Los demócratas tuvieron la victoria que estaban esperando -desde que Donald Trump les dejó perplejos y hundidos hace dos años- en la única votación de nivel nacional que se realizó el martes, la de la Cámara de Representantes, obtuvieron el premio deseado haciendo valer una ventaja de varios millones de votos, pero no pudieron extender […]
Los demócratas tuvieron la victoria que estaban esperando -desde que Donald Trump les dejó perplejos y hundidos hace dos años- en la única votación de nivel nacional que se realizó el martes, la de la Cámara de Representantes, obtuvieron el premio deseado haciendo valer una ventaja de varios millones de votos, pero no pudieron extender su victoria al Senado.
De cara a las elecciones de 2020 son significativas las victorias para gobernador en los tres estados -Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, donde Trump los humilló en 2016. No apareció la gran «ola azul» demócrata que muchos esperaban y esta elección no registró el repudio abrumador hacia Trump y su agenda que muchos opositores deseaban.
Sin embargo, para la masiva coalición de mujeres, jóvenes y minorías que se han movilizado durante estos dos años en repudio a Trump y su agenda, fue un triunfo urgente y para no pocos, el inicio del rescate del país de una amenaza calificada de neofascista y marcada por la violencia ultraderechista.
Todos celebran
Ambos partidos tienen motivos para celebrar, pero también por los que preocuparse. El presidente y los republicanos porque, en los dos años que le restan de presidencia, tendrá a la Cámara de Representantes en contra. Los demócratas, porque a pesar del mayoritario malestar social con Trump, solo han enlodado el sólido suelo trumpista con una ola que, al final, apenas resultó marejada.
Trump necesitará a los demócratas si quiere sacar adelante alguna de las muchas promesas incumplidas, pero difícilmente estarán dispuestos de hacer mucho más que frenar los peores impulsos del presidente en materia de salud o inmigración. «Tremendo éxito esta noche. ¡Gracias a todos!», tuiteó Trump.
Para el presidente lo importante es que el Senado siga siendo republicano, lo que le permitirá poner jueces conservadores en los tribunales, en todos los niveles. Eso no cambiará mientras los republicanos mantengan el control del Senado.
Hubo un avance en el pluralismo y la diversidad: El Capitolio conocerá a sus dos primeras musulmanas: Rashida Tlaib , de origen palestino, que representará al distrito 13 de Michigan, y la somalí Ilhan Omar , que ocupará la silla del distrito 5 de Minnesota. También pioneras son Sharice Davids y Debra Haaland , que serán las primeras nativas americanas en ser congresistas por Kansas y Nueva México, respectivamente.
Aún lejos de la igualdad, las mujeres lograron un record de presencia femenina en la Cámara de Representantes, entre ellas la más joven de las congresistas de la historia, la neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez , de 29 años y parte del ala más izquierdista del Partido Demócrata.
Curiosamente, las encuestas acertaron al apuntar el nuevo paisaje que enfrenta el país. Los demócratas han conseguido el retorno al dominio de la Cámara de Representantes, pero el Senado refuerza su mayoría republicana y castiga a senadoras demócratas como Heidi Heitkamp y Claire McCaskill con la pérdida de su asiento. Ambas votaron en octubre contra la nominación de Brett Kavanaugh -denjnciado por abuso sexual- como juez del Tribunal Supremo.
Joe Manchin, el único demócrata que votó en su favor, renueva puesto de senador por un estado. Este episodio revitalizó al Partido Republicano, que reaccionó con enorme agresividad a las protestas feministas en un momento en que se atisbaba una ola azul en noviembre.
Para el Senado los demócratas nunca tuvieron muchas posibilidades, porque la mayoría de los escaños en juego estaban en manos de demócratas, que, además, perdieron los senadores que tenían en Indiana, Missouri y Dakota del Norte, lugares en los que Trump había ganado con gran facilidad en 2016 y donde el presidente cuenta con un apoyo superior a la media nacional.
Para los analistas, lo más relevante es que los demócratas han mantenido su apuesta por una coalición pluralista de intereses que represente todos los grupos sociales, políticos y étnicos, con más mujeres, más candidatos de minorías y un abanico ideológico más amplio, frente a los que pedían que se hicieran más blancos y más de clase media alta.
