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Las esperanzas de una tercera revolución en Sudán

Fuentes: Orient XXI

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Desde hace varios días y lejos del foco de atención de los medios de comunicación internacionales (se ha expulsado a muchos periodistas) un movimiento de revuelta sin precedentes contra la dictadura del general Omar El-Béchir inflama Sudán. Hace renacer la esperanza de un cambio aún más radical que los que conoció el país en 1964 y 1985.

Cuando fue detenido a principios de la década de 1970, el poeta popular sudanés Mahjoub Chérif rezaba fervientemente camino a la cárcel:

«¿Cuándo se aclarará

el cielo de nuestro querido Jartúm,

cuando sanará

la herida del país?»

Unas décadas más tarde parece que su deseo está camino de ser concedido. El 25 de diciembre por la mañana la capital sudanesa se despertaba con el ruidoso clamor de una multitud compuesta por las diferentes fuerzas de la oposición que se apiñaban en la manifestación más grande e imponente que haya conocido el país desde el golpe de Estado del movimiento islamista y su toma de poder en Sudán en 1898, aunque otros disturbios hayan sacudido a veces al régimen.

El llamamiento a la movilización lanzado por Rassemblement des professionnels [Agrupación de los profesionales], que reúne sobre todo a los grandes sindicatos de médicos, ingenieros y abogados, tuvo un amplio eco en el seno de la población y de los partidos políticos, una adhesión sin precedentes desde hace décadas. Cuando los acontecimientos parecen precipitarse en el país este llamamiento representa un auténtico reto tanto para el gobierno como para las propias fuerzas organizadoras, porque es el primer movimiento de esta magnitud desde la llegada al poder de Commandement révolutionnaire pour le salut national (Al-Inqaz) [Comando Revolucionario para la Salvación Nacional] en 1989 tras un golpe de Estado.

En un principio el objetivo declarado de Rassemblement des professionnels en el centro de la capital era presentar al gobierno una nota de protesta sindical contra la política económica. Pero el escándalo político elevó el listón de las demandas que ahora se materializan en una carta al palacio presidencial pidiendo abiertamente la dimisión del presidente Omar Hassan Al-Bachir. Ante el impresionante movimiento que se apodera de las ciudades de Sudán, ya sean grandes o pequeñas, el gobierno parece dudar entre recurrir a la argucia y a una aparente flexibilidad o a la represión con el uso excesivo de la fuerza al que ha acostumbrado al país durante las tres últimas décadas.

Un movimiento sin precedentes

Sin duda Sudán ha conocido desde su independencia en 1956 experiencias de revoluciones populares que lograron derrocar en dos ocasiones una dictadura totalitaria: la del mariscal Ibrahim Abboud en 1964 y después la del general Gaafar Nimeiry en 1985. Pero la revuelta actual parece diferente en todo de las anteriores. Si las primeras se habían apoyado en un movimiento sindical en el apogeo de su fuerza y en un movimiento político estructurado en las grandes ciudades de Sudán, sobre todo en la capital, el levantamiento actual se formó en las ciudades del extremo norte del país a partir de Atbara, la localidad obrera y cuna ilustre del sindicalismo sudanés. A continuación se extendió rápidamente y la onda expansiva llegó a las ciudades cercanas de norte como Berber y Damer y después Danqala y Karima. La revuelta de las ciudades ganó el este con Qadarif, Port Soudan y Kasla, después el oeste con Abyad y Rahd, y por último el Nilo Blanco.

El movimiento popular presenta un aspecto ecléctico ya que reúne a varias categorías muy diferentes de la población. El seísmo ha pillado desprevenido a un poder acostumbrado a concentrar las fuerzas del orden en la capital para prevenir en ella un intento de golpe de Estado. Lo que inquieta claramente al gobierno, además de la fuerza y vivacidad del movimiento, es la claridad de sus objetivos políticos, que ya no son simplemente económicos, a pesar de una coyuntura dominada por el hambre y la pobreza. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) calculó que en Sudán hay más de 20 millones de personas que viven por debajo del umbral de pobreza, lo que supone casi una tercera parte de la cantidad total de personas pobres en todos los países árabes, esto es, 66 millones de personas. Las consignas coreadas por los manifestantes en las ciudades son esencialmente políticas. Los más coreados son «Libertad, paz y justicia» y también «La revolución es la elección del pueblo». Son una muestra de la profundidad de las aspiraciones populares y la fuerza de la idea revolucionaria.

