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Catalanas y catalanes, desconfiad de los regalos…

Fuentes: Rebelión

Nota: transcripción ampliada de la intervención realizada el pasado 11 de Septiembre de 2017, en el acto organizado por la Comissió Independentista Fossar de les Moreres, integrada por el Comitè Català de Solidaritat Internacionalista (CCSI)-; la Associació Catalunya Corsica; la Federació d’Entitats de la Mediterrània-Mare Nostrum; y Estat Català. Compañeras, compañeros, es un honor volver […]

Nota: transcripción ampliada de la intervención realizada el pasado 11 de Septiembre de 2017, en el acto organizado por la Comissió Independentista Fossar de les Moreres, integrada por el Comitè Català de Solidaritat Internacionalista (CCSI)-; la Associació Catalunya Corsica; la Federació d’Entitats de la Mediterrània-Mare Nostrum; y Estat Català.

Compañeras, compañeros, es un honor volver a estar aquí, en esta plaza histórica para repasar rápidamente qué está sucediendo. Desde Euskal Herria miramos con admiración y buena envidia, la sana, cómo seguís avanzando hacia la conquista de derechos fundamentales, como el de la independencia. No hace falta que os diga que contáis con todo el apoyo del independentismo vasco: os debemos mucho. Vosotras, los colectivos que organizáis este evento nunca nos habéis abandonado; estuvisteis con Euskal Herria en los peores momentos de la peor represión. Nos ofrecisteis esta tarima en las situaciones más duras para que, desde aquí, denunciáramos ante el pueblo catalán cual era nuestra realidad. No lo olvidamos. El internacionalismo se practica en las situaciones más peligrosas o no es internacionalismo. La conveniencia oportunista es lo contrario: olvidar al amigo que nos ayudó siempre para acercarse a quien puede abrirnos despachos y medios de prensa para obtener más votos.

Catalunya, Galiza, Euskal Herria, Andalucía y el resto de pueblos y clases explotadas nos encontramos ahora mismo en una agudización tremenda de las contradicciones que hemos venido exponiendo aquí, colectivamente, en los últimos años. Desde hace cinco siglos el capitalismo español va retrocediendo de manera imparable en la jerarquía imperialista, frente al avance de otras economías capitalistas más productivas, más tecnificadas e incluso con relaciones sociales de producción no tan autoritarias y medievales como las españolas.

Los muy contados y fugaces intentos modernistas -Carlos III en el siglo XVIII y las dos Repúblicas- no detuvieron esta caída; tampoco lo lograron las brutalidades asesinas de las dictaduras y de los gobiernos reaccionarios obsesionadas por echar atrás la marcha de la historia reinstaurando el Imperio Católico. La llamada «crisis del régimen del ’78» es sólo una pequeña muestra del fracaso de la estrategia impuesta por el capital español con el apoyo decidido del tardofranquismo y del reformismo, sobre todo el que se dice de «izquierdas», para salvar la crisis española subiendo al tren europeo, a lo que entonces se llamaba Mercado Común Europeo y ahora Unión Europea. La famosa «Transición» fue sobre todo diseñada y dirigida desde los EEUU, Alemania Occidental, Gran Bretaña y el Estado francés, es decir, desde la OTAN.

Mal que bien y empeorando con el tiempo, aquella solución que se pretendía fuera definitiva empezó a cuartearse por las presiones sísmicas de las contradicciones del capitalismo mundial inocultables ya desde mediados de la década de 1990, sobre todo con el estancamiento japonés y con la crisis de los «Dragones Asiáticos» de 1996-97. Para comienzos del siglo XXI eran apreciables las fisuras creadas en los cimientos del decrépito castillo español por las fuerzas tectónicas de las contradicciones que le pudren de manera definitiva desde el siglo XVII: la explotación nacional de los pueblos no españoles era una pieza clave del Imperio Católico, y fue, es y seguirá siendo una de sus quiebras objetivas irresolubles como lo confirmamos ahora mismo en Catalunya.

Pues bien, recordad cómo aquí mismo, sobre este entarimado, un 11 de septiembre hacíamos mención a la advertencia de los espartanos a los caminantes que se dirigían a Atenas: desconfiad de los atenienses, les decían, sobre todo cuando os hacen regalos. Revivíamos aquella lección histórica porque en noviembre de 2003 y ante las próximas elecciones catalanas, el entonces secretario del PSOE, Rodríguez Zapatero, había prometido frente a 17.000 asistentes al mitin electoral celebrado en Barcelona, que respetaría y apoyaría la reforma del Estatut que haría el nuevo Parlament cuando fuera presidente del Gobierno de España, cargo que logró a finales de 2004.

La crisis que ya se estaba incubando en los cimientos de la cárcel de pueblos que es España reforzaba la certidumbre catalana del fracaso del Estatut, de su impotencia para resolver los problemas diarios. Oficialmente, la economía iba viento en popa aunque cada vez más familias tenían que endeudarse para mantener su nivel de vida, señal de que los salarios iban rezagándose. Los cambios del mercado mundial, el auge del poder financiero, la impunidad del capital ficticio, la recentralización estatal dirigida por el gobierno de Aznar, el impulso oficial al nacional-catolicismo español…, estos y otros cambios mostraban claramente la inutilidad del Estatut.