Y, por el otro lado, los republicanos siguen haciéndose más ‘trumpianos’ y estas elecciones demostraron que solo sobreviven los políticos dispuestos a suscribir por completo el mensaje nacionalista y xenófobo del trumpismo. Mantuvieron las gobernaciones en Florida y Georgia, donde dos demócratas negros, Andrew Gillum y Stacey Abrams, quedaron muy cerca de sus adversarios.
Con el control de la Cámara de Representantes, los demócratas multiplican sus armas institucionales para desgastar y enfurecer a Trump, ya que desde allí pueden poner en marcha comisiones de investigación, citar a altos cargos de la Administración, reclamar documentos oficiales que no se hacen públicos habitualmente y en general hacer la vida imposible al gobierno. Puede iniciar, incluso, un juicio político (impeachment) al Presidente
Desde allí, los demócratas están en condiciones de proteger la investigación del fiscal especial Robert Mueller, una amenaza que exaspera a Trump y que le puede llevar a cometer más errores, como la destitución del número dos del Departamento de Justicia, que es el jefe directo de Mueller. El analista conservador David French, señala que la guerra de Trump contra los medios de comunicación no va a ser nada comparada con la inminente guerra de Trump contra la Cámara de Representantes.
Odio, guerra y paz
Donald Trump y Barack Obama advirtieron que estas elecciones legislativas serían las de mayor consecuencia en la historia de ese país, un referéndum, pero obviaron que el voto tendría consecuencias sobre la paz en el país y el mundo. El nobel de Economía Pual Krugman señaló que el odio estaría presente en las urnas: el patrioterismo parece haberse convertido en una enfermedad que ha infectado a republicanos y demócratas.
Según informes oficiales, EEUU está peleando siete guerras: Afganistán, Irak, Siria, Yemen, Somalia, Libia y Níger, intervenciones bajo la «autorización para el empleo de la fuerza armada», promulgada en 2002, a unos meses de los atentados contra las Torres Gemelas. Las operaciones se realizan contra de Al Qaeda, el Estado islámico (ISIS), Al-Shabaab y, por último, la red de fuerzas fieles al talibán. Las hostilidades ocupan todo el territorio de lo que la administración Obama definió como el arco de inestabilidad.
Al día de hoy, las bajas militares sufridas desde 2001 por las fuerzas estadounidenses en Afganistán suman 2.415, en Irak alcanzan 4.497 y más de 32 mil heridos. Los decesos de civiles iraquíes ascienden a 1 millón 455.590. No existe una cifra confiable sobre las muertes de civiles en Afganistán, pero esa guerra es ya la de mayor duración en la historia de EEUU, y ni siquiera está ganando esta guerra.
Pese a estas cifras oficiales, nadie critica -ni demócratas ni republicanos- a estas operaciones bélicas, porque en EEUU el tema del patrioterismo y los jóvenes en uniforme es sacrosanto. El presupuesto militar aprobado en agosto, es de 717 mil millones de dólares, el más importante en la historia y, aun recortándolo a la mitad, sería superior al de Rusia, China, Irán y Corea del Norte juntos.
Los principales beneficiarios son las grandes compañías, como Raytheon, Boeing, Northrop-Grumman, Lockheed-Martin y General Dynamics, financistas a la vez de candidatos y partidos. A nadie, demócrata o republicano, se le ocurre cuestionar la política exterior de Washington basada en la idea de un estado de guerra permanente.
Al electorado estadounidense le preocupa primordialmente el régimen de acceso a la salud, los impuestos y los migrantes y en vísperas de las elecciones parlamentarias, Trump echó más leña al fuego, infundiendo miedo en la ciudadanía con el fantasma de una caravana de unos cinco mil migrantes centroamericanos, a los que calificó de hordas invasoras que atentarían contra la frontera sur de su país.
Su desplante electorero de enviar entre cinco y 15 mil efectivos armados a la frontera sur puede llegar a costar más de un centenar de millones de dólares. Pero la preocupación de los demócratas fue más por el efecto sobre las elecciones que sobre el tema del empleo del ejército, no fuera a ser que el electorado llegara a pensar que están criticando a los chicos y chicas en uniforme que luchan por la patria.
Los dirigentes del Partido Demócrata han criticado a Trump por promover el odio y por sus políticas que provocan mayor división. Pero nadie critica las guerras del imperio. Algunos se atreven a criticar el odio, pero no la guerra.
Mirko C. Trudeau: Economista-jefe del Observatorio de Estudios Macroeconómicos (Nueva York), Analista de temas de EEUU y Europa, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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