En otros tiempos el motor del mundo árabe se situaba en Egipto, incluso puede que en Siria, pero actualmente la potencia regional es, sin duda, Arabia Saudí. De hecho, «no se puede concebir transformación política o social alguna en el sentido que demandaban los jóvenes árabes en 2011 («Pan, libertad y justicia social») sin que […]
En otros tiempos el motor del mundo árabe se situaba en Egipto, incluso puede que en Siria, pero actualmente la potencia regional es, sin duda, Arabia Saudí. De hecho, «no se puede concebir transformación política o social alguna en el sentido que demandaban los jóvenes árabes en 2011 («Pan, libertad y justicia social») sin que el régimen saudí implosione», sostiene la arabista y profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid, Luz Gómez. Sentada esa premisa, ¿qué rasgos definen al régimen de Riad en las últimas décadas? «Naturalizar el sectarismo ideológico y consolidar la dependencia económica mundial de su petróleo». Además de doctora en Filología Árabe, Luz Gómez es coautora con Héctor Grad y Daniel Miguel Gil del libro «BDS por Palestina» (Ed. Oriente y Mediterráneo) y autora de los estudios «Diccionario de Islam e Islamismo» y «Marxismo, islam e islamismo. El proyecto de Adil Husayn», entre otras obras. Se ha hecho cargo de la edición de textos como «Bajo la ocupación. Relatos palestinos» o «Abbas Beydoun: un minuto de retraso sobre lo real». Luz Gómez también pertenece al grupo investigador Travelling Concepts in Feminist Pedagogy de la Red Europea Athena.
-«Para que algo cambie en Oriente Próximo todo tiene que cambiar en Arabia Saudí», has escrito en un artículo. ¿La política del joven príncipe Muhammad Bin Salmán, la caída de los precios del petróleo y el creciente endeudamiento público pueden contribuir a estos cambios?
-Sí, el cambio en Arabia Saudí es la clave para que toda la región avance, para que avance en términos de justicia social y pluralismo y no solo para que cambie cosméticamente, y desde luego es crucial para que se solucionen los conflictos ahora en marcha, desde el sirio al yemení pasando por el palestino. No se puede concebir transformación política o social alguna en el sentido que demandaban los jóvenes árabes en 2011 («pan, libertad y justicia social») sin que el régimen saudí implosione. Porque tras años de enfrentamientos con el nacionalismo árabe, Arabia Saudí se ha convertido en la piedra angular del maltrecho edificio árabe, si se me permite la metáfora. Quiero decir que en otros momentos Egipto, o incluso en menor medida Siria, fueron el motor del mundo árabe, pero hoy en día el poder regional de facto está en la Península Arábiga, y Arabia Saudí es por su extensión, población e historia su centro neurálgico.
La política saudí tanto interárabe como internacional de los últimos 30 años ha tenido como fin último naturalizar el sectarismo ideológico y consolidar la dependencia económica mundial de su petróleo. Hoy en día, aquí en Europa, nadie cuestiona la existencia de un enfrentamiento «milenario» de sunníes contra chiíes, pero hace 40 años estas palabras («sunníes», «chiíes») ni se conocían. Y si nadie se cuestiona esta construcción interesada, menos aún a quién beneficia esta concepción binaria del mundo islámico. No es a Irán, sino a Arabia Saudí, temerosa de un vecino potente al que no puede someter. Es algo que se ha hecho más evidente a raíz de las negociaciones de Irán con Estados Unidos por el programa nuclear iraní, que han progresado en paralelo al incremento de los conflictos en la región, con Arabia Saudí patrocinando tanto la guerra en Yemen como a las milicias yihadistas en Siria o Irak o retirando la ayuda militar al inestable Ejército del Líbano, al que acusa de estar infiltrado por Hezbolá.
-¿Puede darse una influencia exterior que contribuya a esos cambios?
-Arabia Saudí puso en marcha en los años cincuenta una suerte de califato oculto, un control en la sombra del mundo sunní a través de sus redes proselitistas del wahabismo, la ideología del reino. Estas redes se han convertido en redes de financiación del yihadismo más militarista, desde al-Qaeda, como la misma Hillary Clinton reconocía en los cables hechos públicos por WikiLeaks, al ISIS actual. Es un califato que se sostiene también en el control financiero, no solo del mundo árabe, a través de inversiones y préstamos directos a los regímenes satélites del poder saudí, sino incluso de Estados Unidos y Europa. Dos ejemplos recientes. En Estados Unidos, hace pocas semanas que se ha sabido que el ministro de Asuntos Exteriores saudí ha amenazado con vender los 750.000 millones de dólares en activos americanos que su país tiene si el Senado estadounidense sigue adelante con la propuesta de reformar la legislación para que se pueda demandar al Gobierno saudí por los ataques del 11-S. Obama se aprestó a tranquilizar a los saudíes unos días después en visita oficial al país. Y lo de Europa es aún más burdo: la industria militar y la de grandes infraestructuras dependen en buena medida del cliente saudí. En 2015, Gran Bretaña y España fueron los principales suministradores europeos de armas a Arabia Saudí (con el 26% y el 6% respectivamente), solo superados por EEUU. En concreto, el negocio subió para España más de un 25% respecto al año anterior. ¿Alguien puede creer que vaya a surtir efecto la resolución de febrero del Parlamento europeo solicitando a los gobiernos el embargo de armas a este país a raíz de la guerra en Yemen? No solo Arabia Saudí ha de cambiar desde dentro, también la cínica política europea habría de hacerlo.
-¿Qué peso tienen factores internos como la importancia de la población joven o el descontento social ante las «reformas»?