A partir de 2004 el autonomismo catalán creía que teniendo en cuenta estas amenazantes tendencias visibles el Gobierno de España por fin entregaría el regalo prometido por Zapatero, la aceptación de un nuevo y necesario Estatut capaz de modernizar Catalunya frente a los visibles peligros que se avecinaban, dentro de una modernización del Estado entero. La Gran Crisis de 2007 y su agravamiento en 2009 hizo aún más perentoria la necesidad de un nuevo Estatut, pero el capitalismo español estaba ya en quiebra práctica. La solución que impuso la burguesía internacional y española desde 2010 fue la devastación social generalizada y dentro de ésta la sobreexplotación de los pueblos oprimidos. En Catalunya se lanzó con fruición sádica al desmantelamiento de los servicios públicos y ayudas básicas mientras que el empobrecimiento golpeaba al pueblo trabajador: privatizar casi era sinónimo de clímax.

En este contexto de involución el Tribunal Constitucional destrozó en 2010 el nuevo Estatut que había sido debatido y aprobado por mayoría en el Parlament. Lo hizo además con un innegable sentido punitivo, de escarnio público. El dirigente socialista Alfonso Guerra mostró la prepotencia machista y engreída del nacionalismo español al decir que se habían «cepillado» el Estatuto Catalán. No fue un error menor, otro más de los tantos que comete a diario el nacionalismo español: su chulería fue un hachazo a la memoria, identidad y cultura popular catalana. Marx escribió una vez que una nación vejada y humillada termina convirtiéndose en un «león herido» que retrocede para tomar impulso antes de saltar contra el opresor.

Como en todo pueblo, sea oprimido o no, la lucha de clases interna determina los bloques sociales en pugna, y en las naciones ocupadas esos efectos objetivos de la lucha de clases en su interior repercuten en sus alianzas respectivas con el exterior. Esta dialéctica hace que, en realidad, el «león herido» dispuesto a saltar sobre su agresor sea en su inmensa mayoría el león popular, o para volver a Marx, sea la «nación trabajadora» que va tomando conciencia, autoorganizándose y estableciendo alianzas tácticas con los sectores de la pequeña y muy escasa mediana burguesía dispuestos a enfrentarse al enemigo. Desde 2011, groso modo expuesto, esta dinámica se desarrolló en Catalunya siempre en contraposición con el bloque social que acepta la ocupación con cualquier excusa. Entre ambos extremos, entre la izquierda y la derecha, fluctúa una masa indecisa que se mueve, aumenta o decrece según los vaivenes de la misma lucha y en buena parte según cómo las fuerzas democráticas y de izquierdas contrarresten la pedagogía del miedo y la oleada de represiones sutiles o brutales que aplica el Estado con el apoyo de la derecha y el silencio del reformismo. 

Por la misma naturaleza del conflicto, tarde o temprano el pueblo herido empieza a crear sus sistemas de contrapoder, de doble poder y de embrionario poder propio, aprovechando en la medida de lo posible parte de las instituciones que el Estado ha descentralizado y concedido a ese pueblo en forma de Estatuto de Autonomía, etcétera. Esto es lo que ahora mismo está sucediendo en Catalunya en algunas áreas políticas, culturales, etc. Y es esto lo que no puede tolerar ningún Estado, y menos si es ocupante como el español. Por su misma definición, el poder tiende a ser uno: de la burguesía o del proletariado, de la nación dominante o de la dominada, del patriarcado o de la mujer…

Es imposible que coexistan durante un tiempo dos poderes contrarios, con sus mismos derechos y necesidades antagónicas: más temprano que tarde vence el más fuerte. Ahora, es el Estado español el más fuerte y lo va a demostrar de manera aplastante aplicando su ley, su fuerza y su democracia. Salvando todas las distancias, existen similitudes básicas entre el proceso soberanista y constituyente de Catalunya orientado desde la izquierda independentista, y el proceso constituyente de la Venezuela bolivariana a finales del siglo XX, y volviendo a salvar todas las distancias, en el período abierto desde 2017. Similitudes elementales extensibles al comportamiento del imperialismo y de las burguesías, la rentista venezolana, y la española.

Debemos prepararnos. Todas y todos debemos prepararnos para aguantar la apisonadora de derechos y la trituradora de libertades. Y debemos saber que, además de la represión, también volverán a prometernos regalos, como los atenienses, si claudicamos a sus exigencias incondicionales. De hecho, parte de la «leal oposición de su Majestad» cacarea sobre la conveniencia de abrir un debate sosegado y tranquilo sobre una posible reforma de la Constitución monárquica, una vez que «vuelva la normalidad» a Catalunya, no antes. Primero debemos arrodillarnos, luego, genuflexos y contritos ya, debemos pedir perdón, jurar o prometer que renunciamos a todo independentismo y que resarciremos los daños morales y económicos causados por nuestra perversidad.

Pero aquí, entre las y los asistentes a este acto, no se arrodilla nadie, ni nadie cree en los regalos. Es posible que si todo sigue así, dentro de la tendencia acelerada a la represión, tengamos dificultades para vernos el año que viene de nuevo en el Fossar de les Moreres. Pero también existe la remota posibilidad de que sí lo hagamos: es la lucha la que lo decidirá. Desde Euskal Herria os apoyamos incondicionalmente para que triunfe la segunda posibilidad porque, en el fondo, peleamos por el mismo objetivo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.