Un miércoles de cada dos, las madres, las mujeres y las hermanas de los 39 últimos manifestantes del Hirak (movimiento) del Rif encarcelados en Casablanca hacen 1.200 km de autobús para ver a sus familiares. Con la ayuda del Comité de apoyo a las familias de detenidos del Hirak, luchan por mejorar sus condiciones de […]
Un miércoles de cada dos, las madres, las mujeres y las hermanas de los 39 últimos manifestantes del Hirak (movimiento) del Rif encarcelados en Casablanca hacen 1.200 km de autobús para ver a sus familiares. Con la ayuda del Comité de apoyo a las familias de detenidos del Hirak, luchan por mejorar sus condiciones de detención y para hacer frente a una vida cotidiana difícil.
El sol se levanta por encima de los alambres de espino, la garita ocre y las barreras azules de la prisión de Ain Sebaa 1, situada en la zona industrial de Ukacha, a veinte minutos del centro de Casablanca, cuando un minibús negro aparca no lejos de la entrada. Este miércoles por la mañana, una quincena de mujeres, algunos niños y niñas y un puñado de hombres se apresuran a bajar del vehículo para ir a ver a sus allegados. Como ocurre dos veces al mes desde ahora ya hace más de dos años. Han salido hacia las 20h de Alhucemas y han hecho diez duras horas de carretera, sin pausa, para llegar a la hora de la visita.
Entre mayo y julio de 2017, el Estado detuvo a centenares de manifestantes del Hirak, un movimiento popular que comenzó en octubre de 2016 1/ como consecuencia de la muerte trágica de Mohssin Fikri en Alhucemas, capital del Rif. El vendedor de pescado había sido triturado por un camión de basura cuando intentaba recuperar sus mercancías confiscadas por las autoridades. Las manifestaciones que siguieron denunciaban, entre otras cosas, la corrupción, la marginación de la región del noreste y la falta de hospitales y universidades. Hoy, 39 de los hombres detenidos siguen encerrados lejos de su casa, en Casablanca, donde son históricamente encarcelados los presos políticos en Marruecos. Su juicio de apelación comenzó hace cerca de tres meses, el 14 de noviembre de 2018, y ya se han desarrollado tres audiencias.
Mi hijo merece una medalla
A su salida de la prisión, hacia las 13 h, las rifeñas, que acaban de pasar dos horas en el locutorio, están más dispuestas a hablarnos, a pesar de la mirada inquisitorial de los policías que nos siguen discretamente. «Está bien», dice Ulaya, vestida de negro, la madre de Nabil Hamjike, condenado a 20 años de prisión, «Pero no tiene que estar ahí, no ha robado dinero, han reclamado sus derechos. ¡Mi hijo merece una medalla, no la cárcel!» clama la mujer de 61 años que llama a todos los presos «mis hijos». En las mesas del café frente a la cárcel, se piden patatas fritas y bocatas. Hanan, 31 años, la hermana de Mohamed Harki, que corre el riesgo de pasar 15 años en la cárcel, está más inquieta. Su hermano ha estado en huelga de hambre para reclamar su inscripción en un máster, que luego ha obtenido. Está también Suad, la mujer de Karim Amghar, condenado a 10 años, con su hijo de un año en las rodillas. El niño, nacido dos meses después de la detención de su padre, solo le ha visto desde detrás de los barrotes. «Es duro para él, no hace más que llorar en el autobús». Pero la joven madre quiere que pueda venir de vez en cuando.
Desde la transferencia de los detenidos a Ukacha, rápidamente tras su detención, el Consejo Nacional de Derechos Humanos (CNDH), una instancia relativamente independiente del Estado ha obtenido que sean proporcionados de forma gratuita tres minibuses, un miércoles de cada dos, por el consejo regional de la ciudad de Casablanca. Al comienzo, algunas familias podían permitirse venir todos los miércoles, siendo las visitas semanales, pero con un coste de 300 DH (27,5 euros) por pasajero por ida y vuelta, eran poco numerosas. Todas cuentan el agotamiento, las piernas hinchadas, el frío en invierno y los mareos. Pero si para algunas los viajes se hacen menos frecuentes, ninguna se plantea dejarlos.
