No la tiene fácil el Presidente Trump, debe sacar a su país del atolladero en que se encuentra, donde muchos han olvidado el pensamiento de Jefferson de que «todos deben tener en cuenta el siguiente principio sagrado: Aunque la voluntad de la mayoría siempre prevalece, la minoría posee los mismos derechos, los cuales están amparados […]
No la tiene fácil el Presidente Trump, debe sacar a su país del atolladero en que se encuentra, donde muchos han olvidado el pensamiento de Jefferson de que «todos deben tener en cuenta el siguiente principio sagrado: Aunque la voluntad de la mayoría siempre prevalece, la minoría posee los mismos derechos, los cuales están amparados por la misma ley, y violar sus derechos es un acto de opresión». Con más razón, este principio se rompe cuando la minoría perdedora decide arrojar de la Casa Blanca al ganador o eliminarlo físicamente, sin importarle el riesgo de una guerra civil.
La situación se complica más cuando, para lograr ese propósito, a esa minoría se le une la mayoría y, más todavía, cuando parte de esa mayoría, que se supone es entre la población civil el principal sostén de Trump, es una sarta de imbéciles que espera que su caudillo sea «mucho más racista» que ellos y ejerza una violencia que les ayude a difundir sus ‘ideales’; alguien que se parezca a Trump «pero que no entregue su hija a un judío», porque no pueden «ver al bastardo de Kushner (el yerno de Trump) caminar con esa hermosa muchacha (Ivanka)». Por eso, amenazan con matar a este tipo de personas, si tuvieran que hacerlo, y con que mucha más gente va a morir antes de lo que imaginan. Con amigos así, para qué enemigos.
Y ya no importa que durante la campaña Trump prometiera «restablecer la ley y el orden», que condenara en términos duros y prometiera que los responsables serían castigados por » la escandalosa muestra de odio, intolerancia y violencia» que se dio duramente el enfrentamiento racista de Charlottesville, que terminó con un ataque terrorista por parte de un conductor que atropelló a la multitud, mató a una mujer e hirió a otras 19 personas; ni que ahora sostenga que «el racismo es malo y los que causan violencia en su nombre son criminales y matones, incluido el KKK, los neonazis, los supremacistas blancos y otros grupos de odio a los que repugnan todo lo que valoramos como estadounidenses»; tampoco, que se lamente de que con la remoción de los monumentos en memoria a los héroes del bando confederado de la Guerra Civil «desaparezca la belleza», lo que conlleva que por estas demoliciones «se va a hacer trizas» la cultura estadounidense.
Nada de eso importa, porque sus enemigos, tanto demócratas como republicanos, lo van a acusar de estar aupado por estos movimientos racistas, con cuyos apoyos ganó la elección presidencial, que son quienes hacen llamamientos a «hacer otra vez a América grande» y que lo presionan para que cumpla con sus amenazas contra los afroamericanos y los inmigrantes, sin que les importe que se profundice el problema racial existente.
Por lo tanto, son pertinentes las siguientes preguntas a Trump : ¿ Cómo pretende establecer el orden mundial si a lo largo de EEUU reina un desorden que puede desembocar en una guerra civil? ¿ Cómo piensa transformar al estadounidense para volverlo tolerante con las ideas del prójimo? ¿Por qué baraja la opción de invadir Venezuela, a caso para evitar que el caos endemoniado se entronice en EEUU? ¿ Cómo así busca resolver el problema de Corea mediante una guerra atómica, que no desean ni sus más firmes aliados? ¿ Cómo va a despertar la confianza del mundo si el nivel de prepotencia de su gobierno es tan alto que todos desconfían de EEUU y lo creen un país peligroso, con el que es imposible acordar algo? ¿Cómo combatir en EEUU a los movimientos de ultraderecha, que además lo apoyan a usted, si EEUU les da sustento a nivel mundial y los legaliza en su territorio? ¿Si sus contrincantes son malos y sus aliados, peores, cómo piensa gobernar, tal vez con una dictadura? En fin, nadie conoce las respuestas.
Por eso, el Ayatollah Khameneí le reclama a Trump: «Mejor, en lugar de entrometerse en los asuntos de otras naciones, afronte a la supremacía blanca»; no acuse «a otras naciones de violar los derechos humanos» cuando «ningún otro país en el mundo ha violado tanto los derechos humanos como lo ha hecho EEUU» y lo insta a «arreglar la discriminación racial y las desastrosas violaciones de los derechos humanos en su propio país… Si a usted realmente le importa, entonces enfréntese a las inseguridades y a la violencia en las calles de Washington, Nueva York y Los Ángeles… ¡Métase en sus asuntos, en lugar de entrometerse en los asuntos de otras naciones!»
Realmente es preocupante el creciente racismo y su proliferación, la violencia racial, la xenofobia y el odio que se dan en EEUU, fomentados por camarillas de radicales que no controla el gobierno. Las autoridades deben vigilar a las más de mil agrupaciones de fanáticos nacionalistas y evitar la organización de manifestaciones que inciten a la violencia racial y degeneren en choques como el ocurrido en Charlottesville. Por algo, Jefferson temía por su país cuando recordaba que «Dios es justo y que su justicia no estará siempre en calma».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.