Al margen de quien gane las elecciones de noviembre, el sistema imperialista estadunidense continuará su tradicional política de saqueo, principalmente contra los países subdesarrollados. Sin embargo, sería erróneo subestimar los comicios argumentando que los dos contendientes son «lo mismo», por mucho que Bush II y John Kerry procedan de la misma clase dominante, hayan sido […]
Al margen de quien gane las elecciones de noviembre, el sistema imperialista estadunidense continuará su tradicional política de saqueo, principalmente contra los países subdesarrollados. Sin embargo, sería erróneo subestimar los comicios argumentando que los dos contendientes son «lo mismo», por mucho que Bush II y John Kerry procedan de la misma clase dominante, hayan sido formados como cuadros del sistema y compartan el interés en la máxima ganancia de las corporaciones. Y es que Bush y su pandilla constituyen el grupo más irracional, reaccionario, racista y guerrerista que haya ocupado la Casa Blanca, dispuesto a romper con las reglas del propio sistema para perpetuar garrote en mano su privilegiada posición en el mundo. Su continuidad implicaría el más grave peligro para la humanidad y su ejecutoria lo confirma. El fraude electoral en Florida y el golpe de Estado con que llegaron a la presidencia en hombros de una Corte Suprema de mayoría conservadora, la negativa a ratificar el Procolo de Kyoto y a aceptar la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional. Luego, el sospechoso atentado terrorista del 11/S, que les dio el pretexto para sobre una estela de mentiras impulsar una agenda geopolítica de hegemonía mundial basada en el terror de Estado, estimulante del «otro» terrorismo a grados inauditos. Los bushistas reproducen Guernica diariamente en Falluya, Bagdad o Ramala. Bush es un ignorante pero sabía bien lo que decía cuando amenazó con relegar a la ONU a un papel «irrelevante». Nunca, salvo por Hitler, se manifestó un desprecio igual al derecho internacional.
En lo interno impuso la xenofobia y el odio a lo árabe y musulmán, pisoteó los derechos constitucionales con el Acta Patriótica y ha instrumentado una política de enajenación de los ciudadanos recurriendo al miedo y al patrioterismo. Si el supuesto paseo militar que comenzaba en Afganistán para luego extenderse a otros «oscuros rincones del mundo» se ha detenido en Irak es porque la resistencia patriótica del segundo ha empantanado a los invasores, que tampoco han logrado controlar la situación en el primero. Las torturas y masacres acrecientan la rebeldía. Pero Bush no da su brazo a torcer con la doctrina nazi de la «guerra preventiva» y los objetivos de conquista y hegemonía codificados en la Doctrina de Seguridad Nacional. No hay que esforzarse para intuir a dónde sería capaz de llegar ensoberbecido por una victoria electoral en noviembre. Como al contrario, su derrota significaría un duro golpe moral y político a las ideas fascistas que encarna. No sería en rigor un triunfo del Partido Demócrata sino del muy activo movimiento antiBush, que presionaría mucho a la nueva administración desde el flanco social y antibélico. Es difícil discernir la conducta que seguiría un eventual gobierno de Kerry cuando el sistema de dominación de Estados Unidos exhibe una degradación económica y política sin precedentes que dificulta a sus elites ver otra salida del atolladero que no sea la fuerza, valiéndose de su superioridad en armamentos. Noam Chomsky ha opinado que, a diferencia de Kerry, el texano arrasaría en un segundo mandato con lo que queda del Estado de bienestar. Podría esperarse también del bostoniano que fuera más moderado en la ejecución de la política imperial. No es mucho, pero cuenta. El dilema ha sido expuesto gráficamente por Saul Landau cuando argumentó que votará por Kerry «porque lo terrible es mejor que lo peor».
Gane quien gane -y no debe excluirse que sea Bush- continuará la aplicación a rajatabla de las políticas neoliberales en el tercer mundo (disfrazadas como «reformas» estructurales) porque Estados Unidos no tiene otra manera de taponear sus gigantescos déficit fiscal y comercial. Pero el neoliberalismo es ya intolerable y ha concitado tal descontento social que nunca en muchos años se había presentado una oportunidad igual de unir a tantas fuerzas populares para revertir una política imperialista. Unir sin sectarismos a todos los que en el mundo estén por la defensa de la soberanía y la diversidad cultural, por poner al servicio del desarrollo social las riquezas y recursos naturales, por la defensa del medioambiente, por la hermandad del género humano, por solidarizarse con los pueblos de Irak y Palestina es la tarea del momento. América Latina, donde el combate antineoliberal marcha a la vanguardia puede ser la promotora de esta unión de fuerzas, que debe comenzar por casa.