Una novedad para muchas mujeres
Algunos días antes, en el gran apartamento en Casablanca de Amina Khalid, miembro del Comité de apoyo a las familias de las y los detenidos del Hirak, nos encontrábamos con Rhimu Saidi, la madre de Mohamed Jellul, el primero que fue detenido en el marco de las manifestaciones del Rif. La viuda de 68 años originaria de Beni Bouayach, al lado de Alhucemas, se ha convertido en una figura del movimiento. Sonrisa cautivadora y mirada determinada, no se pierde jamás un viaje en autobús. La que no hablaba mas que el terifit (el dialecto rifeño) hace algunos meses se expresa ya en darija, el árabe dialectal marroquí, y se ha acostumbrado a dar entrevistas. Su hijo había sido detenido ya en 2012 y pasó cinco años en la cárcel por haber participado en el Movimiento 20 febrero. «A su salida, solo le pude ver apenas un mes antes de que fuera de nuevo detenido. Era la oscuridad absoluta», recuerda. «¡Ni siquiera había participado en aquellas manifestaciones!». Luego, Rhimu Saidi asegura haber tomado conciencia de la injusticia y comprendido que todo lo que le decía su hijo era cierto. «Antes de la muerte de Mohssine Fikri, no había salido nunca a la calle». Una novedad para numerosas mujeres rifeñas, más bien conservadoras y habituadas a permanecer entre cuatro paredes.
Casablanca es como Nueva York
Para la mayoría de las y los allegados a los detenidos, la llegada a la megalópolis de Casablanca también ha sido una gran novedad. «Para ellas, es como Nueva York», comenta Amina Khalid que ha hecho lo posible para guiarlas y acogerlas como mejor ha podido. Creado en mayo de 2017, el Comité de apoyo ha organizado manifestaciones y sentadas. «Se quería a la vez sacar a la luz la suerte de las familias de las personas presas del Hirak y apoyarles moral y materialmente», precisa Amina Bukhakhal, igualmente miembro de la organización. Las y los militantes les han transmitido los contactos de abogados, han organizado una colecta de ropa de invierno y, en cada proceso, han abierto las puertas de sus casas para albergarlas. Pero la relación no se ha hecho de la noche a la mañana. «Ha sido preciso crear confianza, contar lo que nosotras mismas hemos vivido», explica Amina Khalid, «porque la gente del Rif está encerrada en si misma y no ha comprendido por qué les ayudábamos».
Hay que decir que desde hace decenios el Estado intenta marginar a esta región de pasado rebelde. De 1921 a 1926, antes de la reconquista franco-española, bajo el gobierno de Abdelkrim Al-Khattabi, la República del Rif fue uno de los pocos Estados independientes del continente. Una insumisión que permanece anclada en la memoria de sus habitantes, pero también del Estado. En 1959, como reacción a una intifada, el reino bombardeó la región con napalm, matando a 10.000 personas. Y en 1984, en la televisión, el rey Hassan II insultó a manifestantes rifeños tratándoles de «awbash«, lo que significa «salvajes». «Nos ha humillado», zanja la madre de Jellul.
Militantes de «los años de plomo»
Las familias tienen relación también con médicos del Comité Médico para la rehabilitación de las víctimas de la violencia. Una ayuda preciosa cuando la región conoce, sin duda debido a la utilización de gas mostaza por España en 1926, las tasas de cáncer más elevadas de Marruecos 2/ .
Pero, ¿que lleva a las dos militantes a ser tan entregadas? «Es seguro que lo que viven no nos es extraño», revela Amina Khalid. Durante los «años de plomo» 3/ , su marido fue encarcelado en Casablanca por sus ideas políticas. Igual que el de Amina Bukhalkhal, Mustafa Brahma, secretario general del partido marxista Annahj Addimocrati (La Vía Democrática). «Fue detenido en 1985 y encarcelado durante diez antes antes de ser indultado. Era profesora de matemáticas en aquel entonces, era muy duro», recuerda la activista. Su hija de 26 años, Tahani Brahma, hoy miembro de Annahj y de la Asociación marroquí de derechos humanos (AMDH), nació durante esos años. «No queríamos que el Majzén ganara y nos privara de una familia, entonces nos aprovechamos de un momento que nos dejaron solos durante su hospitalización. Es la hija de la cárcel», cuenta, no sin orgullo. Ya en los años 1970 y 1980, las mujeres tuvieron un gran papel en la lucha por los derechos humanos. Como hoy, transmitían las reivindicaciones de los detenidos al exterior. En 1979 fue creada la AMDH, en particular por miembros de familias de personas detenidas. Otro guiño cruel de la historia, los dos antiguos militantes de extrema izquierda y los actuales detenidos del Hirak comparten el mismo juez, Lahcen Tolfi, temido por su dureza.
