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De elecciones, gallinas y tareas pendientes

Fuentes: mientras tanto

I ¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre! Hay veces que las sentencias populares sirven para definir bien una situación. El pasado 28 de abril fue un día de cierta alegría. El resultado electoral había cerrado el camino a la triple alianza reaccionaria y se abría la posibilidad de que un Gobierno […]

I

¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre! Hay veces que las sentencias populares sirven para definir bien una situación. El pasado 28 de abril fue un día de cierta alegría. El resultado electoral había cerrado el camino a la triple alianza reaccionaria y se abría la posibilidad de que un Gobierno de izquierdas reformista ayudara a cambiar, aunque fuera de forma modesta, la orientación de las políticas. Puestos a soñar, hasta podía pensarse que había alguna remota posibilidad de generar alguna alternativa más racional al «problema catalán» en particular. El margen para que ello ocurriera era estrecho pero no cerrado. Todo dependía de cómo operaran los dirigentes políticos de las dos principales fuerzas de izquierdas y su capacidad de alcanzar algún tipo de acuerdo aceptable.

Con el paso del tiempo estas esperanzas se fueron desvaneciendo. Primero estuvo el impasse de las elecciones municipales y regionales (que sirvió como justificación para no empezar a trabajar una propuesta). Y después de las mismas, con un PSOE reforzado y un Unidas Podemos francamente en retroceso, se fue haciendo patente que las posibilidades de alcanzar un acuerdo iban a ser complicadas.

Sin duda la mayor responsabilidad está en el PSOE. Era el partido que tenía la obligación de promover una coalición de gobierno viable. Y es evidente que no ha tenido ninguna voluntad de hacerlo. Su negativa a impulsar una coalición de izquierdas es el resultado de diversos elementos que blindan al partido de veleidades «izquierdistas». Están sin duda sus compromisos y lealtades frente al poder económico. Un poder que seguro ha presionado entre bambalinas para que no haya ningún cambio medianamente radical. Está también, como ha sugerido Joan Subirats, la presión de las élites de la Administración, siempre temerosas de que algo cambie su estatus y su modus operandi (como ya explicó de forma gráfica una serie de la BBC de la primera mitad de los años ochenta, Yes, Minister). Y a ello se suman la cultura y la tradición políticas del propio PSOE, acostumbrado al poder compartido o sólo dispuesto a aceptar la coalición como un mal menor. No hay que ser un gran muy conocedor de los entresijos del partido más votado para suponer que, tras el resultado de las municipales, una buena parte de sus mentes pensantes sacaron la conclusión de que con una repetición electoral podían mejorar su correlación de fuerzas frente a Unidas Podemos. El bochornoso llamamiento a que Ciudadanos y Partido Popular se abstuvieran (a Pedro Sánchez sólo le faltó añadir: «Para no tener que pactar con estos zarrapastrosos»), y las declaraciones y actitudes posteriores a la investidura fallida, obligan a pensar que para la cúpula del PSOE la posibilidad de un gobierno de izquierdas amplio es una opción desechada. Sorprende y escandaliza que nadie en los medios obligue a los portavoces socialistas a que expliquen razonadamente por qué es imposible un Gobierno de Coalición.

Unidas Podemos ha sufrido un claro ninguneo, pero no ha sido capaz de jugar buenas cartas. De hecho parece que ha tomado como propuesta una única opción, la de un Gobierno de coalición con una presencia notable del partido (una vicepresidencia), sin considerar otros planes alternativos que ayudaran a romper el bloqueo. Por ejemplo, no fueron capaces de tomar iniciativas como la adoptada por el PSOE de realizar una campaña sistemática de reuniones con diversos movimientos y entidades sociales, a fin de generar un clima de presión social en pro del acuerdo y de marcar líneas programáticas comunes. Lo han jugado todo a una negociación cupular, con un marcado protagonismo de Pablo Iglesias que, a menudo, ha facilitado el argumentario del PSOE. Hay que destacar al respecto que el momento en el que consiguieron provocar mayor profundidad en las negociaciones fue cuando Iglesias dio un paso atrás y obligó a su oponente a «mover ficha». Pero esta sutileza en la acción política no suele abundar en el espacio de UP. Hay demasiado convencimiento en la bondad de las propias propuestas y demasiada poca percepción del impacto que generan sus acciones más allá de sus bases más fieles.