-Sin duda, el impulso primero para el cambio en Arabia Saudí tiene que venir de una contestación interna. Y los factores que mencionabas están contribuyendo a trastocar el statu quo del Estado saudí como gran proveedor de las necesidades básicas de su sociedad. El príncipe heredero del heredero, Muhammad Bin Salmán, acaba de lanzar el plan Visión 2030, al que se le ha dado gran cobertura internacional. Su objetivo de crear un gran fondo soberano saudí, el mayor del mundo, privatizando parte de la compañía petrolera ARAMCO para paliar el creciente déficit fiscal (en torno al 15%) e invertir en la diversificación de la economía (dependiente en un 70% del petróleo), ha sido acogido con grandes alharacas por medio mundo, por supuesto también por el FMI. Pero los saudíes no viven de proyecciones futuristas, sino que padecen el rigor de las medidas más recientes. Hace cuatro meses que las tarifas del agua y de la electricidad, prácticamente testimoniales antes, sufrieron un aumento del 200%, y las desigualdades en el acceso al empleo y en los servicios entre regiones no dejan de crecer. Coincidiendo con la promoción del plan Visión 2030, tuvieron lugar en La Meca unos disturbios laborales sin precedentes: los obreros de la construcción, muchos de ellos del grupo Bin Laden, prendieron fuego a la flota de autobuses municipales en protesta por el impago de sus salarios desde hace meses. El plan del príncipe, cuya elaboración ha costado ya 1,5 billones de dólares pagados a McKinsey, una multinacional de la consultoría, no deja de ser una maniobra de distracción ante la creciente desafección de la juventud saudí (el 70% de la población tiene menos de 30 años) hacia el proyecto de Estado. Es esta juventud la que demanda reformas que amplíen sus horizontes de futuro, y por eso a ella (y a las mujeres) se dirigen los guiños de este plan de diversificación económica, que no política. ¿Lo uno sin lo otro? Igual los espejismos funcionan en Arabia Saudí, pero todavía está por demostrar.
-Precisamente Arabia Saudí encabeza la coalición de países que bombardea Yemen. ¿Consideras que se trata de una guerra silenciada? ¿Se está produciendo una terrible masacre por el control del crudo sin que lo advierta la opinión pública mundial?
-Arabia Saudí ha emprendido en Yemen una guerra no sólo por el control de las rutas comerciales del petróleo, que también, sino que además la de Yemen es una guerra por recuperar el control del Oriente árabe tras unos años de reveses para la hegemonía saudí. Irak, como para tantas otras cosas, es clave en este conflicto: Riad consideró una cuestión interna la toma del poder en Irak por los grupos chiíes de la órbita iraní. El surgimiento de Al-Qaeda en Irak, y luego del ISIS, se debe tanto a los errores de la política estadounidense como a los intereses saudíes, en lo cual no se suele insistir tanto.
La cuestión económica es evidente si echamos un vistazo al mapa: en términos geográficos, Yemen es estratégicamente decisivo para el control marítimo del paso del océano Índico al mar Rojo, esto es, del paso del petróleo rumbo a Europa. Además, existe el plan saudí, revitalizado en los últimos años, de construir un gran oleoducto que desde el Este de Arabia Saudí, donde se encuentran los grandes yacimientos del país, vaya directamente al Índico por el Hadramaut, la región oriental de Yemen, sorteando así el estrecho de Ormuz, celosamente guardado por Irán y Omán. La geografía siempre ha sido la gran aliada y la gran enemiga de Yemen, la primera protagonista de su historia, que la ha convertido en cruce de culturas y en objeto de codicia.
-¿También en el conflicto de Yemen influye la política interna saudí?
-La guerra por la hegemonía, con un fuerte componente simbólico, tiene que ver con la nueva estrategia saudí de reforzamiento ante el deshielo de las relaciones de Estados Unidos con Irán y a la vista de las revueltas árabes. El joven príncipe Muhammad, el heredero del heredero, nieto del fundador del reino, si algún día es rey será el primero que no pertenezca a la segunda generación de saudíes, la que hoy tiene 80 años; sabe por tanto que las viejas legitimidades que sostienen a su padre y sostuvieron a los anteriores monarcas, no le servirán. Se está haciendo una corte a la medida, como ha puesto de manifiesto la destitución del ministro del petróleo, Ali al-Naimi, una figura respetada en los círculos de la OPEP que llevaba más de 20 años a cargo del ministerio y que es una de las primeras cabezas en rodar para que despegue el mencionado plan Visión 2030.
La guerra de Yemen también forma parte de esta estrategia de afirmación del joven príncipe, de apenas 30 años. La intervención en Yemen y la formación ad hoc de una coalición musulmana internacional (más nominal que real) fueron decisiones suyas, muestran su poder y pretenden reafirmar su posición entre el clan gobernante, muy amplio y diverso. Está por ver si esta nueva política exterior más abiertamente bélica que la que hasta la fecha caracterizaba al reino logra sus frutos y no acaba por volverse en contra del príncipe y sus socios en el interior y en el exterior, sobre todo porque el aliado histórico de los saudíes, Estados Unidos, parece cada vez más dispuesto a repensar sus alianzas en la región. El acuerdo con Irán es el ejemplo más evidente, pero no hay que olvidar una variante diplomática menos clásica, que ha permitido que Catar se convierta en una potencia autónoma, molesta para los saudíes.
-¿Y respecto a la opacidad de los medios?
-En cuanto al silencio mediático aquí, en Europa, sobre lo que sucede en Yemen, no sorprende: lo de Yemen es demasiado complejo, está demasiado lejos, son demasiado árabes, demasiado pobres. La actualidad se fabrica con unos moldes muy específicos. Yemen no vende: no hay blancos, no hay minorías cristianas, y el culpable es el gran amigo de Occidente. La de Yemen es una guerra de patio trasero saudí. Un experimento para reconfigurar un país en términos confesionales, tribales y regionales. Una limpieza étnica a base de drones y muyahidines. Un campo de entrenamiento para EEUU ante una previsible confrontación con el ISIS. Justo estos días el Pentágono ha reconocido la presencia de tropas estadounidenses sobre el terreno combatiendo a Al-Qaeda, cosa que hasta ahora no le había interesado.
-¿Qué significado estratégico y de fondo tienen las fotografías de los gobiernos de Arabia Saudí y Egipto unidos para la construcción de una nueva infraestructura, en concreto, un puente sobre el Mar Rojo entre los dos países?
