Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Siempre es el petróleo. Mientras el presidente Trump estaba codeándose con el príncipe heredero de la corona de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, en la cumbre del G-20 en Japón y se restaba importancia a un reciente informe de la ONU sobre el papel del príncipe en el asesinato del columnista del Washington Post Jamal Khashoggi, el secretario de Estado Mike Pompeo se desplazaba a Asia y Oriente Medio para suplicar a los líderes extranjeros que apoyaran el plan «Sentinel». El objetivo de este plan de la administración: proteger el tráfico marítimo por el estrecho de Ormuz y el golfo Pérsico. Tanto Trump como Pompeo insistieron en que sus esfuerzos estaban motivados por la preocupación ante las maldades de Irán en la región y la necesidad de garantizar la seguridad del comercio marítimo. Sin embargo, ninguno de ellos mencionó una palabra inconveniente de ocho letras: P-E-T-R-Ó-L-E-O, que estaba detrás de sus maniobras respecto a Irán (y que ha impulsado todas las demás incursiones estadounidenses en Oriente Medio desde la II Guerra Mundial).
Ahora bien, es cierto que Estados Unidos ya no depende del petróleo importado para gran parte de sus necesidades energéticas. Gracias a la revolución del fracking , el país obtiene ahora la mayor parte de su petróleo, aproximadamente el 75% , de fuentes nacionales. (En 2008, esa proporción estaba más próxima al 35%). Sin embargo, aliados clave en la OTAN y rivales como China continúan dependiendo del petróleo de Oriente Medio para una proporción significativa de sus necesidades energéticas. Da la casualidad que la economía mundial, de la que Estados Unidos es el principal beneficiario (a pesar de las autodestructivas guerras comerciales del Presidente Trump), se basa en un flujo ininterrumpido de petróleo del golfo Pérsico que mantenga bajos los precios de la energía. Al seguir actuando como supervisor principal de ese flujo, Washington disfruta de sorprendentes ventajas geopolíticas a las que sus elites de la política exterior no renunciarían más de lo que lo harían respecto a la supremacía nuclear de su país.
El presidente Barack Obama explicó claramente esta lógica en un discurso de septiembre de 2013 ante la Asamblea General de la ONU en el que declaró que: «Los Estados Unidos de América están preparados para utilizar todos los elementos de nuestro poder, incluida la fuerza militar, para asegurar nuestros intereses vitales» en Oriente Medio. Seguidamente señaló que, si bien EE. UU. estaba reduciendo constantemente su dependencia del petróleo importado, «el mundo todavía depende del suministro de energía de esa región, y una interrupción grave podría desestabilizar toda la economía mundial». En consecuencia, concluyó: «Vamos a garantizar el libre de energía de la región hacia el mundo».
A algunos estadounidenses, ese dictamen, y la continuada adhesión al mismo por parte del presidente Trump y el secretario de Estado de Pompeo, puede parecerles anacrónico. Es cierto que Washington instigó guerras en Oriente Medio cuando la economía estadounidense era aún profundamente vulnerable a cualquier interrupción en el flujo de petróleo importado. En 1990, fue esta la razón clave por la que el presidente George H.W. Bush decidió desalojar a las tropas iraquíes de Kuwait tras la invasión de ese país por parte de Saddam Hussein. «Nuestro país importa ahora casi la mitad del petróleo que consume y podría tener que enfrentarse a una amenaza importante para su independencia económica», dijo ante una audiencia de televisión a toda la nación. Pero el petróleo desapareció pronto de sus comentarios en lo que se convirtió en la primera guerra del Golfo de Washington (aunque no así la última) después de que su declaración provocara una indignación pública generalizada. («No Blood for Oil» [«No más sangre por petróleo»] se convirtió en un signo de protesta muy utilizado en aquel entonces). Su hijo, el segundo presidente Bush, ni siquiera mencionó esa palabra de ocho letras cuando anunció su invasión de Iraq en 2003. Sin embargo, como quedó claro en el discurso de Obama en Estados Unidos, la cuestión alrededor del petróleo se mantuvo, y así sigue, en el centro de la política exterior de Estados Unidos. Una revisión rápida de las tendencias energéticas globales ayuda a explicar por qué esto ha seguido siendo así.
