Apretó el masbaha entre sus dedos antes de estallar de rabia. El pasado 20 de julio a las nueve y media de la mañana, el ex dictador de Chad, Hisen Habré apareció la sala cuatro del Palacio de Justicia de Dakar (Senegal) rodeado de policías y vestido con un bubu tradicional, un turbante blanco y […]
Apretó el masbaha entre sus dedos antes de estallar de rabia. El pasado 20 de julio a las nueve y media de la mañana, el ex dictador de Chad, Hisen Habré apareció la sala cuatro del Palacio de Justicia de Dakar (Senegal) rodeado de policías y vestido con un bubu tradicional, un turbante blanco y un masbaha o rosario musulmán de madera en la mano. En cuanto empezó un murmullo desde el banco de sus familiares a su espalda, se levantó, blandió la ristra religiosa en el aire y gritó: «¡Abajo el nuevo colonialismo!», «¡Es una farsa del imperialismo!». Tras aplazarse el juicio por incomparecencia de los abogados de Habré, esta semana se ha reiniciado un proceso que es historia para África no sólo porque, por primera vez, un dictador africano de un país será juzgado en otro país del continente, también porque, a sus 72 años, la sanguinaria historia del apodado por la CIA como «guerrero por excelencia del desierto» y quien fuera aliado clave de Estados Unidos y Francia, está a punto de extinguirse. Con su sentencia -se enfrenta a la cadena perpetua en un juicio que puede durar meses- se cerrarán las heridas de uno de los capítulos más oscuros de la guerra fría y el recuerdo de casi una década de horror. Su caso también escribirá una nueva página de cómo ex jefes de Estado, desde el chileno Pinochet al guatemalteco Otto Pérez o desde el portugués Sócrates o al egipcio Mubarak, deben responder de sus actos ante la justicia.
Habré deberá hacerlo también ante la mirada de sus víctimas. En el banquillo de los testigos en Dakar, estará entre otros Clement Abaifouta, quien fue uno de los miles de prisioneros durante el régimen de Habré entre 1982 y 1990, fue torturado y obligado a enterrar a miles de compañeros con sus propias manos. «Perdí la cuenta de cuántos enterré. Sólo espero el momento de mirar a Habré a los ojos y preguntarle por qué nos hizo tanto daño. Ha llegado el momento de la justicia», dice.
Aquel terror de Chad empezó a gestarse en una universidad de París. Hijo de unos pastores del noroeste de Chad, Habré llegó en 1960 al Institut des Hautes Études Internationales con una beca bajo el brazo para estudiar ciencias políticas. Aquel joven, lector de Marx, Fanon o Che Guevara y que como administrativo en su país había deslumbrado con su inteligencia a sus superiores franceses, no desaprovechó la oportunidad. Reservado pero vehemente cuando subía al atril, seguro y decidido, Habré se construyó rápidamente un aura de intelectual. Pero su ambición iba más allá porque en su país el poder estaba hueco: Francia acababa de otorgar en 1960 la independencia a Chad después de décadas de alentar las diferencias étnicas y religiosas y dejar un país dividido.
En 1971, Habré regresó a su hogar con el poder entre ceja y ceja. Meses después, lideraba una milicia en las cuevas de piedra volcánica de las montañas de Tibesti, en el norte del país. Con el país encendido y varias guerrillas enfrentadas entre sí, Habré quiso demostrarle al mundo que su rebelión no iba de farol: en 1974 secuestró a una arqueóloga francesa y asesinó al capitán del ejército galo que fue a negociar su rescate. Y cuando en Chad se intentaba hacer encajar un puzle imposible para formar un gobierno de transición, Habré asestó el primer golpe. En 1980 atacó la capital, Yamena, y durante nueve meses, puso contra las cuerdas al presidente Goukouni Oueddei. Se estima que más de 5.000 personas murieron en aquellos combates.#1;
Con la situación en empate técnico y miles de cadáveres en las calles, una decisión de Oueddei cambió la historia del país africano: levantó el teléfono y pidió ayuda al líder libio Muamar el Gadafi. El presidente del país vecino, simpatizante del bloque soviético, estuvo encantado de intervenir. Más de cuatro mil militares de Gadafi, bien equipados y entrenados al calor del petróleo libio, ocuparon dos tercios de Chad y obligaron a Habré y los suyos a huir en desbandada. El ex estudiante parisino, que parecía haber sido derrotado, supo esperar. Cuando los vencedores apuntaron su intención de fusionar ambos estados como primer paso de la gran Libia que soñaba Gadafi, varias cejas de preocupación se levantaron a miles de kilómetros de aquellas tierras desérticas de África.
En Estados Unidos y Francia entró el pánico ante la posibilidad de que Gadafi, antioccidental y acusado de financiar el terrorismo internacional, estuviera al frente de un megaestado en mitad del continente. No lo iban a permitir. Así, cuando Ronald Reagan, que acababa de convertirse en presidente de EE.UU., decidió que Chad, sería uno de los primeros tableros de la guerra contra el terror, Habré estaba en el lugar exacto y en el momento adecuado. Les pareció el hombre ideal. Su pasado ilustrado en Francia y su buen conocimiento táctico-militar facilitó que tanto desde París como desde Washington se le diera apoyo militar y de inteligencia para echar de tierras chadianas a las tropas libias y tomar el poder en Chad. Una vez lo consiguió, no quisieron mirar.
A la entrada en Yamena de Habré siguió un reguero de ejecuciones sumarias, torturas y detenciones masivas. Para el abogado estadounidense y consejero de Human Rights Watch, Reed Brody, involucrado en el juicio contra Habré desde el principio, «Francia, y sobre todo EE.UU., tuvieron una responsabilidad muy grande para que Habré alcanzara el poder. Lo usaron como contrapeso a Gadafi, y luego no les importó lo que hizo», explica.
Las tropelías de Habré no eran un secreto. Apenas unos meses después de su triunfo por las armas, Amnistía Internacional denunció en un informe una infinidad de abusos. Mientras por un lado llegaba armamento estadounidense y galo al aeropuerto de la capital, por el otro las cárceles y fosas comunes de Chad se llenaban de civiles en una de las peores represiones de la historia del país centroafricano. Habré avivó las históricas rivalidades y actuó desde el rencor: cualquier chadiano del sur con estudios fue sistemáticamente arrestado o ejecutado y aldeas enteras de etnias no simpatizantes fueron arrasadas. Miles de hadjaraï y zaghawa desaparecieron en olas de detenciones masivas. Según la Comisión de la Verdad de Chad, la temible policía secreta creada por Habré fue responsable de al menos 40.000 asesinatos y más de 200.000 casos de torturas.
El estancamiento de la guerra fría con el arranque de la década de los noventa y las primeras disputas internas en su gobierno, dejaron a Habré sin red. Él lo sabía. Cuando su antiguo jefe del ejército, Idriss Déby, dio un golpe de Estado con el visto bueno de París, Habré ya tenía preparado un avión para huir a Senegal con su familia y 10,5 millones de euros del tesoro público nacional en sus bolsillos. En Dakar vivió tranquilamente desde el año 1990 en dos mansiones de lujo hasta que un domingo de junio de 2013, unos gendarmes senegaleses se presentaron en su puerta. Tras la incansable movilización de decenas de supervivientes, y más de dos décadas después de su caída, aquellos policías traían una orden de detención: se le acusa de torturas, crímenes de guerra, de genocidio y contra la humanidad.