-Esa fotografía pone imagen al fin de una época, que hace tiempo que murió pero que simbólicamente aún es muy potente en el imaginario de los árabes de las generaciones de los dos protagonistas: el mariscal Sisi, nacido en 1954, casi a la vez que la república de Egipto (1952), y el rey Salmán, nacido en 1935, casi con el reino saudí (1932). Egipto y Arabia Saudí se han venido enfrentando por la hegemonía ideológica del mundo árabe desde la Segunda Guerra Mundial, y tras el interregno naserista de un Egipto aguerrido dispuesto a liderar la independencia árabe en el mundo de la Guerra Fría y el aparente triunfo del tercermundismo en la década de los 50 y los 60, ha sido Arabia Saudí la que ha marcado el camino del retorno árabe a la dependencia colonial. A los egipcios sobre todo, les ha costado asumirlo. Dicen de su país que es «la madre del mundo» (um al-dunia); bien, pues esa madre no tiene fuerza ya para seguir creyéndose a sí misma y, como decía una caricatura egipcia que ha circulado estos días por Twitter, se ha convertido en «la madre de la muñeca» (um al-dumnia), haciendo un juego de palabras típicamente árabe y un chiste al más puro estilo egipcio: si fuimos el centro del universo, hoy somos una simple marioneta.
El puente entre los dos países es una vieja obsesión saudí, a la que todos los presidentes egipcios anteriores a Sisi se habían opuesto, más por razones de simbología nacionalista que por razones económicas o sociales. Ahora, no solo está en marcha el puente: durante la visita del rey Salmán a Egipto a mediados de abril, el gobierno de Sisi anunció que devolverá a Arabia Saudí la soberanía de dos islotes del mar Rojo, Tiran y Safir, que durante años los saudíes habían reclamado sin mucho empeño, bien es verdad. Es parte del precio que el régimen paga por el apoyo económico saudí a Egipto tras el golpe de Estado de 2013, y que se calcula supera los 30 billones de euros en metálico.
Pero el precio que está pagando en el interior del país por esta cesión territorial no es poco. Con este acto, el régimen de Sisi se ha granjeado la enemistad de buena parte de sus voceros en los medios de comunicación, a los que había alimentado con un discurso neonacionalista de baja calidad, que ahora se ha vuelto en su contra. Hasta los medios más afines, como el centenario diario Al-Ahram, han dejado entrever su malestar y criticado la detención y juicio de los manifestantes contrarios a la cesión (en menos de dos semanas se han emitido 130 condenas exprés a 2 y 5 años de prisión por quebrar la ley antimanifestaciones aprobada por Sisi en la primavera de 2014).
-Se ha señalado la política represiva contra los periodistas y otros profesionales…
-A la represión en la calle por este asunto se ha sumado la del gremio periodístico, lo cual, de momento, se ha saldado con los más graves incidentes entre periodistas y poder en la historia del Egipto contemporáneo. Por primera vez en sus 70 años de historia, el pasado 30 de abril las fuerzas de seguridad entraron en la sede del Sindicato de Periodistas (en Egipto es obligado estar colegiado para poder ejercer) so pretexto de detener a dos periodistas. Desde hacía días, los periodistas se venían concentrando en el sindicato exigiendo el respeto de la libertad de expresión y en apoyo de sus colegas presos: en lo que va de 2016, la cifra de periodistas encarcelados asciende a 30, frente a los 23 de 2015, 12 en 2014 y ninguno en 2012, cifras solo superadas por China. La represión del exmariscal ahora presidente, que comenzó con los islamistas y se extendió a toda voz disidente, incluidos los jóvenes revolucionarios y los liberales contestatarios (se calcula que en la actualidad hay 41.000 presos políticos en Egipto), está empezando a afectar a grupos sociales hasta ahora intocables, bien por su apoyo más o menos tácito al nuevo régimen bien por su poder estratégico, como médicos, abogados y periodistas. El asunto del puente y el de las islas han inaugurado una nueva escalada en el conflicto interior egipcio.
-Un connotado futbolista afirmaba recientemente que debería ser un orgullo llevar en la zamarra publicidad de Catar. ¿Por qué tiene este país tan «buena prensa»? ¿Son ciertas las referencias a trabajadores inmigrantes en régimen de semi-esclavitud?
-La buena prensa de Catar es fruto de la estrategia diplomática emprendida a mediados de los años noventa por los Thani, la familia reinante en este emirato del Golfo. No pudiendo competir en el terreno geopolítico clásico con un país tan fuerte como Arabia Saudí, y en un momento en que las nuevas tecnologías anunciaban una revolución en el mundo de las comunicaciones, el emir Hamad ibn Jalifa concibió la creación de una cadena de televisión por satélite panárabe, Al-Jazeera. Lo novedoso es que Al-Jazeera se propuso bajar a la calle y dar voz a los árabes de a pie, por así decir, al pueblo árabe, no a sus élites, como era habitual tanto en los medios de comunicación estatales como privados árabes. Esto permitió que en términos de opinión pública, se empezaran a difuminar las barreras estatales: el egipcio comprendió que era tan pobre y desheredado como el marroquí o el sirio. Esto es lo que luego se materializó en el llamado «efecto dominó» de las revueltas árabes de 2011. He hizo que Catar se convirtiera ante el mundo en Al-Jazeera, o lo que es lo mismo, en el gestor de 280 millones de voces árabes. No se puede entender bien el poder de Catar sin el de Al-Jazeera: la cadena ha refundado la lengua árabe en una medida no conseguida por otras instancias oficiales hasta la fecha, la ha convertido en una verdadera interlengua de los árabes del siglo XXI y con ella se ha recreado un sentimiento de pertenencia que nada tiene que ver con el viejo panarabismo de la posguerra mundial.
