La autora llama a los estadunidenses a votar por John Kerry, «no porque vaya a ser distinto, sino porque en la mayoría de las áreas clave -Irak, la «guerra contra las drogas», Israel/Palestina, el libre comercio, los impuestos empresariales- será igual de malo. La principal diferencia será que Kerry parecerá «inteligente, cuerdo y maravillosamente aburrido». «Los líderes inocuos que declaman lugares comunes liberales mientras recortan el sistema de bienestar y privatizan el planeta nos empujan a identificar mejor estos sistemas y a construir movimientos lo suficientemente ágiles e inteligentes para enfrentarlos», asegura
El mes pasado, de mala gana me uní al campamento Cualquiera menos Bush. Fue el «Bush en la Caja» lo que me convenció, un regalo que mi hermano le dio a mi padre en su cumpleaños 66. Bush en la Caja es un Bush de cartón con una serie de frases que se le pueden adherir para que diga las bushadas de siempre: «¿Está (sic) nuestros niños aprendiendo?», «Me malsubestimaron», de venta en Wal-Mart y hecho en Malasia.
Sin embargo, Bush en la Caja me llenó de tristeza. No porque el presidente sea tonto, sino porque nos hace a nosotros tontos. No me tomen a mal: mi hermano es un chico excepcionalmente brillante, encabeza un centro de investigación que publica documentos sobre los errores de la extracción de recursos orientada a la exportación y los falsos ahorros de los recortes al sistema de bienestar social.
Pero Bush en la Caja resume el nivel de análisis que proviene de la izquierda estos días: la Casa Blanca fue secuestrada por una dudosa pandilla de fanáticos que están locos o estúpidos o ambos cosas. Vota por Kerry y haz que el país vuelva a la cordura.
Pero los fanáticos en la Casa Blanca de Bush no están ni locos ni estúpidos ni particularmente dudosos. En vez, abiertamente sirven con terca eficacia a los intereses de las empresas que los llevaron al puesto. Su atrevimiento no proviene del hecho de que sean un nuevo tipo de fanáticos, sino de que la vieja raza se encuentra en un nuevo clima político sin restricciones.
Sabemos esto, pero la combinación de ignorancia, devoción y arrogancia de Bush provoca en los progresistas algo que podría ser como una Ceguera Bush. Cuando llega, provoca que perdamos de vista todo lo que sabemos sobre política, economía e historia, y que nos enfoquemos exclusivamente en las curiosas personalidades de la gente en la Casa Blanca. Otros efectos secundarios incluyen emocionarse con los diagnósticos de los psicólogos de la pervertida relación con su padre y las buenas ventas de «la goma de mascar Bush para tontos».
Esta locura debe terminar, y el modo más rápido de que ocurra es votando por John Kerry, no porque vaya a ser distinto, sino porque en la mayoría de las áreas clave -Irak, la «guerra contra las drogas», Israel/Palestina, el libre comercio, los impuestos empresariales- será igual de malo.
La principal diferencia será que mientras Kerry lleva a cabo estas políticas brutales parecerá inteligente, cuerdo y maravillosamente aburrido. Por eso me uní al campamento Cualquiera menos Bush: sólo con un aburrido como Kerry en la cima podremos finalmente poner fin al acto de patologizar la presidencia y podremos enfocarnos de nuevo en los asuntos importantes.
Claro, la mayoría de los progresistas ya pertenecen al campamento Cualquiera menos Bush, convencidos de que ahora no es momento de señalar las similitudes entre los dos partidos controlados por empresas. No estoy de acuerdo: necesitamos enfrentar esas decepcionantes similitudes y luego preguntarnos si tenemos una mejor oportunidad de luchar contra la agenda empresarial impulsada por Kerry o por Bush.
Desaparece la ilusión
No guardo ninguna ilusión de que la izquierda tenga «acceso» a la Casa Blanca Kerry/Edwards. Pero vale la pena recordar que fue bajo la gestión de Bill Clinton que los movimientos progresistas en el Oeste comenzaron a fijar nuestra atención de nuevo en los sistemas: la globalización empresarial, hasta (¡híjole!) el capitalismo y el colonialismo. Comenzamos a entender al imperio moderno no como asunto de una sola nación, sin importar lo poderosa que sea, sino como un sistema global de Estados, instituciones internacionales y empresas entrelazadas, algo que permitió la construcción de redes globales de respuesta, desde el Foro Social Mundial hasta Indymedia.
Los líderes inocuos que declaman lugares comunes liberales mientras recortan el sistema de bienestar y privatizan el planeta nos empujan a identificar mejor estos sistemas y a construir movimientos lo suficientemente ágiles e inteligentes para enfrentarlos. Con el señor Gomas de Mascar para Tontos fuera de la Casa Blanca los progresistas tendrán que volverse listos de nuevo, y eso sólo puede ser bueno.
Algunos argumentan que el extremismo de Bush tiene un efecto progresista porque unifica al mundo contra el imperio estadunidense. Pero un mundo unido contra Estados Unidos no necesariamente está unido contra el imperialismo. A pesar de su retórica, Francia y Rusia se opusieron a la invasión a Irak porque era una amenaza a sus propios planes de controlar el petróleo iraquí.
Con Kerry en el poder, los líderes europeos ya no podrán esconder sus planes imperialistas tras un fácil golpeteo a Bush, algo que ya se ve venir en la odiosa política iraquí de Kerry. Kerry argumenta que necesitamos darle a «nuestros amigos y aliados… una voz y un papel significativo en los asuntos iraquíes», incluido el «acceso justo a los contratos de reconstrucción multimillonarios.
«También significa dejarlos participar en la reconstrucción de la industria del petróleo en Irak». Así es: los problemas de Irak se resolverán con más invasores extranjeros, con Francia y Alemania con una mayor «voz» y una mayor tajada de las ganancias del botín de guerra. No se menciona a los iraquíes y su derecho a una «voz significativa» en el manejo de su país, y mucho menos su derecho a controlar su petróleo o a intervenir en la reconstrucción.
Bajo el gobierno de Kerry, la confortante ilusión de un mundo unido contra la agresión imperial se desvanecerá y quedarán expuestas las maniobras para conseguir el poder, que son la verdadera cara del imperio moderno. También tendremos que soltar la arcaica idea de que derrotar a un solo hombre, o un «imperio» a la romana, resolverá todos -ni siquiera alguno- nuestros problemas.
Sí, la política será más complicada, pero tendrá el añadido beneficio de ser cierta. Con Bush fuera del escenario, perdemos el enemigo que nos movía a la acción, pero podemos afrontar las políticas que están transformando a todos nuestros países.
El otro día despotricaba con un amigo sobre el apoyo de Kerry al muro del Apartheid en Israel, sus ataques gratuitos a Hugo Chávez en Venezuela y su abismal historial en el libre comercio. «Sí -tristemente asintió-, pero al menos cree en la evolución».
Yo también -la muy necesitada evolución de nuestros movimientos progresistas. Y eso no ocurrirá hasta que guardemos los imanes del refri y los chistes de Bush y nos pongamos serios. Y eso sólo ocurrirá una vez que nos hayamos deshecho de la distracción en jefe.
Así que Cualquiera menos Bush. Y luego regresemos a trabajar.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright Naomi Klein 2004. Una versión de este artículo fue publicada en The Nation)
*Autora de No Logo y Vallas y ventanas.