Este salto cualitativo elevó la lucha, sin preliminares, a un nivel inédito: a pesar de la pobreza y el hambre, el pueblo expresó claramente su voluntad de acabar con el poder de los Hermanos Musulmanes y de ver surgir un nuevo amanecer. También está claro que el movimiento islamista ha agotado totalmente su misión dejando tras de sí un terrible legado: la disgregación del Estado en todos los planos, económico, político, cultura e incluso, paradójicamente, en el religioso si se tienen en cuenta los estragos causados por la «diabólica» mezcla entre religión y corrupción.

Durante su encuentro con los directores de los medios de comunicación sudaneses el jefe de los servicios de inteligencia, Salah Quoch, calificó el movimiento de revuelta espontánea, alejada de los partidos políticos. Pero al eximir así a los partidos políticos de cualquier implicación lo que sobre todo quería señalar el jefe de los servicios de inteligencia era que se trataba de un movimiento popular sin futuro, afirmación que los hechos iban a desmentir rápidamente. Salah Qoch atribuyó entonces la responsabilidad de los acontecimientos a unas fuerzas subversivas y unos agentes provocadores infiltrados entre los manifestantes y formadas, adiestradas y teledirigidas por el Mossad israelí. En particular se refería a los miembros del Movimiento de Liberación de Sudán (MLS), un grupo rebelde de Darfur dirigido por Abdul Wahid Al-Nour. Esta acusación traslucía la conmoción experimentada por el partido gubernamental frente a la revolución. Las regiones en las que han quedado destrozadas las delegaciones del partido en el poder, el Congreso Nacional, en Atbara, Damer o Berber se caracterizan por un tejido social en el que el componente darfuniano es mínimo y más bien son consideradas, al menos por el régimen, bastiones del movimiento islamista.

La manifestación más impresionante

El movimiento popular continúa y todo indica que la población de las ciudades ha tomado la iniciativa y sigue desafiando al gobierno. En muchas ciudades la población desafió el estado de emergencia y el toque de queda. Sin duda el acontecimiento más importante y significativo se produjo el 25 de diciembre en la capital donde todos los barrios se vieron desbordados por las masas de manifestantes. A la cabeza de las manifestaciones estaban tanto los representantes de todo el abanico sindical y de diferentes sectores profesionales, como los líderes de los partidos políticos. Fue la manifestación más impresionante celebrada en el país desde el golpe de Estado de Omar Al-Bachir en 1989.

A pesar del uso excesivo de fuerza y del uso de munición real para dispersar a los manifestantes, la población expresó por medio de su determinación de desafiar el poder un mensaje claro de que ahora la revolución estaba en marcha con más fuerza y vitalidad que nunca. El centro de la capital parece un campo de batalla con el despliegue masivo de vehículos blindados y soldados. No obstante, por ahora se ha cumplido la misión de los sindicatos, como demuestra el comunicado de Rassemblement des professionnels en el que se denuncia el hecho de que las autoridades «hayan desplegado miles de agentes de las fuerzas de seguridad y de soldados, apoyados por vehículos blindados, y que disparaban fuego real contra los manifestantes para impedir que junto con sus socios de la sociedad civil, los partidos políticos y las masas populares sudanesas llegaran al palacio con el fin de entregar el memorando exigiendo la dimisión del presidente».

Los sindicatos se felicitaron por haber conseguido una unidad sindical desconocida desde hace décadas. «Hemos expresado con fuerza nuestra postura, la de la voluntad del pueblo reunido» . Hay un clima de recuperación de la confianza ya que las fuerzas reunidas tienen la impresión de haber ganado la primera partida a pesar del terrible balance de cuarenta muertos según fuentes médicas .

