Sudán del Sur, arden en una guerra civil, tan olvidada como indiferente, para la comunidad internacional desde 2013. El nuevo país, que se convirtió en independiente en 2011, y con ese reconocimiento en la nación más joven del mundo, dando por terminado un largo conflicto que incluyó dos sangrientas guerras civiles que dejaron 2.5 millones […]
Sudán del Sur, arden en una guerra civil, tan olvidada como indiferente, para la comunidad internacional desde 2013. El nuevo país, que se convirtió en independiente en 2011, y con ese reconocimiento en la nación más joven del mundo, dando por terminado un largo conflicto que incluyó dos sangrientas guerras civiles que dejaron 2.5 millones de muertos, con las fuerzas centralistas de Jartum, de poco le han servido su nuevo estatus. A mediados de diciembre de 2013, eclosiona un larvado enfrentamiento entre el presidente Salva Kiir y su vice Reik Machar, pertenecientes a dos etnias milenariamente rivales el presidente a la Dinka, mientras Machar es Nuer.
El conflicto político, rápidamente, derivó a un conflicto armado, que desde entonces ha sumergido a los casi 13 millones de sudsudaneses en una nueva guerra que hasta ahora han provocado un número indeterminado de bajas civiles aunque se estima que la cifra no pueda bajar de los 320 mil, mientras que los desplazados se aproximan a los cuatro millones, la mitad de ellos refugiados fuera del país.
Tanto refugiados como desplazados se hacinan en campamentos desbordados, carentes de alimentos y asistencia sanitaria, que permanentemente son hostigados por los bandos en conflicto. Mientras que muchos sudsudaneses siguen cruzando las fronteras hacia a Uganda e incluso rumbo a su antiguo enemigo Sudán en el norte.
El campo de Bidi-Bidi, en el norte de Uganda, es el mayor centro de refugiados del mundo, con 250 mil almas, mal alimentadas y peor asistidas sanitariamente. Mientras que miles de pobladores de la capital Juba, se vieron obligados a improvisar sus viviendas entre las tumbas del cementerio a orillas del Nilo.
La guerra, despojada de cualquier postura ideológica, incluso étnica o religiosa, a pesar de que el país está claramente dividido en un norte musulmán y un sur cristiano, se ha convertido en un espiral de violencia que dirimen líderes tribales y grupos políticos, por ambiciones absolutamente sectoriales, cuando no lo son solo personales.
Algunos sociólogos entienden que la irresolución política del conflicto se fundamenta en las tres décadas de una guerra, que más allá de sus millones de muertos, la crueldad inusitada de los grupos involucrados, han creado una la clase dirigente dependiente de su propio poder militar que no les permite comprenden otra manera de sostenerse en el poder, más allá de la conservación de sus privilegios que y el sojuzgamiento de sus enemigos.
A pesar de las constantes e inútiles sanciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (ONU) la situación humanitaria se degrada día tras día. Convirtiéndose, para la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados, en la mayor crisis de refugiados del continente y la tercera a nivel global después de Siria y Afganistán. La ONU declaró en febrero de 2017, se ha decretado en peligro de hambruna a más de un millón de personas, mientras cerca de otros ocho millones, se encuentran cada vez más cerca de esa situación. Mientras enfermedades infeccionas y las muertes violentas le alivianan el trabajo al hambre.
Las tres mesas de negociaciones por la paz, la última la semana pasada, protagonizada personalmente entre Kiir y Machar en Addis Abeba, capital de Etiopía, lejos de aproximar posiciones las han endurecido. El mes pasado, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una resolución que daba hasta fin de este mes para llegar a un acuerdo de paz o enfrentar sanciones. Lo que además podría significar una intervención militar por parte de Naciones Unidas.
Los civiles, fundamentalmente las mujeres, se han convertido en un botín de guerra quienes son sometidas a violaciones masivas, incluyendo niñas y ancianas, mientras que en las aldeas, familias enteras han sido incineradas en el interior de sus viviendas. Los ejércitos operan contra la población con fusilamientos, torturas, violaciones, saqueos generalizados y robo de ganado, prácticamente la única fuente de subsistencia.
Mientras el país de debate en inflación desenfrenada y una economía extinguida, la población vive sin agua corriente, sin energía eléctrica, ni infraestructuras civiles, sin siquiera servicio de correos.
Las organizaciones armadas, ya más de cincuenta, que disputan pequeños territorios, virtualmente son la única fuente laboral. La expansión de estos grupos armados amenaza con nuevas fragmentaciones del joven país, que cuenta con unos 60 grupos étnicos. La formación militar más reciente es el Frente Unido de Sudán del Sur (SSUF), creada en abril último por el ex jefe del ejército de Sudán del Sur, el general Paul Malong Awan, quien amenaza en convertirse en la más poderosa después del Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA) del presidente Kirr y el grupo que apoya a Reik Machar, el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán en la Oposición (SPLM-IO).
La mayoría de la población se alimenta a base de posho (maíz seco triturado) y porotos, mientras otros ya apelan a las raíces. En los grandes poblados y la capital donde la comida también escasea, las personas son abastecidas por el Programa Mundial de Alimentos, ya que centros de abastecimientos como el principal mercado de Juba, prácticamente ha desaparecido. Mientras, en medio de semejante crisis, casi la totalidad de los recursos del país el Ejecutivo los implementa en el gasto militar, mientras que en muchas regiones del país los campesinos se ven obligados a arar con las manos. Las vacas siguen siendo moneda de cambio y el trueque el medio habitual de intercambió comercial. Más de la mitad de la casi 13 millones de sudaneses son menores de los que solo menos de un 25% accedes a las escasa escuelas.
Sudán del Sur, junto a Burundi, según el informe del Fondo Monetario Internacional de 2017, son los dos países más pobres del mundo. La esperanza de vida en Sudán del Sur es de menos de 57 años lo que la convierte en una de más bajas del mundo.
La guerra como modo de subsistencia.
Las terribles guerras contra Jartum, han dejado una huella imborrable en el inconsciente de la joven nación, donde la mayoría de la población son mujeres y niños, ya que la mayoría de los hombres adultos han muerto en ellas.
Sus mujeres fueron vendidas como esclavas en lotes, estipulando un descuento por «cantidad» en el norte del antiguó Sudán y en otros países árabes para emplearlas como prostitutas o en el servicio doméstico mientras que los niños eran descoyuntados para evitar que escapen y se incorporen las filas separatistas.
El viernes 22 de junio ha fracasado el último intento de poner fin a la guerra civil, que ya lleva cinco años desangrando a Sudán del Sur. El actual presidente Salva Kiir sin escuchar los reclamos de su antiguo socio y ex vicepresidente Reik Machar después de su primera reunión en dos años: «Esto es simplemente porque ya hemos tenido suficiente de él», señaló el portavoz del gobierno, Michael Makuei.
El último acuerdo de cese del fuego fue inmediatamente violado en diciembre pasado, y las partes, se acusan mutuamente de faltar tanto a los arreglos como de violaciones a los derechos humanos de la población civil, como ha sucedido en 2016 tras lo que Machar se refugió en Sudáfrica.
El conflicto sigue beneficiando a los líderes de ambos bandos, ya que muchas empresas petroleras extranjeras radicadas en el país, y con intenciones de expandirse intentan congraciarse con el vencedor final del conflicto.
El letal conflicto de Sudán del Sur, amenaza con seguir extendiéndose en el tiempo empantanando a la nación más joven del mundo entre el olvido y en fuego.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.