Al-Jazeera ha dado expresión a la desgracia de ser árabe, que decía Samir Kassir, escritor libanés, de padre palestino y madre siria, asesinado en 2005; pero también a la ira compartida capaz de ser proactiva, como la que estalló en 2011. El clan de los Thani inventó esta arma, la usó contra otros Estados árabes y como chantaje a EEUU o incluso a Europa cuando así le convenía. Era un aviso de algo que sonaba como «cuidado, que si abrimos los micrófonos la codiciada estabilidad se viene abajo». Y así los cataríes se convirtieron en interlocutores privilegiados a varios niveles. Su potencial financiero hizo el resto. Hacia Occidente, Catar también vendió bien la imagen de eso que por aquí gusta contar en términos de «equilibrio entre tradición y modernidad», y que es lo que el futbolista, o más bien su club, quiere vender a su vez con su camiseta: ¿hay algo más clásico y más fashion que el fútbol?
-¿Cómo resumirías la política exterior del régimen catarí?
-Cuando el pueblo se levantó en Egipto, Túnez, Yemen, Siria, el régimen catarí, como los demás del Golfo, vio el peligro que una verdadera emancipación árabe suponía para su misma existencia, basada en un salvaje capitalismo financiero que había encumbrado a un puñado de familias en un territorio sin más recursos naturales o geoestratégicos que unas reservas limitadas de hidrocarburos, cuyos ingresos, eso sí, se han invertido bien en el exterior para diversificar la economía nacional. Con la abdicación del emir Hamad en 2013 y el acceso al poder de su hijo Tamim se han puesto en marcha otras estrategias de acceso a la interlocución, como la financiación de grupos insurgentes árabes. Al-Jazeera también ha cambiado su política, las cámaras seleccionan ahora de otra forma a quién dan voz, y su sede en Doha es el púlpito preferente de los grupos islamistas afines a los Hermanos Musulmanes. Con ello, el enfrentamiento con Arabia Saudí se ha agudizado, y los choques por grupos yihadistas interpuestos en Siria también. Es lo que explica, por ejemplo, que la mediación catarí haya sido fundamental para la reciente liberación de los periodistas españoles Pampliega, López y Sastre, secuestrados en Alepo el verano pasado.
Lo que destaca de todo este recorrido plasmado en el orgullo del futbolista por su patrocinador es que Catar ha sabido dotarse de una imagen internacional que difícilmente va a verse deslucida por las condiciones en que se están levantando las instalaciones para el Mundial de fútbol de 2020. Las condiciones laborales de los trabajadores son inhumanas, pero también son terribles las consecuencias medioambientales de todo este negocio, por ejemplo. En cualquier caso, el fútbol saca a una luz pública más amplia las consecuencias generales del sistema neocapitalista actual. Lo cual no es poco.
-¿Es tan palmaria como se afirma la financiación de grupos yihadistas por parte de Arabia Saudí, Catar y Emiratos Árabes? ¿Hay diferencias reales entre la miríada de facciones, milicias y grupúsculos armados por estos países? ¿Qué rasgos generales permiten comprender este fenómeno?
-El yihadismo actual es una excrecencia del wahabismo, la ideología fundacional del reino de Arabia Saudí, como decíamos al comienzo. Por ello, en su origen, en los años setenta, la financiación del yihadismo dependió del proselitismo wahabí a través de fundaciones saudíes. Esto es algo que cambió en los años 80, con la creación de Al-Qaeda en Afganistán y Pakistán: Osama Bin Laden y Abdallah Azzam, los padres del yihadismo contemporáneo, organizaron su financiación privada con la fundación de la Maktab al-Jidmat (Oficina de Servicios) en Peshawar en 1984. Esta oficina se dotó de una red de donantes. Se trataba de grandes capitales pero también de donaciones de particulares por mediación de otras entidades dedicadas a recoger el azaque, el «impuesto» que constituye uno de los pilares del islam, o las limosnas voluntarias de los creyentes. La Maktab al-Jidmat canalizaba las remesas hacia la yihad. Por así decir, el yihadismo se emancipó de la financiación saudí y con ello también del poder oficial. O lo que es lo mismo, se descentralizó, facilitando la diversificación de donantes y, en consecuencia, de grupos receptores.
Argelia, con la guerra civil de los años noventa, e Irak, tras la ocupación norteamericana de 2003, sufrieron las siguientes mutaciones del yihadismo en términos económicos (lo cual equivale también a decir en términos ideológicos, pero dejemos ahora eso). En Argelia, el dinero del yihadismo se «localizó» tras la deslocalización financiera de Afganistán; en Irak, la yihad se fue comercializando como valor de cambio en la guerra contra la ocupación y la guerra civil paralela. A lo que asistimos ahora en Siria es a un cruce entre ambas estrategias. Por un lado, las milicias están fuertemente localizadas, y obtienen de ello réditos económicos: según el territorio en el que sean fuertes, estos réditos serán más dependientes del petróleo, o más de las antigüedades, o más de los rescates. Por otro, las mismas milicias se venden al mejor postor y obtienen beneficios según varíe el mercado mundial de los pactos y las negociaciones. No es cinismo exponerlo así, es una forma gráfica de explicar por qué la red de la financiación es tan enmarañada, hasta el punto de que hace imposible la adscripción de un determinado grupo yihadista a los intereses y financiación de uno de esos países que has mencionado (a los que habría que sumar Turquía, Irán o, puestos a hablar de financiación indirecta, Israel, Estados Unidos, Rusia o la mismísima Gran Bretaña).
-¿Se abusa de la Geopolítica cuando se analiza la realidad de Oriente Medio? ¿Tuvieron autonomía propia las «Primaveras Árabes» y los «rebeldes» sirios o, de un modo u otro, acaba apareciendo siempre la OTAN?
