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Utilizar la experiencia de Iraq para reconstruir un potente movimiento popular contra la guerra

Fuentes: Rebelión

Una vez más nos movemos entre la angustia, la confusión y la impotencia. Una nueva guerra de agresión imperialista se desarrolla ante nuestros ojos y, como en anteriores ocasiones, sentimos en el aire hasta qué punto su arma más potente, la propaganda de guerra, pretende aniquilar nuestra capacidad de respuesta. Antes de que las bombas […]

Una vez más nos movemos entre la angustia, la confusión y la impotencia. Una nueva guerra de agresión imperialista se desarrolla ante nuestros ojos y, como en anteriores ocasiones, sentimos en el aire hasta qué punto su arma más potente, la propaganda de guerra, pretende aniquilar nuestra capacidad de respuesta.

Antes de que las bombas de la «coalición internacional» empezaran a caer sobre Libia ya nos estaban bombardeando con titulares como: «EE.UU. denuncia un baño de sangre de Gadafi con centenares de libios muertos», «Gadafi ametralla a los manifestantes desde aviones militares» o «Libia se hunde en un caos genocida», que curiosamente no pudieron ser acompañados de soporte documental alguno.

Está demasiado reciente aún el aguacero de mentiras mediáticas que se fabricó antes del ataque a Iraq como para creerles ni un ápice. Entonces, a todos los perfiles ideológicos susceptibles de movilizarse se les ofreció su dosis de anestésico: a los que se inclinaban más por la vertiente humanitaria se les administró el robo de las incubadoras en Kuwait; a los ecologistas el incendio de pozos de petróleo por Sadam y el cormorán agonizante; a los comunistas la matanza de sus compañeros; a los nacionalistas, la persecución de los kurdos…etc.

Medias verdades y mentiras flagrantes aliñadas de forma que se llegara a la conclusión de que ante un régimen tan monstruoso, que perseguía tan ferozmente a su pueblo, quizás el ataque «limpio y quirúrgico» de la «coalición internacional» fuera un mal menor o al menos se alimentaran serias dudas acerca de si era peor el remedio que la enfermedad.

Finalmente, tras muchas tensiones y debates, una idea clara se impuso: el problema principal no era quién fuese Sadam Husein, sino por qué querían atacar a Iraq y cambiar el régimen. Y la respuesta era nítida: Iraq era la primera etapa de un proyecto geoestratégico de control de Oriente Medio (de control de sus riquezas y de ocupación militar directa) por parte la EE.UU., la UE e Israel. Las consecuencias también lo fueron: la movilización en la calle se dio contra la intervención militar extranjera y la participación del estado español en la misma. No fue fácil. Funcionó una verdadera tenaza sobre el movimiento popular independiente: el PSOE lo utilizó cínicamente – ahora se ve bien claro – para derrotar electoralmente al PP, y desde los medios de comunicación e incluso desde sectores de la izquierda amparados en el «Ni Bush, ni Sadam» se nos acusó a quienes nos negamos a entrar en el juego de denostar o defender al gobierno iraquí, para gastar todas nuestras energías en denunciar el crimen de quiénes preparaban el ataque, de apoyar a Sadam Husein e incluso de ser financiados por él.

Otra vez el arsenal mediático se ha disparado y, por ahora, sus objetivos se han cumplido. La población se ha tragado completa la medicina y, mayoritariamente repite la cantinela: la intervención militar es el mal menor; hay que parar al tirano.

Para las personas y organizaciones que sabemos los poderes y los intereses que hay detrás, aunque los interrogantes permanecen, algunas luces empiezan a abrirse camino: ¿Por qué sacaron tan velozmente, al comienzo de la revuelta, las petroleras extranjeras a sus trabajadores? ¿Ha sucedido lo mismo en las petromonarquías de Qatar, Bahrein u Oman? ¿Qué llevó a British Petroleum a detener sin justificación alguna, pocos meses antes de iniciarse el conflicto, sus nuevas prospecciones petrolíferas en Libia? ¿Quién es esa oposición que es reconocida tan rápidamente por Francia y Gran Bretaña, legitimada por los grandes medios de comunicación y que se dedica desde el primer momento a clamar por la intervención militar extranjera? ¿Tienen algo que ver las revueltas populares de Egipto, Tunez y los países del Golfo, con la decisión de atacar Libia y con el apoyo a la misma de la Liga Árabe?

Ante todo este maremágnum de intoxicación premeditada y de dificultades para obtener información contrastada, algunas certezas emergen con la ayuda de la experiencia acumulada que nos salva de tener que empezar de nuevo cada vez:

1º Independientemente de quién sea Kadhafi y con todo el respeto para el derecho de autodeterminación del pueblo libio, el objetivo del ataque internacional es controlar los recursos energéticos de Libia poniendo a gobernantes que lo garanticen.

2º La intervención militar en Libia pretende dejar atado y bien atado para los intereses imperiales euro-estadounidenses e israelíes el resultado final de los levantamientos populares árabes.

3º Los pueblos debemos considerar ese ataque como un Crimen de Guerra del que son responsables los gobiernos de los respectivos países intervinientes.

4º El gobierno de Rodriguez Zapatero ha apurado hasta la última bocanada de lodo y de indignidad repitiendo la «hazaña guerrera» del Trío de las Azores»; con el agravante de que lo hace en un país con 5 millones de parados en el que no para de recortar servicios y derechos, mientras reparte dineros públicos entre la banca y las grandes empresas. Los ataques a Libia realizados por el ejército español, que convierte a sus responsables en criminales de guerra, se realizan por subordinación lacayuna al imperio – exactamente lo mismo que Aznar – y a mayor gloria del negocio de REPSOL, Gas Natural, SACYR; Abengoa, etc.

5º Cuando se pisotean una vez más las condiciones del Referéndum de la OTAN – las del SI – despreciando hasta la náusea la soberanía popular, hay que unir al «No a la guerra», la exigencia del desmantelamiento de las Bases y de la salida del Estado español de la OTAN.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.