de color y de clase obrera. Y tiene sentido: muchos mecánicos también tienen una educación más allá de la secundaria. La gran mayoría de las personas afectadas cursaron carreras profesionales en centros públicos. Es esta gente la que ha formado el núcleo de nuestro Colectivo de Deudores. 

Los primeros sondeos indican no solo que la medida tiene mucho apoyo entre los votantes jóvenes y demócratas, sino que también se ve con simpatía entre votantes mayores y del Partido Republicano. 

También se entiende. Es una cuestión de memoria histórica. Muchos padres y abuelos recuerdan una época en la que una carrera universitaria era mucho más barata. Desde ese recuerdo, entienden que la situación actual no es de recibo. Digan lo que digan los líderes del Partido Republicano, la ciudadanía de a pie lo parece ver de forma diferente.

El debate en los años después de 2011 en España era si el 15M debía o no institucionalizarse y entrar a jugar dentro del sistema de partidos. En ese sentido, el 15-M y Occupy han tenido trayectorias diferentes.

Debo decir que fenómenos españoles como la PAH han sido una inspiración para nosotros desde el comienzo. Por otra parte, hay que recordar que el duopolio norteamericano dificulta fundar un tercer partido. Mi propia posición es que, si la izquierda está lo bastante organizada como para fundar un tercer partido, también lo estamos para capturar al Partido Demócrata que, como el Republicano, es una estructura muy hueca. Quiero decir que uno se puede presentar como candidato demócrata con la agenda que sea. Esto también significa que cualquier victoria de un candidato demócrata va a necesitar una presión constante de base, desde fuera de las instituciones.

¿Estamos presenciando la mayor victoria política del movimiento que nació con Occupy Wall Street en septiembre de 2011?

Me parece que sí. Nuestro objetivo entonces era cambiar la conversación. Durante todos estos años, hemos sido un catalizador que ha logrado revitalizar al Partido Demócrata. Las personas que fundaron Sunrise o los Justice Democrats eran adolescentes cuando Occupy, y aprendieron del movimiento. Todo ese activismo ha sido muy importante. Pero el hecho de que el presidente Biden haya acordado cancelar las deudas universitarias de millones de miembros de la clase trabajadora no tiene precedente.

Sebastián Faber es profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos Exhuming Franco: Spain’s second transition.

Fuente: https://ctxt.es/es/20221001/Politica/40857/entrevista-astra-taylor-deuda-universitaria-deuda-medica-eeuu-sebastiaan-faber.htm