La confianza irreductible del mundo en el petróleo
A pesar de todo lo que se ha dicho acerca del cambio climático y el papel del petróleo entre sus causas -y del enorme progreso conseguido al hacer funcionar la energía solar y eólica en la red- seguimos atrapados en un mundo notablemente dependiente del petróleo. Para comprender esta realidad, todo lo que hay que hacer es leer la edición más reciente de «Statistical Review of World Energy» del gigante petrolero BP, publicada el pasado junio. En 2018, según ese informe, el petróleo aún representaba, con mucho, la mayor parte del consumo mundial de energía, como ha venido sucediendo todos los años durante décadas. En total, el 33,6% del consumo mundial de energía del año pasado estaba compuesto por petróleo, el 27,2% por carbón (en sí mismo, una desgracia mundial), el 23,9% por gas natural, el 6,8% por hidroelectricidad, el 4,4% por energía nuclear y un mero 4% por energías renovables.
La mayoría de los analistas de la energía creen que la dependencia mundial del petróleo, como porción en el uso mundial de la energía, disminuirá en las próximas décadas a medida que más gobiernos impongan restricciones a las emisiones de carbono, y si los consumidores, especialmente en el mundo desarrollado, cambian de vehículos impulsados por petróleo a eléctricos. Pero es improbable que esas disminuciones prevalezcan en todas las regiones del mundo y es posible que el consumo total de petróleo ni siquiera disminuya. Según las proyecciones de la Agencia Internacional de Energía (AIE) en su « New Policies Scenario » (que asume los importantes, aunque no drásticos, esfuerzos gubernamentales para reducir las emisiones de carbono a nivel mundial), Asia, África y Oriente Medio probablemente experimentarán una demanda sustancialmente mayor de petróleo en los próximos años, lo cual, muy grave ya de por sí, significa que el consumo mundial de petróleo va a seguir aumentando.
Al concluir que el aumento de la demanda de petróleo, en particular en Asia, superará la reducción de la demanda en otros lugares, la AIE calculó en su World Energy Outlook 2017 HYPERLINK «https://www.iea.org/weo2017/» que el petróleo seguirá siendo la fuente de energía dominante en el mundo en 2040, lo que representa aproximadamente el 27,5% del total mundial del consumo de energía. De hecho, será una participación menor que en 2018, pero como se espera que el consumo global de energía en general crezca sustancialmente durante esas décadas, la producción neta de petróleo aún podría aumentar de aproximadamente 100 millones de barriles diarios en 2018 a aproximadamente 105 millones de barriles en 2040.
Por supuesto, nadie, incluidos los expertos de la AIE, puede estar seguro de cómo futuras manifestaciones extremas del calentamiento global, como las severas olas de calor que recientemente atormentaron a Europa y el sur de Asia , podrían cambiar tales proyecciones. Es posible que la creciente indignación pública genere restricciones mucho más duras sobre las emisiones de carbono de aquí a 2040. Un desarrollo inesperado en el campo de la producción de energía alternativa también podría desempeñar un papel en el cambio de esas proyecciones. En otras palabras, el dominio continuo del petróleo todavía podría verse frenado de una manera que es impredecible en estos momentos.
Mientras tanto, desde una perspectiva geopolítica, se está produciendo un cambio profundo en la demanda mundial de petróleo. En el año 2000, según la AIE, las naciones industrializadas más antiguas -la mayoría de ellas miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)- representaban alrededor de dos tercios del consumo mundial de petróleo; solo alrededor de un tercio fue a parar a países en desarrollo. Para 2040, los expertos de la AIE creen que la ratio se revertirá, que la OCDE consumirá aproximadamente un tercio del petróleo del mundo y las naciones no pertenecientes a la OCDE el resto. Más preocupante aún es la creciente importancia de la región de Asia y el Pacífico para el flujo global de petróleo. En el año 2000, esa región representó solo el 28% del consumo mundial; en 2040, se espera que su participación sea del 44% gracias al crecimiento de China, la India y otros países asiáticos, cuyos consumidores recientemente enriquecidos están ya comprando automóviles, camiones, motocicletas y otros productos impulsados por petróleo.
