Tanto va el cántaro al agua, hasta que al fin se rompe; pero las mentiras con las que cada día nos lavan la mente los medios de información masiva, MIM, parecen fabricadas con duraluminio, porque todavía pululan los cándidos que las aceptan a píe juntillas lo que ellos difunden. Y no importa el calibre del […]
Tanto va el cántaro al agua, hasta que al fin se rompe; pero las mentiras con las que cada día nos lavan la mente los medios de información masiva, MIM, parecen fabricadas con duraluminio, porque todavía pululan los cándidos que las aceptan a píe juntillas lo que ellos difunden. Y no importa el calibre del infundio, pues sobran los incautos que les creen y defienden, incluso cuando algunos infractores de la ley humana hacen confesiones que deberían prevenir del engaño a todo tragaldabas; estas revelaciones, en apariencia, no surten el efecto que se esperaba.
Robert McNamara, ex secretario de Defensa de Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam, escribió dos décadas después de que terminara dicha contienda: «Yo estaba equivocado… Carecíamos de expertos para consultarles y compensar así nuestra ignorancia… Una vez más hemos fracasado miserablemente en coordinar bien nuestras acciones diplomáticas y militares… En retrospectiva, hemos errado seriamente». Esto es lo contrario de lo que en 1963 sostuvo en un memorándum que redactó para el presidente Kennedy, donde afirmaba que EEUU estaba alcanzando sus objetivos y en dos años terminaría favorablemente la guerra en Vietnam.
Y hasta un jumento se da cuenta de que los gobernantes de ese país no han aprendido nada todavía, pues continúan errado seriamente; siguen sin tener a quién consultar, o no les interesa pedir a nadie consejo sobre nada, porque posiblemente ignoran que son ignorantes; también, en eso de coordinar acciones diplomáticas y militares están peor que nunca, porque ahora se pelean incluso con sus viejos y fieles aliados; además, carecen de la franqueza de McNamara para confesar sus delitos. Es fácil imaginar los tomos con las confesiones que los actuales responsables deberían redactar sobre los crímenes que han cometido en Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Libia, Siria, Palestina, Yemen y, ahora, en Venezuela.
Parece que es imposible conocer la verdad mediante los MIM ni nada cierto se puede establecer a través de este instrumento de desinformación, porque con ellos la razón no funciona sino los dogmas de fe que han logrado imponer a un amplio sector de la opinión pública, que continúa creyendo que el imperio defiende la libertad y la democracia. Y cuando el iluso, apabullado por el sin fin de indicios que se le señala con argumentos sólidos, acepta a regañadientes su error, abate los brazos y exclama: «El comunismo en Rusia era más desastroso, por eso se derrumbó, o los rusos hacen lo mismo en Siria, cuyo gobierno gasea a sus opositores.»
Y ahí sí, todo razonamiento se hace pedazos frente a la coraza impenetrable con que protege su sórdida ingenuidad. No puede aceptar que, con todos sus defectos, el socialismo soviético era más humano que el capitalismo; ni que los terroristas, que incluso fueron recibidos en la Casa Blanca como combatientes por la libertad, son apoyados por los servicios secretos de las potencias de Occidente, que les entrena, financia y arma; tampoco, que Siria carece de armas químicas, pues las destruyó con ayuda de la ONU, operación en la que participó EEUU y por la que a esa comisión de la ONU se le concedió el Premio Nobel a la Paz. Así pues, siempre justifica toda tropelía que el imperio comete en cualquier lugar del planeta, es que las películas de James Bond le han cautivado el cerebro al hombre de buena fe.
Si se le recuerda que cuando el General Smedley Butler, el militar más condecorado en la historia de los Estados Unidos, era diputado, en 1936 en plena sesión del Congreso estadounidense, declaró: «He servido durante treinta años y cuatro meses en las unidades más combativas de las fuerza armadas norteamericanas, de la infantería de la marina… Tengo el sentimiento de haber actuado en calidad de bandido altamente calificado al servicio de los big business de Wall Street y sus banqueros… He sido un rackeeter al servicio del capitalismo»; luego de enumerar los delitos cometido en favor de los grandes monopolios de su país, Butler termina: «Cuando de tal modo arrojo una mirada hacia atrás, me percato de que podría incluso representar a Al Capone, pues él no pudo ejercer sus actividades de gángster más que en tres barrios de una ciudad, mientras que yo, en tanto marino, las he ejercido en tres continentes.» Si se pregunta al cándido si puede imaginar las lisuras que un miembro del actual alto mando del Pentágono podría confesar sobre su nada santa carrera militar, abre los ojos con escepticismo, en señal de que no nos ha creído nada.
Sucede que el incauto está acorazado contra cualquier tipo de virus que le haga dudar de las bondades del sistema capitalista, un mérito que los MIM han logrado gracias a la psicología de masas, que les indica hasta cuándo y a cuántos pueden engañar antes que se cumpla el precepto de Lincoln, de que toda mentira tiene su límite.
Por eso, para que haya una real democracia, es necesario que el gran capital no tenga la posibilidad de fabricar tramoyas, de corromper periodistas y escritores, de comprar intelectuales, tal como ahora lo revela el mismo Presidente Trump, solamente que él denuncia a los MIM que combaten su presidencia y no a los que desperdigan mentira y media contra el resto del mundo, lo que es conocido con el nombre de libertad de prensa, o sea, la libertad de fabricar una opinión pública que mantenga ilusionado al inocente sobre las dulzuras del capitalismo. Nada fácil, por cierto, es romper con el yugo de este sistema que, hoy por hoy, es fuerte.
Y no sólo eso sino que el gobierno de Trump (mientras le roba al pueblo venezolano miles de millones de dólares y le incauta empresas, lo que aumenta la mortalidad y obliga a millones de víctimas humildes a desplazarse de su patria, como consecuencia de la recesión económica y la hiperinflación, lo que la Convención de Ginebra llama castigo colectivo) saca provecho de la situación que ha creado y difunde falsedades de tipo, «EEUU quiere ayudar Venezuela», cuando lo que intenta es adueñarse de sus riquezas petrolíferas, equivalentes a las de Arabia Saudita, Irán e Iraq juntas, situadas a pocos kilómetros de las costas de Texas, además de oro, diamantes, hierro, carbón…
Por eso se debe clarificar lo que los MIM llaman «libertad», que no es más que la libertad para explotar sin misericordia a los pueblos, lo que Bernie Sanders tipificó como un sistema donde «los muy, muy ricos disfrutan de un lujo inimaginable mientras miles de millones de personas sufren de una pobreza abyecta, de desempleo y de inadecuados servicios de educación, vivienda, salud y agua potable.»
Incluso, estas palabras verídicas no bastan para que el cándido arroje el vendaje con que ha cubierto involuntariamente su mente y le impide razonar con libertad; es que el adoctrinamiento con que le han educado es tan fuerte que, por desgracia, debe caer sobre él la guillotina que le arrebate la vivienda, le deje sin trabajo, le mate la esperanza y le despierte la consciencia, para que comprenda que ha vivido en el mundo de las falsas ilusiones. La verdad tarda en llegar, pero llega.
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