Es un sentimiento general: las fuerzas políticas de la oposición representadas principalmente por la coalición Fuerzas del Consenso Nacional (Ij’maa) y el Frente Revolucionario Sudanés (Nidaa As-Soudan) habían celebrado el martes 25 de diciembre, antes de la manifestación de Rassemblement des professionnels, una reunión en la sede del Partido Comunista en Jartún. Tras decidir olvidar sus diferencias, estas fuerzas pretendían coordinar sus esfuerzos para obtener «la caída del régimen». Así se llegó al consenso acerca de la destitución del presidente Omar Al-Bachir, la formación de un consejo presidencial transitorio y de un gobierno de tecnócratas encargado de preparar la vuelta a una vida política marcada por un verdadero pluralismo de partidos y la llegada de un nuevo régimen, objetivo que suponía intensificar la lucha para obligar al presidente a dimitir.

Entre los diferentes componentes islamistas del gobierno, por su parte, hay un fuerte desacuerdo acerca de cómo reaccionar ante la revuelta de las ciudades. En una carrera febril por el cambio incluso celebraron una reunión el 21 de diciembre. Los dirigentes del movimiento islamista, dividido en varias corrientes rivales entre las que se encuentran el Parido del Congreso Popular dirigido por Ali Al-Hadj, el movimiento Al-Islah bajo la dirección de Ghazi Salahuddine, el Consejo de la Sura del Movimiento Islámico presidido Al-Fateh Ezzeddine, se reunieron con el general Kamal Abdoul Maarouf, jefe del Estado Mayor del ejército. En la reunión se mencionó la idea de que el ejército tomara el poder, principio que habría aceptado Abdel Maarouf y se habría encargado de consultar a los demás miembros del Estado Mayor.

Ese mismo día la delegación se reunió también con Sadek Al-Mahdi, presidente del partido Al-Oumma, y con dirigentes de la oposición, como la coalición Nidaa As-Soudan presidida por Al-Mahdi, con el objetivo de preparar el terreno para futuras negociaciones referentes a la dimisión del ejecutivo, la instauración de un periodo transitorio y de un gobierno de tecnócratas.

La incógnita de la juventud

Sin embargo, ha entrado en juego un nuevo actor que debería cambiar el curso de los acontecimientos: las fuerzas de la juventud, verdadero motor de la revuelta popular en todas las ciudades sudanesas. Ahora bien, esta joven generación ha nacido a la sombra del poder islamista, en una ruptura con el pasado que pudieron conocer los partidos políticos antes de Omar Al-Bachir. Se trata de una generación totalmente rebelde, que ha crecido al margen de la polarización confesional. Muchos jóvenes tratan de situarse por encima de los arreglos habituales entre partidos y quieren que el movimiento actual supere los compromisos habituales consistentes en contentarse con un cambio de gobierno. Su objetivo, por el contrario, es cambiar de régimen, lejos de la influencia religiosa sobre la política (1).

Esta aspiración a una verdadera revolución es lo que expresaban las consignas coreadas por la juventud: «Liberta, paz, justicia». En otras palabras, a partir de ahora un factor activo y decisivo forma parte de la ecuación política. Aporta una visión diferente del futuro y quiere romper con las antiguas prácticas, instaurar un Estado moderno basado en la igualdad, el derecho y unos valores nuevos para una nueva vida. La mayoría de los dirigentes políticos, sobre todo en la oposición, son de edad avanzada. La calle tenderá naturalmente a volverse hacia los jóvenes que reclaman un verdadero cambio. Por consiguiente, se espera que el periodo que se avecina sea de una mayor agitación política ante unas opciones cruciales y graves peligros.