¿De dónde obtendrá Asia su petróleo? Hay pocas dudas al respecto entre los expertos en energía. Al carecer de reservas propias importantes, los principales consumidores asiáticos recurrirán al único lugar con capacidad suficiente para satisfacer sus crecientes necesidades: el golfo Pérsico. Según BP, en 2018, Japón ya obtuvo el 87% de sus importaciones de petróleo de Oriente Medio, la India el 64% y China el 44%. La mayoría de los analistas asumen que estos porcentajes no harán sino crecer en los próximos años a medida que la producción en otras áreas disminuya.
Esto, a su vez, otorgará una importancia estratégica aún mayor a la región del golfo Pérsico, que ahora posee más del 60% de las reservas de petróleo sin explotar del mundo, y al estrecho de Ormuz, el angosto HYPERLINK «https://www.eia.gov/beta/international/regions-topics.php?RegionTopicID=WOTC» pasaje a través del cual pasa a diario aproximadamente un tercio del transporte de petróleo mundial. Limitado por Irán, Omán y los Emiratos Árabes Unidos, el estrecho es quizás la ubicación geoestratégica más importante -y más disputada- del planeta en la actualidad.
Controlando la espita
Cuando la Unión Soviética invadió Afganistán en 1979, el mismo año en que los militantes chiíes derrocaban al Shah de Irán respaldado por Estados Unidos, los políticos estadounidenses decidieron que su acceso a los suministros de petróleo del golfo estaba en peligro y que era necesaria la presencia militar de su país para garantizar dicho acceso. Como diría el presidente Jimmy Carter en su discurso sobre el Estado de la Unión el 23 de enero de 1980: «La región, amenazada ahora por las tropas soviéticas en Afganistán, tiene una gran importancia estratégica al contener más de dos tercios del petróleo exportable del mundo… El esfuerzo soviético por dominar Afganistán ha llevado a las fuerzas militares soviéticas a 500 kilómetros del océano Índico y cerca del estrecho de Ormuz, una vía a través de la cual debe fluir la mayor parte del petróleo del mundo… Dejemos absolutamente clara nuestra posición: un intento por parte de cualquier fuerza externa para obtener el control de la región del golfo Pérsico se considerará un ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos de América, y ese ataque será repelido por cualquier medio necesario, incluida la fuerza militar».
Para reforzar lo que pronto se llamaría la «Doctrina Carter», el presidente creó una nueva organización militar estadounidense, la Fuerza Conjunta de Despliegue Rápido (RDJTF, por sus siglas en inglés), consiguiendo instalaciones de apoyo para la misma en la región del golfo Pérsico. Ronald Reagan, que sucedió a Carter como presidente en 1981, convirtió la RDJTF en un «mando combatiente geográfico» a gran escala, denominado Mando Central o CENTCOM, que sigue teniendo la tarea de garantizar en la actualidad el acceso estadounidense al golfo (así como la supervisión de las guerras interminables del país en el Gran Oriente Medio). Reagan fue el primer presidente en activar la Doctrina Carter en 1987 cuando ordenó a los buques de guerra de la Armada que escoltaran a los petroleros kuwaitíes, » reabanderados » con las barras y estrellas, mientras viajaban a través del estrecho de Ormuz. De vez en cuando, esos buques eran atacados por cañoneras iraníes, como parte de la » g HYPERLINK «https://www.usni.org/magazines/proceedings/1988/may/tanker-war»uerra de petroleros » en curso, integrada a su vez en la guerra Irán-Iraq de aquellos años. Los ataques iraníes contra esos petroleros estaban destinados a castigar a los países árabes suníes por respaldar al autócrata iraquí Saddam Hussein en ese conflicto.