-La geopolítica ha condicionado la realidad de toda esta región desde que Napoleón Bonaparte, aún general, desembarcó cerca de Alejandría en 1798. No me parece exagerado tenerla siempre presente: hasta el ISIS sucumbe a sus razones y ha popularizado a los infaustos Sykes y Picot, los diplomáticos británico y francés que en 1916 trazaron las fronteras de lo que hoy llamamos Siria, Irak, Jordania, Líbano, Palestina y parte de Turquía. No, la geopolítica es la gran tragedia árabe contemporánea. Ahí está la creación de Israel, un Estado colonial al servicio del ideario orientalista. Distinto es que la geopolítica se convierta en una obsesión conspiratoria para explicar en términos antiimperialistas la historia árabe más reciente.
La intervención de la OTAN en Libia o el infame papel de algunos Estados europeos y EEUU en la región no pueden servir para negar independencia y capacidad emancipadora a los pueblos árabes. Si algo ha demostrado el fracaso de este primer tiempo de las primaveras árabes es precisamente que las revueltas fueron auténticamente populares y autónomas, pues ni en sus mejores sueños la entente regímenes árabes-Occidente habría sido capaz de idear un panorama tan favorable a su perpetuación como el que ahora se observa. Las revueltas, de haber podido ser inducidas por Occidente para llegar a donde estamos, lo habrían sido mucho antes: como se ve, los recambios siempre están a mano: Sisi ha sucedido a Mubarak, aunque con peor resultado para el pueblo egipcio. Y Mohammed Morsi, el primer presidente egipcio elegido democráticamente, se pudre en la cárcel a la espera de una previsible ejecución. Las élites árabes, marionetas que Occidente manipula a su antojo, y sobre todo, Occidente mismo, son grandes expertos en contrarrevolución, no en revolución. Miremos si no a América Latina.
-¿Qué opinas de los análisis de la izquierda occidental?
-La izquierda europea en general, y con ella una parte de la española, ha buscado fácil refugio a su desconocimiento de la realidad de los pueblos árabes y también, hay que decirlo, al etnocentrismo que subyace en su cosmovisión buscando la explicación a las revueltas árabes en los parámetros antiimperialistas que manosea desde hace décadas. Pero eso es ignorar la realidad de las sociedades árabes, sometidas a una depauperación económica y un autoritarismo político sin fondo, y despreciar la capacidad de agencia y empoderamiento de sus pueblos, que según esa lógica antiimperialista caduca siguen siendo dependientes y subalternos, o bien de Estados Unidos o bien de Rusia. Lo cual, hay que decir, no deja de ser a su vez otra forma de imperialismo, igual de xenófobo y depredador que el que se dice combatir.
-¿Consideras que el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) a Israel es precisamente un ejemplo del potencial de la «sociedad civil»? ¿Qué logros ha alcanzado el movimiento en apoyo a la causa palestina?
-En términos de potencial político de la ciudadanía, el BDS es modélico en muchos sentidos. Además, se ha demostrado que, en las actuales circunstancias, es la mejor arma para luchar contra la violación sistemática del derecho internacional y los derechos humanos por parte de Israel.
El BDS es modélico, en primer lugar, porque es una iniciativa que parte de la sociedad palestina. Fueron 172 asociaciones y sindicatos los que en un primer momento, en 2004, idearon la estrategia del boicot económico, cultural, deportivo y académico a Israel e hicieron su llamamiento al resto de los activistas por Palestina en el mundo. Es importante destacar este hecho, pues supone que son los palestinos quienes deciden cuál es la estrategia de lucha más adecuada y luego la coordinan internacionalmente, es decir, los palestinos son sujetos activos y no pasivos de la lucha por Palestina, cuestión esta que las relaciones internacionales y la cooperación y el mundo de las ONGs han tendido a marginar con frecuencia.
En segundo lugar, el BDS es un movimiento transversal, y esto quiere decir que entronca con otras luchas decisivas a nivel mundial. El Comité Nacional del BDS, con sede en Ramala, no deja de insistir en esta característica, que es fundamental para el éxito de la estrategia de boicot. La lucha por los derechos de los palestinos es también la lucha por los derechos de otros grupos oprimidos (negros, latinos, indios nativos americanos, mujeres, LGTB+, campesinos, obreros, presos), cuya complicidad en estrategias y objetivos se busca. Por dos motivos: porque, como recuerda continuamente Angela Davis, las solidaridades transnacionales son el mayor potencial para el cambio revolucionario; y por la convicción de que la justicia o es universal o no es tal, en expresión de Raji Sourani, director del Centro Palestino de Derechos Humanos con sede en Gaza.
En tercer lugar, porque es una estrategia política que apela a los individuos como agentes del cambio, que busca el empoderamiento de los ciudadanos como actores políticos. El BDS permite a los ciudadanos comprometidos participar desde sus diferentes países y situaciones concretas en las distintas campañas de boicot contra Israel, de presión para la desinversión en Israel o de demanda de sanciones por la violación israelí de la legalidad internacional. La coordinación básica parte del comité central del BDS en Ramala, pero existe una enorme autonomía de acción a nivel local.
-¿Qué estrategia ha proporcionado mejor resultado al BDS?
-Los mayores éxitos del BDS han sido aquellos que mejor han sabido aunar estas tres características. Aquí, en España, donde la solidaridad con Palestina tiene una larga tradición, la estrategia de declarar y visibilizar Espacios Libres de Apartheid Israelí (ELAI) ha sido una de las más exitosas. Ha logrado que instituciones como ayuntamientos afines a las Mareas ciudadanas, empresas comprometidas con un desarrollo sostenible y negocios afines al comercio justo rechacen mantener relaciones con empresas e instituciones israelíes que no denuncien la discriminación de la que son objeto los palestinos. También el boicot académico es uno de los más activos a nivel europeo, solo superado por el británico: más de 1.400 profesores universitarios de todo el Estado firmaron el año pasado, en menos de dos meses, el manifiesto por el boicot a las universidades y centros de investigación israelíes. Lo cual no significa que los profesores nos neguemos a colaborar en términos científicos con nuestros colegas israelíes, sino que no lo haremos en tanto haya financiación israelí de por medio y nuestra contraparte israelí no denuncie la ocupación y el apartheid. Como en Sudáfrica en los años 70 y 80, la consecución de una solución justa a casi 70 años de opresión en Palestina tiene que venir de las presiones de la sociedad civil internacional, que arrincone al Estado de Israel a nivel internacional y movilice a sus ciudadanos en demanda de cambios. La prueba de que el BDS es una estrategia efectiva para acabar con la ocupación, el apartheid y el incumplimiento del derecho al retorno de los refugiados por parte de Israel es el cambio en la actitud y la política israelíes hacia el BDS.
