«Estamos viendo una especie de tormenta perfecta de sequía, calor sin precedentes, mucho combustible y mucha gente viviendo en zonas boscosas». Lenya Quinn-Davidson California es el estado más importante de la Unión Americana. Considerado de manera separada del resto de los Estados Unidos es la quinta economía del mundo y el estado más poblado […]
Lenya Quinn-Davidson
California es el estado más importante de la Unión Americana. Considerado de manera separada del resto de los Estados Unidos es la quinta economía del mundo y el estado más poblado de ese país, con un poco más de cuarenta millones de habitantes. En ese estado se encuentran ocho de las principales ciudades de los Estados Unidos, entre las que sobresalen por su tamaño y población Los Ángeles y San Francisco. Allí se encuentran Silicon Valley (El Valle de Silicio), máximo emblema de la revolución informática y también Hollywood, sede de la afamada industria cinematográfica. California es un paraíso capitalista, en donde se pregona que cualquiera puede enriquecerse con su propio esfuerzo, con actitud positiva. En California, a través de sus multimillonarios y vedettes, se exhibe lo típico del sueño americano: consumo, individualismo, ostentación, derroche, culto al automóvil, narcisismo, fetichismo tecnológico…
Ese paraíso está siendo asolado por incontrolables incendios, que por su magnitud lo convierten en un infierno de llamas y calor. En los primeros días de noviembre comenzaron, como si estuvieran sincronizados, varios voraces incendios en distintos lugares de California, en un radio de acción de más de 100 mil hectáreas, que han carbonizado ochenta kilómetros cuadrados de suelos. Esos incendios han dejado 1200 desaparecidos y un centenar de muertos. Han sido evacuados, luego de perder sus sitios de vivienda (entre ellos casas-coches) 250 mil personas. Como si fuera una paradoja literaria Paradise, una pequeña localidad de 27 mil habitantes, la mayor parte trabajadores y pensionados, fue completamente arrasada por las llamas, con la quema de 12 mil viviendas. Como si se tratara de una película de terror, que tanto le gustan a Hollywood, se vieron escenas dantescas: automóviles que estallaban luego de ser alcanzados por las llamas, con sus pasajeros adentro; casas calcinadas en las que se expandía un fuerte olor a carne quemada, de seres humanos y animales… Hasta los ricos y famosos tuvieron que abandonar sus gigantescas mansiones.
Esto no es ni mucho menos un desastre natural, es un producto de las contradicciones del capitalismo en su versión más cruda, al estilo estadounidense. ¿Cómo se llegó a esto? Podrían señalarse dos razones principales: las modificaciones climáticas y una excesiva colonización del campo, lo que se llama el «modelo california» de urbanización.
Los veranos más prolongados y calurosos y las sequias son más frecuentes y las que se presentaron entre 2011-2015 dejaron en su camino 100 millones de árboles muertos, una enorme cantidad de madera lista para ser encendida por cualquier chispa. En julio se registró el mes más caluroso de la historia en California y en Paradise en el último año ha dejado de llover durante 230 días, tiempo en que no cayó ni una sola gota de agua. Esto significa que la madera, completamente seca, facilita que un incendio se extienda rápidamente, impulsada por los fuertes vientos que provienen del desierto (el Viento de Santa Ana). En estas condiciones cualquier chispa puede generar un incendio en un abrir y cerrar de ojos.
Pero el cambio climático no es un resultado de fuerzas de la naturaleza, ha sido motivado por acelerados cambios sociales y económicos, entre los cuales sobresale el «modelo California», que se ha exportado al resto del mundo. Su característica principal radica en que los sectores ricos han abandonado a las ciudades principales como sitio de habitación, huyendo de los pobres y trabajadores, y se han trasladado a zonas rurales, que se encuentran a decenas de kilómetros de distancia, en donde han construido mansiones lujosas en pleno aislamiento, a las que solamente se puede llegar en automóvil. Ese «modelo California» se basa en el despilfarro de combustibles fósiles y de materiales, usados para desplazarse en automóvil, construir y mantener viviendas, autopistas y una densa red de cables y conexiones eléctricas.
Ese modelo desafía a la naturaleza, puesto que se han construido viviendas en zonas en las que son frecuentes los incendios y en las que normalmente no deberían habitar seres humanos, sencillamente porque California es una tierra en donde los incendios forman parte de su historia desde hace siglos, por su paisaje y clima. Construir viviendas en estos lugares es como meterse en un volcán en erupción, lo cual se sustenta en la arrogancia tecnocrática que el capitalismo todo lo puede. Los blancos y opulentos, tras los «bosquecillos de privacidad», huyen de los negros y trabajadores de las grandes ciudades, como los Ángeles. Y eso crea unas condiciones singulares, en las que como ha dicho el geógrafo marxista Mike Davis, ha emergido un «régimen de incendios nuevo y post-suburbano».
Por ello, se ha impuesto una nueva «anormalidad», como lo ha reconocido incluso el gobernador de California: Jerry Brown. «Y en esta nueva anormalidad vamos a continuar los próximos 10 o 20 años. Desgraciadamente, la ciencia más fiable nos dice que la sequía, el calor y los vientos se van a intensificar». Como quien dice, California tiene un porvenir asegurado, fundido en rojo.
Aunque en las regiones afectadas por los incendios habiten famosos multimillonarios, muchos de los cuales han tenido que huir, también viven trabajadores y pensionados. Y los dos sectores, no son igualmente afectados. Mientras dura la conflagración se borran las diferencias de clase, puesto que el fuego no distingue entre casas de ricos y de pobres, entre una mansión de lujo o en una caravana rodante. Ni todo el oro del mundo ha podido salvar las casas de lujo, lo que demuestra que las fuerzas de la naturaleza a la larga son indoblegables, no importa la tecnología de que se disponga. Ese es un hecho evidente en California: para qué tanto computador, teléfono celular, automóvil, aviones, helicópteros, si la suma de todos esos artefactos no evitar los incendios y la destrucción que generan. Quienes más ostentan de la tecnología, les piden a los californianos que recen. Como lo ha sugerido Lady Gaga, una de las famosas que habita en la zona: «todo lo que podemos hacer es rezar juntos. Que Dios los bendiga».
Aunque los incendios parezcan igualadores, sus consecuencias generan gentrificacion (valoración de un espacio urbano), porque mucha gente quedó en la ruina, sin vivienda y sin saber qué hacer. Después del incendio viene la reconstrucción, que es más costosa y a la que solo tienen acceso los multimillonarios y el resto que se muera de hambre y de frío. Esto demuestra que en el capitalismo hasta los incendios tienen sello de clase.
Publicado en papel en El Colectivo (Medellín), diciembre de 2018.
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