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Crónica desde Siria (4/5)

Venganza, acto segundo

Fuentes: Fortress Europe

Traducción de Juan Alba Martínez


ALEPO – Desde que empezó la revolución en Siria han muerto treinta mil personas, en su mayoría civiles. Y parece que aún no ha llegado lo peor, porque la sangre vertida reclama venganza. Lo que no está claro es que con el fin de la dictadura acabe también la guerra O por lo menos no está claro que la guerra acabe sin que se salden cuentas pendientes entre suníes y alauíes. O simplemente sin que mueran mas inocentes. Después de todo, sería la consecuencia natural de las políticas de Bashar, que desde el comienzo de la revolución lo ha apostado todo a la división sectaria en el país, convirtiéndose en un protector de las minorías contra lo que la propaganda del gobierno llama el «terrorismo» sunní. En los barrios cristianos de Alepo y Damasco se han creado frentes armados que están listos para defender sus comunidades. Lo mismo ha ocurrido en los barrios alauíes de Homs y en los pueblos de regiones alauíes. Pero es sobre todo en las zonas rurales donde el régimen ha jugado la carta del sectarismo. Reclutando a cientos de alauíes para hacer el trabajo sucio de las matanzas en los pueblos de mayoría sunní.

El guión sigue siendo el mismo. El ejercito bombardea durante días a los civiles, obligando al ejercito libre a retirarse de las zonas habitadas. Una vez retiradas las tropas, las bandas de shabbiha, los asesinos reclutados entre los alauíes -la minoría a la que pertenece el presidente Bashar Al Asad-, entran tras las tropas para asesinar a los supervivientes, casa por casa, con el ritual macabro de cortar gargantas. Sin hacer excepción con niños mujeres o ancianos.

Tremseh, Daraya, Houla, Kafr Awid… La lista de los genocidios en las zonas rurales de Siria es larga. Centenares de muertos cada día, y la firma siempre es la misma. Para confirmar el testimonio de los supervivientes hay decenas de vídeos que acaban llegando a internet, grabados por los activistas o encontrados en los bolsillos de los militares y shabbiha detenidos o asesinados por los militares del Ejercito Libre.

En uno de estos vídeos se ve a dos activistas de pie, con las manos atadas detrás de la espalda, y desnudos de cintura para arriba. Al principio dos militares se burlan de ellos: «¿queréis libertad? -dicen- «aquí la tenéis» y con un cuchillo de carnicero le cortan la cabeza a uno de ellos. Después ponen en marcha una sierra eléctrica y la usan para cortarle la cabeza al otro. En otro vídeo, un joven activista capturado por la tropas de Al-Asad, es enterrado de pie hasta el cuello, llora e implora piedad. Pero los militares, sin parar de reír, llenan el foso y lo entierran.

 Esta disparatada e injustificada violencia, además de aterrorizar al pueblo sirio, ha sembrado sin duda la semilla de la venganza. Después de todo los guerrilleros del Ejército Libre no lo esconden. Los alauíes sospechosos que se encuentran en las ciudades libres son asesinados rápidamente. Los habitantes del lugar dicen los nombres de quien ha torturado, violado o matado en nombre del régimen, y los soldados del Ejercito Libre les cortan la garganta. Lo mismo sucede con los iraníes y los libaneses que encuentran. No hay tiempo para preguntas. Se supone inmediatamente que son mercenarios de la dictadura y son ejecutados.

Pasa incluso en una gran ciudad como Alepo, donde veinte shabbiha fueron detenidos y asesinados en el barrio de Sukkari. Quien les cortó la cabeza fue un combatiente afgano de la brigada islámica Ahrar al-Sham. Sus cuerpos están enterrados en un campo al lado de la carretera, cerca de la cuneta, donde la tierra está blanda, cerca de un cúmulo de basura quemada. Igualmente acabaron Zaino Berri y sus hombres. Antes de la revolución los Berri eran un clan mafioso de Alepo que controlaba el tráfico de drogas en la ciudad. Al empezar las protestas, el dictador les armó y pagó para que hicieran el trabajo sucio de la represión: matar, violar,torturar y amenazar. Cuando el ejercito libre entró en la ciudad en agosto, fueron los primeros detenidos y fueron fusilados contra una pared, delante de una multitud enfurecida.