-¿En qué sentido?
-El gobierno israelí, en un principio, mantuvo una actitud desdeñosa hacia él, restándole toda trascendencia. A medida que las campañas comenzaron a dar fruto con creciente repercusión internacional (por citar algunas: Veolia retirándose de la construcción del tranvía del apartheid por los Territorios Ocupados, Orange desinvirtiendo en su filial israelí u Oxfam obligando a su «embajadora» Scarlett Johansson a elegir entre los derechos humanos o la esponsorización de una empresa israelí instalada en una colonia de Cisjordania), la preocupación de las autoridades israelíes creció y con ella los intentos de desacreditar al BDS en los habituales términos difamatorios que el establishment israelí utiliza para frenar toda crítica al sionismo o al Estado de Israel, que se resumen en la acusación torticera de antisemitismo. La tercera fase es en la que nos hallamos, en la cual el Gobierno de Netanyahu ha puesto en marcha un proyecto multifocal para anular el BDS. Tiene distintas estrategias a distintos niveles, todas ellas bien financiadas y coordinadas.
Van desde campañas de promoción de la imagen de Israel a nivel internacional (no solo presentando en términos publicitarios a Israel como un paraíso turístico o gay friendly, uno de los tópicos más extendidos entre algunos europeos bienintencionados, sino financiando viajes VIP a las estrellas cinematográficas del momento para que «conozcan» el país, como el que ha regalado este año a los nominados a los premios Oscar) hasta presiones diplomáticas para que se persiga en Europa o EEUU a los defensores de los derechos humanos y se criminalice el BDS, presiones que han surtido cierto efecto en Francia y son crecientes en Gran Bretaña, donde han chocado con la fuerza y buena organización del BDS británico, amén de ser la británica una sociedad menos acomplejada con la cuestión sionista que la francesa. A todo ello se suman en Israel las nuevas medidas legislativas que criminalizan la mera expresión de apoyo al BDS. Por último, y esto es lo más grave y rebasa todo límite, la deriva totalitaria del Gobierno israelí ha llegado al punto de amenazar de muerte a los dirigentes palestinos del BDS. Así, a finales de marzo,el ministro de Inteligencia y Energía Atómica Yisrael Katz, llamó a la «eliminación civil selectiva» de los líderes del BDS, nombrando en concreto a Omar Barghouti, el coordinador general del Comité Nacional palestino de BDS.
En estos momentos, no hay duda de que el movimiento de BDS, que es un movimiento civil, pacífico y basado en el derecho internacional, es la principal amenaza a la política de limpieza étnica y apartheid ejecutada a diario por el poder israelí tanto en Israel como en el resto de la Palestina histórica.
-Por otra parte, ¿es Rusia en Oriente Medio un aliado antiimperialista, que actúa como freno al único imperialismo existente, Estados Unidos? ¿O es una potencia imperialista más, que «ayuda» por sus intereses geopolíticos al gobierno sirio?
-A estas alturas, considerar a Rusia un aliado antiimperialista es, amén de una actitud criminal si se atiende a la realidad árabe, un suicidio político para la parte de la izquierda europea que sigue anclada en ese discurso. No niego la necesidad de la lucha antiimperialista, pero con gafas bifocales, o incluso multifocales, con perdón por el símil óptico: además de la polaridad clásica Estados Unidos/Rusia, nuevos gestores imperiales protagonizan la política de las últimas décadas, cada cual con las estrategias que le son más propias, como la económica por parte de China o el imperialismo ilustrado de la Unión Europea, que asoma la cabeza como puede.
A principios de 2012, cuando la guerra siria no había degenerado hasta el punto actual, comparé lo que allí estaba en juego con un «mikado» neocolonial: las viejas potencias de la Primera Guerra Mundial y las nuevas potencias del mundo multipolar habían lanzado allí sus palillos y nadie estaba dispuesto a mover uno a riesgo de que se movieran todos. El régimen de Al-Asad, el ISIS, la miríada de grupos yihadistas y los grupos del Ejercito Libre Sirio se han convertido en los actores interpuestos de las potencias neoimperiales. Con sus comparsas circunstanciales, sobre todo el Golfo al completo: Arabia Saudí, Irán, EAU, Catar. El pueblo sirio, más de la mitad del cual se halla desplazado en su propio país o en el exilio, es rehén de esta impudicia internacional, que cada día que pasa es más difícil resolver dada la multiplicación de enfrentamientos interpuestos. Rusia no es una excepción en este panorama, al contrario, es uno de los máximos responsables del ahondamiento del conflicto. Son sus intereses económicos, militares, estratégicos y políticos los que condicionan su apoyo a Al Asad, que caerá cuando Putin y su camarilla de capitalismo neozarista le encuentren un recambio seguro. La propaganda rusa de apoyo a Siria ha tenido un fuerte componente nacionalista; baste mencionar la puesta en escena del concierto de ¡música clásica! en la Palmira recién reconquistada al ISIS con que nos obsequió a primeros de mayo RT, la cadena multilingüe de televisión por satélite de la Federación Rusa.
Pero en términos más generales, también es importante destacar que el callejón sin salida de la guerra en Siria es sinónimo de la inoperancia del orden internacional consagrado por el sistema de Naciones Unidas: el Consejo de Seguridad tiene una gran responsabilidad en lo que está sucediendo, mientras la llamada comunidad internacional sigue sin buscar modelos alternativos que organicen la relaciones internacionales; no solo no los busca, sino que ha sido parte interesada en que los movimientos sociales altermundistas pasaran por enormes dificultades organizativas y de proyección durante la pasada década, debido a la criminalización de cualquier cuestionamiento de la «guerra contra el terror» tras el 11-S. En esto Rusia, con el Cáucaso como patio trasero, no ha ido a la zaga de EEUU.