Alhucemas, una ciudad «vacía»
Esperando un veredicto definitivo del célebre magistrado, en Alhucemas, donde ya no está autorizado ningún periodista extranjero, la vida está como suspendida. «Las fiestas ya no son grandes. No tenemos moral para eso ni para nada», se lamenta Rhimu Saidi. Cuenta que los niños jugaban a las manifestaciones, Majzen contra Zefzafi, gritando «¡Viva el Rif!». Lo que ya no tienen interés en seguir haciendo so pena de ser enviados directamente al reformatorio de menores de Nador. Está también el que, a mediados de noviembre, las y los estudiantes de secundaria quisieron manifestarse contra el cambio de hora, como el resto del alumnado del reino. Los militares les habrían amenazado con enviarles a Casablanca si no se callaban. «Suelo tener pesadillas en las que soy perseguida por policías», confiesa bajo su velo. Pero ¿cómo no mantener en la memoria las patrullas, los puestos de control y los campos militares instalados en el bosque de los alrededores con todo el aparataje de represión completo dispuesto para ser desplegado?
«De todas formas, Alhucemas está vacía. Cuando nuestros hijos no son encerrados, se ahogan en el Mediterráneo». Pues la desesperación es también económica. El marido o el hermano encarcelados eran a menudo los únicos que aportaban una renta en una región en la que el 40% de la juventud está en el paro y en la que la economía se basa en parte en el cultivo ilegal del cannabis. Las familias de las personas detenidas deben gestionar una doble presión: hacer vivir a sus hijos e hijas con muchísimas dificultades y asegurarse cada quince días de que las condiciones de encarcelamiento de sus allegados no se degradan.
Condiciones que se han mejorado claramente desde el comienzo de su encarcelamiento, gracias a una lucha sin tregua y a la presión mediática. En las primeras visitas, a pesar de los kilómetros recorridos, las familias no tenía derecho de ver a sus allegados más que cinco muy cortos minutos. Los detenidos, que se conocen todos, estaban separados en cuatro grupos que no tenían derecho a comunicarse entre si. No tenían agua caliente y, fuera del tiempo de paseo, las puertas de las celdas permanecían cerradas. Ahora, los prisioneros están reunidos, las puertas abiertas y los encuentros de dos horas se hacen en una sala común, con sillas. «Pero sigue habiendo arbitrariedad», señala Amina Bukhakhal. «Por ejemplo, desde el Hirak (y esto se aplica a todos los detenidos de Marruecos), las y los visitantes ya no tienen derecho a llevar platos que hayan cocinado. Como consecuencia, los hombres deben comprar productos en la tienda de la prisión que es muy cara y de mala calidad». Un coste suplementario para las familias, que deben enviarles dinero. «Y las conquistas pueden desaparecer sin más ni más, sin razón alguna». Lo que provoca a menudo huelgas de hambre, último método que tienen los acusados para protestar. «Pero cada vez que uno de nuestros hijos emprende una, estamos aterrorizadas», tiembla Rhimu Saidi, cuyo hijo ha hecho una huelga de hambre de 47 días.
Si las condiciones de detención han podido evolucionar en Casablanca, no ocurre lo mismo en el caso de los encerrados en otras prisiones como la de Alhucemas o los manifestantes de otros movimientos como el de Jerada que no gozan de la misma atención por parte de las asociaciones y medios internacionales.
En el café de Ukacha, veinte minutos después de haber comido unas patatas fritas, es ya la hora de subir de nuevo al autobús. Las rifeñas vuelven con la certeza de que seguirán en la lucha, pero con pocas esperanzas. «En el primer juicio me esperaba una condena de algunas semanas, seis meses como máximo; cuando anunciaron diez años, me quedé estremecida», dice Suad. En un comunicado publicado el 17 de diciembre sobre el recurso interpuesto, Amnistía Internacional ha denunciado «un nuevo simulacro de justicia» y «confesiones sacadas bajo tortura». El 18 de enero, Nasser Zefzafi, líder del movimiento, confinado en aislamiento en Ukacha, así como otros detenidos decidieron boicotear la cuarta audiencia, pensando que las condiciones para un juicio imparcial no estaban reunidas.
«Ruego a Dios, pero no espero nada en absoluto del Majzén», deja caer la madre de Jellul antes de abandonarnos. A su lado Ulaya añade, haciendo al V de victoria: «¡Viva las mujeres rifeñas!».
Notas:
1/ Ver https://vientosur.info/spip.php?article12602 ndt
2/ Leer por ejemplo: Mohammed Amin Harmach, » Bombardements chimiques dans le Rif : le massacre oublié «, h24info.ma, 18 juin 2017. ndlr orient xxi
3/ En Marruecos, los «años de plomo» designan el período de los años 1970 hasta 1999 bajo el reino de Hassan II, marcado por una violenta represión contra la oposición ndlr orientxxi
Texto original en francés: https://orientxxi.info/magazine/maroc-la-galere-pour-les-familles-des-prisonniers-politiques-du-hirak,2890