El resultado de esta incapacidad para el acuerdo puede ser catastrófico. La posibilidad de una repetición electoral parece cada vez más probable. Si se concreta, es posible que las urnas den un resultado parecido al que indican las encuestas: que el PSOE salga algo más reforzado y UP debilitado. El problema es que estaríamos en una situación parecida a la actual donde se volverían a plantear los mismos dilemas. Y aún hay una posibilidad peor: que la desmovilización de parte del electorado de izquierdas (proclive a adoptar esta actitud) propicie un resultado mucho más favorable a la derecha y al final acabe pasando lo que se evitó en abril. En conclusión, sea cual fuere el resultado, aumentaría el enojo, el desapego frente a unos políticos de izquierdas que no han sido capaces de construir un compromiso aceptable. Solo los fans más fanáticos de cada formación se sentirán felices.

II

Llegados a este punto, lo de menos es evaluar las responsabilidades de cada cual. Lo que conviene es pensar qué línea de intervención es la más inteligente desde una posición de transformación social. Y esta es una pregunta que compete especialmente a Unidas Podemos.

Resulta evidente que el enfrentamiento actual entre PSOE y UP tiene muchos elementos que nos sitúan en la enésima versión del «juego del gallina». Y, para expresarlo claramente, mi punto de vista es que, en este juego perverso, quien tiene más posibilidades de ganarlo es quien lo pierde. En la película de Nicholas Ray Rebelde sin causa queda ejemplificada la lógica de este juego. Dos jóvenes (dos especímenes aspirantes a macho alfa) compiten por el liderato de una pandilla juvenil lanzando sus coches a toda velocidad hacia un acantilado. El que primero frene por temor a caer será «el gallina». En la película, el protagonista interpretado por James Dean es el que frena, y su oponente, el teórico vencedor, se despeña y muere. Ha ganado una «batalla», pero quien ha ganado la baza estratégica de seguir viviendo (y hasta de recuperar las posibilidades del liderazgo) es el teórico perdedor. Aunque, viendo la dinámica de muchos enfrentamientos, la enseñanza resulta simple, parece que la mayoría de líderes aún no la han aprendido. Por eso, a estas alturas la opción más inteligente por parte de Unidas Podemos, pasa por ceder a las pretensiones del PSOE y votar un Gobierno de Pedro Sánchez, evitando nuevas elecciones.

Entiendo que, para una parte importante de la militancia de base de UP, esto puede resultar un «trágala» insoportable. Una concesión al Ibex 35, al sectarismo psoeista, a la OTAN… Pero hacer política no es una cuestión de visceralidades, sino de acción reflexiva. Por ello me parece oportuno explicar por qué me parece la mejor opción.

Hay cuatro razones, de índole diversa, que apoyan mi posicionamiento:

a) La más instrumental. Si las encuestas no fallan, y el resultado en noviembre se parece más al de mayo que al de abril, el peso institucional de UP se verá notablemente disminuido. Y hay diversos elementos que conspiran para que ello ocurra, desde los poderosos aparatos mediáticos al servicio del PSOE, pasando por la concentración del voto útil para evitar el ascenso de la derecha, la tradicional volatilidad (más en términos de participación) del electorado de izquierda, el agotamiento de las propias bases, etc. Como asigno una elevada probabilidad a este descenso electoral, es poco razonable que se apueste por ir a una confrontación electoral en estas condiciones.

b) En la actual situación parlamentaria, Unidas Podemos puede jugar un papel importante de marcaje de la política del Gobierno. Empezando por tomarle la palabra en cuanto a la oferta de un trato preferente para tratar de conseguir resultados del tipo «pacto de legislatura», o nombramiento de algunos altos cargos relevantes. No se trata tanto de controlar el Gobierno como de utilizar la capacidad de influencia en él.

c) La posibilidad de ganar credibilidad y hegemonía social. Posiblemente, una cuestión más importante que las dos anteriores a largo plazo. Un movimiento de este tipo permite explicar que una fuerza política antepone el interés público a sus legítimos intereses programáticos y de poder. Con esta opción se cierra el paso a una repetición electoral de resultados inciertos, se reduce la fatiga electoral que soporta una población con un muy bajo nivel de cultura política, y se cierra un ciclo de gobiernos que llevan sucediéndose en situación de interinidad. La situación de prórrogas presupuestarias a que estamos sometidos (los catalanes llevamos viviendo más tiempo en esta situación) está propiciando un segundo ajuste presupuestario que afecta a muchas políticas públicas. En la posibilidad de una recesión, la prolongación de la situación puede tener efectos devastadores para una sociedad que lleva años viviendo en estrés social.