La respuesta estadounidense, llamada Operación Earnest Will , ofreció un modelo precoz de lo que el secretario de Estado Pompeo está tratando de establecer hoy con su programa Sentinel.
La Operación Earnest Will fue seguida dos años después por una implementación masiva de la Doctrina Carter: la decisión del presidente Bush en 1990 de expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait. Aunque habló de la necesidad de proteger el acceso de EE. UU. a los campos petrolíferos del golfo Pérsico, era evidente que garantizar un flujo seguro de las importaciones de petróleo no era el único motivo de ese despliegue militar. Igual de importante entonces (y mucho más ahora): la ventaja geopolítica que le daba a Washington controlar la gran espita de petróleo del mundo.
Al ordenar a las fuerzas estadounidenses que combatieran en el golfo Pérsico, los presidentes estadounidenses insistieron siempre en que actuaban en interés de todo Occidente. Al abogar por la misión de «cambio de pabellón/bandera» de 1987, por ejemplo, el secretario de Defensa Caspar Weinberger argumentó (como recordaría más adelante en su memorias Fighting for Peace ): «Lo principal era proteger el derecho de los inocentes, de los no beligerantes y el comercio extremadamente importante para moverse libremente en aguas abiertas internacionales y, al ofrecer nuestra protección, evitar que esa misión se le concediera a los soviéticos». Aunque rara vez se reconoce tan abiertamente, el mismo principio ha secundado la estrategia de Washington en la región desde entonces: solo Estados Unidos debe ser el máximo garante del comercio de petróleo sin obstáculos en el golfo Pérsico.
Examinen detenidamente y podrán encontrar este principio en cada declaración política importante de Estados Unidos relacionada con esa región y entre la élite de Washington en general. Mi favorita personal, en lo que se refiere a brevedad, es una oración en un informe sobre geopolítica de la energía emitido en 2000 por el Center for Strategic and International Studies , un think tank con sede en Washington superpoblado de exfuncionarios del gobierno (varios de ellos colaboraron en el informe): «Como única superpotencia del mundo, [Estados Unidos] debe aceptar sus especiales responsabilidades para preservar el acceso al suministro mundial de la energía». No se puede ser mucho más explícito.
Desde luego, junto con esta «responsabilidad especial» viene una ventaja geopolítica: al proporcionar este servicio, Estados Unidos consolida su estatus como única superpotencia mundial y coloca a cualquier otra nación importadora de petróleo -y al mundo en general- en una condición de dependencia en su desempeño continuo de esta función vital.
Originalmente, los países dependientes clave en esta ecuación estratégica eran los de Europa y Japón, que, a cambio de un acceso seguro al petróleo de Oriente Medio, debían subordinarse a Washington. Recuerden, por ejemplo, cómo ayudaron a pagar la guerra de Iraq de Bush padre (llamada Operación Tormenta del Desierto). Sin embargo, hoy en día, muchos de esos países, profundamente preocupados por los efectos del cambio climático, intentan rebajar el papel del petróleo en sus mezclas nacionales de combustibles. Como resultado, en 2019, los países potencialmente más a merced de Washington en lo que respecta a acceder al petróleo del Golfo, como China y la India, se están expandiendo económicamente, por lo que sus necesidades de petróleo no puede hacer sino crecer. Eso, a su vez, mejorará aún más la ventaja geopolítica de la que Washington disfrutará mientras siga siendo el principal guardián del flujo de petróleo del golfo Pérsico. La forma en que puede buscar explotar esta ventaja aún está por ver, pero no hay duda de que todas las partes involucradas, incluyendo a los chinos, son muy conscientes de esta ecuación asimétrica, que podría dar a la frase «guerra comercial» un significado mucho más profundo y siniestro.
