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Una pequeña llamada telefónica

Fuentes: Haaretz

Traducción del inglés para Rebelión por Nadia Hasan

Buenos días, América. ¿De repente despertaste y decidiste presionar a Israel para que permita que se lleven a cabo las elecciones de la Autoridad Palestina en Jerusalén Este? Que noble eres. Y que fácil fue. Una llamada telefónica, quizás dos como máximo, y el Ministro de Defensa Shaul Mofaz, un hombre realmente «difícil», anunció que Israel se rindió incondicionalmente. Durante meses, Israel ha declarado su oposición absoluta a las lecciones en Jerusalén, y ahora, con sólo una llamada de Estados Unidos, todo cambia de repente. El lobo Mofaz se convirtió en un cordero, por no decir en una gallina. Quizás ahora puedas entender que si sólo lo deseas, una escoba puede disparar y Mofaz se rinde; si la administración realmente lo hubiera querido, la Ocupación estaría detrás de nosotros, y el Medio Oriente –  y el mundo tras de si – luciría diferente.
 
Un dramático cambio en esta desangrada región, en la forma de un fin a la Ocupación, solo es posible si es que se cumplen una de las tres condiciones siguientes: un liderazgo israelí realmente valiente; otra ronda de derramamiento de sangre, más terrible que la anterior; o una administración norteamericana determinada. La posibilidad de un valiente liderazgo israelí parece bastante imperceptible. La posibilidad de otra ronda de matanzas es bastante cruel. Por lo tanto, sólo queda el tercer camino. El problema es que la paz en Medio Oriente no es una prioridad para el presidente que está sentado en la Casa Blanca. De hecho, no está interesado en lo absoluto. Él lo hace elevados discursos acerca de la Guerra al terrorismo, declarar inútiles guerras en los más inapropiados lugares y fallar en hacer lo que se requiere en los más apropiados lugares.
 
Si el presidente de Estados Unidos quisiera traer la paz a la región y remover las bases de uno de los motores más importantes del terrorismo internacional, podría haberlo hecho hace mucho tiempo. Una presión masiva sobre Israel empujaría a Israel a retirarse del os territorios ocupados. De esta forma, Estados Unidos podría liberar al mudo de una de las más grandes amenazas de conflicto, sino que también salvaría a Israel, su fiel aliado, de sí mismo. Imagina que el presidente anuncia que Israel deberá retirarse de los territorios ocupados en una cierta fecha. ¿Podría Israel desafiarlo? ¿Suena demasiado simplista, imaginario? Sería más fácil de lo que parece.

La historia prueba que Israel jamás ha renunciado a su posición de línea dura, excepto luego de derramamiento de sangre y, en un caso (la campaña del Sinaí), luego de masiva presión internacional. El Acuerdo de Paz con Egipto fue firmado solo después de la Guerra de Yom Kippur, a pesar de la posibilidad de haber alcanzado un acuerdo antes de la Guerra; el retiro del Líbano fue solo después del asesinato de cientos de personas en vano; y lo mismo se plica para el reconocimiento de la OLP y los Acuerdos de Oslo, los que vinieron  sólo después de los sangrientos acontecimientos de la primera Intifada.

Los eventos de los pasados meses, han demostrado claramente que cada vez que Estados Unidos presiona a Israel, aunque sea un poco, finalmente recapitula. Es suficiente recordar la demanda de que Israel supervisara la frontera de Gaza (lo cuál fue logrado también luego de una llamada telefónica), el compromiso israelí de finalmente poner en funcionamiento un «pasaje seguro» entre Gaza y Cisjordania (alcanzada luego de la visita que sostuvo la Secretario de Estado Norteamericana, y que no había sido implementada simplemente porque Estados Unidos no tenía interés en eso), y las elecciones en Jerusalén Este. Por otra parte, cada vez que Estados Unidos se mantiene en silencio, Israel se daña a si mismo y obstaculiza la paz construyendo más y más asentamientos, por la ruta marcada por el Muro de Separación, aprisionando a los palestinos y ejerciendo fuerza excesiva.
 
Lo irrisorio de todo esto, es que mientras más «hawkish» son retratados los líderes israelíes, más temerosos se vuelven hacia Estados Unidos. Esto alcanzó un punto máximo durante el período de Ariel Sharon: Nunca hubo un hombre de estado israelí que temiera más a la presión norteamericana. La desconexión nació, entre otras razones, en un esfuerzo de complacer a la administración.

Pero el desmantelamiento de algunas colonias «ilegales» en Cisjordania, o incluso la renombrada desconexión, son sólo modestos pasos comparado con lo que realmente se requiere. Aún está en manos de Israel la Ocupación, con toda su crueldad y desesperanza, y aparentemente sólo Estados Unidos es capaz de anunciar su fin. A la luz de la absoluta dependencia israelí, tanto económica como militarmente, de Estados Unidos, esta es una misión posible.

Las elecciones de la Autoridad Palestina se llevarán a cabo en Jerusalén Este porque Washington quiso. Cuánto mejor hubiera sido esto si Israel lo hubiera propuesto por iniciativa propia, como un gesto de confianza. Pero este lenguaje, el lenguaje de buena voluntad, nunca ha sido el lenguaje en Jerusalén. Es más, sólo queda la esperanza por un valiente presidente norteamericano, quien no sucumba ante las presiones de los poderosos grupos de presión cristianos y judíos, quien entienda que un amigo verdadero, preocupado del futuro de Israel, es aquel que termine de desmantelar todos los asentamientos, y que una valiente guerra contra el terrorismo internacional, quien quiere derrotar una de sus más importantes infraestructuras, es quien ponga un fin a la ocupación israelí de más de 38 años. La buena noticia es que esto es posible. La mala noticia es que no hay manera de que George Bush será esta valiente presidente. Él ya ha cumplido su rol en la región: Él elogió a Ehud Olmet por su «coraje».

15/01/2006