O bien el movimiento islamista trata de pillar desprevenido a todo el mundo por medio de una revolución palaciega, que sin duda sería recibida con una fuerte oposición popular, o bien los últimos grupos de islamistas se entienden con las fuerzas políticas influyentes como las de Sadek Al-Mahdi, que parece más inclinado a las soluciones de compromiso, conforme a su visión y su programa de un aterrizaje suave: poner fin al poder del Congreso Nacional, establecer una fase transitoria con un congreso de todas las fuerzas políticas sudanesas, incluidas las islamistas, para debatir acerca del poder futuro. Esta solución también sería rechazada por la población, sobre todo por la generación joven, pero también por otras fuerzas, como la coalición de oposición Ij’maa, lideradas por el expresidente del Colegio de Abogados Árabes Farouk Abou Issa.

La tercera opción posible, que sería a todas luces la preferida por el pueblo, sería la del cambio radical en el que se aleje a los islamistas del poder y se rompa con el pasado político. Lo paradójico es que esta solución, la preferida por la juventud y las fuerzas de las revolución, y la más apta para volver a situar a Sudán junto a los Estados modernos, es precisamente aquella contra la que lucharán con más virulencia las fuerzas confesionales tradicionales y el movimiento islamista.

El movimiento actual podría chocar con las milicias del movimiento islamista decididas entrar en acción sin dudar en abrir fuego.

La pregunta es hasta qué punto las fuerzas militares y policiales podrán permanecer impasibles ante estos peligros. ¿Entrarán en escena para apoyar el movimiento como esperan algunas personas y resolver el conflicto a favor del pueblo, como sucedió durante los levantamientos populares de 1964 y 1985?

Todo indica que la revuelta popular sudanesa prosigue y aumenta su fuerza con la firme voluntad de acabar con el régimen actual mientas prosiguen paralelamente unas negociaciones maratonianas entre diferentes partidos y fuerzas políticas con la esperanza de encontrar una salida a la crisis.

Cronología: de la independencia a la fragmentación

1 de enero de 1956: Fin de la presencia británica y acceso a la independencia. En las provincias del sur estalla una rebelión en el verano de 1955. Noviembre de 1958: Golpe de Estado militar. Octubre de 1964: Insurrección popular, caída de la dictadura, instauración de un régimen parlamentario. 25 de mayo de 1969: Golpe de Estado de los «oficiales libres» dirigidos por el general Al-Nemeiry. Julio de 1971: Fracaso de un intento de golpe de Estado de extrema izquierda. El poderoso Partido Comunista es reprimido de forma sangrienta. 1972: Las Acuerdos de Addis-Abeba ponen fin a la guerra civil con el Sur iniciada hace diecisiete años. El Sur obtiene una «autonomía regional». 1983: Nemeiry instaura la saria. Se reanuda la guerra en el Sur. Marzo-abril de 1985: Una insurrección popular unida a un golpe de Estado ponen fin al régimen de Nemeiry. 30 de junio de 1989: Oficiales islamistas dirigidos por Omar Al-Bachir se hacen con el poder. Se intensifica la guerra con el Sur. 9 de enero de 2005: Firma de un acuerdo que prevé un referéndum de autodeterminación en el Sur. 4 de marzo de 2009: La Corte Penal Internacional emite una orden de detención contra Omar Al-Bachir por crímenes contra la humanidad. Al año siguiente se añade la acusación de genocidio. Enero de 2011: El Sur vota masivamente a favor de la independencia antes de sumirse en la guerra civil.

Nota:

(1) En Sudán hay dos movimientos religiosos principales, el de los partidarios del imán Al-Mahdi (Ansar Al-Imam Al-Mahdi), encabezados por Sadek Al-Mahdi, presidente del Partido de la Nación (Al-Oumma), primer partido político de Sudán, y el de los partidarios de Mirghani, encabezados por Mohamed Othman Al-Mirghani, del Partido Nacional Unionista (Al-Hizb Al-Watani Al-Ittihadi), segundo partido más importante de Sudán.

Tarek Cheikh es un periodista sudanés.

Este artículo ha sido traducido del árabe al francés por Nada Yafi.

Fuente: http://orientxxi.info/magazine/les-espoirs-d-une-troisieme-revolution-au-soudan,2834

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.