El desafío iraní y el espectro de la guerra
Desde la perspectiva de Washington, el principal rival del estatus privilegiado de Estados Unidos en el Golfo es Irán. Debido a su geografía, ese país posee una posición potencialmente dominante a lo largo de la zona norte del golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz, como aprendió la administración Reagan en 1987-1988 cuando el dominio estadounidense sobre el petróleo se vio allí amenazado. Sobre esta realidad, el presidente Reagan no pudo haber sido más claro. «Apunten bien este detalle: no serán nunca los iraníes quienes dicten el uso de las rutas marítimas del qolfo Pérsico», declaró en 1987, y el enfoque de Washington sobre la situación nunca ha cambiado.
En tiempos más recientes, en respuesta a las amenazas estadounidenses e israelíes de bombardear sus instalaciones nucleares o, como ha hecho la administración Trump, imponer sanciones económicas a su país, los iraníes han amenazado en numerosas ocasiones con bloquear el tráfico de petróleo por el estrecho de Ormuz, restringir los suministros mundiales de energía y precipitar una crisis internacional. En 2011, por ejemplo, el vicepresidente iraní Mohammad Reza Rahimi advirtió que, si Occidente imponía sanciones al petróleo iraní, «no va a poder pasar a través del estrecho de Ormuz ni una sola gota de petróleo». En respuesta, los funcionarios estadounidenses vienen prometiendo desde entonces que no dejaran que eso suceda, tal como hizo el secretario de Defensa Leon Panetta en respuesta a Rahimi en aquel momento. «Hemos dejado muy claro», dijo , «que Estados Unidos no tolerará el bloqueo del estrecho de Ormuz». Eso, agregó, «es una línea roja para nosotros».
Así sigue sucediendo hoy en día. De ahí la actual crisis en curso en el golfo Pérsico, con sanciones feroces de Estados Unidos a las ventas de petróleo iraní y gestos iraníes de amenaza hacia el flujo regional de petróleo en respuesta. «Haremos que el enemigo entienda que nadie puede utilizar el estrecho de Ormuz», dijo Mohammad Ali Jafari, comandante de la Guardia Revolucionaria de élite de Irán, en julio de 2018. Y los ataques contra dos petroleros en el golfo de Omán, cerca del la entrada al estrecho de Ormuz del 13 de junio, podrían haber sido una expresión de esa política, si, según cuenta Estados Unidos, fueron los miembros de la Guardia Revolucionaria quienes los llevaron a cabo. Es probable que cualquier ataque futuro solo estimule la acción militar de Estados Unidos contra Irán en seguimiento de la Doctrina Carter. Como expresó el portavoz del Pentágono, Bill Urban, en respuesta a la declaración de Jafari: «Estamos dispuestos a garantizar la libertad de navegación y el libre flujo del comercio allá donde lo permita el derecho internacional».
Tal como están las cosas hoy, cualquier movimiento iraní en el estrecho de Ormuz que pueda presentarse como una amenaza al «libre flujo de comercio» (es decir, el comercio del petróleo) representa el disparador más probable para la acción militar directa de los Estados Unidos. Sí, la búsqueda de armas nucleares por parte de Teherán y su apoyo a los movimientos chiíes radicales en todo Oriente Medio se citarán como evidencia de la malevolencia de su liderazgo, pero su verdadera amenaza será al dominio estadounidense de las rutas petroleras, un peligro que Washington considerará la madre de todos los ataques y que deberá erradicar a cualquier coste.
Si Estados Unidos va a la guerra con Irán, es poco probable que escuchen la palabra «petróleo» en labios de los funcionarios de la administración de Trump, pero no se equivoquen: esa palabra de ocho letras se encuentra en la raíz de la crisis actual, por no hablar del destino del mundo a largo plazo.
Michael T. Klare es profesor de estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College y colaborador habitual de TomDispatch.com . Es autor de «The Race for What’s Left: The Global Scramble for the World’s Last Resources» (Metropolitan Books) y en edición de bolsillo (Picador). La versión documental de su libro «Blood and Oil» está disponible en Media Education Foundation . Su próximo libro, que se publicará en noviembre, llevará el título de « All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change » (Metropolitan Books). Contactos: michaelklare.com.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176584/tomgram%3A_michael_klare%2C_it%27s_always_the_oil/#more
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