Renunciando a lo inmediato se abre un enorme espacio donde es posible seguir cuestionando el sectarismo y las debilidades políticas del PSOE. Y, sobre todo, donde es posible mostrar que Unidas Podemos se mueve por parámetros diferentes a los de los partidos de orden tradicionales. El 15-M fue en gran parte un cuestionamiento de las formas y las lógicas de la política institucionalizada y mucho de esto se ha perdido en la experiencia posterior de Podemos. Lo alternativo ha tendido a reducirse a la introducción de mecanismos internos plebiscitarios, algo que tiene tantos defectos como ventajas. Pero en lo demás, el hiperliderazgo, la incapacidad de desarrollar una acción prepolítica fuera de las instituciones, el empeño en anteponer la negociación de cargos, el sectarismo y la mala resolución de los conflictos internos revelan un conjunto de prácticas más propias de la vieja política que de otra cosa.

La sociedad española viene lastrada por un notable nivel de incultura política. Al destrozo cultural de cuarenta años de dictadura se le ha sumado el impacto de la cultura del espectáculo impuesta por los medios neoliberales. No hay, desde ese punto de vista, otra forma de cambiar las cosas que prestigiando formas de actuación diferentes, con personas que participen en la política prestigiando el interés colectivo y el debate democrático. Y eso se gana con un modelo persistente de organización y trabajo y también adoptando acciones audaces en momentos concretos. Seguir empeñados en la pelea interpartidista es un error. Cambiar la lógica, explicando bien las razones, abre una credibilidad que de otra forma se pierde. O, dicho de otra forma, actuar en la lógica de «lo que nos pide el cuerpo» es la mejor forma de hacer el juego a quien trata de ningunearte.

d) Por último, aunque igualmente relevante, está la cuestión de la propia organización, de su implantación social. En el ciclo político que abrió el 15-M se optó claramente por una acción de movimientos rápidos hacia el poder. La coyuntura se mostró favorable y hubo aciertos innegables, por ejemplo en la configuración de candidaturas municipales abiertas. Pero después se han ido haciendo visibles los límites de esta política en muchos aspectos. Algunos tan simples como el agotamiento de muchos de los activistas que adquirieron responsabilidades políticas en los ayuntamientos y que han tenido que multiplicarse para llevar a cabo una actuación aceptable. Otros, más complejos, como la constatación de la limitada implantación en el tejido social de estas nuevas y viejas fuerzas. Un problema que ha influido en el trabajo institucional y que ha tenido un impacto decisivo en las últimas elecciones municipales: el PSOE tenía una maquinaria más próxima a la sociedad y más capaz de llegar a muchos sitios. Y a todo ello se suman todos los problemas internos, tanto en Podemos como en Izquierda Unida, que han generado rupturas, enfrentamientos, y que muestran que no hay un modelo organizativo asentado que pueda servir de referente a un amplio espectro de activistas.

La necesidad de desarrollar un modelo organizativo que sirva para organizar a la gente desde abajo, de generar cultura política, es hoy más urgente que nunca. Estamos en tiempos muy convulsos, donde a los viejos problemas se suman otros nuevos, como el impacto social de las políticas ambientales, la degradación de barrios periféricos, etc. El auge de las fuerzas reaccionarias en Europa tiene mucho que ver con estas problemáticas y la única forma de hacerles frente es a través de un tejido social consistente. Desde la perspectiva de Barcelona, por lo menos, es detectable que en muchos casos la evolución de un conflicto depende crucialmente de la calidad y densidad del tejido organizado de cada barrio.

Y más que centrarse en una guerra de movimientos para la que no hay fuerzas ni dinámica, lo que necesita el espacio de Unidas Podemos es una reflexión, un debate y un esfuerzo organizativo para desarrollar de verdad su espacio social. Mientras todas las energías se gasten en acción por arriba seguiremos en el páramo actual. Seguiremos jugando en un terreno donde se cuenta con pocos medios y escasa experiencia.

III

Este verano está siendo terrible. A estas alturas, uno tiene pocas esperanzas de que el otoño depare una mejoría palpable. La «nueva política» parece moverse en los mismos espacios cerrados que los de los poderes de toda la vida. Y una parte de las bases a menudo se mueve más como un club de fans que jalea a sus líderes que como individuos con capacidad autónoma de acción. Pero queda una posibilidad de que al final se evite lo peor. Y desde esta intención reflexiva se han escrito estas líneas.

Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-182/notas/de-elecciones-gallinas-y-tareas-pendientes