John Kerry tendría que estar más que satisfecho por el resultado que obtuvo. En realidad, es de suponer que la mayoría de los que lo votaron lo hicieron más por su cabreo por la política interior y exterior de Bush que por apoyo a las posiciones del candidato demócrata. Porque, ¿cuáles eran esas posiciones? ¿Representaba […]
John Kerry tendría que estar más que satisfecho por el resultado que obtuvo. En realidad, es de suponer que la mayoría de los que lo votaron lo hicieron más por su cabreo por la política interior y exterior de Bush que por apoyo a las posiciones del candidato demócrata. Porque, ¿cuáles eran esas posiciones? ¿Representaba una candidatura realmente alternativa? ¿En política nacional tal vez?
A pesar de que en el plano económico Kerry no aportó recetas claras para poder superar el déficit de 415.000 millones de dólares en que Bush metió al país tras cuatro años de Gobierno, ni propuso ningún plan serio para dar trabajo a los más de 30 millones de personas que han visto destruidos sus puestos de trabajo en este primer mandato de Bush junior, es verdad que el candidato demócrata avanzó algunas tímidas alternativas a las de su opositor en materia energética, en el tema de las pensiones, en el aumento de la cobertura sanitaria de la población, medidas en verdad nada despreciables en un país donde el Estado va dejando cada vez más desprotegida a la población en cuanto a servicios sociales se refiere.
Sin embargo, los temas económicos y sociales han tenido un peso relativamente menor en estas elecciones, han pasado a un segundo plano en la campaña electoral, en los mítines y en los debates televisados tantos de los candidatos a presidentes como a vicepresidentes de ambos partidos. George W.Bush ha sabido llevar a John Kerry al terreno que le era favorable y fue allí donde lo derrotó.
Tal como lo hizo desde el mismo 11-S, utilizando en beneficio de su propia política y de sus objetivos prefijados, los más terribles atentados que EEUU recibiera en toda su historia, Bush volvió a llevar a los demócratas a su terreno, al debate sobre esa cruzada antiterrorista sin límites geográficos ni temporales que se inició en 2001.¿Qué podía objetar Kerry de todas las barbaridades y mentiras que cometió la Administración Bush desde el 11-S en nombre de esa sacrosanta cruzada que había cambiado la situación mundial?
Prácticamente nada.
En el plano de la seguridad nacional, el senador Kerry y su partido, avalaron a pie juntillas en el Congreso la guerra de Irak, contentándose sin más con las explicaciones del Pentágono y la CIA sobre las supuestas amenazas de armas de destrucción masiva de Sadam. También dio luz verde al más poderoso presupuesto militar que jamás se haya visto. Igualmente el Partido Demócrata aceptó sin rechistar la Patriot Act, ese paquete de medidas antiterroristas que permite al FBI fisgar sin orden judicial en las cuentas bancarias, fichas fiscales y médicas o correos electrónicos de cualquier ciudadano por simple sospecha, en un ataque a las libertades públicas como no se conocía desde la época de McCarthy, aunque es verdad que Kerry hizo unas leves matizaciones a algunas de sus cláusulas.
¿Qué medida concreta adoptó la dirección del Partido Demócrata cuando el Gobierno ordenó detener y mantener en un limbo legal a miles de personas de origen árabe o musulmán en EEUU? Ninguna. ¿Y cuando el Pentágono decidió llevarse a cientos de prisioneros capturados en Afganistán a su base en Guantánamo, privándolos de los más elementales derechos que les reconocen las Convenciones de Ginebra, qué denuncia presentó el Partido Demócrata en el Congreso, qué acciones legales tomó? Ninguna. Kerry no hizo ninguna objeción a que el Departamento de Justicia se inventara el estatus de «combatiente ilegal» para los detenidos en Guantánamo, aunque criticó algunas de las características de cómo se celebraban los tribunales militares.
A pesar de que pocos meses atrás, en abril pasado, saltó el escándalo de las fotos de Abu Ghraib y quedó en evidencia de que se estaba sólo ante la punta de un iceberg con ramificaciones en realidad por todo Irak, Afganistán y que se confirmaba la existencia de centros de detención clandestinos de prisioneros del Ejército de EEUU, John Kerry no consideró necesario mencionar ninguno de estos temas en su programa. Ninguna de las sistemáticas violaciones de los derechos humanos que vinieron tiñendo buena parte de las acciones realizadas en nombre de la sacrosanta cruzada antiterrorista tras el 11-S merecieron siquiera un minuto en los debates entre los candidatos, ni un minuto en los múltiples mítines realizados por Kerry a lo largo y ancho de Estados Unidos durante toda la campaña electoral, ni una línea en los miles de páginas de publicidad electoral de los demócratas.
Kerry se ha esforzado durante toda la campaña electoral en mostrar que podía ser un buen «comandante en jefe», que él también podía dirigir la guerra contra el terrorismo, llegando incluso a ir más lejos que Bush en junio pasado, al prometer que iba a aumentar en 25.000 el número de soldados y que las tropas permanecerían al menos cuatro años más en Irak.
Tampoco denunció en ningún momento la creciente privatización de la guerra y el uso cada vez más masivo de mercenarios en Irak y Afganistán, lo que viola las convenciones internacionales contra su uso, como la de la ONU de 1989.
Kerry por lo tanto no proponía una política distinta ni en Irak ni en Afganistán, salvo levemente en las formas.
Kerry tampoco se comprometió en ningún momento a ratificar el Protocolo de Roma para que su país se incorpore activamente a la Corte Penal Internacional.
Se ha distanciado de la política agresiva de Bush de sancionar a aquellos países que no aceptan firmar acuerdos bilaterales con EEUU comprometiéndose a no denunciar ante la CPI a tropas, agentes, mercenarios o diplomáticos acusados de críemenes de guerra, contra la humanidad o genocidios, pero nunca ha llegado a prometer una aceptación de esa instancia judicial, la más importante habida desde los Tribunales de Nüremberg.
Kerry cayó en la trampa que le tendió Bush. No pudo reprocharle nada, estaban las pruebas de su complicidad. El senador por Massachusetts y luego candidato presidencial demócrata había dejado plasmada su firma al lado de las más ignominiosas decisiones en política nacional e internacional del presidente más halcón de toda la historia de Estados Unidos.
Si el tema que dominó la campaña fue la supuesta lucha antiterrorista y la guerra no había razones para cambiar de comandante en jefe en medio de la batalla. Por el mismo precio de un voto siempre se tiende a preferir al original que a una mala copia.