-¿Es una exageración afirmar que, de algún modo, Occidente tiene responsabilidad en los últimos atentados en Bruselas y París, por su acción en Oriente Medio durante las últimas décadas?
-El yihadismo es un fenómeno político, no religioso, y, por tanto, los motivos que llevan a los jóvenes al yihadismo son políticos, no religiosos. Eso es igual entre los jóvenes que llegan al yihadismo aquí, en Europa, y hacen de los ciudadanos europeos su objetivo, que entre los del mundo árabe, que tienen a sus conciudadanos como objetivo. Occidente tiene su parte de responsabilidad, desde luego, pero conviene no olvidar la que tienen a su vez las élites árabes, gerontocráticas y dependientes asimismo de los intereses occidentales.
La política europea en Oriente Medio es una suma encadenada de errores desde hace décadas. Los agravios se activan en el inconsciente colectivo cuando alguna hecatombe nueva se produce. Irak en 2003 y la guerra Siria en la actualidad se han sumado a una larga lista: la traición europea a la independencia árabe tras la Primera Guerra Mundial, la creación del Estado de Israel en 1948, la agresión contra Egipto por la nacionalización del Canal de Suez en 1956, la guerra de independencia argelina, el boicot internacional contra Irak en los 90… Son temas que los jóvenes yihadistas franceses o belgas sacan a relucir cuando explican cómo han llegado a la militancia radical. Si bien son el resultado de una visión ideológica de la realidad, no por ello son motivos menos «reales», en el sentido de proactivos, que las condiciones materiales en que se desenvuelven las comunidades inmigrantes y que condenan a la inmensa mayoría de su juventud a la marginalidad económica y social.
La UE ha sido incapaz de concebir, y menos poner en marcha, una política integradora del Mediterráneo. A parte de declaraciones de intenciones e iniciativas relumbrantes pero no vinculantes (como el Proceso de Barcelona, Unión por el Mediterráneo) lo cierto es que no ha habido voluntad política de integrar el Mediterráneo en la dimensión europea. Si no lo ha habido para el Mediterráneo del norte, como ha puesto de manifiesto el estrangulamiento de la troika a Grecia, o el austericidio inducido a España, menos aún se ha pensado con seriedad en la necesidad de crear un verdadero espacio común con la orilla sur. Los déspotas regionales y su cohorte de intereses económicos han facilitado (y alentado) el ahondamiento de la sima entre ambas orillas. Se nos ha servido una vez más la pócima de la estabilidad a cambio de seguridad. La contrarrevolución en marcha en Egipto, Yemen, Siria, Libia, reproduce este esquema. Que es del que se alimenta el yihadismo en las dos orillas del Mediterráneo.
-¿Con qué ideas sencillas podrían desmontarse los tópicos «islamófobos?
-Me temo que las ideas sencillas son las más difíciles de aceptar. A izquierda y a derecha, porque la islamofobia sí que es transversal. Pero allá voy. Todo se reduce a comprender que el islam ni es uno ni lo es todo. Lo cual, a su vez, puede herir la susceptibilidad de algunos musulmanes, pero en absoluto lo digo para denostar su fe. Al contrario.
La historia del islam es la de una civilidad compartida a partir de una enorme diversidad cultural: la alimentación o la indumentaria, muy variadas, serían formas muy visibles de esto que indico, pero también las prácticas religiosas o las creencias metafísicas, pues las romerías, la arquitectura o la relación con el más allá, por poner ejemplos sin elegir mucho, son a la vez compartidas y muy distintas según la cultura en la que se ha implantado y crecido el islam. Y esto también repercute en el islam europeo en formación, que tiene que gestionar de una forma propia el aluvión del islam indio, turco, árabe, africano… que la emigración ha traído a Europa. La pluralidad es intrínseca al islam, en igual medida que la propensión a la unidad. Ver solo una cara de la moneda, la del discurso esencialista de «el islam es…», «los musulmanes son…» recrea un mundo binario («ellos» frente a «nosotros») que no puede dejar de ser conflictivo, pues expulsa a los musulmanes del aquí y el ahora.
Y luego está la sobredimensión del musulmán por su religión. Es una consideración que desde fuera del mundo islámico está muy extendida, y que antepone la identidad o la pertenencia religiosa a cualesquiera otras (de clase, de género, de raza, de nación). Esta identificación inmediata que se hace del ciudadano de tradición islámica como creyente ante todo, sobremusulmaniza a los musulmanes, por decirlo con expresión tan retorcida como gráfica. Lo hace primero a ojos ajenos, pero también, por efecto reflejo e inevitable, a ojos propios. En Europa los musulmanes continuamente se tienen que preguntar a sí mismos por su religión ante la interpelación continua de los demás. Incluso aquí, en España, chavales de 15 años se descubren musulmanes porque se ven impelidos a ello al tener, entre otras cosas, que contestar de continuo a si el Corán dice tal o cual ocurrencia que un compañero del instituto ha escuchado en algún medio de comunicación. A nivel más político, es algo a lo que asistimos periódicamente, cuando a raíz de cada atentado se multiplican las voces que exigen a los musulmanes de a pie que se manifiesten explícitamente en contra del yihadismo, la visión rigorista del islam, la falta de integración de algunos musulmanes, etc. ¡Como si ser musulmán supusiera militar como tal sin elección posible!
Un proyecto de ciudadanía compartida, horizontal y no jerárquico, proyectado hacia el futuro y no deudor de esencias del pasado, interseccional y no blanco-varón-burgués-
-En tu «Diccionario de Islam e Islamismo» te refieres a un islamismo marxista, ¿en qué consiste?
