El patio del centro del Servicio Jesuita para los Refugiados (SJR) en la capital etíope está lleno de gente que asiste a un taller de recepción del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), viene a retirar provisiones básicas, asiste a alguna clase o juega al voleibol, el tenis de mesa o […]
El patio del centro del Servicio Jesuita para los Refugiados (SJR) en la capital etíope está lleno de gente que asiste a un taller de recepción del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), viene a retirar provisiones básicas, asiste a alguna clase o juega al voleibol, el tenis de mesa o el dominó.
Benyamin cuenta a IPS que llegó a Etiopía porque en su país, Yemen, no podía practicar su religión libremente. Tras convertirse del Islam a la fe judía, fue internado en un hospital psiquiátrico. «Si me hubieran enviado a la corte, podrían haberme condenado a muerte», añadió.
«Vivir aquí es una forma de muerte psicológica porque no nos permiten trabajar. No tenemos esperanza»: refugiado congoleño en Etiopía.
Guilain, de 35 años y oriundo de Guinea, vive en Etiopía desde hace 11 años. Algún día espera reunirse con su esposa y su hija en Estados Unidos, a donde emigraron en 2013.
«Las extraño, pero debo mantener el corazón intacto, así que no puedo pensar mucho en eso», comentó. En Etiopía formó un grupo de música con otros guineanos, que practica en la pequeña sala de música del RJS, una organización internacional católica. «La música me da esperanza. Soy feliz cuando vengo aquí. Ves a la gente divertirse. Te ayuda a olvidar», destacó.
Ahora, en su vigésimo año, el RJS parece un microcosmos de los problemas de África, con sus refugiados venidos de Burundi, Congo, Eritrea, Somalia, Sudán del Sur, Uganda, Yemen y más. Su objetivo es ayudar a 1.700 personas este año, señaló Hanna Petros, la directora del centro, a IPS.
Mientras muchos países industrializados se quejan de la llegada a sus fronteras de más migrantes, los países en desarrollo albergan 86 por ciento de los refugiados del mundo, según el informe de ACNUR Tendencias globales 2013. Etiopía acoge a unos 680.000, el mayor número entre los países africanos.
Muchos de los países del Sur en desarrollo tienen dificultades para lidiar con las necesidades de su propia población y son reacios a permitir que los refugiados estudien, trabajen o se muevan libremente dentro de sus territorios.
Cada vez hay más conciencia en la comunidad internacional de que, mientras continúe la desigualdad mundial y se agrave la situación de los estados fallidos, los refugiados seguirán desplazándose para encontrar mejores alternativas.
«Solo tienes que aceptar que no puedes ayudarles con todo», señaló un trabajador de ACNUR en el taller de recepción del RJS que lleva ocho años trabajando en Etiopía.
«Si no lo aceptas entonces la situación te puede abrumar fácilmente. Básicamente es como la labor de asistencia social. Tienes que mantener tus emociones aparte», recomendó.
En la biblioteca del RJS, el profesor etíope Endrias Kacharo enseña a los estudiantes adolescentes sobre los valores del liderazgo. «Les ayuda a encarar su situación…, a pensar en lo que pueden hacer y cómo empoderarse», explicó.
Pero a algunos refugiados se les acabó la paciencia, sobre todo cuando se refieren a la Administración de Asuntos de Refugiados y Repatriados (ARRA), del Estado etíope, y al ACNUR.
«Lo único que les importa es su presupuesto, no se preocupan por los refugiados», afirmó un hombre congoleño de 33 años, que huyó a Etiopía en 2010 para escapar de los combates y la persecución del gobierno a su minoría étnica banyamulenge. «Vivir aquí es una forma de muerte psicológica porque no nos permiten trabajar. No tenemos esperanza», se quejó.
Otros denuncian tratos turbios por los cuales etíopes se hacen pasar por refugiados con el fin de emigrar a Europa, y a médicos que dan a los refugiados una asistencia médica limitada para ahorrar en el presupuesto.
Pero la mayoría de los refugiados son más discretos en sus comentarios, conscientes de tener que sobrevivir en un territorio extranjera bajo la autoridad de otro gobierno. No obstante, el sistema de refugio es tan enrevesado que incluso los propios etíopes se ven atrapados en él.
En un rincón del centro del RJS hay un café, administrado por una etíope, Wude, que carga con uno de sus cuatro nietos mientras prepara numerosos platos para el almuerzo. Afuera, uno de sus ocho hijos, Abeba, de 29 años, hace café etíope tradicional.
«Todavía quiero ir a Estados Unidos por el bien de mis hijos», dice la mujer, viuda de un refugiado de República Democrática del Congo que murió en Etiopía al cabo de 40 años de esperar su reasentamiento. Por su matrimonio, Wude y sus hijos son considerados refugiados y por lo tanto no pueden tener un empleo en este país.
Este dilema es uno de muchos ejemplos del laberinto burocrático que los refugiados deben sortear, y es el motivo por el cual muchos terminan languideciendo en Etiopía durante años, si no décadas.
La poco reconocida situación de los refugiados en Etiopía tiene otra vuelta de tuerca. Aunque las relaciones glaciales con su vecina Eritrea nunca volvieron a la normalidad tras la catastrófica guerra entre ambos (1998-2000), miles de los refugiados en este país son eritreos que huyeron de su patria, a la cual un informe de la Organización de las Naciones Unidas considera que está gobernada por el miedo.
Los campos de refugiados de May Aini, Adi Harush e Hitsats, ubicados en el noroeste de la región etíope de Tigray, cerca de la frontera con Eritrea y Sudán, se encuentran entre los mayores del país, y alojan a miles de eritreos. Otros se las arreglan para llegar a Addis Abeba.
La médica Mihret llegó a la capital tras cruzar la frontera con Eritrea por la noche, guiada por su tío. Durante la travesía oía sonidos aterradores, relató a IPS, que probablemente fueran patrullas militares eritreas, que aplican el principio de disparar a matar.
La profesional no quería que el servicio militar obligatorio de Eritrea controlara su vida. Después de dos años en Addis Abeba, finalmente llegó a un país del norte de Europa mediante una visa legítima, lo cual es una excepción a la regla para la mayoría de los refugiados.
A menudo jóvenes, sumamente capacitados y emprendedores, muchos de los refugiados encuentran insoportable la desesperanza de su situación, que se deriva de un sistema de asilo internacional estructurado en torno a la hipótesis de que la mayoría de los conflictos armados serán de corto plazo y que los refugiados volverán a casa, con el tiempo.
Pero la realidad suele ser bastante distinta. En lugar de las situaciones de emergencia, son las crisis políticas y económicas crónicas en Afganistán, Birmania, Eritrea, Palestina, Somalia y Sudán las que alimentan las corrientes mundiales de refugiados, según el informe Tendencias globales 2013 del ACNUR.
Tal es la magnitud y la diversidad de los problemas que padecen las poblaciones de muchos países, que la distinción entre refugiados y migrantes económicos se desvanece. Por eso surge el argumento a favor de una nueva terminología de «migrantes de supervivencia» – quienes no encajan en la definición internacionalmente reconocida de un refugiado pero, sin embargo, huyen de graves violaciones a sus derechos socioeconómicos.
(Nota de redacción: los nombres de los refugiados eritreos fueron cambiados a su pedido.)
Traducido por Álvaro Queiruga
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2015/11/etiopia-el-mayor-campo-de-refugiados-de-africa/