Y si en una gran ciudad como Alepo han reaccionado así, la reacción en el campo podría ser mucho peor. Porque en el campo está además el factor sectario. En Alepo los Berry y los otros shabbiha eran sunníes , como la mayoría de sus víctimas. Sin embargo en el campo, las masacres en los pueblos sunníes fueron hechas por milicias alauíes. Lo mismo pasó en Homs, donde se dividió la ciudad en dos, aislando la mitad alauí con decenas de puestos de control y usándolo como base para los bombardeos de barrios sunníes.

19 meses después del principio de la revolución, la sangre derramada es tanta que un vuelvo de las relaciones de poder y un avance del ejército libre podría significar una venganza colectiva contra las zonas alauíes, aunque la mayor parte de los combatienetes del ejército libre jura que no sucedera. Responden con los viejos eslóganes de las manifestaciones: wahid, wahid wahid, al sha’ab al suri wahid (uno, uno, uno, el pueblo sirio es uno). Son hijos de un país donde la convivencia entre religiones, culturas y minorías ha sido la norma durante siglos. Cristianos, musulmanes, suníes, judíos, alauíes, árabes, turcos, curdos, circasianos, armenios.

Aleppo, un combattente morto in battaglia davanti all’ospedale di Sukkari, foto di Alessio Genovese

El problema es que cuando hay armas de por medio para cometer una masacre no se necesita ninguna mayoría. Basta una brigada de cien hombres. Es inútil ocultarlo. Las armas han acabado entre las manos de gente de todo tipo y en el vacío de poder que seguirá a la avance del Ejército Libre corresponderá una clima de impunidad que hará que cualquier cosa pueda ocurrir. El caso de la guerra en Libia en 2011 lo demuestra. Y no ha sido suficientemente contado.

También en Libia los rebeldes eran jóvenes de extracción popular que habían recurrido a las armas en nombre de la libertad y de la democracia. Sin embargo no dudaron en vengarse del asedio sufrido en Misrata, destruyendo la ciudad vecina de Tawargha, matando a centenares de civiles y obligando a la fuga a 40.000 personas que, un año después, no han regresado aún a sus casas. Los mismos revolucionarios, para vengarse de las fuerzas mercenarias de Ghadafi, arrestaron a centenares de civiles africanos y mataron a decenas de ellos. En definitiva, para vengarse del clan de los Ghadafi los rebeldes bombardearon y saquearon más allá de toda medida su ciudad natal, Sirte.

Lo mismo podría suceder ahora en Siria. La venganza colectiva es lo que más temen todos los activistas del movimiento no violento sirio. Para ellos en Siria se ha vertido ya demasiada sangre. Es la hora de una solución política. Pero esa solución es por el momento imposible. Por un lado, a causa de la incapacidad de la oposición siria para hablar con una sola voz, dividida por los conflictos entre viejos opositores de izquierda, los Hermanos Musulmanes y los ex-partidarios del régimen listos para recuperar la virginidad política. Por lo demás, a causa también del inmovilismo de la comunidad internacional que parece asistir inerme a la masacre del pueblo sirio.

En la historia contemporánea no se había visto jamás a la aviación de un Estado soberano bombardear durante meses a sus propios ciudadanos. Sin que nadie diga nada desde fuera. Pero quizás es precisamente éste el objetivo. Quizás más allá del veto de Rusia e Irán en el Consejo de Segrudad de la ONU y de su apoyo económico y militar al régimen, hay algunos países fuertes de la región -y no sólo Israel- a quien conviene mucho que Siria prosiga esta loca política de autodestrucción. Porque a la Siria del «mejor enemigo» es preferible sólo una Siria destruida. La triste verdad, por tanto, es que Siria y los sirios no han estado nunca tan solos.

4/5 Continúa.

Fotografías de Alessio Genovese.

Otras crónicas desde Siria:

1/5: La guerra de Alepo.

2/5: ¿Internacionalistas o terroristas?

3/5: Quedáos en el infierno

Fuente: http://fortresseurope.blogspot.com/2012/10/speciale-siria-vendetta-atto-secondo.html