-En cuanto al islamismo marxista, en cierta medida ejemplifica, dentro de las sociedades árabes, la ruptura con el islam uno y todo que explicaba para el caso de la islamofobia europea. La consideración de que la religión puede ser una fuerza popular y revolucionaria no es ajena a la tradición marxista de corte gramsciano. Es lo que consideraron un grupo de exmilitantes comunistas egipcios a finales de los 70 y comienzos de los 80 para proponer una relectura de la teoría de la dependencia neomarxista desde postulados legitimadores anclados en la tradición islámica, como son la solidaridad, la obligación de la ruptura con el gobernante injusto y la complementariedad del cuerpo social. No hay que perder de vista que la Revolución Islámica Iraní había triunfado gracias precisamente a la concurrencia de islamistas e izquierdistas, por más que luego se produjera la purga de estos segundos. En la formación de un ideario movilizador chií en términos revolucionarios fue fundamental la aportación de Ali Shariati, sociólogo bien conocido y leído por la izquierda árabe.
El atractivo, incluso la fascinación, por lo ocurrido en Irán se dejó sentir entre numerosos marxistas críticos árabes, recién salidos del marasmo que supuso la derrota del ideario panarabista en la guerra de 1967. En Egipto, excomunistas como Adil Husayn, o naseristas como Tareq al-Bishri, se sirvieron de las herramientas analíticas del marxismo gramsciano para hacer una relectura de la historia árabe más reciente y proponer en términos endógenos, esto es, islámicos, una ideología alternativa al nacionalismo árabe en retirada. El intento no quedó en el plano teórico: la toma del Partido del Trabajo, exsocialista, por el grupo liderado por Adil Husayn y su éxito en la confluencia con los Hermanos Musulmanes en el Parlamento de1987-89, el más plural de la era Mubarak, son un ejemplo de las posibilidades de este islamismo de corte civista, que hace una interpretación culturalista del potencial revolucionario del islam. Pero esto es algo de lo que Occidente nunca ha querido oír hablar.
Continuando con esto y volviendo a los hechos posrevolucionarios, hay que recordar que el islamismo como alternativa democrática ha sido la opción política más respaldada por las sociedades árabes allá donde se les ha permitido elegir libremente, esto es, en Túnez y en Egipto. El experimento tunecino sigue abierto, gracias en parte a las renuncias de los islamistas «civistas» del partido Ennahda, decididos a facilitar la transición democrática aun a costa de tener que replegarse tácticamente a un segundo plano. Precisamente, el líder de Ennahda, Rachid al-Ganouchi, estuvo en estrecha relación en los 90 con los islamistas egipcios excomunistas de los que hemos hablado.
-¿Y en cuanto a la experiencia egipcia?
-Ha sido muy distinta: el golpe de Estado que depuso en julio de 2013 al presidente Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, no se produjo en el aire, sino tras una dura campaña de acoso durante el año escaso que estuvo en el poder. En el derribo de Morsi participaron por igual, aunque algunos de ellos hoy bien lo lamenten, militantes de derechas y de izquierdas, jóvenes revolucionarios o dirigentes de la iglesia copta y el islam oficial, todo regado con una generosa financiación saudí. La tibia reacción de Occidente en los primeros momentos del golpe, y su connivencia con el régimen golpista después, han vuelto a poner de manifiesto la volubilidad de los cacareados principios democráticos occidentales cuando del mundo islámico se trata. Estirando el concepto de «islamofobia», lo cual hay que hacer con cuidado, diríamos que el islamismo activa la islamofobia latente en muchos «demócratas», incluidos muchos supuestos progresistas.
-Por último, ¿compartes la idea de que, a grandes rasgos, la realidad de Oriente Medio se explica por una estrategia de «caos» controlado por las grandes potencias (estados nacionales que se desintegran, grupos terroristas «desestabilizadores», dictadores «amigos» a los que se financia y otros -«enemigos»- a los que se derriba…)?
-La idea de «caos controlado» enajena a los pueblos árabes, les niega toda agencia sobre su realidad presente o su futuro posible. No estoy en absoluto de acuerdo con este punto de partida. Y en todo caso, el caos, que es más una visión idealista exógena que producto de un análisis de las realidades materiales internas, sería también responsabilidad de unas élites árabes alienadas. Durante décadas, una minoría corrupta y fuertemente endogámica ha desestructurado los movimientos sindicales, estudiantiles o civiles que han intentado articular las luchas de la inmensa mayoría del pueblo. Porque no hay que olvidar la brecha generacional entre unas élites gerontrocráticas y unas sociedades con un 70% de la población con menos de 30 años, los cuales padecen una tasa de desempleo que llega al 60%. Ha sido así en eso que hoy algunos llaman con delectación «Estados fallidos»: Irak, Siria, Yemen, Libia. Pero también en Estados más fuertes, bien por su base, como Egipto, bien por su superestructura, como Arabia Saudí.
Contra este «caos» estructural, por rehacer la expresión, se alzó el grito revolucionario de 2011, que contraponía «el pueblo» (al-chaab) a «el régimen» (al-nizam), un pueblo activo («el pueblo quiere») a un régimen incapaz («la caída del régimen»). No es este un distingo filológico, sino un análisis semiótico de la realidad lingüística de la revolución, complementaria a la socioeconómica. Creo que puede ayudar a comprender a los árabes desde una realidad, su lengua, que les ha venido significando como tales hasta la actualidad. «El pueblo quiere la caída del régimen» es una expresión performativa, porque la expresión hace algo, es una fuerza ejecutiva de la voluntad y no una mera constatación, como podría ser la expresión «lo que el pueblo quiere es que el régimen caiga». Por eso, a la revolución, desde esta perspectiva, no le ha seguido el caos, sino el orden contrarrevolucionario, cuyo ciclo, a diferencia del caos, tiene fin. Que sea más cercano o lejano dependerá de la fuerza de los pueblos árabes para librarse de las formas de dependencia reforzadas (el Ejército, la economía rentista, la ayuda internacional) o reformuladas (el yihadismo, el armamentismo, las migraciones) que la contrarrevolución ha puesto en marcha. No será cosa de los designios de las grandes potencias, pues con su ayuda no cabe contar.
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